"La palabra es, a veces, centinela" Dos formas de religión

Rebaño
Rebaño

Hay una religión a la espera de la paz y otra al servicio de la victoria. Hay una religión que desvela y otra que desfigura el rostro de Dios en cada ser humano. Hay una religión, en fin, de la distancia y otra de la intimidad

Pastores son los que protegen y promueven el rebaño. Ladrones y bandidos son, a su vez, los que se aprovechan de él

Las ovejas conocen la voz del buen pastor y le siguen. No siguen a los extraños, antes bien, huyen de ellos, porque no conocen su voz. No tienen voz propia, no la necesitan

"El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otro lado, ése es un ladrón y un bandido" (Jn 10, 1-10)

Hay una religión a la espera de la paz y otra al servicio de la victoria. Hay una religión que desvela y otra que desfigura el rostro de Dios en cada ser humano. Hay una religión cargada de exigencias que apenas unos pocos alcanzan a cumplir y otra, en cambio, cargada de experiencias que todos, si lo intentan, llegarán a comprender. Hay una religión, en fin, de la distancia y otra de la intimidad: para unos, el hombre está alejado de Dios una vez más; para otros, sin embargo, son nuestros pensamientos los que se alejan de El, no el fondo del corazón, allí donde el pensamiento se pierde y abandona. Por eso exclaman estos últimos con el salmista: "A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada". En el lenguaje del Jesús transmitido por Juan, el evangelista, diremos simplemente que hay pastores y ladrones.

Pastores son los que protegen y promueven el rebaño. Ladrones y bandidos son, a su vez, los que se aprovechan de él. Aquellos y éstos representan, pues, dos maneras opuestas de entender la religión y, si la oposición entre ambas queda tan de relieve en las palabras de Jesús que Juan nos ha transmitido, es porque, sin duda, debe quedar clara. La palabra es, a veces, centinela. Con ella podemos alertar de un riesgo que nos pasaría fácilmente inadvertido. Es, en este caso, el riesgo de confundir a los ladrones con pastores, a los bandidos con servidores del rebaño a ellos confiado

Y es que, si de algo se preocupan quienes se acercan al rebaño con apariencia de pastores -lobos con piel de cordero-, ¿no es de Dios, de su culto, de sus mandamientos y de su voluntad soberana? La voluntad de Dios es, en efecto, su frase preferida porque no cabe invocar nada mejor seguramente si lo que uno busca es, en el fondo, cumplir la suya propia. El hombre estremecido ante el designio de una Voluntad que desconoce es presa fácil para el ladrón de voluntades que se acerca al rebaño "saltando por otro lado", entrando en el aprisco y no por la puerta.

Entrar "por otro lado" es la decisión característica de los que identifican la libertad con su libertad, es decir, con su propia voluntad. En defensa de la libertad, se declaran rebeldes contra quienes, según ellos, pretenden cercenar su libertad, la suya en exclusiva, que tanto les ha costado alcanzar y de tantos tiranos han conseguido salvar ¿Por qué habrían de entrar en el aprisco por la puerta? ¿Por qué no por otro lugar diferente, por donde mejor les venga?

Como saben, en realidad, que la libertad no les autoriza a hacer lo que mejor les venga a costa de lo que sea y de quien sea, acaban poniendo la religión al servicio de sus intereses. Yo solo no puedo nada. No valgo nada. Pero, si Dios está de mi parte, entonces lo puedo todo. Si mi causa no es mi causa sino la de Dios, entonces tengo asegurada mi victoria. Cada vez que hable, no seré yo quien hable. Será Dios mismo quien hable por mi boca. Yo no tengo voz propia. No la necesito en absoluto.

Así queda de manifiesto en las palabras de Jesús transmitidas por Juan. Las ovejas conocen la voz del buen pastor y le siguen. No siguen a los extraños, antes bien, huyen de ellos, porque no conocen su voz. No tienen voz propia, no la necesitan. Los ladrones del rebaño, que se presentan en el aprisco con apariencia de pastores, hablan como si fuera Dios quien hablase por ellos. Pero las ovejas no conocen su voz.

Son los defensores de la libertad. Se toman la libertad de entrar en el aprisco no por la puerta sino por donde mejor les viene. Todo el mundo les admira y se bebe sus palabras. Saben que nunca podrán cumplir las exigencias de la religión que ellos enseñan y por eso les admiran tanto más, si cabe: ¡quién pudiera ser tan libre y poderoso como ellos! Uno empieza a sentir admiración por alguien tan pronto como empieza a comprender que ni puede ni quiere, en el fondo, ser como él. Necesita un pastor que le ayude a poder y a querer.

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