Aborto: entre la ley y la ética
| Gabriel Mª Otalora
Resulta cansino escuchar a políticos y comunicadores que abortar es un derecho progresista mientras tildan de reaccionarios a quienes están en contra. Poco más o menos, pero al revés se expresan desde las antípodas quienes opinan todo lo contrario. En medio, la poca discrepancia que hay sobre lo maravilloso que supone el nacimiento de una nueva criatura; el problema aparece cuando consideramos el tema desde el plano de las responsabilidades.
La razón por la que escribo sobre este campo de minas es desde el hondón humano, más que desde otro ámbito legal o político. Valoro antes que nada que las mujeres, gracias a la ley, ya no tienen que ir a Londres o buscar una curandera para practicar un aborto. Legislación aprobada aparte, el meollo radica en el derecho que esgrimen muchas mujeres por ser mujeres, que colisiona con el derecho del nasciturus a la vida. A lo que habría que decir algo también sobre el derecho del varón a opinar en lo que respecta la vida de su hijo nonato. Cuando el deseo de la embarazada es contrario al del padre (o viceversa), o cuando surgen discrepancias en torno a las convicciones éticas y morales de una parte en este tema… ¿El feto es o no es cosa de dos? ¿Nada tiene que decir el varón sobre la gestación, pero en cambio sí es responsable legal de la criatura una vez que haya nacido, le guste o no esta responsabilidad?
Existen otras realidades colaterales, como las adolescentes de 16 y 17 años (menores de edad) que ya pueden abortar legalmente sin permiso de sus padres. Y el derecho a la objeción de conciencia del personal sanitario garantizado -pero denostado- para quien entienda el aborto como un acto de supresión de la vida humana. No comparto que el tema se centre exclusivamente en la voluntad de la mujer embarazada como lo único importante. Lo que sobran son culpas, y falta educación sexual; pero sobre todo faltan exigencias éticas para asumir todo el valor que supone cada vida.
No quiero recargar este texto introduciendo la cuestión de dónde están los confines del ser humano. Me entristece la rotundidad en reivindicar el aborto para la mujer, y no me parece acertada la condena del aborto legal sin matices. En esta cuestión se olvida que hasta un código penal de medio pelo tiene presente la existencia de atenuantes, agravantes, eximentes y diferentes escalas de aplicación en cada caso concreto. En los temas morales lo esencial es la actitud, la intención. Cuánto más a la hora de juzgar un asunto tan peliagudo como éste desde eñ ámbito moral.
Muchos de quienes condenan sin paliativos a cualquier mujer abortista sin atender a consideraciones personales ni sociales, están a favor de la pena de muerte. Y les falta credibilidad cuando además se olvidan de cientos de miles de recién nacidos -con pocas horas o días de vida- que mueren de hambre y de sed en el Tercer Mundo: tan puros en la defensa del derecho a la vida ante el aborto, y tan laxos al denunciar la muerte de tantísimos bebés por inanición. La denuncia sin responsabilidad también lesiona la libertad fundamental del ser humano.
El blanco o negro sin tonos intermedios se lleva mucho, pero levanta barreras humanas. Los romanos aplicaron el sentido común al legislar dando valor a la criatura no nacida pero ya gestada respecto a sus derechos civiles y económicos. Los cristianos deberíamos defender las posturas con menos sentido de cruzada poniendo más amor en lo que defendemos. En fin, que en los temas de derechos, la mayoría fallamos en el lado de las responsabilidades personales, y es eviente que esto no es bueno para la ética ni para la convivencia.