Comienza el Adviento

El término "Adviento" viene del latín adventus, que significa venida. Es un tiempo de preparación espiritual y celebración del nacimiento del Niño Dios. Su duración incluye a los cuatro domingos más próximos a la liturgia de la Navidad (la Natividad), aunque en el caso de la iglesia Ortodoxa llega hasta los 40 días, desde el 28 de noviembre hasta el 6 de enero. Preparación espiritual para reflexionar en oración sobre la encarnación de Dios en uno de los nuestros, lo que supone ser cristianos como celebración desde el compromiso.

Pero lo que debería ser un tiempo para los cristianos de hacer sitio a la Palabra, a escuchar lo que debiera ser la verdadera evangelización de cada uno en nuestro entorno, es la época del año en la que respondemos mejor al consumismo más materialista apoyados por el bombardeo por tierra, mar y aire de la publicidad para gastar y comprarlo todo.

Esta grave inconsecuencia adquiere unos tintes muy poco festivos cuando reflexionamos el Adviento al calor del principal mandamiento de amar a Dios sobre todo, y al prójimo como a nosotros mismos. En nuestro tiempo, el Aviento litúrgico está inseparablemente unido al adviento de los millones de refugiados que vienen a nosotros, y los suyos, sus hermanos en el Señor, es decir nosotros, no les recibimos. Mansamente nos vamos olvidando del drama que tenemos ahí, en la puerta de una Europa oficial que ha echado sus valores solidarios por la borda.

Y sobre esa evangelización ejemplar que es la principal misión que tenemos, Pagola nos recuerda que no es accidental que en el Evangelio hable en primer lugar de la curación de los enfermos antes que de la predicación del Reino de Dios.
Curación en forma de convivencia más justa y solidaria; sanación de las relaciones haciéndolas más fraternas; curar patologías religiosas poniendo la religión al servicio del ser humano; curar la culpabilidad ofreciendo el perdón gratuito de Dios; curar la relación entre varones y mujeres restaurando la igualdad; curar el miedo a la muerte desde la confianza en Dios...

Es tiempo de esperanza pero también de compromiso. No podemos ningunear el Adviento pasando sin pena ni gloria por encima de estas cuatro semanas y plantarnos ante las llamadas fiestas navideñas cada vez más centradas en el gran gasto al dios Mamón, y acudiendo a las celebraciones litúrgicas como guindas del sinsentido de una fe contradictoria. Los católicos del Primer Mundo participamos de la actitud consumista sin que se nos pueda reconocer muchas veces como tales cristianos al comportarnos como los que no lo son.

El materialismo consumista ha logrado una fiesta navideña que envuelve en papel cuché al becerro de oro bajo la marca “Niño Jesús”. Es lo absurdo de la fiesta (etimológicamente, absurdo viene de “sordo de oído”). Esta es una parte de la verdad, aunque duela, la realidad de nuestras conciencias adormecidas. El contrapunto es doble: la denuncia profética -le incluyo a Francisco-, ante el drama de los refugiados; y las familias y comunidades de cristianos anónimos que optan por vivir este tiempo de acogida con el corazón abierto al Misterio de la Navidad. No son noticia pública, pero son la verdadera noticia pascual del Adviento convertido en ejemplo vivo de que Dios se manifiesta en nosotros: ser sus manos compasivas y misericordiosas.

Si la Navidad ha perdido su significado es porque nos hemos quedado en la celebración en lugar de centrarnos en la experiencia. Teresa de Calcuta lo expresó muy bien: Es Navidad cada vez que doy el amor de Dios a través de mí. Sí, es Navidad cada vez que sonrío a mi hermano y le ofrezco mi mano.
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