"Este hombre fue denigrado eclesiásticamente" Gustavo Gutiérrez, desde la periferia
Nadie mejor que un autóctono indígena (el dominico Gustavo Gutiérrez pertenecía a la etnia quechua) para entender y hacer denuncia profética sobre la realidad de América latina.
En 1968 participó activamente en la Asamblea de Medellín, que tan decisiva fue para la Iglesia Latinoamericana y para él, pues desde ahí escribió su obra más conocida e influyente: Teología de la liberación. Perspectivas (1971). Tras un bagaje extraordinario de implicación tan mal entendida y perseguida, obtuvo mucho después (2003) un galardón cuya explicación le hizo justicia: el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades por “su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje”.
En esta justificación luminosa del premio se condensa una reparación a lo ha sido y es la tragedia de un sector significativo de la Iglesia católica, demasiado proclive a juzgar con precipitación, parcialidad y poca misericordia a caminos de liberación que lleve el sello del Evangelio; están a otra cosa. Y así fue como este hombre fue denigrado eclesiásticamente dejando en el aire que su propuesta para vivir el Evangelio más auténticamente hubiera justificado ciertas violencias en aquella América sometida por todo tipo de injusticias y opresiones, algunas de ellas con la Iglesia institucional en medio, pero mirando para otro lado.
Gutiérrez exploró cómo anunciar el mensaje cristiano en un mundo marcado por la injusticia estructural, defendiendo la “opción preferencial por los pobres”, frase esta que él acuñó hasta convertirse en el eje central de su propuesta e integrarse en el Magisterio de la Iglesia como un camino fundamental para vivir nuestra fe.
Aun así, hoy es el día en que muchos cristianos y cristianas de buena fe mantenían una imagen distorsionada de este dominico. Aunque Gutiérrez nunca fue condenado, en 2001 ingresó a la orden de los dominicos para evitar como presbítero la persecución del ala más conservadora política y eclesial del Perú.
De hecho, uno de los primeros gestos de Francisco tras ser elegido Papa fue invitarle a Roma para oficializar la reconciliación de la Iglesia oficial con la teología y el dominico que la impulsó desde la raíz del Evangelio.
El P. Gutiérrez se explicaba así en su libro más célebre: “No se trata de elaborar una ideología justificadora de posturas ya tomadas, ni de una febril búsqueda de seguridad ante los radicales cuestionamientos que se plantean a la fe, ni de forjar una teología de la que se deduzca una acción política. Se trata de dejarnos juzgar por la palabra del Señor, de pensar nuestra fe, de hacer más pleno nuestro amor y de dar razón de nuestra esperanza desde un compromiso más radical, total y eficaz. Esto es lo que busca la llamada teología de la liberación”.
Su muerte es un recuerdo esperanzado a quienes le han precedido marcando el paso de una Iglesia que pone el foco menos en lo institucional para centrarse más en lo vivencial, en el Mensaje. Gustavo Gutiérrez se suma a la lista de los católicos comprometidos con los vulnerables y descartados de la historia, como Ignacio Ellacuría, Óscar Romero, Hélder Cámara o Pedro Casaldáliga, todos ellos fermentos de una nueva humanidad.
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