Papa Francisco: un antes y un después
| Gabriel Mª Otalora
Apenas había cumplido doce años del papado y superado un grave crisis respiratoria, cuando inesperadamente, se nos ha ido Francisco. Ya desde su nombramiento, ha sido un Papa atípico: venía del “fin del mundo” siendo el primer pontífice (que tiende puentes) jesuita que muy pronto mostró nuevas formas y una estrategia eclesial que recuerda la novedad que fue el Concilio Vaticano II, en versión siglo XXI. No ha sido fácil enfrentarse al clericalismo manteniendo el tesón evangélico abriendo puertas que parecían clausuradas, propiciando en la Iglesia el diálogo y el debate para cambiar las prioridades con actitud de pastor y no de jerarca. Ha revolucionado el modo de ser y actuar eclesial con un marcado estilo profético que no esquiva ninguno de los conflictos que han sido sucediéndose dentro y fuera de la Iglesia en este tiempo cada vez más tumultuoso.
Desde el principio, el Papa dejó claro a cardenales y obispos que no actuaran como príncipes de la Iglesia sino como líderes de servicio, y que abrieran las puertas a la verdadera corresponsabilidad del laicado, masculino y femenino. Su estilo sencillo y cercan ha encandilado a propios y extraños por su halo de autenticidad frente al poder eclesial deformado por una mala praxis del Evangelio. En su primer sínodo como Papa dijo a los participantes que “hablen claro y con valentía”. Su idea de Iglesia ha sido la de un “hospital de campaña para los heridos, no un club reservado a los ricos”. Su liderazgo destaca por el énfasis centrado en la compasión, la misericordia y la reconciliación. Y desde ahí su apuesta por la sinodalidad como el camino de transformación, interior y comunitario, caminando juntos a la escucha entre diferentes que muestra la mejor cara del Evangelio. La sinodalidad es el cambio de dinámica que se orienta a un proceso de participación, un nuevo estilo de ser cristiano para el siglo XXI. Este es uno de sus legados más importantes, que a buen seguro provocará un nuevo Concilio por el calado personal y estructural que supone en la práctica.
Con sus palabras y acciones, Francisco ha defendido a los migrantes, refugiados y marginados. Aunque son muchos los cambios que ha introducido, él mismo reconocía que le quedaba mucho por hacer, a pesar de los pasos dados. Ha abierto ventanas y derribado muros, sobre todo a la hora de entender lo esencial del Evangelio: la compasión y la misericordia. Queda pendiente la reforma, urgente y a fondo, del Código de Derecho Canónico y de la Curia romana también, a pesar de algunos cambios ya producidos, para acoplar la norma al espíritu evangélico. Pendiente queda que la Iglesia católica deje de ser un Estado en el que la institución parece más importante que el Mensaje. El Vaticano como centro de la Iglesia católica, no tiene más que cinco siglos. De hecho,la “sede” de la Iglesia Romana era (y oficialmente sigue siendo) la Basílica del Salvador. Queda en el tintero la normalización de la cultura de autocrítica como práctica diocesana con el fin de reforzar lo bueno y para reformar o cambiar lo que no funciona o provoca escándalo.
Con todo, Francisco ha tenido tiempo para realizar 47 viajes apostólicos visitando 66 países de los cinco continentes. Sin embargo, me quedo con su visita doméstica a la isla de Lampedusa para solidarizarse con los refugiados e inmigrantes por lo que tuvo de icónica ante la postura oficial italiana de rechazar inmigrantes en situación vital límite. Y con la visita a Mongolia reivindicando las comunidades eclesiales de la periferia, con apenas 1.500 católicos, y con la sombra de China siempre. Todo ello sin olvidar su labor de mediación en varios conflictos sangrantes y los gestos de hermandad con otras realidades religiosas. Pero le agradezco todavía más su estilo jesuita y franciscano, su sonrisa del corazón y el temple que demostraba en el día a día: su actitud es Evangelio puro, modelo de vida para amigos y enemigos sabiendo reconocer con humildad cuando se equivocaba.
Nos quedamos sin un gran humanista, pastor y profeta que ya se ha encontrado con el Dios del Amor y de la Vida plena al que consagró su vida. Los que aquí seguimos, agradezcamos su legado poniendo de nuestra parte para seguir por la senda que nos propone, en presente continuo. Él ha estado demasiado solo entre los suyos, más incluso que fuera de la Iglesia en donde concitaba adhesiones y el respeto a su figura por su ejemplo al proponer el Evangelio como lo que es: una buena noticia llevada a la práctica.
El bien inmenso que ha sembrado es semilla de la Buena Noticia de verdad, de presente y sobre todo de futuro.