El abogado de las mujeres

Se acusa de que la Iglesia ha ninguneado a la mujer obviando las más elementales normas de derechos básicos de igualdad, a veces amparada en sus propias lecturas cuestionables sobre los textos sagrados, a veces ampara en la sociología machista dominante en la que estaba incardinada. Y razones no faltan para la crítica. Ahora las mujeres del mundo tienen su día reivindicativo el 8 de marzo, en recuerdo de una barbaridad ocurrida en Estados Unidos que despertó la conciencia de explotación por razón de género.

Pero si los cristianos no hemos estado en esto a la altura de las circunstancias, tantas veces, una persona ha sobresalido en la historia por su defensa de la mujer, su dignidad y derechos frente a toda explotación e injusticia, abriendo una puerta grande a su condición de seres humanos iguales en todo a los varones. Hablo de Jesús de Nazaret y de los relatos evangélicos, que no dejan resquicio a la duda.

En efecto, Jesús sigue siendo el mejor ejemplo en la conducta a seguir para erradicar cualquier rechazo humano o condena socio religiosa a las mujeres por serlo. En aquella sociedad teocrática, las mujeres se encontraban entre las más pobres, sobre todo las viudas; no podían sobrevivir a menos que fueran parte de un hogar patriarcal, con lo que eso significaba entonces. No era bien visto que un hombre conversara con una extraña, y las reglas prohibían encontrarse a solas con una mujer, mirarla si estaba casada e incluso saludarla. Era un deshonor para un alumno de los escribas hablar con una mujer en la calle. No digamos para un escriba.

Los deberes de la esposa consistían en atender a las necesidades de la casa, pero una mujer casada no se podía oponer a que bajo su mismo techo vivieran una o más concubinas de su marido. En cambio, si ella era sorprendida en adulterio, el marido tenía el derecho de matarla (a pedradas). Estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño. En el caso de los hijos, debían colocar el respeto debido al padre por encima del de la madre. Y en caso de peligro de muerte había que salvar primero al marido. La mujer tampoco servía como testigo (tampoco los niños ni los esclavos), salvo en casos excepcionales.

Las mujeres judías eran especialmente impuras durante su menstruación. Si inadvertidamente tocaban a un hombre durante la regla, estaban obligadas a someterse a un ritual de purificación que duraba una semana antes poder volver a orar en el Templo. Pero Jesús no se preocupa en absoluto acerca de este ritual -ni de otros- de impureza cuando se trata de devolver la dignidad y la humanidad de la mujer perdida injustamente, ni del tabú legalista de quedar él también impuro con tal de salvar de la marginación a la mujer.

Ellas eran invisibles además de impuras e inferiores, y no tenían poder alguno. Solamente partiendo de este trasfondo de la época podemos apreciar plenamente la postura de Jesús ante la mujer, como un acontecimiento inaudito.

Resulta impactante la actitud radicalmente inclusiva de Jesús con todas las mujeres que se cruzaron en su vida, cuasi invisibles y sin poder ni influencia sobre nadie. Jamás se le atribuye a Jesús algo que pudiera resultar lesivo, marginador de la mujer ni discriminatorio. Nunca se refiere a ellas como algo malo, ni en ninguna parábola aparece como persona inferior, a pesar de las leyes existentes. Tampoco les previene nunca a sus discípulos de la tentación que podría suponerles una mujer, como entonces era frecuente. Les defiende allí donde encuentra marginación y desprotección. Para Jesús, la mujer tiene la misma dignidad y categoría que el hombre. Por eso, su círculo de amistades es mixto y mantiene amistad con ellas y las defiende cuando son injustamente censuradas.

Contra todo criterio socio-religioso, algunas le acompañaban en la predicación junto a sus discípulos: María la de Cleofás, Juana, mujer de Cusa, mayordomo de Herodes, entre otras. Algunas incluso, eran mujeres a las que Jesús “había curado de malos espíritus” -como fue el caso de María la magdalena-, lo que entonces se entendía por estar dominadas por las fuerzas del mal; es decir, gente sospechosa. Sin olvidar que la mujer samaritana -pagana, cismática y pecadora- es la única persona que recibe la revelación de Jesús como Mesías y se convierte en misionera consiguiendo que su pueblo crea en Él.

Por tanto, no es de extrañar que fuesen mujeres las más fieles seguidoras de Jesús hasta cuando sus discípulos lo abandonaron. Tuvo que llamar poderosamente la atención que Jesús curase a mujeres (impuras) y que les pusiese a algunas de ellas como ejemplos de fe mientras dejase a hombres honorables y cumplidores de la Ley de Dios sin experimentar en carne propia sus prodigios.
Curiosamente, a Jesús no le acusaron de ser un libertino o mujeriego. A Jesús lo acusaron de blasfemo, de agitador político, de endemoniado, de estar perturbado y loco, precisamente por su amor lleno de ternura, compasión y misericordia infinitas, de delicadeza, que busca la fraternidad como signo de su Reino. Jesús escandaliza a los fariseos al valorarles menos que a las prostitutas, porque ellas creyeron en el amor mientras que aquellos solo estaban pagados de sí mismos. Suena muy actual, la verdad.

Aquellas leyes protegían únicamente a los hombres, mientras la mujer repudiada o divorciada quedaba en una situación humillante que solía degenerar en la prostitución. Una vez más, Jesús se muestra sorprendente con las prostitutas: se puso a defender el corazón de aquella conocida prostituta en casa de su invitado marcando la distancia enorme que había entre el legalismo fariseo y el Reino de amor que propugna Jesús. Y se deja tocar y ungir los pies a pesar de que caía en impureza legal. Qué no decir de Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio.

La pronta eliminación física de Jesús como un vulgar delincuente, no evitó que el poderoso germen de su amor audaz con los más débiles, incluidas las mujeres, triunfara en la historia y nos recuerde a los cristianos del siglo XXI que hagamos lo mismo, cuando tantas mujeres siguen discriminadas, incluso dentro de la Iglesia. Un reciente ejemplo intramuros: El suplemento mensual Mujeres Iglesia Mundo del diario vaticano L'Osservatore Romano (edición de marzo 2018) ha publicado un artículo en el que denuncia "la explotación generalizada de las monjas con trabajos sin paga o sueldos muy bajos", reclamando que la jerarquía eclesiástica debería dejar de tratarlas como simples sirvientas.
Volver arriba