El giro del pensamiento de Benedicto XVI en 2012
Pues bien, aquel error, en buena parte aunque no del todo, viene a solucionarlo un documento fechado el 8 de diciembre de 2012, día de la Inmaculada. Se trata del mensaje de Su Santidad con motivo de la celebración del día mundial de la paz el 1 de enero de 2013, cuyo título es Bienaventurados los que trabajan por la paz. En el número 5 nos encontramos con el inicio del cambio respecto a lo que se dice en la Encíclica. Aunque aún es tímido, sí podemos ver cómo se señala al modelo, al sistema en sí, como los culpables de la barbarie que es hoy la economía. Se dicen cosas como que el modelo económico "que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad". O bien, en el número 4: "la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales". Estos y otros ejemplos muestran que hay un cambio sustancial sobre el pensamiento reflejado en Caritas in veritate.
Otro de los textos que pueden ser considerados como precedentes de la decisión de renuncia, pues indican que se llega a la conciencia del fin de una época, es la Carta apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, de 14 de septiembre de 2012. El texto es de una sencillez y cercanía que resulta, en sí mismo, evangélico, pero desde el número 19 hasta el 28 habla del diálogo interreligioso, especialmente en el 27, que merece ser leído detenidamente: "La tolerancia religiosa existe en numerosos países, pero no implica mucho, pues queda limitada en su campo de acción. Es preciso pasar de la tolerancia a la libertad religiosa. Este paso no es una puerta abierta al relativismo, como algunos sostienen. Y tampoco una medida que abre una fisura en el creer, sino una reconsideración de la relación antropológica con la religión y con Dios. No es un atentado contra las «verdades fundantes» del creer, porque, no obstante las divergencias humanas y religiosas, un destello de verdad ilumina a todos los hombres. Bien sabemos que, fuera de Dios, la verdad no existe como un «en sí». Sería un ídolo. La verdad sólo puede desarrollarse en la relación con el otro que se abre a Dios, el cual quiere manifestar su propia alteridad en y a través de mis hermanos humanos. Por tanto, no conviene afirmar de manera excluyente «yo poseo la verdad». La verdad no es posesión de nadie, sino siempre un don que nos llama a un proceso que nos asimile cada vez más profundamente a la verdad. La verdad sólo puede ser conocida y vivida en la libertad; por eso, no podemos imponer la verdad al otro; la verdad se desvela únicamente en el encuentro de amor". Cualquier lector de textos anteriores de Joseph Ratzinger, sabe perfectamente que lo dicho en ese párrafo, especialmente lo subrayado por nosotros, contradice radicalmente posiciones previas respecto a la consideración de la verdad, del diálogo y de la propia fe. Se trata de un giro radical, producido por la necesidad de ver la fe en el contexto del encuentro con los otros, en Medio Oriente.
Creo que estos dos textos señalan un cambio en la teología que había diseñado la Iglesia en los últimos 30 años y que ha demostrado su incapacidad para comprender realmente el mundo y, en último término, la propia experiencia del Evangelio. Estas dos muestran nos dicen mucho de por qué se llegó al hecho singular de la renuncia mucho más que los escándalos sexuales, la pederastia o los problemas financieros del Vaticano. Se trata de una crisis de modelo de autocomprensión de la institución, no solo del modo cómo se vive. Por tanto, un hombre inteligente y lúcido no podía tomar otra decisión, decisión que permitirá al juicio futuro exonerarlo de tantos problemas del pasado, que la de renunciar y abrir así la puerta a otra forma de vivir la Iglesia, de ser Iglesia. La renuncia supone la muerte por agotamiento de la perspectiva agustinista que ha guiado a la Iglesia durante tantos siglos y la posibilidad de volver a vivir el Evangelio sin glosa, como quiso Francisco, como quiere hoy Francisco.
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