El nacimiento de la vida: cráteres, cianuro y luz ultravioleta; la kénosis divina.

Cráteres volcánicos, cianuro y luz ultra violeta. Estos son los tres elementos que se necesitaron para generar la vida en la Tierra primitiva. Justo todo lo contrario que hoy permitiría esa misma vida. La vida superior muere al contacto con el cianuro; la luz ultra violeta puede producir mutaciones genéticas que desvirtúan la vida; los cráteres volcánicos no son el lugar más adecuado para el desarrollo de seres vivos superiores. Sin embargo, según el estudio publicado en Investigación y Ciencia de agosto de 2018, esos elementos fueron imprescindibles para el surgimiento de la vida. Los cráteres volcánicos de hace 3.800 millones de años fueron el lugar adecuado para que la lluvia disolviera el cianuro de hidrógeno que los rayos creaban con el hierro. Esta mezcla del cianuro y del hierro, catalizados por los rayos ultravioletas, va a generar los distintos compuestos químicos que permitan la aparición del ARN en aquellos minilagos de los cráteres volcánicos. La luz ultravioleta, por tanto, será la que permita la catálisis del cianuro en azúcares que permitan la aparición del ARN, ayudados por el fosfato. Una vez que tenemos esta 'sopa primordial' ya es posible el surgimiento de la vida. Una vez creado el ARN, este pudo quedar encerrado en vesículas de ácidos grasos que tienden físicamente a generar estructuras esféricas, por su propia naturaleza. Basta con que por puro azar se creen en distintas ocasiones estas vesículas con ARN para que la vida se desarrolle, porque ya tenemos los dos elementos principales: un contenedor y un contenido capaz de la replicación; he ahí la vida en su estadio más esencial: algo capaz de replicarse. Aún falta la perdurabilidad y la evolución, pero eso llegará con el ADN en un momento posterior y casi necesario. Ya tenemos la vida en la Tierra y eso hace unos 3,8 mil millones de años. Desde ahí ya es historia, porque las leyes de la evolución hacen el resto.

Esta explicación de Jack Szostak, catedrático de genética de Harvard, es más plausible que la de Nick Lane, que expusimos aquí en 2016. Según la propuesta de Lane de que la vida surgió en las fumarolas submarinas alcalinas, se necesita que la Tierra se llene de agua, que la vida invada la Tierra y que luego se extienda a todo el planeta. La hipótesis de Szostak es más sencillla, cumpliendo con la navaja de Ockam, y permite explicar el surgimiento de la vida temprana. Una vez enfriada la Tierra, en los cráteres volcánicos se acumula lluvia con los elementos primordiales, el cianuro de hidrógeno y el hierro. Estos elementos son bombardeados por los rayos de las tormentos y la luz ultravioleta que no tiene oposición en la atmósfera al carecer de ozono. Esto permite que se combinen para que surjan todos los elementos necesarios para el surgimiento de los aminoácidos esenciales que componen el ARN. Por pura combinación se crea este elemento esencial para la vida y es cuestión de tiempo que surja el ADN. Los aminoácidos generan lípidos de forma natural. Estos lípidos, por su naturaleza, tienden a producir estructuras esféricas, encerrando dentro lo que el azar ponga a su alcance. Fácilmente podría estar a su alcance, en lugar tan delimitado, el ARN generado previamente. Una vez que se ha encerrado ARN en un contenedor lipídico tenemos la protocélula. El siguiente paso es que el ARN produzca ADN y éste permita la división de esta mórula inicial. Es cuestión de tiempo y el tiempo no era algo de lo que faltara en la Tierra primitiva. Una vez divida la célula ya no hace falta nada más. Tenemos la vida en la Tierra y la evolución hará el resto.

No hemos necesitado de ninguna intervención externa, ni de extraterrestres ni divina. La única intervención divina es la inicial, creando las condiciones para la existencia de un Universo que genere la vida. Este Universo, además, permite la existencia de una vida independizada de su Creador, al que no necesita, que sigue sus propias leyes, que avanza hacia su propia perfección, del que surge la libertad y la consciencia. Este Universo, independiente del Creador, sin embargo, proclama de forma más patente su grandeza, pues lo más grande para el Creador es la existencia de un Universo que vive sin necesitarlo, sin que tenga que intervenir, ni sustancial ni puntualmente. Esta explicación del surgimiento de la vida está muy cerca de la explicación de la creación del Universo por kénosis divina, según la exposición de Hans Jonas, seguida en parte por Jürgen Moltmann. Me explico. Dios podría haber creado un Universo desde sí mismo, entonces no sería otra cosa que su propia extensión, lo que entendemos por monismo, o bien el panteísmo, es decir, todo es Dios mismos en versión finita. Esta explicación no es válida para la concepción judeocristiana, pues el mundo es algo distinto del Creador. La otra posibilidad es que Dios creara el Universo desde algo fuera de sí mismo, entonces caemos en el dualismo. Existirían dos ámbitos ónticos, ambos infinitos. Lo que Dios habría hecho es crear a partir de algo preexistente, por eso la doctrina cristiana dice que Dios creó de la nada, es decir, de nada preexistente a Él mismo. Pero eso no implica que creará desde sí mismo, así es que ni monismo ni panteísmo ni dualismo. Cuál es la respuesta, entonces. Que Dios no hace algo, sino que se niega algo a sí mismo; Dios se contrae, deja espacio óntico para que algo distinto sea en sí mismo, distinto de Dios, independiente, pero creado por la omisión divina. Dios no crea por acción, sino por omisión. Al dejar espacio, al contraerse, al negarse a sí mismo, deja espacio para el ser-otro. La otredad nace desde la mismidad divina autonegada, desde el vacío que deja Dios para lo otro.

Esta explicación del surgimiento del Universo y, por tanto, de todo lo existente fuera de Dios, permite escapar tanto del monismo como del dualismo. Por eso exige una imagen de Dios distinta, la imagen trinitaria: Dios no es uno ni dos, ni tres tampoco; Dios es una, una comunidad de Amor. En esta comunidad amorosa lo primero es el Amor, el salir de sí hacia el otro, de modo que la mismidad nace de la alteridad radical y absoluta. Solo así, la mismidad no es absolutismo cerrado en sí mismo, sino apertura creadora por autonegación, por abnegación, por kénosis. El ser divino trinitario es, desde su propio origen una abnegación amorosa en la que la relación constituye el ser íntimo, de ahí que la trinidad se identifique como una Persona de personas, una relación constitutiva y constituyente.

En términos clásicos, para crear, Dios ha de negarse a sí mismo, ha de negar sus atributos. De los tres atirbutos, omnipotencia, omnisciencia y benevolencia, Dios se niega a sí miso la omnipotencia en el mismo momento de la creación del Universo. El acto kenótico es un vaciamiento de la omnipotencia: para crear algo distinto de sí sin ser Él mismo lo creado, ha de renunciar a poder todo sobre eso creado, de lo contrario no habría separación ontológica entre Dios y lo creado. El Universo tiene sus propias leyes, y son leyes porque no pueden ser violadas sin que el Universo deje de ser, porque Dios ha abandonado la posibilidad de intervenir en él. Si Dios conservara esa posibilidad, entonces el Universo no sería más que una máscara, como en Mátrix, un epifenómeno tras el cual no habría nada de lo que podemos ver. Si la Ciencia nos puede explicar algo del Universo es, precisamente, porque Dios no puede intervenir, si pudiera hacerlo no habría opción a la Ciencia, todo sería un juego de espejos, un puro espejismo. No es otra cosa lo que está detrás de todas las posiciones platónicas y sus epígonos, incluso el mismo cristianismo en tanto que platonismo vulgarizado, al decir de Nietzsche.

El segundo acto kenótico es la existencia de la libertad y la consciencia en el Universo. Para que exista un ser autoconsciente es necesario que sea libre, es decir, que pueda tomar decisiones que lo condicionen de forma definitiva. Es imprescindible que el ser autoconsciente pueda decidir sobre su existencia, sobre su futuro, sobre sus acciones; de no ser así, todo sería una mera obra de teatro, donde los seres supuestamente conscientes no harían otra cosa que representar un papel previamente adjudicado, como bien lo vio Calvino en línea con San Agustín. Para estos dos grandes teólogos, el hombre no es libre (para Calvino con claridad, para Agustín con matices, pero en el fondo niega la libertad real del hombre), sino que Dios lo ha predestinado a la condenación o la salvación, porque Dios no ha perdido ni la omnipotencia ni la omnisciencia. Si Dios sabe todo lo que vas a hacer, si todos tus actos están ya en la mente divina, entonces tú no actúas libremente, sino que ejecutas el programa predeterminado por Dios. Si somos libres, entonces Dios no sabe todo lo que vamos a hacer, y si no lo sabe es porque se ha negado a sí mismo, en el segundo acto kenótico, la omnisciencia. Dios no lo sabe todo. La kénosis divina empieza por la omnipotencia, continúa por la omnisciencia y concluye con la Encarnación. Dios concluye el proceso de Creación haciéndose totalmente otro en el Universo creado, en la vida del Universo, en la humanidad y, finalmente, en Jesús de Nazaret, plenitud de esta Encarnación y expresión suprema de la abnegación divina.

La vida, tal como nos la explica Szostak, es un claro ejemplo de kénosis. La física de las partículas, negando su plenitud, genera lo otro de sí desde su propia mismidad. La química es el resultado de la negación de absoluto de la física. Los procesos físicos son deterministas, pero hay un elemento extraño en ellos, un ausencialismo por el cual tienden hacia su propia negación. La química también es determinista, pero hay en ella un ausencialismo por el que elementos como el cianuro y el hierro, en presencia de rayos y de luz ultravioleta, permite el surgimiento emergente del ARN. Una vez que el ARN está presente, las leyes de la física y la química hacen el resto, hasta el siguiente salto emergente ausencialista, el surgimiento del ADN. Tras él vendrá el nacimiento de la célula eucariota a partir de la unión de la una bacteria y una arquea. Después surgirán las colonias de eucariotas que permitirán el nacimiento del primer ser pluricelular y de ahí hasta nosotros todo es historia evolutiva.

Los cielos cantan las maravillas del Creador, y a fe que es así, pero son maravillas aún más potentes que las que creíamos hasta hace poco. Cada día, la Ciencia nos da más motivos para la fe, pero una fe vaciada de los contenidos clásicos, una fe acorde con el Dios que crea y ama.
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