La sociedad de 'descartes'

Pronto comenzará el curso y volveré a impartir la Historia de la Filosofía Moderna, una de las que imparto con más gozo, pues me permite repasar de forma periódica los pilares de este mundo en que vivimos, que sigue siendo moderno aunque sea con el prefijo que lo determina, el tan manido post. Y, además, me da un privilegio inmerecido. Puedo influir en la formación de unas mentes que están empezando a transitar por los vericuetos de la filosofía como modo de preparación a la teología, de ahí que mi docencia siempre tenga presente que la filosofía tiene una función ancilar, sea para la teología o sea para la misma vida, aplicando la máxima latina, primum vivere, deinde philosophari. O, como me gusta insistir, compartiendo la idea de Hume, la razón, en este caso la filosofía, debe estar al servicio del ser humano completo. Filosofar siempre es un momento segundo, lo primero es vivir.

En la asignatura hay un momento nuclear que es el pensador francés René Descartes. Para mí es, además, el anclaje para una crítica de la Modernidad en lo que tiene de construcción de un mundo donde el ser humano es capaz de destruirse a sí mismo y al medio que le rodea. Con Descartes tenemos el surgimiento del hombre moderno, el hombre que se construye a sí mismo y que es el creador de la otredad desde la mismidad. Hasta Descartes, el ser humano se sabe en deuda con lo otro de sí: con el mundo natural, con los otros y, principalmente, con Dios. Sabe que su ser es debido, sea un don o una deuda, pero no se lo debe a sí mismo. El ser humano previo a Descartes no puede entenderse sin lo otro. Ni Galileo ni Newton fueron capaces de salir de esa 'deuda' de todo ser humano con lo otro. Sin embargo, Descartes sí es capaz de fundar su existencia en sí mismo, sin necesidad de nada fuera de él. Es más, su existencia tiene una dimensión puramente intelectiva (Je suis une chose qui pense), la materialidad no es más que fuente de confusión. Lo sentidos le engañan, la realidad es más una ilusión, pues un genio maligno puede haber producido todo eso para que él crea que existe y sin embargo no ser real. Es decir, Dios puede haber creado una especie de ficción virtual para que tú creas que es real y que vives. Para salir de todo este marasmo solipsista, Descartes recurre a su conciencia: yo que dudo, pienso, si pienso existo. el cogito se asienta sobre el dubito. He aquí el fundamento del pensamiento cartesiano sobre sí mismo y la realidad. Las consecuencias son de tal gravedad que se extienden como un seísmo por toda la Modernidad. Hay una página magistral, que siempre leo a mis alumnos, donde Descartes saca las consecuencias de la autogeneración del cogito. Cuando ve gente pasar por la calle desde su ventana, él no sabe si son personas o no lo son. Ve capas, gorros, guantes, pero no ve personas. Solo son personas en el momento en que él hace un acto de afirmación de su personeidad. Es decir, son personas cuando y porque él lo decide. Podrían ser autómatas, llega a decir, pues no sabe, sus sentidos le pueden engañar, el genio le puede engañar. Es solo el acto de afirmación del cogito el que crea a los otros como seres humanos. Dicho de otra manera, la otredad queda constituida desde la mismidad y no al revés, como había sido hasta Descartes y como indica el sentido común.


Ya tenemos el nacimiento de la Modernidad y de él se derivan todas las consecuencias: el sujeto creador de su mundo, la razón como guía única del ser humano y la historia como el desarrollo de esa razón del sujeto. Como decía Moreno Villa, el cogito ergo sum dio lugar al conquiro ergo sum. La autoposición del sujeto implica el dominio sobre todo lo existente, pues solo tiene ser en la medida en que el sujeto se lo atribuye. He aquí, probablemente, el fundamento de esta posmodernidad globalizada neoliberal que hoy padecemos. El capitalismo es un hijo legítimo de este incipiente individualismo y de la estructura de dominio del mundo. El capitalismo necesitó a Descartes y después a Calvino. El mundo medieval era católico y por tanto, permítaseme el anacronismo, anticapitalista. En la moral católica el ser humano está referido a Dios en todos sus ámbitos. Nada de lo que haga escapa a esta relación. Su acción está vinculada a la comunidad. Las riquezas siempre están en función de una realidad superior, la salvación eterna, de ahí que se legitimen como un servicio. Sin embargo, la revolución cartesiana y la protestante ponen en bandeja al capitalismo su legitimación. El sujeto es por sí mismo, ni por la comunidad ni por Dios. Este sujeto no está sujetado por nada, pues es por sí mismo y todo lo que haga está justificado en el momento que es para su existencia. La riqueza es el trasunto humano de la salvación divina. Si te enriqueces es porque Dios te ha predestinado a la salvación. Es el signo externo de la salvación interna.

Esta visión del hombre y del mundo lleva inexorablemente a que una parte de la humanidad y de lo humano quede excluida de este mundo. Es el corolario necesario a la doctrina de la predestinación calvinista de origen agustiniano. Todos no han sido salvados, ergo muchos quedan excluidos. Los pobres, los indigentes, los tullidos, las prostitutas, los niños abandonados, los marginados, todos han sido predestinados por Dios a la condenación, como muy bien indica su situación. Unos pocos sí han sido predestinados a la salvación, siendo su riqueza el signo visible de la misma. El resto son descartados. La sociedad creada a imagen del pensamiento de Descartes crea una sociedad del descarte. La inmensa mayoría de las personas son puros y simples descartes.
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