Las mujeres en los conflictos armados y los procesos de paz

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Durante siglos, Europa ha sido un campo de batalla, pero los horrores de la Segunda Guerra Mundial y los regímenes políticos que la provocaron han arraigado en los europeos un profundo deseo de paz y respeto de la dignidad humana. Prueba de ello es la estimulante aunque laboriosa construcción de la Unión Europea: hasta seis generaciones han vivido sin haber tenido experiencia directa de una guerra. Tal vez sea esta sea la razón por la que los europeos se muestran atónitos e incrédulos ante los conflictos que siguen afectando a pueblos y naciones no muy lejanos y, de hecho, muy a menudo contiguos. Así pues, las consideraciones geopolíticas, favorecidas por los medios de comunicación y las redes sociales, se multiplican y las opiniones se polarizan, la mayoría de las veces sobre la base de prejuicios ideológicos. Sin embargo, hay consideraciones que son o deberían ser comunes a todos, independientemente de las orientaciones políticas o culturales, y que conciernen a la esfera de las emociones: todo el mundo considera intolerable el sufrimiento causado por las guerras a los niños, los ancianos, los discapacitados. En esta misma esfera de las emociones, pero también de la razón, merece especial atención el papel de la mujer en las situaciones de conflicto y en los procesos de paz.

Aunque sabemos muy bien que los contextos culturales, sociales y económicos en los que tienen lugar los conflictos y las guerras son muy diversos (difícil saber cuántos hay en la actualidad, pero no son menos de 30) y que, por lo tanto, es difícil hablar del papel de la mujer en estos contextos de manera general, también es cierto que en tales situaciones todas las mujeres cuentan con los mismos recursos espirituales y morales para hacer frente a realidades como la vida, la muerte, la violencia y la supervivencia de ellas mismas, de sus hijos, de sus mayores y, en definitiva, de todas las personas que están a su cargo.

Una primera consideración es que las mujeres, en situaciones de conflicto armado, tanto si toman parte activa en él, directa o indirectamente, como si lo sufren, son las víctimas que llevan las marcas, a veces indelebles, durante más tiempo. La violencia del conflicto las deja viudas con hijos que criar o las priva de sus afectos más queridos, pero sobre todo, en muchos, demasiados casos, viola la integridad de sus cuerpos. Y esto ocurre en todas las regiones del mundo. Los abusos sexuales han sido una aberrante constante histórica desde la antigüedad, pero sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX este comportamiento criminal ha sido considerado un "arma de guerra" y condenado explícitamente por la comunidad internacional. En Europa, las personas más mayores recuerdan con dolor las llamadas violaciones "étnicas" sufridas por las mujeres durante la larga y sangrienta guerra en la antigua Yugoslavia y hoy leemos sobre la terrible violencia sufrida por las mujeres en Ucrania y por las israelíes durante el atentado del pasado 7 de octubre. Y con todo, y sin querer establecer una clasificación de los sufrimientos, creo que los testimonios presentados por las mujeres congoleñas al Papa Francisco el 1 de febrero de 2023 alcanzan cotas de angustia sin precedentes.

Una segunda consideración se refiere a la fuerza que las mujeres son capaces de expresar gracias a sus recursos espirituales y morales. Estos recursos están constituidos por el coraje, como el que demuestran las mujeres que asumen un papel activo en los conflictos armados, creyendo un deber participar en la lucha para defender a sus países. Mientras que en Israel, normalmente, el 30 % de los soldados del ejército son mujeres, en Ucrania, tras la invasión del 24 de febrero de 2022, muchas mujeres se alistaron y actualmente hay alrededor de 43.000 combatientes femeninas; esto también ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando muchas mujeres en Europa lucharon en la guerra de partisanos. Y esto ciertamente ocurrió y ocurre en muchas otras partes del mundo, de forma indocumentada como, por ejemplo, el caso del grupo de mujeres vietnamitas, organizadas por el Siervo de Dios Cardenal Van Thuan, que, desafiando el peligro de ser arrestadas, llevaron comida a los leprosos, lo que estaba estrictamente prohibido. Lo hacían recorriendo el campo en bicicleta y llevando tabletas de pasta de pescado de alto valor nutritivo dentro de una especie de carpetas para no levantar sospechas.

Otra cualidad femenina que emerge especialmente en situaciones de conflicto es la fortaleza,  que, en palabras de San Pablo VI, es justo lo contrario de la violencia. De ello han dado siempre testimonio las madres de los soldados rusos, sin esperar a la guerra actual, basta leer los libros de Anna Politkovskaya; de ello dan testimonio las madres ucranianas que tratan, sin descanso, de recuperar a sus hijos deportados silenciosa y engañosamente; esa misma fortaleza testimonian las madres nigerianas de las colegialas secuestradas en 2014 y que acudieron a las Naciones Unidas para reclamarlas; esa fortaleza es también  testimoniada por  Rachel Goldberg-Polin, quien lidera el grupo de familiares de los rehenes israelíes aún en manos de Hamás.

Hay otra actitud, o más bien otro "estilo", como lo llama el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017, que en determinados contextos culturales también adoptan eficazmente las mujeres y es el estilo de la "no violencia”. Un ejemplo vivo de este estilo es la hermana Ann Rose Nu Tawng, monja católica de Myanmar, un país donde la guerra civil dura ya dos años sin atisbo de remitir. Pues bien, en dos ocasiones, en febrero y marzo de 2021, esta mujercita, la quinta de 13 hijos de la campiña del norte del país, consiguió detener los ataques que la policía iba a lanzar contra los manifestantes poniéndose de rodillas delante de los policías. Pero la Hermana Ann, que es enfermera, es también testigo de la fiel y dedicada tarea del “cuidado”-cuidar a los enfermos, cuidar a los ancianos, cuidar a los niños- que siempre ha caracterizado el papel de las mujeres en los conflictos armados. Ella, además, pero no sólo ella, tiene el consuelo de la oración que permite "desmilitarizar el corazón", como dice el Papa Francisco.

¿Qué podemos decir, por último, de la capacidad de cooperación de las mujeres incluso en situaciones de conflicto? Lo demuestran las mujeres palestinas e israelíes que, unidas en asociaciones como Women Wage Peace o Women of the Sun, trabajan constantemente por la paz entre sus dos pueblos. Un compromiso sin duda puesto a prueba por la guerra que estalló el 7 de octubre de este año, en la que la violencia del conflicto convierte a las mujeres, junto con sus hijos y sus ancianos, en las víctimas más débiles de los secuestros y atentados que tienen lugar en Gaza.

Una tercera consideración se refiere a los procesos de paz, procesos de paz que son de dos tipos, "informales" y formales. Los primeros son los que pretenden deshacerse de la violencia del hambre, la pobreza, la ignorancia, la injusticia, etc. Son los procesos que pretenden alcanzar la paz con el Desarrollo Humano Integral que se ha convertido en el nuevo nombre de la paz  (Populorum Progressio, 76). "La verdadera paz no es posible -escribió San Juan Pablo II en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1995, dedicado a "La mujer: educadora para la paz"- si no se promueve a todos los niveles el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, ofreciendo a cada individuo la posibilidad de vivir conforme a esta dignidad”. Y para vivir de acuerdo con esta dignidad, hay que alimentar literalmente el propio cuerpo y la propia mente. Aquí, las mujeres de los países en desarrollo, en su mayoría mujeres rurales, productoras de alimentos con su trabajo en el campo, son las protagonistas absolutas. El hambre, de hecho, es causa y desencadenante concurrente de conflictos y guerras. Y es de las mujeres de quienes depende el sustento de sus familias y especialmente de sus hijos, y muy a menudo también el de otros niños y niñas sin madres o sin padres que puedan cuidar de ellos. Siguen siendo las mujeres las que ayudan a fortalecer sus comunidades, porque son capaces de trabajar en equipo, y es de las madres de quien depende también la educación, ante todo la educación para estar juntos, que es en definitiva la educación para la paz.

En cuanto al segundo tipo de procesos de paz, los "formales", los rasgos de aptitud de las mujeres para afrontar situaciones de conflicto, apenas esbozados antes, deberían permitir a las mujeres ser protagonistas también en este tipo de procesos. De hecho, las mujeres tienen ya desde hace algunas décadas la capacidad de asumir lo que San Pablo VI llamaba las “verdaderas armas de la paz”, es decir, las armas morales que dan fuerza y prestigio al orden internacional como son la diplomacia y la negociación (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1976). Por otra parte, todavía son demasiado pocas las que, a pesar de su reconocida capacidad pacificadora y de las Resoluciones de las Naciones Unidas (Res. 1325), desempeñan un papel significativo en el ámbito diplomático. De hecho, aunque hay que reconocer que se han producido algunos avances, entre 1992 y 2019, las mujeres representaron de media sólo el 13% de los negociadores. Algunos ejemplos más recientes los encontramos en 2014, cuando Miriam Coronel-Ferrer, en Filipinas, fue la principal negociadora del gobierno y firmó el acuerdo de paz que, tras cuarenta años, puso fin al conflicto entre el gobierno filipino y el Frente Islámico de Liberación. Y fue acertadamente, otra mujer con grandes dotes para la resolución de conflictos, Leymah Gbowee, pacifista liberiana y Premio Nobel de la Paz, quien ayudó con su movimiento no violento de mujeres a poner fin a la segunda guerra civil de Liberia en 2003 y fundó la organización panafricana Women Peace and Security Network Africa con el propósito precisamente de promover la participación de las mujeres en los procesos de paz. Esperemos que este objetivo se cumpla pronto.

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