Javier Fernández Aguado presenta 'Entrevista a Simón Bolívar', un desafío intelectual Un lustroso general dominado por Ptono

Simón Bolívar
Simón Bolívar

"En la introducción a 'Entrevista a Simón Bolívar' (Kolima, 2025) parafraseo un bolero de Álvaro Carrillo, porque pasarán más de mil años y la figura de Simón Bolívar (1783-1830) seguirá sumida en la polémica"

"Oscila entre el paradigma del héroe y el del traidor, el del libertador que emancipó una zona de América y el del aventurero que devastó una amplia extensión del Continente en lo moral, lo político y lo económico"

"La realidad, alérgica al cliché, no es una foto fija… Bolívar es poliédrico, acopia facetas dictadas por una apresurada combinación entre el oportunismo y el convencimiento"

"'Entrevista a Simón Bolívar' (Kolima, 2025) no es un interrogatorio, sino un desafío intelectual. El lector es quien debe sacar conclusiones. Pensar sin herrajes que constriñan nos hace libres"

En la introducción a “Entrevista a Simón Bolívar” (Kolima, 2025) parafraseo un bolero de Álvaro Carrillo, porque pasarán más de mil años y la figura de Simón Bolívar (1783-1830) seguirá sumida en la polémica.

Oscila entre el paradigma del héroe y el del traidor, el del libertador que emancipó una zona de América y el del aventurero que devastó una amplia extensión del Continente en lo moral, lo político y lo económico.

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La realidad, alérgica al cliché, no es una foto fija. No queda claro en las sangrientas dictaduras caribeñas contemporáneas más criminales ni en el neoliberalismo reaccionario, si el Bolívar a quien reivindican obsesivamente es al cosmopolita revolucionario de la Carta de Jamaica o al estadista presuntamente circunspecto y mesurado que pretendió gobernar Colombia los últimos años de su vida. Un Bolívar casi siempre interpelado como adarga de los despropósitos personales y corporativo-autocrático-gubernamentales.

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Bolívar es poliédrico, acopia facetas dictadas por una apresurada combinación entre el oportunismo y el convencimiento. Se esforzó con denuedo, fruto de un enervante resentimiento contra España por no haber atendido ésta sus desquiciados anhelos de grandeza nobiliaria en la patria de sus ancestros y con nebulosas ansias de libertar unos pueblos a los que -¡lo remachó con porfía!- despreciaba.

Pese a su conjetural republicanismo, Bolívar, al distribuir sus conquistas entre sus afines, antecedente del peronismo que aún daña a algunas organizaciones y países, diseñó las bases para una nueva aristocracia de autoritarios. Compuso con presura una ávida oligarquía dueña de unas naciones frágiles, en las que la corrupción y sus consecuencias —entre otras el asesinato político, como el de Manuel Piar o el de Antonio José de Sucre– se convertirían en una patología crónica que aún hoy sigue asolando al Continente.

Apoyándose en una resabiada élite criolla, Bolívar fue incapaz, en un proyecto democratizador con minúsculo alcance, de algo más que de sustituir a una clase dominante por otra. Con la salvedad de que, cuando España se retiró, determinados estratos de la sociedad, en especial el indígena, perdieron lo poco que tenían, fuera por la ineficacia de las metamorfosis para propiciar su participación en la vida civil o por el dominio, no exento de violencia, de los independentistas que pergeñaron que sus privilegios aumentasen a costa de los menos pudientes. Menesterosos que, es justo recordarlo, habían sido atendidos por el escudo social implementado por la Iglesia católica con el arbotante de los virreyes peninsulares.

Bolívar se confió a caciques que incrementaron sus patrimonios mediante la intimidación. Se repartieron perversamente el botín. Fue, entre otros, el caso de José Antonio Páez, el más taimado de quienes acabarían por traicionar a Bolívar. El caudillismo impulsó un desaforado lote de recursos entre las élites. Esas malandanzas culminaron con el apuñalamiento del designio republicano y el afán de unificar América. Se generó, al cabo, una fragmentación social mayor de la que había existido durante el Imperio.

Simón Bolívar acopia muchas semejanzas con Ptono (en griego Φθόνος, Phthónos) la personificación de la envidia. El término puede traducirse como «envidia, celos, malquerer o menosprecio». Figura, sin ir más lejos, en algunas vasijas áticas, con alas, en forma de amorcillo compañero de Afrodita.  Cicerón aseguró que invidentia (envidia: no ver el bien de los demás) era hija de Erebo y la nocturnidad.

Ptono
Ptono

Calímaco señaló que Apolo rechazó a la envidia con la extremidad inferior y afirmó: “grande es la corriente del río Asirio, pero arrastra en sus aguas muchos lodos e inmundicias”. ¡Qué arduo encontrar mejor definición de Simón Bolívar! Según el doctor de la Iglesia san Ireneo (c. 125-c. 202), los gnósticos aseguraban que el primer ángel perjuro y su compañera concibieron varios hijos: la perversión, la rivalidad, la envidia (Ptono), la furia y la lujuria.

Los romanos no depositaban sus haberes en manos de la mera protección que ofrecían cerrojos y herrajes. Acudían a la protección de imágenes y símbolos mágicos que se situaban en el umbral de las puertas para alejar el mal. Hic habitat felicitas, nihil intret mali –“la felicidad habita aquí, nada inicuo entre”–, se lee en una inscripción de un mosaico premedieval en Salzburgo. La envidia de las haciendas foráneas se consideraba esencialmente aviesa. Un mosaico de la isla de Cefalonia muestra a Ptono, encarnación de la envidia y el resentimiento, descuartizado por fieras salvajes. Así acabó Simón Bolívar, general en su intrincado laberinto.

Por no mencionar su incontrolada voluptuosidad. Al analizar su obsesión por lo genital viene a la cabeza lo que escribió Lotario dei Conti di Segni en los albores del siglo XII en su ensayo sobre la miseria de la condición humana. Quien llegaría a ser Inocencio III afirmó que la lujuria es un enemigo que no habita lejos, sino cerca, no fuera, sino dentro. Nunca se rechaza a menos que se huya de ella, nunca se mata a menos que se castigue el cuerpo. Corrompe toda edad, confunde todo sexo, destruye todo orden, pervierte todo grado. Invade a viejos y jóvenes, hombres y mujeres, sabios y sencillos, superiores e inferiores.

“Entrevista a Simón Bolívar” (Kolima, 2025), al igual que “Entrevista a Stalin” (Kolima, 2024) y “Entrevista a Aristóteles” (LID, 2023) no es un interrogatorio, sino un desafío intelectual para penetrar en los razonamientos de aquel que acumuló resplandores de estratega nimbado de brillantez napoleónica y comportamientos de patibulario obsesionado por su gloria y sus placeres sicalípticos. El lector es quien debe sacar conclusiones. Pensar sin herrajes que constriñan nos hace libres.

Lapresentación de Josep Capell, el prólogo de Nelson Padua y el epílogo de Víctor Hugo Malagón enriquecen notablemente el libro. La edición realizada por Kolima es propia de miniadores. El trabajo de Marta Prieto, Rocío Aguilar y Carolina Hernández en ese sentido es digno de encomio.

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