El sentido del dolor Para una vida con sentido (V)
"El sufrimiento es, visto con ojos de fe, un don que hemos de recibir con reverencia procurando hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace"
"San Gregorio Magno escribió en su Regula Pastoralis: de mucha salud para el alma sirve el malestar del cuerpo. La enfermedad nos muestra la propia debilidad y reforma el alma"
"Cuando el ambiente vital en el que Dios nos ha hecho nacer es aburguesado, acercarse al dolor hace reaccionar"
"Cuando el ambiente vital en el que Dios nos ha hecho nacer es aburguesado, acercarse al dolor hace reaccionar"
Los planes del Creador para cada uno de nosotros se hallan con frecuencia distantes de los que desean quienes nos quieren o de nuestros propios proyectos. Hemos de estar listos para rechazar con prontitud y fortaleza interpretaciones terrenales. Aceptar razonamientos cortoplacistas produce un daño que podría revelarse grave. Entre otros motivos, porque podría hacernos perder el valor de ese regalo divino que es el dolor.
Afirma el libro de los Proverbios: a quien el Señor ama, le reprende, como un padre a un hijo querido.
El sufrimiento es, visto con ojos de fe, un don que hemos de recibir con reverencia procurando hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace. Ante la pesadumbre física o la contradicción moral o afectiva hemos de reaccionar con agradecimiento al creador, porque nos facilita la identificación con Cristo paciente.
San Gregorio Magno escribió en su Regula Pastoralis: de mucha salud para el alma sirve el malestar del cuerpo. La enfermedad nos muestra la propia debilidad y reforma el alma; la purifica de los pecados cometidos y la reprime de los que podrían cometerse.
El dolor, si es recibido con visión sobrenatural, puede hacernos callados y sufridos. Sirve para reparar por nuestros pecados y para recordarnos que hemos de pagar por haber errado voluntariamente en los senderos elegidos. Prosigue San Gregorio: al padecer exteriormente por dentro, nos dolemos más de nuestros pecados y, por medio de la lesión corporal, se purifica más la herida oculta del corazón.
En este sentido pueden entenderse rectamente las palabras reveladas en el libro de los Salmos: danos alegrías por los días en los que nos afligiste / por los años en los que conocimos desgracia. El cristiano ha de considerar la pesadumbre como una dádiva. Advertía san Juan Pablo II: el dolor es un bien ante el cual la iglesia se inclina con veneración, con toda la profundidad de su fe en la redención.
Ante un contexto de consternación, cuando el cuerpo, por enfermedad o vejez, se queja no es preciso interrogarse demasiado. Aconseja Juan Crisóstomo que es preferible aceptar rendidamente la congoja, porque saber cuándo hayan de terminar nuestras tribulaciones, cosa es que pertenece a Dios, que permite que nos vengan; pero soportarlas con todo hacimiento de gracias, toca a nuestro reconocimiento. Si así lo hacemos, se nos seguirán toda suerte de dones. Pues como esos bienes se sigan y aumentemos aquí nuestros merecimientos y sea allá más espléndida nuestra gloria, aceptemos cuanto el Señor nos envíe, dándole por todo gracias, pues El sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y él nos ama más ardientemente que nuestros padres.
Repitiéndonos como una canción estos dos pensamientos en cada una de nuestras tribulaciones, reprimamos la tristeza y demos gloria a Aquel que todo lo hace y todo lo ordena para nuestro bien. De esta manera, dejaremos todas las asechanzas del enemigo y alcanzaremos las coronas inmarcesibles que a todos sus deseos por la gracia de amor de nuestro señor Jesucristo, con el cual, en unión del espíritu Santo, sea el Padre gloria y poder y honor, ahora y siempre por los siglos de los siglos.
Cuando el ambiente vital en el que Dios nos ha hecho nacer es aburguesado, acercarse al dolor hace reaccionar. El Señor puede remover nuestras almas para hacernos salir de una actitud acomodada. En los pobres y los enfermos podemos descubrir la imagen de Cristo, y quizá con más celeridad en las propias dolencias. C.S. Lewis lo expresó rotundo: la contradicción es el altavoz que Dios emplea para que la criatura humana le escuche.
Continuará…