Sobre los abusos sexuales en la iglesia católica Teté tiene nombre y apellidos
Valoración crítica del reciente libro "Yo no fui, fue Teté", del profesor Helio Gallardo, presentada el 19 de septiembre en la Universidad de Costa Rica
| Hanzel J. Zúñiga Valerio
Quisiera agradecer a cada uno/a de ustedes por el interés en esta presentación: a quienes ya han leído el libro y a quienes lo leerán pronto, espero que motivados aún más por lo que pueda decirse aquí. También quiero agradecer a mis colegas profesores de la Universidad de Costa Rica (UCR) y de la Universidad Bíblica Latinoamericana (UBL) aquí presentes. Más particularmente, quiero agradecerle al profesor Luis Diego Cascante Fallas, director de la Cátedra de Estudios sobre Religiones (CER), por su amable y retadora invitación. Y, como es evidente, mis palabras de agradecimiento deben dirigirse al profesor Helio Gallardo Martínez, en primer lugar y de forma más englobante, por su ingente producción académica que abarca cuatro décadas en las que ha puesto a dialogar pensamiento político, realidad social y fenómeno religioso en América Latina. Su humor e ironía característicos, su agudeza en la expresión de ideas, así como su incisiva pluma constituyen un legado fundamental para quienes, desde disciplinas colindantes, caminamos las sendas de la crítica en consecución de la “utopía” latinoamericana.
Concretamente, quisiera agradecerle el haber ordenado sus ideas referentes al tema de los abusos sexuales en la iglesia católica, en un libro de ágil lectura. Son pocas las páginas, pero su contenido no defrauda. Se trata de anotaciones y reflexiones con pocas citaciones explícitas porque las ideas han nacido de su experiencia que ha confrontado las teologías latinoamericanas y el modelo europeo clásico de la teología.
Para nadie es un secreto que el primero de los aciertos de la publicación ha sido su título. Para muchos/as centroamericanos/as (y mexicanos/as, según se me aclaró), el estribillo “De tin marín, de don pingüé, cúcara mácara, títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale que ella fue” es una copla de infancia que sirve para evadir una función indeseada en un juego. Es una fórmula análoga al “Zapatito cochinito, cambia de piecito” o al “Piedra, papel, tijera…” pero con mayor intensión de sortearse la responsabilidad sobre algo. Pues bien, esta denominación se adecúa perfectamente a lo que el profesor Gallardo quiere subrayar en su comentario a la carta abierta de Joseph Ratzinger “La Iglesia y el escándalo del abuso sexual”, publicada originalmente en la revista Klerusblatt, el 11 de abril de 2019, aunque filtrada previamente por The New York Times. La causa de estas conductas de abusos de conciencia y de poder, según el papa emérito, están en cualquier otra parte, pero no “en” la iglesia, menos aún en su condición de ekklesía, por lo que termina transfiriendo las responsabilidades.
En tres capítulos, que avanzan progresivamente, el profesor Gallardo analiza cada parte del documento de Benedicto XVI discutiendo sus “no-aportes” para el debate. Desde un punto de vista político, que analiza las estructuras del discurso, pone su mirada en el papel del Estado y en la revolución sexual de la década de los 60. Esgrime que, para Joseph Ratzinger, las políticas gubernamentales en materia de educación sexual y la “degeneración” de la Revolución del 68 son un proyecto político orquestado. La modernidad liberal ha generado, según esta lógica, el caldo de cultivo que alojará las “perversiones” que, posteriormente, se infiltrarán en la iglesia “santa”. Teté es la sociedad moderna.
El papa emérito propone, en su argumentación, que debemos recurrir a la fe y al “amor por nuestro Señor Jesucristo” ya que estamos en medio de una batalla entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo, donde Dios ha permitido “pruebas” como las de los abusos sexuales para, finalmente, vencer a Satán. El profesor Gallardo da en el punto al subrayar las espiritualizaciones de esta línea discursiva: las narraciones metafísicas sirven para resguardar las responsabilidades humanas porque ubican los abusos en el ámbito de la estratosfera, pero nunca toman en cuenta el dolor, el trauma y la violencia perpetrada contra las víctimas. El debate sobre la existencia de Dios, propuesto en la carta, nada tiene que ver con las personas de carne y hueso que han cometido estos crímenes. La invención de meta-relatos que ubican a los agresores como emisarios del diablo solo desvía la atención de la participación de la iglesia en la protección de delincuentes. Teté es, ahora, Satán.
Seguidamente, el profesor Gallardo realiza cortes incisivos en la parte final del documento que, nuevamente, busca desviar la atención con la idea de un “proyecto político” en contra del cristianismo. ¿No será, más bien, una propuesta divergente a un tipo de cristianismo, el místico-elitista? Todo eso ha traído problemas a la iglesia institucional que se ve “atacada” cuando cuestionan sus políticas coercitivas de formación. Pareciera que las reformas del Concilio Vaticano II y su apertura fueron “atentados” contra Benedicto XVI: hicieron que los seminaristas se juntaran con gente “normal”, que vivieran “en el mundo” y que, inclusive, les llegaran a prohibir leer sus libros [sic]. ¿Qué carajos tiene que ver una cosa con la otra? Que un hombre como Ratzinger, que ha prohibido tantas lecturas en la iglesia, se lamente de que él sea objeto de censura me parece un disparate (Pikaza 2019), además de una actitud infantil de quien se ve afectado en su ego. Pues bien, la falacia de causa falsa, tal como la evidencia el profesor Gallardo, se sigue de este modo: por no asumir su interpretación del Concilio, gran parte de la iglesia postconciliar calló en la perversión de la pedofilia. Fue el mismo Vaticano II que abandonó la teología moral escolástica (“ley natural”) para dar paso a una moral “basada enteramente en la Biblia”, es decir, dependiente del contexto y de los propósitos de la acción humana. Por no seguir los principios rectores “de Dios” y rendirse a los de la sociedad humana (una suerte de “moral positiva”) estamos en este punto decadente. En realidad, como lo desnuda el profesor Gallardo, la lógica de esta argumentación se enraíza nuevamente en la creación de realidades metafísicas. La interpretación que hace Juan Pablo II, en Veritatis Splendor, sobre “lo bueno” es un claro ejemplo de cómo trasladar el mensaje de Jesús (situacional, concreto y referido a la proximidad-projimidad) a una concepción meta-humana en la cual las víctimas quedan diluidas. Teté es, finalmente, el Vaticano II y el sector progresista de la iglesia.
Pues bien, luego de presentar someramente la obra del profesor Gallardo, quisiera reforzar algunas de sus ideas, precisar elementos difusos, según mi entender, y aportar nuevas rutas de análisis del fenómeno de la pedofilia en el seno de la iglesia católica. Como teólogo de profesión, siempre he estado interesado en temas eclesiológicos que implican el proyecto de “projimidad” de Jesús, el galileo. Por eso, mis observaciones se harán desde el quehacer teológico, con un método que se circunscribe a la crítica histórica, y que, a su vez, reclama por una teología sin puntos de llegada prefijados, es decir, una teología en camino (Segundo 1989, 220). También quiero señalar que mi análisis se concentra en el ejercicio académico que se me ha solicitado, a saber, el comentario de una obra particular. No me referiré, por tanto, a otros textos del autor, que podrían prestarse para polémicas paralelas.
Mi primera observación de fondo propone comprender la lógica del discurso del papa emérito desde su eclesiología. No es sencillo condensar aquí “una” eclesiología de quien, a lo largo de los años, ha sido cuestionado por modificar sus esquemas teológicos (González Ruiz 1987, 106-120). El teólogo Ratzinger, que escribe El nuevo pueblo de Dios (original alemán de 1969), parece ser refutado por el prefecto Ratzinger, que habla en Informe sobre la fe (original italiano de 1985). Más allá de estas discrepancias, que les invito a revisar, no ha habido cambios desde 1985: en su libro-entrevista, el otrora cardenal dibujó el proyecto político que pondría freno a las reformas del Vaticano II. Sus miedos se convirtieron en una ideología que él mismo llama “espíritu eclesial”, pero que no son sino pesadillas inspiradas en el prejuicio anti-moderno de Hans Urs von Balthasar (Häring 1987, 87). Pero, ¿de dónde nace esa predisposición? La concepción de una iglesia que esconde su “verdadera” esencia, la divina, detrás de máscaras humanas, está en la raíz de estos complejos: “Detrás de la fachada humana está el misterio de una realidad suprahumana sobre la que no tienen autoridad para intervenir ni el reformador, ni el sociólogo, ni el organizador” (Ratzinger 1985, 54, itálicas propias del original). Se trata de un modelo de iglesia “sociedad perfecta”, tal como la pensó Roberto Belarmino: una sociedad que no está subordinada a ninguna otra sociedad, que no le falta nada en su plenitud institucional, que es tan visible y tan palpable como cualquier otro reino, hasta en su jerarquía (Dulles 1975, 15). No presupongo en mi análisis la confusión de la iglesia-jerárquica con la iglesia-Pueblo de Dios o la oposición iglesia sociedad “visible”-iglesia espiritual “invisible”. Más bien, considero que disociar ambas categorías perpetúa las dicotomías: “Recurrir a una Iglesia invisible sería además una forma de resolver la cuestión de la unidad. Sería también hacer ‘especulación platónica’ en lugar de escuchar a Jesús” (De Lubac 2008, 111). Esto es válido, igualmente, para la noción de iglesia “santa” e iglesia “pecadora”. Aunque muchos teólogos no llegan “tan lejos”.
Para el papa emérito, todo lo malo y lo perverso se halla “fuera” de la iglesia porque Dios, la razón última del poder eclesial, se ha homologado de tal forma a ella que es imposible pensar la causa del pecado “dentro”. No es posible aceptar, como elemento constitutivo de la iglesia, el pecado porque la cabeza de la iglesia es Cristo. Parece ser un argumento lógico, pero entraña un dualismo fatal: que la iglesia sea “santa” no excluye que sea, a la vez, “pecadora”. La iglesia es la “iglesia de los pecadores”, más aún, es una “iglesia pecadora”, tal como lo defendió K. Rahner porque “[…] no sería el real pueblo de Dios sino una magnitud puramente ideológica, que casi tendría un carácter mitológico, si la pecaminosidad de sus miembros no le determinase también a él mismo” (Rahner 2007, p. 307). Aceptar la condición pecadora de la iglesia es, en lugar de una amenaza, una liberación que la previene de las “perfecciones etéreas” y exige de ella una denuncia presta de sus males internos. Sostener que la iglesia es “santa” sin decir que es, al mismo tiempo, “pecadora” no es sino otra forma de dualismo que no acepta la intrínseca conexión de lo trascendente con lo inmanente en la iglesia.
Aunque el profesor Gallardo tiene presente este razonamiento en su libro, no lo visibiliza lo suficiente y el lector queda sin explicaciones ante la continua apologética de Ratzinger, sus ridículas excusas y su traslación de la culpa. Es precisamente este aspecto psicológico el que quiero analizar ahora: como efecto de esta concepción eclesial de “sociedad perfecta” podemos hallar la importancia de la “sublimación” (mejor “negación”) de la vivencia de la sexualidad en pareja en el caso de sus funcionarios. El “celibato” brota de una necesidad de ser liberado de la existencia terrena (Drewermann 2005, 456). Siendo el impulso sexual una condición de felicidad física y no espiritual, según el dualismo eclesial, el demonio [sic] lo emplea para que los humanos se vean amenazados y olviden a Dios. Esta tentación de disfrazar nuestros “demonios” internos con demonios “reales” es un intento más de desviación al que acude Benedicto XVI, como también lo hace el papa Francisco, con su continua referencia al diablo en la “cuestión del gender”. La iglesia católica, en palabras de E. Drewermann, mutila la vivencia de la sexualidad (heterosexual, porque la homosexual está vedada prima facie) al considerar que “[…] el placer sexual sigue sin tener valor en sí mismo” (Ibid., 517). En todo su proceso formativo, el seminarista es invitado a reemplazar sus pulsiones fisiológicas con elementos metafísicos, como si fuera posible hacer trueque de realidades biológicas con idealismos abstractos. Aunque es cierto que algunas personas pueden vivir libremente estas renuncias, no es esta la tónica común, sino la supresión de los impulsos y la “sublimación” espiritual que se acumula y explota en tendencias neuróticas: agresividad patente (gritos, regaños, episodios de ira), actitud arribista en la búsqueda de puestos, necesidad de ser adulado, arrogancia y narcisismo, rigidez y autoritarismo, búsqueda de dinero y de la vida cómoda, obsesión por su físico (por excesivo cuido o descuido), obsesión “intelectual” para evadirse a sí mismo sumergido en los libros, alcoholismo y tabaquismo, entre otros elementos (Cencini 2016, 57-65). En un proceso de-formativo, se les ha enseñado a intercambiar realidades que no pueden ser objeto de intercambio. Se les ha inhibido a amar de forma complementaria o, al menos, se ha estropeado los mecanismos de quienes ya sabían hacerlo y “[…] son totalmente incapaces de desear, de amar, de dar rienda suelta a sus aspiraciones. Son meras cenizas humeantes, víctimas de un sistema que, en nombre de la vida, no administra más que la muerte” (Drewermann 2005, 525).
No es gratuito preguntarnos la razón por la cual es tan frecuente en el clero, particularmente en el clero homosexual, las relaciones de desigualdad con niños o adolescentes. Es evidente que la despersonalización del sistema clerical se reproduce en nuevas relaciones disímiles. Será muy difícil vivir la complementariedad si los nexos verticales son la norma, si se reproducen relaciones codependientes donde el ejercicio del poder se naturaliza, donde la familia, la parroquia y un pequeño sector de la sociedad, terminan endiosando a uno de sus miembros segregándolo. Podría este razonamiento ayudarnos a comprender la frecuente dinámica de las amistades adolescentes de muchos presbíteros: amistad desigual, cargada de la admiración de parte del joven, donde regalos y concesiones en la parroquia le terminan “conquistando”. Los juegos que implican toqueteo, los abrazos frecuentes, los besos en la mejilla que se deslizan, entre otras conductas, van allanando el camino que normaliza el contacto físico. Si la primera experiencia de amistad intensa y amorosa del clérigo se dio en su infancia o adolescencia, es ahí donde ahora, luego de años de olvido programado, buscará encontrarla nuevamente (Ibid., 542). Pero ahora las condiciones son diferentes. Su patología, como una conducta obsesiva, no tiene defensa porque hay un componente personal de decisión que convierte este comportamiento en delito por el abuso de consciencia de alguien que no siempre tiene condiciones para responder. No es gratuito, como decía al comienzo, que un sistema que despersonaliza, termine creando operarios que despersonalizan a otros, inclusive en el ámbito más sagrado: el de la inocencia de un menor. Creo que este segundo aspecto tampoco es resaltado por el profesor Gallardo, apenas se asoma en su presentación y, por ende, he decidido dedicarle espacio.
Quisiera, finalmente, fijar la mirada en lo que el profesor Gallardo apunta y denomina “la moral (si existe) cristiana” (p. 45) y la “fe de Jesús” (p. 59). Es evidente que no estamos ante un tratado de exégesis, menos aún de una obra que recoge las aproximaciones recientes sobre el “Jesús histórico”, disciplina que prefiero enmarcar en el ámbito historiográfico. Las continuas referencias al “núcleo de la Buena Nueva” de Jesús, así como su moral incluyente en todo, se derivan más de la noción universalista de la teología posterior que de la realidad de un galileo judío nacionalista. No obstante, como exégeta debo destacarlo, la noción de “prójimo” que va más allá de las estructuras sociales, es más, que invierte los valores de la religión del templo, sí es un elemento que podemos rastrear en el Jesús de la historia y en su proyecto mesiánico denominado “Reino de Dios”. La contraculturalidad que cuestiona las estructuras religiosas recuerda la herencia profética de quien se coloca al lado de los “vulnerables”. Es este un rasgo importante del movimiento intra-judío de Jesús. Sé que una anotación exegética aquí es una observación menor, pero no quiero dejarla pasar. No es válido transferir a Jesús nuestros proyectos políticos. Ya Jesús tenía el suyo propio.
Si de una evaluación se trata, el libro del profesor Gallardo es un ensayo libre, directo, cargado de ideas profundas pero expresadas con sencillez. Precisamente por eso, lo he disfrutado de principio a fin. Mi valoración es muy positiva para los amables lectores que lo adquieran, como para quienes, habiéndolo leído ya, quieran volver sobre el texto y revisar los puntos que he anotado en esta ponderación.
La realidad de los abusos sexuales en la iglesia católica no es un problema superficial. No puede diluirse en discursos que caricaturizan el escándalo, lo romantizan o, peor aún, lo normalizan. Valga esto para cualquier iglesia o institución que intenta auto-preservarse frente a una nueva cultura. Se trata de un síntoma de problemas estructurales profundos: si la iglesia no cambia la visión de sí misma (eclesiología), su sistema de formación y sus mecanismos de comunicación, continuará perpetuando crímenes y disfrazándolos de “pecados”. La incoherencia de vida de los discursos que piden misericordia, pero que no la aplican con sus prójimos más desprotegidos, es la condena final de su credibilidad. En realidad, un “mártir” es aquel que transforma discursos en acciones: “Para mí, pedid únicamente fuerza, interna y externa, para que no solo hable, sino que también quiera, para que no solo me llame cristiano, sino que también me muestre así” (Carta a los romanos, 3). Esta cita de Ignacio de Antioquía, mártir del s. II, evidencia la ligereza con la que el papa emérito, especialista en patrística, se autodenomina “mártir”.
Los cristianismos de los orígenes coincidían en su protección al desvalido. La “gran iglesia” tenía como punto de encuentro su preocupación por los sectores “vulnerables” de la sociedad. La niñez era uno de estos sectores no-humanos del mundo romano por el cual el cristianismo optó: “[…] no corromperás a los niños” (Didajé II,2) es el mandamiento directo que se leía en la antigüedad contra el maltrato y la exposición infantil. ¿Será que debemos recordarle a la iglesia institucional su misma Tradición? Creo que es mejor que lo haga Jesús: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, le iría mejor si le pusieran al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echasen al mar” (Mc 9,42).
Bibliografía citada
Cencini, A., ¿Ha cambiado algo en la Iglesia después de los escándalos sexuales? Análisis y propuestas para la formación, Sígueme: Salamanca, 2016.
De Lubac, H., Meditación sobre la Iglesia, Encuentro: Madrid, 2008.
Dulles, A., Modelos de la Iglesia: estudio crítico sobre la iglesia en todos sus aspectos, Sal Terrae: Santander, 1975.
Gallardo, H., Yo no fui, fue Teté. Ratzinger y los abusos sexuales en la iglesia católica, Antanaclasis: San José, 2019.
González Ruiz, J. M., “Carta abierta al cardenal Joseph Ratzinger”: Misión Abierta 2 (1987), p. 106-120.
Häring, H., “Joseph Ratzinger’s ‘Nightmare Theology’”: Küng, H. – Swidler, L., The Church in Anguish. Has the Vatican Betrayed Vatican II?, Harper & Row: San Francisco, 1987, p. 75-90.
Ignacio de Antioquía, “Carta a los romanos”: PG 5, 687-688.
Drewermann, E., Clérigos. Psicograma de un ideal, Trotta: Madrid, 2005.
La Didajé. La Tradición apostólica, Centre de Pastoral Litúrgica: Barcelona, 2018.
Pikaza, X., “Benedicto XVI: la iglesia y los abusos sexuales (un triste documento)”, consultado en línea el 17 de septiembre de 2019: https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Benedicto-XVI-iglesia-sexuales-documento_7_2111858815.html
Rahner, K., “Iglesia pecadora según los decretos del Segundo Concilio Vaticano”: Rahner, K., Escritos de Teología, tomo VI, Cristiandad: Madrid, 2007.
Ratzinger, J., “La Iglesia y los abusos sexuales”, consultado en línea el 17 de septiembre de 2019: https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201
Segundo, J. L., El dogma que libera, Sal Terrae: Santander, 1989.