¿Cuál es la actitud de Jesús hacia los niños? (traducción)
Por Anne-Claire Bolotte
École cathédral, Paris
Al evocar los encuentros de Jesús con niños, vienen a nuestra mente tiernas imágenes o cuadros de una bella multitud de chicos inocentes. Pero el evangelio de Mateo está lejos de este folclore. Desde el inicio aclara que “los niños son llevados a Jesús” (Mt 19,13-15). En el mundo judío, como en muchas culturas, presentar niños a un visitante es una expresión de respeto. Aquí le piden a Jesús bendecirlos y orar colocando las manos sobre ellos. Los discípulos que rodean a Jesús no lo entienden así y “regañan” a la gente. ¿Será que estos niños los están retrasando? Su reacción negativa más bien hace destacar la actitud Jesús: “Dejen a los niños, no les impidan venir a mí”. Los niños se convierten en actores, prototipo de quienes vienen hacia Jesús.
¿Ensalza Jesús el “infantilismo”? Es poco probable: la niñez no es para nada idealizada al comparar a los chicos con multitudes indecisas (Mt 11,16). ¿Por qué, entonces, conceder tal importancia a los niños? En el mundo greco-romano, el estatus del niño era el de un ser inferior, privado de todo derecho. Si el padre de familia no le reconocía, el niño era “expuesto”, condenado a muerte o a la esclavitud. De hecho, en griego, el término pais significa “niño” y “siervo” a la vez. En una familia judía, por el contrario, el niño era recibido como un don de Dios. Los niños no son excluidos. Desde su más tierna infancia, los pequeños varones eran instruidos en la Ley de la Alianza. Ellos la escuchan. ¿Acaso “venir” a Jesús no es encontrarse con un rabí que habla con autoridad? En todo caso, el niño es aquél que, para vivir, es enteramente dependiente de los otros; no tiene ni poder ni autonomía, en todo está subordinado. El niño representa, al mismo tiempo, la fragilidad más grande de la vida y la mayor esperanza para un mundo nuevo.
El texto de Mateo 18 esclarece el sentido simbólico que Jesús da a la niñez. Cuando sus discípulos le preguntan “¿Quién es el más grande?” la respuesta es inmediata: “Si no cambian y no se hacen como niños, no entrarán en el Reino”. Jesús emplea un término muy fuerte: “aquél que se humilla como este niño”. Los antiguos apenas distinguían humildad de humillación: este es el modo de vida ofrecido a los discípulos. Supone la aceptación de ser recibido y de recibir. Justo lo que los discípulos se oponen a hacer. De hecho, los que ya son parte del grupo rechazan pronto a los recién llegados. Los primeros cristianos, de orígenes muy diversos, tenían muchas dificultades para vivir juntos. La metáfora del niño permite a Jesús condenar todo lo que pudiera escandalizar (es decir, “hacer caer”) a los considerados “frágiles” (Mt 18,6-9). El fin del versículo puntualiza: “El Reino de los cielos es de los que son como ellos”. Dos bienaventuranzas (Mt 5,3.10) anuncian la misma bendición a los pobres en espíritu y a los que sufren persecución por Cristo. El término griego designa, a la vez, el Reinado en el sentido de “territorio” y el Reino en el sentido de “poder real”. Como los humildes, los niños reciben ahora el poder real de Dios.
Un poco más tarde en el relato, habiendo vaciado el Templo de ventas inútiles y expuesto a la cólera de las autoridades, Jesús citará un Salmo: “Por la boca de los pequeños y los infantes, te has preparado una alabanza” (Mt 21,16). De seguido, en el Salmo se dice que esta alabanza es tan poderosa que puede vencer a cualquier enemigo. Desde un punto de vista humano, esto es inverosímil… No obstante, se esconde allí el misterio que, en nombre de su Padre, Jesús quiere revelar: él se da a conocer a los “humildes y pequeños” (Mt 11,25). Más aún, es su propio misterio de siervo humillado que se evidencia. Dos encuentros enmarcan el relato de los niños: uno donde Jesús recuerda a los fariseos que la fidelidad en el seno de la pareja es buena, propia de la relación; y otro donde un hombre rico se reúsa renunciar a todo para recibir de Cristo la vida santa y justa que deseaba (Mt 19,4-7.16-22). En los dos casos, es necesaria la confianza de la cual sólo un niño es capaz: confianza en quien entrega los medios materiales de vida y opta por un camino de felicidad.
Texto original: A-C. Bolotte, “Quelle attitude de Jésus envers les enfants?” : J. Doré, Jésus. L’encyclopédie, Albin Michel : Paris, 2017, p. 275-277. Traducción : Hanzel José Zúñiga Valerio (2018).