Homilía en la Eucaristía del inicio de la Misión: 
“Tres respuestas ante la aventura misionera”
Queridos misioneros y misioneras:
1. Para comenzar esta homilía, que necesariamente tiene carácter de programa y de envío, quiero recordar, con la Palabra proclamada y escuchada en esta fiesta del Bautismo del Señor, de dónde viene “la fuente que mana y corre” en nuestro corazón misionero y, sobre todo, cómo es el fluir del anuncio del Evangelio.
“Mientras Jesús oraba, se abrió el cielo y bajo el Espíritu Santo sobre él, y desde el cielo, su Padre le dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. La fuente de la misión es la voz de Dios Padre que a todos nos dice: “tú eres mi hijo amado”. Dios nos ama como ha amado a Jesús, con la misma intensidad y totalidad. Es ese amor el que siente y manifiesta el discípulo misionero.
2. Por eso, si os fijáis en la lectura del Profeta Isaías, hemos escuchado cómo ha de ser el tono del anuncio del Evangelio. ¡Qué maravillosa descripción de cómo evangelizará Jesús; y que estímulo hoy para nosotros!
“No gritará, no clamará, no voceará por las calles”. Habla de un Dios que no hace huir de él, que no aleja a quien le escuche, que, al contrario, merece ser escuchado. Es un Dios servidor de toda vida frágil, pobre y necesitada. Si la voz de Dios sonara áspera y dura nos daría miedo. La verdad de Dios sólo necesita un susurro, Dios habla y sugiere al corazón. “La caña cascada no la quebrará”. La dulce locura de Dios está en esperar en el hombre; su pasión es curar. Para Dios el hombre no está jamás perdido, siempre hay esperanza para él. Ningún ser humano se identifica con su pecado… somos más que nuestro pecado. Dios nos ama como somos, pero nos sueña mejores. “El pábilo vacilante no lo apagará”. En toda persona hay siempre un fuego posible, y a Dios le basta para encenderlo ese poco de humo que queda en el pabilo. Él lo trabaja hasta que vuelva a ser llama. Dios no condena y, si le dejamos, enciende nuestro fuego y nos hace de nuevo luminosos.
3. Este sencillo y breve comentario de la Palabra de Dios me ha servido de inspiración para preparar las palabras que en este día tan especial y programático os dirijo desde esta Santa Iglesia Catedral de Baeza, símbolo de nuestras raíces cristianas y de los primeros pasos misioneros y martiriales en estas tierras de Jaén. Con ellas quiero haceros una invitación a que os sintáis enviados a una nueva evangelización entre nosotros, la que hoy estamos necesitando en el Santo Reino. Lo haré con tres citas que inspirarán las respuestas a las peguntas que quizás os estéis haciendo ente la aventura misionera.
4. La primera cita la recojo de San Pablo, testigo fiel de cómo encaraba la evangelización la Iglesia de los orígenes. Nos marca claramente el tono que ha de tener nuestra fe para dar los pasos misioneros. “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Esta convicción de Pablo responde a una pregunta que es posible que ende rondando entre nosotros: “Esta movida apostólica a la que se nos invita, ¿qué tiene que ver conmigo? ¿es que yo no hago ya lo básico que tiene que hacer un cristiano? Esta es, permitidme que os lo diga, una pregunta que, por desgracia, se considera lógica y habitual entre nosotros. Responde a un modelo de vida cristiana en el que muchos están instalados, y piensan que para ser un buen cristiano basta con cumplir algunas normas y deberes recomendados. Pero ya veis que no; Pablo considera un deber ineludible anunciar el Evangelio: “no tengo más remedio” dice él. Pues bien, tampoco nosotros tenemos más remedio, y justamente por eso la Iglesia es evangelizadora y en salida y no una Iglesia tranquila y a veces casi ociosa, a la que le sobra tiempo y no sabe o no quiere saber qué más podría hacer.
5. La fe es un vínculo con Jesús que involucra a toda la persona; y sobre todo la fe abre a la misión que Cristo confía. Decía San Juan Pablo II: “La misión refuerza la fe” (RM 2). Ser atraídos por Jesús, encontrarse con él, vivir en él con alegría, necesariamente nos convierte en misioneros. Como dice el Papa Francisco: “ser atraídos y ser enviado” son los dos movimientos de nuestro corazón. De ahí que cada cristiano puede decir: “soy una misión en el mundo”, soy una misión en esta tierra del mar de olivos. Ser misionero no es un adorno ni una condecoración; ser misionero está en el corazón mismo de la fe de cada bautizado. Pero, para sentirnos así, cada uno de nosotros tenemos que entrar en el camino del Evangelio que lo renueva todo, lo recalifica todo, lo reestructura todo.
Los discípulos misioneros somos aquellos a quienes se les nota en su modo de ser y de vivir, que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no haberlo conocido (EG 266). Es siempre un conocimiento que pone asombro en la vida y la saca de su tristeza, de su rutina y de su color gris y sin brillo. Porque el conocimiento de Jesús, el encuentro con él, como acontecimiento que nos cambia, es lo que contagia; por eso la evangelización sólo se realiza por contagio. Nuestras comunidades cristianas han de cultivar el encuentro con Cristo vivo; sólo así la evangelización encontrará la verdad, la fuerza y la convicción que necesita. Invito encarecidamente a todas las parroquias a que se conviertan cuanto antes en lugares privilegiados en los que la llamada de Dios pueda moverse a sus anchas en el corazón de cuantos en ellas comparten fe y vida. Que todas las parroquias pasen a ser espacios de santificación y no sólo de actividades religiosas.
6. La segunda cita que os propongo es la parábola del sembrador, con la que Jesús preparó a sus apóstoles para que fueran realistas en la siembra del Evangelio: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero, e cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos que oiga” (Mt 13, 3-8).
Estoy convencido de que enseguida deducís a que pregunta se refiere esta siembra de resultados tan desiguales, e incluso poco garantizados. Algunos dicen: ¿Pero sabe la Iglesia a dónde y a quién nos envía? ¿Ha sido buena la decisión de salir, de ser “Iglesia en salida”? ¿Es razonable el sueño misionero de llegar a todos? Y, naturalmente, os preguntaréis: ¿Podré yo soportar las dificultades que me voy a encontrar en la Misión, sobre todo cuando tenga que ir de puerta en puerta de persona a persona?
Con palabras claras os respondo: “no hay vuelta de hoja en esto de salir a evangelizar”. Todo discípulo misionero siente en su corazón una voz divina que le motiva y le invita a estar entre la gente como Jesús, “curando y haciendo el bien a todos (cf. Hch 10,38). Como ha dicho bellamente el Papa Francisco: “El cristiano en virtud del Bautismo es un “cristóforo”, es decir, un portador de Cristo para sus hermanos (cf. Catequesis, 3 de enero de 20187). Si aún te queda algún argumento para intentar no comprometerte, te digo: nunca pienses que no tenemos nada que aportar y que no le hacemos falta a nadie; cada uno ha de pensar en su corazón: yo le hago falta a mucha gente. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene.
7. Tenemos derecho a dudar de si podremos hacer lo que se nos confía, de si seremos dignos, de si tenemos las capacidades suficientes, de si nuestra ilusión es la que se necesita para contagiar; pero nunca esas dudas y dificultades son lo suficientemente fuertes como para que os dejéis llevar por la impresión de incapacidad o para echarnos atrás. Ninguno se puede convertir en un espectador pasivo o a distancia de este lío evangelizador en el que nos vamos a meter.
8. Si alguien tiene temor, y me han dicho que hay bastantes entre nosotros, no olvidéis de que es el Señor quien nos hace idóneos para la misión: “Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor que decía: “¿A quien enviaré? ¿Quién irá de parte mía? (Is 6,7-8). Así se siente Isaías y así acepta la misión que se le confía. Es el envío del Señor lo que nos da arrojo y coraje evangélico para salir sin miedo; por eso, siempre hemos de preguntarnos: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Y sabed, esto es muy importante, que la fecundidad del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso, sino de conformarnos con la lógica del corazón de Cristo. Aunque encontraremos dificultades en forma de rechazo, desprecio, indiferencia o quizás incluso insulto, hay algo que no nos permite echarnos atrás: “son muchos los que tienen hambre de Dios”. Nuestro miedo no puede impedirles un encuentro con Él.
Por eso, a los que no os acepten no los consideréis enemigos ni les descartéis nunca para la misión; el mal es siempre un estímulo para amar cada vez más. De cualquier modo, si tenemos dificultades, que no faltarán, ya sabéis lo que nos dice Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerarse” (Francisco, Vigilia de Pentecostés, 2013). Por eso, no descartéis nunca a nadie, ni siquiera a aquellos de los que estemos convencidos de que nunca volverán a la Iglesia; pero, ¿y si vuelven en su corazón a Cristo? Eso es lo que importa, para eso evangelizamos, para llevar a Cristo al corazón del hombre. Y, sobre todo, nunca descartéis a los pobres, ellos son los preferidos de la evangelización: “Los pobres son evangelizados”.
9. La tercera cita es esencial para la evangelización: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,19-20). La pregunta que aquí os propongo y, por favor, no dejéis de hacérosla es esta: ¿Quién estará a nuestro lado en esta ruta misionera a la que se nos envía? Ya de entrada os respondo que yo mismo estaré muy atento a todo y a todos; también que hay personas y equipos que han preparado la Misión con sumo esmero y que estarán a vuestra disposición para ayudaros y acompañaros. Os aseguro también que vuestros pastores no os dejarán nunca solos, al contrario, siempre estarán a vuestro lado y caminando con vosotros.
Sin embargo, no es esta la respuesta más adecuada, aunque sea válida. La verdadera respuesta es la que habéis escuchado a Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Recordad que ya, recién resucitado, acompañó a dos discípulos llenos de miedo y de dudas que iban a Emaús. Él está con nosotros porque en todo momento nuestra misión es su misión.
10. Por eso, al iniciar cualquier tarea de la misión, habréis de saber que Jesús Resucitado, con su Espíritu, camina con nosotros, enciende nuestra ilusión, fortalece nuestra valentía, y nos da esperanza. Siempre estará a nuestro lado para levantarnos de nuestro desánimo, y para que arda nuestro corazón. Lo hará con la Palabra que nos alimenta y con el Pan que a mitad de camino parte para nosotros. El misionero siempre experimenta que “Jesús camina con él, habla con él, respira con el, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (EG 266). Él es en verdad el protagonista de la misión. Nosotros sembramos, pero será el Señor quien haga germinar en los corazones nuestras semillas misioneras. “Ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios que hace crecer” (1 Cor 3,7-8). Mientras tanto, a nosotros nos toca esperar con oración asidua y con actitud contemplativa. La evangelización se hace de rodillas, suele decir el Papa Francisco.
11. Termino evocando a María, Virgen de la Cabeza, para que ella nos lleve al sueño misionero de llegar a todos. La Virgen pone en la Iglesia la atmósfera de una casa habitada por el Dios de la Novedad, dice el Papa Francisco. El presente de nuestra Iglesia va por la búsqueda de esa atmósfera de novedad misionera que necesitamos y por ahí ha de ir también su futuro. Pero, como también ha recordado el Papa recientemente, “sin la mirada materna nuestra mirada al presente y al futuro será muy miope. Si miramos la Misión Diocesana con María, se aclararán nuestros ojos y también nuestros corazones, y soñaremos que podemos ser una Iglesia en estado permanente de misión que llegue a todos. Que así sea.
+ Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Jaén
Catedral de Baeza, 13 de enero de 2019 Fiesta del Bautismo del Señor
1. Para comenzar esta homilía, que necesariamente tiene carácter de programa y de envío, quiero recordar, con la Palabra proclamada y escuchada en esta fiesta del Bautismo del Señor, de dónde viene “la fuente que mana y corre” en nuestro corazón misionero y, sobre todo, cómo es el fluir del anuncio del Evangelio.
“Mientras Jesús oraba, se abrió el cielo y bajo el Espíritu Santo sobre él, y desde el cielo, su Padre le dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. La fuente de la misión es la voz de Dios Padre que a todos nos dice: “tú eres mi hijo amado”. Dios nos ama como ha amado a Jesús, con la misma intensidad y totalidad. Es ese amor el que siente y manifiesta el discípulo misionero.
2. Por eso, si os fijáis en la lectura del Profeta Isaías, hemos escuchado cómo ha de ser el tono del anuncio del Evangelio. ¡Qué maravillosa descripción de cómo evangelizará Jesús; y que estímulo hoy para nosotros!
“No gritará, no clamará, no voceará por las calles”. Habla de un Dios que no hace huir de él, que no aleja a quien le escuche, que, al contrario, merece ser escuchado. Es un Dios servidor de toda vida frágil, pobre y necesitada. Si la voz de Dios sonara áspera y dura nos daría miedo. La verdad de Dios sólo necesita un susurro, Dios habla y sugiere al corazón. “La caña cascada no la quebrará”. La dulce locura de Dios está en esperar en el hombre; su pasión es curar. Para Dios el hombre no está jamás perdido, siempre hay esperanza para él. Ningún ser humano se identifica con su pecado… somos más que nuestro pecado. Dios nos ama como somos, pero nos sueña mejores. “El pábilo vacilante no lo apagará”. En toda persona hay siempre un fuego posible, y a Dios le basta para encenderlo ese poco de humo que queda en el pabilo. Él lo trabaja hasta que vuelva a ser llama. Dios no condena y, si le dejamos, enciende nuestro fuego y nos hace de nuevo luminosos.
3. Este sencillo y breve comentario de la Palabra de Dios me ha servido de inspiración para preparar las palabras que en este día tan especial y programático os dirijo desde esta Santa Iglesia Catedral de Baeza, símbolo de nuestras raíces cristianas y de los primeros pasos misioneros y martiriales en estas tierras de Jaén. Con ellas quiero haceros una invitación a que os sintáis enviados a una nueva evangelización entre nosotros, la que hoy estamos necesitando en el Santo Reino. Lo haré con tres citas que inspirarán las respuestas a las peguntas que quizás os estéis haciendo ente la aventura misionera.
4. La primera cita la recojo de San Pablo, testigo fiel de cómo encaraba la evangelización la Iglesia de los orígenes. Nos marca claramente el tono que ha de tener nuestra fe para dar los pasos misioneros. “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9, 16). Esta convicción de Pablo responde a una pregunta que es posible que ende rondando entre nosotros: “Esta movida apostólica a la que se nos invita, ¿qué tiene que ver conmigo? ¿es que yo no hago ya lo básico que tiene que hacer un cristiano? Esta es, permitidme que os lo diga, una pregunta que, por desgracia, se considera lógica y habitual entre nosotros. Responde a un modelo de vida cristiana en el que muchos están instalados, y piensan que para ser un buen cristiano basta con cumplir algunas normas y deberes recomendados. Pero ya veis que no; Pablo considera un deber ineludible anunciar el Evangelio: “no tengo más remedio” dice él. Pues bien, tampoco nosotros tenemos más remedio, y justamente por eso la Iglesia es evangelizadora y en salida y no una Iglesia tranquila y a veces casi ociosa, a la que le sobra tiempo y no sabe o no quiere saber qué más podría hacer.
5. La fe es un vínculo con Jesús que involucra a toda la persona; y sobre todo la fe abre a la misión que Cristo confía. Decía San Juan Pablo II: “La misión refuerza la fe” (RM 2). Ser atraídos por Jesús, encontrarse con él, vivir en él con alegría, necesariamente nos convierte en misioneros. Como dice el Papa Francisco: “ser atraídos y ser enviado” son los dos movimientos de nuestro corazón. De ahí que cada cristiano puede decir: “soy una misión en el mundo”, soy una misión en esta tierra del mar de olivos. Ser misionero no es un adorno ni una condecoración; ser misionero está en el corazón mismo de la fe de cada bautizado. Pero, para sentirnos así, cada uno de nosotros tenemos que entrar en el camino del Evangelio que lo renueva todo, lo recalifica todo, lo reestructura todo.
Los discípulos misioneros somos aquellos a quienes se les nota en su modo de ser y de vivir, que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no haberlo conocido (EG 266). Es siempre un conocimiento que pone asombro en la vida y la saca de su tristeza, de su rutina y de su color gris y sin brillo. Porque el conocimiento de Jesús, el encuentro con él, como acontecimiento que nos cambia, es lo que contagia; por eso la evangelización sólo se realiza por contagio. Nuestras comunidades cristianas han de cultivar el encuentro con Cristo vivo; sólo así la evangelización encontrará la verdad, la fuerza y la convicción que necesita. Invito encarecidamente a todas las parroquias a que se conviertan cuanto antes en lugares privilegiados en los que la llamada de Dios pueda moverse a sus anchas en el corazón de cuantos en ellas comparten fe y vida. Que todas las parroquias pasen a ser espacios de santificación y no sólo de actividades religiosas.
6. La segunda cita que os propongo es la parábola del sembrador, con la que Jesús preparó a sus apóstoles para que fueran realistas en la siembra del Evangelio: “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero, e cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos que oiga” (Mt 13, 3-8).
Estoy convencido de que enseguida deducís a que pregunta se refiere esta siembra de resultados tan desiguales, e incluso poco garantizados. Algunos dicen: ¿Pero sabe la Iglesia a dónde y a quién nos envía? ¿Ha sido buena la decisión de salir, de ser “Iglesia en salida”? ¿Es razonable el sueño misionero de llegar a todos? Y, naturalmente, os preguntaréis: ¿Podré yo soportar las dificultades que me voy a encontrar en la Misión, sobre todo cuando tenga que ir de puerta en puerta de persona a persona?
Con palabras claras os respondo: “no hay vuelta de hoja en esto de salir a evangelizar”. Todo discípulo misionero siente en su corazón una voz divina que le motiva y le invita a estar entre la gente como Jesús, “curando y haciendo el bien a todos (cf. Hch 10,38). Como ha dicho bellamente el Papa Francisco: “El cristiano en virtud del Bautismo es un “cristóforo”, es decir, un portador de Cristo para sus hermanos (cf. Catequesis, 3 de enero de 20187). Si aún te queda algún argumento para intentar no comprometerte, te digo: nunca pienses que no tenemos nada que aportar y que no le hacemos falta a nadie; cada uno ha de pensar en su corazón: yo le hago falta a mucha gente. Nadie es tan pobre que no pueda dar lo que tiene.
7. Tenemos derecho a dudar de si podremos hacer lo que se nos confía, de si seremos dignos, de si tenemos las capacidades suficientes, de si nuestra ilusión es la que se necesita para contagiar; pero nunca esas dudas y dificultades son lo suficientemente fuertes como para que os dejéis llevar por la impresión de incapacidad o para echarnos atrás. Ninguno se puede convertir en un espectador pasivo o a distancia de este lío evangelizador en el que nos vamos a meter.
8. Si alguien tiene temor, y me han dicho que hay bastantes entre nosotros, no olvidéis de que es el Señor quien nos hace idóneos para la misión: “Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor que decía: “¿A quien enviaré? ¿Quién irá de parte mía? (Is 6,7-8). Así se siente Isaías y así acepta la misión que se le confía. Es el envío del Señor lo que nos da arrojo y coraje evangélico para salir sin miedo; por eso, siempre hemos de preguntarnos: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Y sabed, esto es muy importante, que la fecundidad del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso, sino de conformarnos con la lógica del corazón de Cristo. Aunque encontraremos dificultades en forma de rechazo, desprecio, indiferencia o quizás incluso insulto, hay algo que no nos permite echarnos atrás: “son muchos los que tienen hambre de Dios”. Nuestro miedo no puede impedirles un encuentro con Él.
Por eso, a los que no os acepten no los consideréis enemigos ni les descartéis nunca para la misión; el mal es siempre un estímulo para amar cada vez más. De cualquier modo, si tenemos dificultades, que no faltarán, ya sabéis lo que nos dice Francisco: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerarse” (Francisco, Vigilia de Pentecostés, 2013). Por eso, no descartéis nunca a nadie, ni siquiera a aquellos de los que estemos convencidos de que nunca volverán a la Iglesia; pero, ¿y si vuelven en su corazón a Cristo? Eso es lo que importa, para eso evangelizamos, para llevar a Cristo al corazón del hombre. Y, sobre todo, nunca descartéis a los pobres, ellos son los preferidos de la evangelización: “Los pobres son evangelizados”.
9. La tercera cita es esencial para la evangelización: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,19-20). La pregunta que aquí os propongo y, por favor, no dejéis de hacérosla es esta: ¿Quién estará a nuestro lado en esta ruta misionera a la que se nos envía? Ya de entrada os respondo que yo mismo estaré muy atento a todo y a todos; también que hay personas y equipos que han preparado la Misión con sumo esmero y que estarán a vuestra disposición para ayudaros y acompañaros. Os aseguro también que vuestros pastores no os dejarán nunca solos, al contrario, siempre estarán a vuestro lado y caminando con vosotros.
Sin embargo, no es esta la respuesta más adecuada, aunque sea válida. La verdadera respuesta es la que habéis escuchado a Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”. Recordad que ya, recién resucitado, acompañó a dos discípulos llenos de miedo y de dudas que iban a Emaús. Él está con nosotros porque en todo momento nuestra misión es su misión.
10. Por eso, al iniciar cualquier tarea de la misión, habréis de saber que Jesús Resucitado, con su Espíritu, camina con nosotros, enciende nuestra ilusión, fortalece nuestra valentía, y nos da esperanza. Siempre estará a nuestro lado para levantarnos de nuestro desánimo, y para que arda nuestro corazón. Lo hará con la Palabra que nos alimenta y con el Pan que a mitad de camino parte para nosotros. El misionero siempre experimenta que “Jesús camina con él, habla con él, respira con el, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (EG 266). Él es en verdad el protagonista de la misión. Nosotros sembramos, pero será el Señor quien haga germinar en los corazones nuestras semillas misioneras. “Ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios que hace crecer” (1 Cor 3,7-8). Mientras tanto, a nosotros nos toca esperar con oración asidua y con actitud contemplativa. La evangelización se hace de rodillas, suele decir el Papa Francisco.
11. Termino evocando a María, Virgen de la Cabeza, para que ella nos lleve al sueño misionero de llegar a todos. La Virgen pone en la Iglesia la atmósfera de una casa habitada por el Dios de la Novedad, dice el Papa Francisco. El presente de nuestra Iglesia va por la búsqueda de esa atmósfera de novedad misionera que necesitamos y por ahí ha de ir también su futuro. Pero, como también ha recordado el Papa recientemente, “sin la mirada materna nuestra mirada al presente y al futuro será muy miope. Si miramos la Misión Diocesana con María, se aclararán nuestros ojos y también nuestros corazones, y soñaremos que podemos ser una Iglesia en estado permanente de misión que llegue a todos. Que así sea.
+ Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Jaén
Catedral de Baeza, 13 de enero de 2019 Fiesta del Bautismo del Señor