San Francisco Javier

Este primer domingo de Adviento coincide con la fiesta de un santo muy apreciado en toda la cristiandad, San Francisco Javier, amigo y discípulo de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, los Jesuitas, la orden religiosa que tanta gloria ha dado y sigue dando a la Iglesia.
El encuentro entre estos dos santos, un guipuzcoano y un navarro, fue en la Universidad de París a finales de 1529, un encuentro casual si no viéramos en él la mano de la divina providencia.

Iñigo de Loyola, de 38 años, fue aceptado en el colegio-residencia Santa Bárbara, y su preceptor le presentó a dos alumnos que serán sus compañeros de habitación: Pedro Fabro y Francisco Javier, ambos de 23 años. De aquella habitación, de muchas horas de estudio compartido y de anhelos manifestados, saldrá el embrión de una tarea apostólica que se extenderá por el mundo.

Francisco Javier no era un joven dócil y predispuesto para entregar su vida. Le gustaban los espectáculos, triunfaba en los deportes, se regalaba una vida cómoda propia de una familia rica que le había puesto un criado a su servicio ya de estudiante. Pero una vez sintió, a través de Ignacio, la llamada de Dios, la siguió con ímpetu ejemplar que le llevó a ser modelo de misioneros, viajando primero a Lisboa para desde allí hacer el salto a la India y Japón, hasta que falleció, a los 46 años, cuando se preparaba para embarcar hacia China.

Es fácil pensar que el Papa Francisco, jesuita de formación, pedirá hoy especialmente al santo navarro por estas tierras de misión, y en particular por los grandes países asiáticos. Con él todos nosotros podemos hacer lo mismo.

Adviento es un tiempo litúrgico de preparación para la venida del Señor. Le pedimos que venga a ser conocido en estas zonas del mundo donde apenas saben de Jesucristo; pero también rogamos que nos haga misioneros en donde la vida nos haya colocado, pues también entre nosotros hay mucha ignorancia y sed de Dios.

Cuando el Papa insiste en que quiere una «Iglesia en salida», no encerrada en la comodidad burguesa de los convencidos, nos está llamando a una tarea muy ilusionante. No la haremos con palabrería sino con el testimonio amable de nuestro ejemplo. Quizá para ello tengamos antes que reflexionar sobre nuestra fe, nuestra conducta, hacer lo que San Ignacio llamó «ejercicios espirituales», en una palabra, ejercitarnos en el amor a los demás porque vemos en ellos a hermanos en Cristo.

Este puede ser un buen propósito para el Adviento que comenzamos.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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