El Sínodo de los jóvenes

Continúo con el tema de la vocación de los jóvenes, cuando ya se ha iniciado el Sínodo, invitando a todos a rezar por el éxito de esta convocatoria en la que el Papa Francisco ha puesto tanta esperanza para el futuro de la Iglesia.

Al pensar en ello me viene a la cabeza aquella escena evangélica del «joven rico». Había cumplido con los preceptos de la ley mosaica, pero poseía riquezas y no estaba dispuesto a desprenderse de ellas. Se fue triste después de hablar con el Señor, quien le había mirado amorosamente. Le faltó generosidad para responder a la llamada.

Pienso que todos los jóvenes son ricos, en el sentido de tener futuro, una vida por delante. En muchos casos gozan de más posibilidades que los de generaciones anteriores: más información, mayores conocimientos tecnológicos, dominio de idiomas, viajes a otros países… Son riquezas que no estorban, son buenas, a condición de no convertirlas de modo obsesivo en centro de la vida postergando en ella el amor a Dios y a los demás.

Cualquier vocación tiene tres fases: discernimiento, busca de certeza y fidelidad. La primera y la segunda necesitan de la escucha de Dios y del asesoramiento de personas experimentadas. Si las distracciones, debidas a un exceso de curiosidad, no facilitan la escucha en algunos momentos, es posible que no se pueda oír la voz de Dios, que no grita ni se impone, sino que susurra e invita. El joven al que Jesucristo invitó a seguirle escuchó, pero no quiso. Ojalá quienes oyen la voz de Dios sigan sus consejos.

Uno de los temas del Sínodo es cómo mejorar en ayudar a los jóvenes en la búsqueda de certezas, cómo hacerlo respetando al máximo su libertad, sus conciencias. Para ello hay que partir de que la decisión es personal, sabiendo, como se ha dicho que «las preguntas sobre vocación se hacen con la cabeza y se responden con el corazón».

Por último, la tercera fase de toda vocación es la fidelidad, el compromiso asumido libremente ante Dios, sea fidelidad matrimonial, sea a una vocación religiosa o al sacerdocio que implique el celibato. Es una cuestión de amor, no solo de fuerza de voluntad. El Papa Benedicto XVI decía que el santo no es un gimnasta de la vida espiritual, alguien capaz de hacer cosas que a otros les resultan vedadas.

La Virgen es el modelo más excelso de una vocación correspondida y mantenida. Pidámosle a ella que los jóvenes sepan responder con prontitud a la llamada y que acompañen como ella a Jesucristo en las alegrías y en el dolor durante toda la existencia terrenal.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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