Vivir en la inseguridad
No fuimos formados para la crisis ni para las situaciones conflictivas límites. Se nos enseñó desde pequeños a vivir en una especie de burbuja en la que no faltaban los problemas pero eran fácilmente superables. Ahora estamos en otro escenario: pareciera que nos han colgado una rueda de molino al cuello y nos hundimos y ahogamos ante la incapacidad de vislumbrar soluciones a corto y mediano plazo.
En esta tesitura somos pábulo fácil para la ser manipulados y conducidos como ovejitas a donde nos quieran conducir. La necesidad de llenar las necesidades imperiosas de alimentación y sobrevivencia nos hace aceptar las condiciones que nos impone una sociedad y una dirigencia que no nos quiere libres sino sumisos. Mejor es no pensar y seguir la corriente para satisfacer las urgencias. Si no, nos queda huir a otros horizontes con las consecuencias riesgosas que supone hoy ir al exilio sin norte seguro.
Estamos en tiempo de adviento, tiempo de preparación y de superación para llegar a la navidad. El mensaje de los profetas, poético y encantador, surge en medio de una realidad lacerante para el pueblo escogido. Si de algo debe huir el cristiano es de ser un profeta de calamidades, pues tal actitud no está en consonancia con el mensaje de Jesús. El Papa Francisco nos lo repite con frecuencia: con cara de velorio o de cementerio estamos derrotados de antemano.
Como cristianos, y como ciudadanos responsables, estamos llamados a mirar la realidad con los ojos y el corazón del mismo Dios, tratando de ver el presente como una oportunidad y no sólo como una amenaza. Es desde esta realidad que nos acosa y nos aplasta desde donde Dios se nos hace presente con la exigencia de una actitud samaritana y con el coraje de superar las trabas que la estulticia y el desprecio a la vida de no pocos conductores sociales nos quieren llevar.
No hay lugar para el desánimo. Desde la realidad que nos cuesta a veces admitir es desde donde podemos y debemos ver los signos del Reino y también los antisignos de una realidad que nos pide ser cambiada. Hace falta no creernos ni sentirnos poseedores de la verdad absoluta, ni podemos desconfiar de todo el que no piense como nosotros. No hay navidad sin comunión con el prójimo, no hay futuro sin sacrificio. La alegría de ser constructores de un mañana mejor nos lo proporciona el amor sincero a Dios y la exigencia de dar razón a través del amor al prójimo. Es el camino empedrado que debemos recorrer con entusiasmo y constancia.
Cardenal Baltazar Porras Cardozo