La espiritualidad del Adviento
Dios ha venido, viene y vendrá definitivamente a nosotros. Durante el tiempo de Adviento, la liturgia nos invita a tomar conciencia de las diversas venidas del Señor. La primera venida fue la que sucedió en Belén hace más de 2000 años y que celebramos anualmente el 25 de diciembre. La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. En esta celebración hacemos memoria del cumplimiento de las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los cristianos renovamos el deseo de su segunda venida (cf. Catecismo Iglesia Católica n. 524).
En efecto, el Adviento nos prepara también para la venida definitiva del Señor Jesús. Aquel que tomó nuestra carne y que nació pobre y humilde en un establo se nos manifestará en gloria y majestad al final de los tiempos para instaurar el cielo nuevo y la tierra nueva, la eternidad con Dios en la gloria del cielo. Los cristianos tenemos que mirar también el futuro, ya que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, para la eternidad. Las últimas palabras que leemos en la Biblia, en el libro del Apocalipsis, después de decir que Dios es el Alfa y la Omega de la historia, nos hacen exclamar a todos: «Ven, Señor Jesús».
A menudo, las preocupaciones del mundo, la aceleración de la vida actual y el sentido materialista que se ha hecho presente en nuestra manera de vivir, nos hacen olvidar la otra vida y limitan el horizonte de nuestra existencia a esta tierra. Entonces, se nos hace difícil entender el contenido de las bienaventuranzas predicadas por Jesús. Este Adviento, os invito, hermanos, y me invito a mí mismo, a pedir al Señor que aumente en nosotros el deseo de la vida eterna, que es la eterna felicidad. San Agustín dice, refiriéndose a este don, que tendremos mucha más capacidad de recibirlo, cuanto más firmemente lo esperemos y cuanto más ardientemente lo deseemos.
Actualmente, en nuestra sociedad, la esperanza es una virtud que va a la baja. Se respira más bien desencanto y frustración. Quizás hemos errado a la hora de elegir el valor sobre el que deberíamos fundamentar nuestra confianza. El Adviento es tiempo de esperanza. No de una esperanza inquieta y angustiosa, sino confiada y gozosa. La alegría del Adviento es dulce y profunda, porque brota no de la esperanza humana, sino de la esperanza cristiana, que nunca se equivoca porque se fundamenta en el hecho de que Dios cumplirá sus promesas, particularmente, la de la vida eterna.
En medio de un tiempo de desencanto, regálate Adviento. Sí, esta es mi propuesta: pon más Adviento en tu vida. Contempla las promesas que Dios nos ha hecho, disfruta y descansa en ellas. Regálate un tiempo para la oración, una mayor atención a las inspiraciones del Espíritu, que quiere hacer maravillas en nosotros y a través de nosotros. De esta manera cumpliremos las palabras de Isaías que se las hace propias san Juan Bautista: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Lc 3,4).
Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona