La fiesta de la solidaridad

Estamos a las puertas de celebrar la Navidad. Para los cristianos, esta celebración es la conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios en Belén. San Pablo lo dice en la carta a los Gálatas: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gál 4,4-5). Dios en Jesucristo no sólo se ha hecho solidario compartiendo nuestra condición humana, sino que, además, nos ha regalado una plenitud existencial que supera todas nuestras expectativas. Ningún obsequio, por maravilloso, espléndido o sorprendente que sea, puede igualar este regalo de Dios.

Navidad es la fiesta de la solidaridad, porque es la manifestación de un Dios solidario con el mundo. San Pablo lo expresa con unas palabras llenas de sentido en su carta a Tito: «Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tito 2,11). La Navidad incluye un misterio de fe, pero también incluye un mensaje profundamente humano.

El hecho de que en Cristo se haya manifestado la humanidad y la benignidad de Dios nos debe hacer más humanos, pero no sólo los días de Navidad, porque la vocación de la persona humana es sobre todo el amor, el amor recibido y el amor ofrecido. Sólo en esta experiencia el hombre puede encontrar el sentido más profundo de su vida.

El papa Francisco a menudo nos recuerda su predilección por una Iglesia accidentada, herida y manchada por haber salido a la calle. La prefiere a una Iglesia enferma por el cierre y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades, por el enquistamiento en visiones ideológicas o en el discurso de: «siempre se ha hecho así», y por el miedo a las nuevas iniciativas evangelizadoras. La Iglesia no se reduce a una misión religiosa arrinconada en un ámbito privado de la realidad. Salir a la calle significa también intervenir en los ámbitos seculares donde se genera el pensamiento y la cultura, significa hacerse presente allí donde la gente vive sus alegrías y sus sufrimientos.

La Iglesia en salida que entre todos hacemos posible, irrumpe en un contexto marcado por el relativismo contemporáneo. Uno de los peligros de este relativismo ideológico es la indiferencia ante el sufrimiento del prójimo. En cambio, la empatía es una característica del ser humano que nos puede ser de gran ayuda. Es esta capacidad la que nos permite desarrollar instituciones o realizar actividades verdaderamente colectivas.

La Navidad nos recuerda que Dios es amigo del hombre. Este Dios y este hombre son los que se han manifestado de manera concreta e histórica en Cristo. Esta es la luz de Navidad. Esta es la luz que brilló en la ciudad de David hace más de dos mil años: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11).

Por eso, el Adviento y la Navidad son una invitación a hacernos todos más humanos, más solidarios con los que sufren hambre y sed, con los enfermos y los pobres, con los que están solos aquí y en todo el mundo. Encarnémonos en nuestro mundo tal como lo hizo el Hijo de Dios hace unos dos mil años.

† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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