El primer día del año

El 8 de diciembre de 1967, exactamente dos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI instituyó para cada primer día del año, a partir del 1 de enero de 1968, la Jornada Mundial de la Paz. Se cumplen ahora 50 años.
El mundo se hallaba sumido en la «guerra fría» entre los dos bloques, y en guerras calientes, como la de Vietnam; pero incluso en la Iglesia había entrado la división, entre tradicionalistas que no aceptaban la reforma conciliar y progresistas que abusaban de ella, despreciando la tradición y la jerarquía y adecuando las verdades de la fe o los ritos litúrgicos a sus propias opiniones.

El 21 de mayo de 1972 un loco australiano de origen húngaro atentó contra la Piedad de Miguel Ángel en su capilla del Vaticano y causó notables destrozos en la famosa escultura, un hecho que fue tomado como un signo de la crisis de la Iglesia. Pablo VI visitó entristecido aquella obra de arte, una de las mejores de la historia. La Iglesia, como la escultura, siempre estuvo sometida a fuerzas que querían destruirla. El Papa se reafirmó en que el mundo necesitaba la paz y la protección de la Virgen María. Fue él quien trasladó la fiesta de la Maternidad Divina de María del 11 de octubre al 1 de enero, uniendo así la celebración de la paz a la de la Madre de Dios.
Esta relación entre la Virgen María y la paz del mundo tiene sus raíces en el Génesis, cuando Dios efectúa la promesa de redención en la nueva Eva; también en la profecía mesiánica de Isaías, y una resonancia clarísima en la noche de Navidad. María alumbra a Jesús en una cueva de Belén, y el primer anuncio de la buena nueva lo reciben unos pastores de los aledaños que oyen el canto angélico: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.»
Es simbólico comenzar el nuevo año meditando sobre la paz, invocándola para Cataluña y para todo el mundo, comenzando por la paz en las familias. Que la Virgen María, Regina Pacis, extienda su manto maternal sobre nosotros para que construyamos una sociedad fraterna en la que no solo respetemos opiniones distintas, sino que amemos a las personas, especialmente a las más necesitadas.
Con estos deseos, pido al Señor que 2018 sea un año muy feliz para todos en la paz de Dios.


† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona i primado
Volver arriba