El Papa en Ur, la cuna del monoteísmo, la patria del que recibió la bendición original de Dios Bergoglio cumple el sueño de Wojtyla
Francisco, el nuevo Abrahán. De hecho, su pontificado, que pronto cumplirá 8 años, gira en torno a estos tres pilares: el diálogo, la defensa de los emigrantes y la apuesta por la casa común.
La Iglesia ha dejado de ser y sentirse a sí misma como la roca asediada por los enemigos que la acosan sin cesar, para pasar a ser amiga, compañera de viaje y samaritana
el empeño contumaz de Francisco de apostar y promover el diálogo teológico, pero, sobre todo, el diálogo de la vida, de la sangre y de la fraternidad. Todas las religiones juntas, dando ejemplo de lo que predican: el amor a los semejantes
Francisco, el Papa ecológico, que escucha los dolores de parto de esta tierra exprimida como un limón y que se está quedando sin aliento vital
A la causa de la fraternidad está entregando su vida. La gente lo sabe y, por eso, lo adora. Los poderosos lo saben y, por eso, lo temen. Los líderes religiosos lo saben y, por eso, lo admiran
el empeño contumaz de Francisco de apostar y promover el diálogo teológico, pero, sobre todo, el diálogo de la vida, de la sangre y de la fraternidad. Todas las religiones juntas, dando ejemplo de lo que predican: el amor a los semejantes
Francisco, el Papa ecológico, que escucha los dolores de parto de esta tierra exprimida como un limón y que se está quedando sin aliento vital
A la causa de la fraternidad está entregando su vida. La gente lo sabe y, por eso, lo adora. Los poderosos lo saben y, por eso, lo temen. Los líderes religiosos lo saben y, por eso, lo admiran
A la causa de la fraternidad está entregando su vida. La gente lo sabe y, por eso, lo adora. Los poderosos lo saben y, por eso, lo temen. Los líderes religiosos lo saben y, por eso, lo admiran
El 29 de junio de 1999, en su 'Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación', Juan Pablo II proclamaba a los cuatro vientos su sueño de visitar Ur de los Caldeos, la patria de Abrahán, durante el año santo del 2000. La guerra del Golfo y las exigencias desmesuradas de Sadam frustraron el deseo del Papa Wojtyla. Un deseo que acaba de cumplir, veintiún años después, el Papa Bergoglio.
En Ur, a Francisco se le veía emocionado por dentro y por fuera, disfrutando de un momento histórico y tan simbólico que, posiblemente, pase a ser uno de los hitos de su pontificado. A cuestas con el sueño irrealizado de Juan Pablo II, Francisco sabe perfectamente le enorme carga simbólica que encierra la ciudad de Ur.
Primero por ser la cuna del monoteísmo, la patria del padre de todos los creyentes, del que recibió la bendición original de Dios, que le invitó a dejar su casa y su tierra, para convertirse en el progenitor de un pueblo más numerosos que las estrellas del cielo.
El primer creyente. Porque Abrahán creyó la promesa de Dios y se puso en camino. Toda su vida fue un camino. Por eso, es el símbolo de los peregrinos, de los nómadas, de los caminantes. El primer mochilero, con su tienda siempre a cuestas. El gran peregrino. El paradigma, por lo tanto también, de emigrantes, exiliados y refugiados.
Abrahán, el hombre del diálogo, el emigrante que disfrutó la tierra sin poseerla y que dijo sí a Dios y se fió de Él. Francisco, el nuevo Abrahán. De hecho, su pontificado, que pronto cumplirá 8 años, gira en torno a estos tres pilares: el diálogo, la defensa de los emigrantes y la apuesta por la casa común.
El diálogo figurá en el frontispicio de este pontificado. Diálogo hacia adentro, que se está plasmando en la puesta en marcha del ejercicio real y efectivo de la sinodalidad. Del caminar juntos. Del creer realmente y fiarse del instinto del 'santo pueblo de Dios'. Es el final del papado monárquico y piramidal, para optar por una Iglesia poliédrica, cuyo mosaico se enriquece con los distintos colores. Esa opción sinodal decidida provoca los recelos y las resistencias de la vieja guardia, que sigue anclada en una Iglesia clerical, patriarcal y piramidal.
Y, por supuesto, diálogo hacia afuera. Diálogo con la sociedad, que no es mala, aunque tenga sus cosas malas.
La Iglesia ha dejado de ser y sentirse a sí misma como la roca asediada por los enemigos que la acosan sin cesar, para pasar a ser amiga, compañera de viaje y samaritana.
Diálogo con las religiones, como parte integrante de la sociedad mundial y de su acerbo espiritual. Roma deja de considerarse y presentarse como la única, la mejor y la exclusiva. Deja de mirar por encima del hombro a las demás religiones. Comienza a creer de verdad que Dios ha hablado y continúa haciéndolo a la humanidad a través de diversas religiones. Porque, en todas ellas, hay semillas de eternidad. De ahí, el empeño contumaz de Francisco de apostar y promover el diálogo teológico, pero, sobre todo, el diálogo de la vida, de la sangre y de la fraternidad. Todas las religiones juntas, dando ejemplo de lo que predican: el amor a los semejantes.
Porque el otro pilar del pontificado de Francisco es la consagración práxica de la opción preferencial por los pobres, el canto profético de la Teología de la Liberación, al que la Iglesia había mirado con recelo y hasta había condenado. En un cambio drástico de dinámica, ahora, el Papa no sólo lo acepta y lo asume, sino que, además, convierte a los pobres en la piedra angular de su misión.
Una Iglesia pobre para los pobres. Una Iglesia en salida, para acompañar, aliviar y sanar las heridas de los preferidos de Dios, de la 'carne de Cristo'.
Y los emigrantes, refugiados y exiliados están entre los pobres de los pobres. Miles de millones de personas que, en todo el mundo, dejan su familia, su casa y su patria, para buscar un futuro mejor. Para escapar del hambre. Para dar un futuro a sus hijos. O, simplemente, porque se ven obligados y forzados a salir de su tierra. Con ellos, a su lado o delante, va siempre el Papa, para defender sus derechos y abrirles camino en el corazón de las sociedades ricas y de los gobernantes sin escrúpulos. Abogado de los pobres.
Defender a los pobres implica defender la tierra, la casa común. Porque ellos, los más desfavorecidos, son los primeros en sufrir las consecuencias del maltrato ecológico, del cambio climático, de la explotación descontrolada de los recursos. Francisco, el Papa ecológico, que escucha los dolores de parto de esta tierra exprimida como un limón y que se está quedando sin aliento vital.
O nos salvamos todos o nos hundimos todos sin remedio. O todos o ninguno, que cantaba Bertolt Bretch.
Es decir, para el Papa Francisco, estos tres pilares de su pontificado, confluyen en la cúpula sanadora de la fraternidad universal. Y a esa causa está entregando su vida. La gente lo sabe y, por eso, lo adora. Los poderosos lo saben y, por eso, lo temen. Los líderes religiosos lo saben y, por eso, lo admiran y quieren unir sus manos en esa cruzada salvadora y fraterna, que dé una oportunidad a los preferidos de Dios y a la casa común, que Él nos regaló.
Como decía a Abrahán, “Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de Ur de los Caldeos, y te doy posesión de esta tierra”. Y, por eso, en el Corán, Abrahán es el primer hombre que se rindió totalmente a Alá.
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