Defensa de la vida, sí, pero no así

Con primavera eclesial o sin ella, el obispo de Alcalá, monseñor Reig Plá, sigue dando que hablar. Con sus dos o tres obsesiones de siempre: el aborto, el colectivo gay y el feminismo. Que un obispo condene el aborto no sólo es de recibo, sino su obligación y la de cualquier católico que se precie. Lo que ya no es de recibo es que lo haga con los tonos apocalípticos y exagerados de este prelado, que compara, por ejemplo, el tren de la libertad de las mujeres por el derecho a decidir con los trenes de Auschwitz.

Un obispo tiene que tener mesura. Exagerar el trazo, cargar demasiado las tintas se vuelve contra el que eso hace. Como un boomerang. Reig lleva años haciéndolo y no escarmienta. Y lo que es peor, esa actitud suya repercute negativamente en la institución a la que representa. Como demuestran los titulares que arden hoy con sus declaraciones en todos los medios.

Esta vez tampoco tiene la disculpa de que se le haya calentado la boca, porque las desmesuras las publica en una carta pastoral, escrita (se supone) en el sosiego de su palacio episcopal y tras celebrar la eucaristía.

Hace unos meses, sus propios compañeros del episcopado le echaron de la presidencia de la subcomisión de defensa de la vida de la CEE, que venía ocupando desde hace años, y propusieron, para sucederle, a monseñor Iceta, el obispo de Bilbao. Un prelado más moderado, a pesar de que, como es lógico, condene el aborto. El objetivo era restarle protagonismo a Reig.

Pero al obispo de Alcalá le encanta salir en los medios de comunicación. Y aprovecha cualquier oportunidad para asomar la cabeza. Y sabe cómo hacerlo, con jugosos titulares.

Y es que, en España, hay obispos que siguen fieles a sus viejas inercias. Que no se dan cuenta de que en Roma han cambiado las tornas. Y que lo que toca es defender la vida, pero no a baculazos.

Defensa de la vida sí, pero no así, monseñor. Porque así, flaco favor le hace a la causa que dice defender y a la institución a la que representa. Mire a Roma, monseñor. Sin miedo a la tortícolis.

José Manuel Vidal
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