El Opus Dei gira al centro y exhibe su poder
En el seno de la Iglesia, la Obra está consolidada. Pasados los hervores radicales y muy conservadores de la primera generación, sus aguas se han moderado. Ya nadie habla del Opus Dei como de una secta. Ya nadie dice que son “una Iglesia dentro de la Iglesia”, como se temía entonces.
Superada por la derecha por otros nuevos movimientos neoconservadores, como los Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación o los Necocatecumenales (o Kikos), la Obra se resitúa en la zona del centro eclesial y eclesiástico y hace gala de una sorprendente cintura y de una excelente flexibilidad.
El Opus Dei siempre fue papista. Fueron sus miembros los que inventaron el famoso “Totus tuus” dirigido a Juan Pablo II, un Papa con el que se volcaron, no en vano los situó en el corazón de la Iglesia y en la sala de mandos de la Curia vaticana. A él se lo deben casi todo. Desde su erección en Prelatura personal (en un privilegio único del que siguen gozando), hasta la elevación a los altares de su fundador, San Josemaría, y, ahora, de su sucesor, monseñor Álvaro del Portillo.
Además, en la época del Papa Wojtyla no sólo manejaron las cuentas de la Iglesia, sino también su imagen pública y mediática en manos del español Joaquín Navarro-Valls. Con un éxito por todos ponderado. Eran el cuerpo de élite de la Iglesia y lo siguieron siendo con Benedicto XVI.
Pero los vientos cambiaron radicalmente en Roma con la llegada al solio pontificio del Papa Francisco, que representa un modelo eclesial diferente al de la Obra. Con el Papa del fin del mundo, la Iglesia está pasando del poder al servicio, de la aduana al hospital de campaña, de los principios doctrinales innegociables a la misericordia y a la ternura.
Además, Francisco quiere una Iglesia de todos, sin exclusivas de nadie. El Opus pasó a ser un factor más, no el único ni el primero. El Papa jesuita volvió a apoyarse en las órdenes religiosas, pero sin restar a nadie. Y menos, a la Obra, que, haciendo gala de su capacidad de adaptación, se puso de inmediato al servicio de Francisco. Y, mientras algunos otros movimientos neoconservadores se muestran renuentes, el Opus se arrodilla ante Bergoglio. Y, con ello, hace gala de una profunda renovación interior, que algunos creen que es simplemente estratégica.
Para mostrar su sintonía con el Papa de las periferias, la Obra ha rodeado la beatificación de su segundo líder de iniciativas solidarias. Quiere parecerse también en esto a la Compañía de Jesús, su gran referente. Y, como ella, dedicarse a las élites, pero también a los desfavorecidos. Porque, como les dijo el Papa, “el que está con Dios también está con los hombres”.
Experto en convertir “el limón en limonada” (en frase acuñada por la Obra, tras el escándalo del Código da Vinci), el Opus escenificó en Madrid su viaje al centro eclesial, con sus señas de identidad de siempre: orden, limpieza, elegancia, liturgia cuidada, latín, comunión en la boca y mucha gente bien. Puro estilo Opus. No en vano son los evangelizadores de las élites.
Ya casi nadie los critica. Han dejado de ser el “coco” eclesial. El Opus está domesticado eclesialmente hablando y sigue conservando su poder civil. Quizás un poco reducido en tiempos del PP centrista de Rajoy. Pero, aún así, en la macrobeatificación estaban dos ministros del Gobierno, De Guindos y Fernández, y varios altos cargos. Ya no copan todas las instituciones, pero siguen teniendo mucha influencia política.
Y eso que están perdiendo plumas en la gatera de la secularización. Son unos 90.000 en todo el mundo, pero ya no crecen como antes. Además, tienen el problema de ser una institución eminentemente europea: el 58% de sus efectivos provienen del viejo continente. Les cuesta penetrar sobre todo en África, Latinoamérica y Asia. Redimensionados, miran al futuro con confianza y ofrecen a la gente su receta para ser feliz: la santificación a través del trabajo y de la vida cotidiana.