El Papa pone a la Iglesia en estado de Sínodo
El Papa sabe que la Iglesia está perdiendo a las familias, que escapan del rigorismo doctrinal de la Iglesia y se van hacia praderas más alegres y fecundas. Unas, hacia la indiferencia; otras buscan el calor de la comprensión, de la misericordia y de la ternura en otras religiones. La mayoría se quedan en tierra de nadie. Están en búsqueda de espiritualidad, pero huyen de la religión y, en especial, del catolicismo de las verdades seguras y de los principios innegociables.
Familias marcadas por el dolor y el sufrimiento, que ya no encuentran consuelo en la Iglesia. Familias tiradas en las cunetas de la vida, que no la ven como la casa de la misericordia ni como la comunidad de los samaritanos. Familias con hijos gays, que temen el rechazo social hacia los que más quieren. Y, encima, la condena eclesial.
Familias monoparentales o materparentales, que se sienten rechazadas por la Iglesia. Familias rotas, separadas, divorciadas vueltas a casar, que saben que no pueden acercarse a los sacramentos, porque los aduaneros de turno se los niegan.
Familias, muchas familias que siguen viendo y experimentando a la Iglesia como aduana, y no como hospital de campaña, al que asomarse para curar sus heridas, como quiere el Papa. Y se van, silenciosamente. Sin dar portazos. Porque ya no encuentran en la Iglesia la casa-madre con entrañas de misericordia, que acoge a sus hijos por muy pecadores que sean o por muy en situación irregular que estén.
Muchas familias, muchísimas, ya no se casan por la Iglesia. Y tampoco bautizan a sus hijos, que no reciben en su infancia, patria de la vida, los rudimentos de la fe. Desde el Jesusito de mi vida al Padre Nuestro...Una labor que, en algunos casos, todavía suplen los abuelos. ¿Y cuándo desaparezca la actual generación de abuelos?
La Iglesia necesita con urgencia recuperar a las familias y, para ello, es necesario que revise en profundidad su doctrina, su doctrina moral y, especialmente, su moral sexual. Tiene que pasar en este campo de la moral del semáforo a la de la brújula.
A eso apunta al Sínodo y, de ahí, la creciente oposición a las tesis del cardenal Kasper (auspiciadas por el propio Papa), por parte de la vieja guardia cardenalicia. En la que figuran cardenales como Rouco Varela (contrario a Kasper en el prólogo a un libro de Pérez Soba), Muller, Burke, Caffarra, Brandmuller, De Paolis, Scola y Pell.
Es la dinámica y la estrategia que siempre ha seguido la "derecha" eclesial o el sector más conservador. Cuando el Papa no va en su carro a misa, entonces dejan de ser papistas. Jamás la llamada "izquierda" eclesial o el sector moderado hicieron algo así en los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Y mira que tuvieron motivos. Y de los gordos. Pero aguantaron en silencio, sin publicitar jamás sus discrepancias. Quizás, por eso, los cismas siempre vienen por la derecha eclesial.
El segundo paso de la estrategia de los neocon consiste en oponerse férreamente al cambio más mínimo, con lo cual taponan la salida no sólo para lo mínimo, sino también para lo máximo. Si se han rebelado por la simple cuestión (con su importancia, pero que no deja de ser secundaria comparada con otras) de la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar en algunos casos, ¿qué no estarán dispuestos a hacer en otras cuestiones más mollares? Con la revisión del celibato de los curas, se rasgarían las vestiduras y con el acceso de la mujer al sacerdocio, intentarían quemar al propio Bergoglio.
Al Papa de la ternura y de la misericordia se le rebelan los halcones. ¿Les seguirá el Sínodo u optará por cerrar filas en torno a la teología hecha de rodillas y a la doctrina de la misericordia de los Kasper y compañía? El Papa se la juega. Pero todavía se la juega mucho más la propia Iglesia, si no está atenta al llanto y a las lágrimas, a las alegrías y esperanzas de las familias.
José Manuel Vidal