Scola y Scherer
Scola impone más. Alto, ojos azules, de aspecto un poco rígido, parece ya Papa. Y se comporta casi como tal. Su misa, solemne, en la iglesia de los franciscanos conventuales. Muy seria, muy litúrgica, un poco distante. Eso sí, con una iglesia llena de gente que había llegado, a las 9 de la mañana, procedente de Milán. Y, por supuesto, con una nube de periodistas.
Scola bendice con elegancia y habla con aplomo. Entona bien, se le entiende todo lo que dice y, a pesar de ser un gran teólogo, predica para la gente con suavidad y convencimiento. Con guión delante, pero apenas se le nota que lo sigue. Gesticula lo justo, con elegancia casi innata y modula la voz según lo va pidiendo la homilía.
Su mensaje: El Dios de la misericordia, que, a su juicio, la Iglesia debe proclamar al hombre de hoy.
Un poco más arriba, en Santa Andrea al Quirinale, una joya de Bernini, la misa del otro papable cotizado, el brasileño Odilo Scherer. Es el candidato del partido curial y podría ser el primer Papa latinoamericano. La Iglesia es tan pequeña y está tan abarrotada que los periodistas estamos, a veces, a menos de dos metros del purpurado.
En la distancia cortísima, Scherer, alto, ojos azules, pelo cano y escaso, parece gozar de buena salud. Es rápido de reflejos (se agacha, duando se cae una sagrada forma al suelo durante la comunión) y, sobre todo, seduce. Se gana a la gente con facilidad. Quizás porque celebra con absoluta naturalidad. En una misa muy clásica en el fondo y moderna en las formas. Por ejemplo, el coro está formado por cuatro seminaristas jesuitas, que cantan acompañados de una guitarra, un banjo y un tambor africano.
Scherer se sabe escudriñado por decenas de ojos implacables de las cámaras de la televisión y de los fotógrafos. Pero aguanta bien el tirón. Y hasta bromea, al final de la eucaristía, con una pareja de ancianos que cumplen sus 70 años de casados.
Entre los presentes, hay de todo. Desde jesuitas hasta heraldos del evangelio. Scherer sonríe con elegancia, habla con distinción, cercanía y sencillez y transmite. Tiene pegada. En su homilía, sin papeles, presenta, al igual que Scola, el rostro misericordioso de Dios como snato y seña de la Iglesia ante el mundo actual.
Dos ratzingerianos con simples diferencias de forma. Siendo ratzingerianos, tenen que ser reformadores a la fuerza. Porque ésa es la hoja de ruta que dejó marcada el papa que, con su evangélico gesto de renuncia, marcó el camino del servicio como meta e ideal de su Sucesor. Sea el que sea. Se abre una nueva etapa en la Iglesia. Se huele el cambio que llega. Sopla el viento de la reforma. Por fin, la Iglesia despierta de su letargo. Llega un nuevo Papa Juan, aunque sea más alto y hable portugués o italiano.
José Manuel Vidal