El Papa propone la fraternidad de la parábola evangélica como alma de su encíclica social El 'buensamaritanismo' como sistema político-social para un mundo nuevo
"Al leer su encíclica 'Fratelli tutti', da la sensación de que estamos ante un poema, que le ha brotado a borbotones de su alma de pastor y de profeta"
"Siguiendo al Maestro, el Papa Francisco coloca en el marco de su encíclica social la parábola del Buen Samaritano. Para dejar bien claro a la gente del siglo XXI que el amor, la compasión, la ternura y la misericordia no pasan"
"Con otra 'lógica', con un cambio de paradigma, con la nueva normalidad del Reino de Dios, con un cambio de sistema, porque el actual ha dado sobradas muestras de que sólo beneficia a unos pocos y mata a muchos"
"Todo un ejército de gente religiosa, que intente llevar a la práctica el principal mandamiento de todas sus religiones: el amor"
"Con otra 'lógica', con un cambio de paradigma, con la nueva normalidad del Reino de Dios, con un cambio de sistema, porque el actual ha dado sobradas muestras de que sólo beneficia a unos pocos y mata a muchos"
"Todo un ejército de gente religiosa, que intente llevar a la práctica el principal mandamiento de todas sus religiones: el amor"
¿Cómo es posible que un Papa escriba tan sencillo, tan bello y tan evangélico? ¿Cómo puede un Papa decir cosas tan bellas y, al mismo tiempo tan atrevidas en una encíclica? Hasta ahora, estos documentos papales eran casi siempre 'mamotretos' doctrinales y de alta teología, que exigían la exégesis de los expertos autorizados. Francisco escribe para el santo pueblo de Dios y no necesita intérpretes.
Al leer su encíclica 'Fratelli tutti', da la sensación de que estamos ante un poema, que le ha brotado a borbotones de su alma de pastor y de profeta. La quintaesencia de su experiencia vital destilada a lo largo de sus años de jesuita y de obispo, que entrega su vida en clave de misericordia. Como reza su lema episcopal, 'miserando atque eligendo'.
Bergoglio, que sabe mucha teología pastoral, no es un teólogo refinado de gabinete. En esto, también en esto, se parece mucho al Jesús de Nazaret, el artesano que sabe de la vida, el maestro itinerante que habla a la gente con imágenes que cantan, con historias, cuentos y parábolas que entienden fácilmente los más sencillos y humildes, y les impulsan a ser mejores, a luchar por una vida más digna y, sobre todo, a vislumbrar un horizonte de esperanza para ellos y los suyos.
Siguiendo al Maestro, el Papa Francisco coloca en el marco de su encíclica social la parábola del Buen Samaritano. Para dejar bien claro a la gente del siglo XXI que el amor, la compasión, la ternura y la misericordia no pasan. Es decir, proclamar, una vez más, que la fraternidad es el mejor sistema (porque es el que enseñó el propio Jesús), para crecer como personas y como sociedades. Todos hermanos en la misma casa común.
¿Cómo conseguir ese reino de la fraternidad universal? Como el buen samaritano. Por eso, Francisco, desmenuza la antológica parábola evangélica, que describe arquetípicamente a la humanidad herida y tirada al borde del camino, porque unos salteadores (hoy, de cuello blanco) robaron, machacaron a palos y dejaron tirado al caminante que bajaba de Jerusalén a Jericó. Como los salteadores actuales de un macrosistema inicuo que descarta y deja tirados a millones de seres humanos en las cunetas de la historia y de la vida.
Ante los descartados, explica el Papa siguiendo la parábola, algunos (sacerdotes y levitas) pasan de largo y miran para otro lado. Están muy ocupados en las cosas del Señor. “¡Qué fuerte!”, exclama el Papa. Porque son personas religiosas, muy religiosas, pero que han convertido la fe en creencias y en ideología. Y Francisco les trae a colación esta cita de San Juan Crisóstomo: “¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo [...], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez”.
El buen samaritano, en cambio, no mira para otro lado, se para, recoge al herido, lo lleva a la posada, lo cuida, gasta sus cuartos con él y, sobre todo, le dedica su tiempo. Y también él tenía importantes quehaceres. Tan importantes, al menos, como los del sacerdote o los del levita. Pero, al contrario de ellos dos, es capaz de pararse, descentrarse y amar al otro, sin preguntas previas ni posteriores. Y eso que el buen samaritano no era un creyente fetén ni un alto eclesiástico, sino una especie de hereje heterodoxo. ¡Un samaritano!, se decía, como insulto, en aquella época. Y es que, como dice Francisco, “la paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes”.
Con el ejemplo de la parábola en la mano, el Papa propone la fraternidad como única salida a un mundo enfermo. Y no sólo de la Covid, pero también. Porque las sombras del mundo actual son muchas y abundantes. Tantas y tan profundas que, a veces, parece que el Papa carga las tintas en ellas y ciega los horizontes de salida ante “tanto dolor”, que puede conducir “del engaño del 'todo está mal'” a responder “nadie puede arreglarlo”. Pero no es así, porque, para él, sí hay salida y “caminos de esperanza”.
Eso sí, con otra “lógica”, con un cambio de paradigma, con la nueva normalidad del Reino de Dios, con un cambio de sistema, porque el actual ha dado sobradas muestras de que sólo beneficia a unos pocos y mata a muchos. Y ni siquiera cumple con la teoría del vaso lleno que desborda y deja caer las gotas sobrantes a los pobres. Ni eso hace ya. Es un sistema inicuo, que impide a las grandes mayorías una vida digna, basada en las tres T: tierra, techo y trabajo.
¿Es posible algo así? Cuando describe las sombras del mundo actual, el Papa parece pecar de pesimismo. Y, cuando esboza el paradigma de la fraternidad como salida, parece utópico e idealista. Francisco sabe que no será fácil vencer al “imperio del dinero”. El estiércol del diablo hace sucumbir a mucha gente, incluso entre sus propios curiales (véase el caso del cardenal Becciu...y tantos otros). Si algo caracteriza a este Papa es su sano realismo y el tener los pies en la tierra.
Francisco no tiene recetas prácticas, no ofrece el diseño de un nuevo sistema político, pero sí marca grandes líneas de fondo, grandes tendencias, invitando a la todos los hombres y mujeres de buena voluntad a la revolución del amor, a la revolución de la ternura y la fraternidad, la única capaz de convertir en samaritana a la sociedad mundial y a la Iglesia.
Como líder de una gran religión mundial, Francisco pretende hacer samaritano al mundo, utilizando de punta de lanza, de vanguardia nspiradorai, a los 2.400 millones de fieles cristianos, pero también a los 2.000 millones de musulmanes, a los 1.100 millones de hinduistas, a los 500 millones de budistas o, incluso, a los 1.200 millones de ateos. Todo un ejército de gente religiosa, que intente llevar a la práctica el principal mandamiento de todas sus religiones: el amor.
Con mención especial, desde el principio y en varias ocasiones al Islam, encarnado por “el Gran Imán Ah-mad Al-Tayyeb, con quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios 'ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos'”.
Cristianismo e Islam, las dos religiones más numerosas del mundo, históricamente y todavía en la actualidad acérrimas enemigas, unidas en la nueva cruzada del amor y de la fraternidad.
No será fácil, pero es obligación de los creyentes intentarlo en nombre del Dios de la misericordia. Como antes lo hicieron los santos inspiradores del Papa y de su encíclica social: Francisco de Asís, Luther King, Desmond Tutu, Mahatma Ghandi y Charles de Foucauld. ¡Rogad por nosotros! Para poder “soñar como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos”. Amén.
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