Los cuatro cardenales insensatos
Pobres hombres, que juraron defender al Papa hasta “la efusión de la sangre”, si fuese necesario. En el fondo, son cuatro ancianos llenos de miedo. Les asusta el Papa, que les ha cambiado su forma de vida. Les da miedo la Iglesia en salida, les desalientan los hospitales de campaña y los campos de refugiados. Son de los que proclaman en privado y en público: “¿A dónde vamos a llegar?”
Purpurados de capa magna, que tienen alergia a la primavera y, ante los cuales, sólo cabe una respuesta: Seguir caminando hacia una Iglesia más samaritana. Decididos. Resueltos. Sordos a sus cantos de sirena. Inmunes a sus lamentos y viejas rapsodias, que quieren seguir subordinando el Evangelio a la ley canónica.
Son cardenales-príncipes, de los que sostienen que la tortuga de la verdad nunca será alcanzada por el modernismo de Aquiles. Los que defienden que la Iglesia no debe salir, sino que debe seguir siendo autorreferencial y autosuficiente. Los del 'non praevalebunt'.
Son cardenales de la “obediencia ciega” al Papa. Pero no a todos los Papas. A “sus” Papas: A Juan Pablo II o a Benedicto XVI. Pero no, a Francisco. Son de los que, durante estos años pasados, colocaban la comunión por encima de todo y, en cambio, ahora la pisotean.
Son cardenales que están en la oposición desde que Bergoglio llegó al solio pontificio, rompiéndoles los esquemas, en busca de una Iglesia más evangélica. Oposición sorda y tenaz que, ahora, salta a la luz pública. Con un objetivo claro: sembrar la confrontación y el disenso y preparar el camino para un eventual cisma en la Iglesia. O para utilizar el cisma como un espantajo.
Es una llamada a sus tropas, que han acogido el trompetazo con júbilo y les piden que planten cara y rompan ya, de una vez, la unidad eclesial. Se trata de una campaña bien orquestada por parte de los sectores más reaccionarios civiles y eclesiásticos. El núcleo de la estrategia, que vienen utilizando desde que Francisco proclamó aquel grito del 'quiero una Iglesia pobre y para los pobres', consiste en lanzar ataques periódicos y concéntricos, con el fin de deslegitimar el prestigio y la autoridad del Papa. Y sembrar la cizaña del odio, de la división, del malestar y del cisma.
Por eso, hicieron pública la carta y, por eso, amenazaron al Papa con una especie de juicio público y sumario. Y, al hacerlo, se han convertido en piedra de escándalo, introduciendo en la vida eclesial un gravísimo acto de rebeldía y desorientación.
No creo, pues, que el Papa les responde formalmente a los cardenales rigoristas. Si acaso, lo hará indirectamente. Con sus palabras y son sus gestos. Esos que le ganan el corazón de los sencillos y, como en tiempos de Cristo, le enemistan con los fariseos, que “pretenden construir una Iglesia autorreferencial, que conduce a la contraposición y, por lo tanto, a la división” (Francisco dixit). A los cuatro purpurados levantiscos les han pillado con el paso cambiado y sin aceite en sus lámparas.
José Manuel Vidal