Una gozada de ceremonia y un encanto de Iglesia en Rabat

Imaginen un cóctel así: una comunidad multirracial, multiétnica, joven, alegre, armónica, testimonial, musical, en una ceremonia de tres horas de consagración de un obispo salesiano-franciscano, en una catedral sencilla como una parroquia de barrio. Pues toda esa realidad junta, con todos esos ingredientes y algunos más, la vivimos este sábado en Rabat, en la consagración de Cristóbal López como arzobispo de dicha Iglesia.

La diócesis del arzobispo español es enorme y ocupa el 75% del territorio marroquí, con tan solo 50.000 fieles, 32 curas y unos 100 religiosos y religiosas. Una comunidad joven, con una edad media de 35 años, en un país mayoritariamente musulmán, con libertad religiosa, pero donde sigue estando prohibido para los fieles del islam convertirse al cristianismo.

Una Iglesia joven, de diversas culturas y cientos de nacionalidades. Un 'melting pot', un arco iris de colores, acentos y lenguas. Por eso también la celebración se hizo deliciosamente larga, porque se celebró en francés, español y árabe, con algunas partes en las que también resonaron las lenguas subsaharianas: swahili, senegalés, camerunés, nigeriano...Una Torre de Babel a lo divino. La Iglesia poliedro que tanto le gusta a Francisco. Una auténtica sinfonía con instrumentos distintos y dispares y todo tipo de notas diferentes.

Las de Marruecos son “comunidades de gratuidad”. Me lo explica Jose Luis Navarro, un monje trapense que lleva más de diez años en el monasterio del Atlas, compartiendo comunidad con Jean Pierre, el anciano y único superviviente de la matanza de los monjes de Thiberine, que, por cierto, pronto van a ser canonizados.

Me lo cuente así el cisterciense español: “Somos solo y principalmente levadura. Sembramos testimonios de vida. Aquí, un obispo no tiene que llevar registros de bautismo o de confirmación ni obsesionarse por aumentar el número de sus seminaristas. No cabe el proselitismo, no hay libros de registros, solo hay vida”. Gratuidad pura y dura, la esencia del Evangelio.

Una gratuidad que viven tanto los fieles como los curas, a los que que se les nota en la cara y, quizás por eso, sonríen constantemente. “El que viene aquí no quiere irse”, me cuenta el franciscano Manuel Corullón. Y me muestra al padre Joel, un anciano franciscano que lleva toda la vida en Marruecos, un ejemplo de sabiduría, bondad e inculturación.

Curas y religiosos y, especialmente, muchas religiosas felices, para comunidades cálidas, acogedoras, familiares. Un estamento clerical entregado a los demás, porque aquí no se puede medrar, no hay escalafón, todos se alinean por abajo y en constante actitud de servicio. Aquí no hay prebendas ni canonjías ni clases clericales ni separaciones entre el alto y el bajo clero. Curas servidores, no funcionarios, que, en general, escapan del carrerismo.

Lo sabe bien su nuevo arzobispo, que ya vivió en Kenitra 8 años. De ahí que su saludo a sus nuevos diocesanos fuese así de cariñoso: “Sois mi familia, he venido para amaros y, sin todavía conoceros, ya os quiero”.

Una comunidad así merece un obispo ad casum, que no desentone. Y el Papa lo encontró en el padre Cristóbal. A mi juicio, lo tiene todo para ser un buen pastor. Afable, cariñoso, servicial, atento alegre, preparado y hasta con sentido del humor. “Cuenta muchos chistes y los cuenta bien”, me dice un amigo de Sevilla, que se hizo tropecientas horas en autobús y ferry para ir y volver a Rabat.

Algunas pinceladas de su sentido del humor dejó el nuevo prelado en la celebración. Como cuando dijo que llevaba una casulla viejita, de más de 30 años, porque era la que había utilizado el Papa Wojtyla en su visita a Marruecos. Y apuntilló: “A ver si se me pega algo”. O cuando mentó a uno de sus guías espirituales, San Francisco de Sales en estos términos: “Los dos somos periodistas, los dos llevamos barba, los dos estamos calvos, pero a mí me falta parecerme a él en la santidad”.

Un obispo, además, con personalidad y carisma y, sobre todo, un prelado 'franciscano' del Papa Francisco. Nunca hasta ahora había oído a un obispo decir tan alto y tan claro que su guía será el Evangelio y el magisterio de Francisco, su ejemplo de vida y su testimonio. Así de tajante. Sin ocultarse detrás de frases melifluas y espiritualistas que dicen sin aportar nada. Todo con Pedro, pero de verdad.

Y es que el padre Cristóbal es un convencido, un religioso del Vaticano II, que no tuvo que cambiar de chaqueta para adecuarse a la primavera del Papa. Le sale de dentro, natural como la vida misma, sin poses ni fingimientos. ¡Qué pena que un obispo así se vaya a Marruecos! ¡Con la falta que aquí hacen prelados así!

Éstos son los nuevos obispos que necesita España como el comer. Aquí es donde tiene que aplicarse el Nuncio Fratini: Romper las antiguas ternas y buscar este nuevo perfil de obispos. Y, afortunadamente, abundan. Hay en España muchos curas y frailes potencialmente franciscanos de Francisco. Si no los encuentra, señor Nuncio, yo mismo puede hacerle una lista.

O puede preguntarle a los obispos franciscanos españoles, que también los hay. De hecho aquí, en Rabat, estaban unos cuantos: Omella, Amigo, Ginés, Vives, Vilaplana y Agrelo.

Amigo, el cardenal que hace honor a su nombre y al que siguen echando de menos en Sevilla, entrañable como siempre, se encontraba en su salsa. La diócesis de al lado, Tánger, fue su primera novia, ésa a la que nunca se olvida.

Omella llena el espacio, tiene carisma, personalidad y sentido del humor. Nos hizo sonreír varias veces en la celebración. Por ejemplo, cuando, en medio de su larga homilía, reconoció: “Los obispos hablamos demasiado y tú, Cristóbal, harás lo mismo”.

Vives, el arzobispo de Urgell, siempre sonriente, es copríncipe de Andorra, pero no se lo nota. Lleva ya tiempo luchando por una Iglesia abierta y en salida. Y, de hecho, lo pagó caro la época anterior, en la que la vieja guardia rouquiana le relegó de sus funciones en la Conferencia episcopal, donde siempre fue un obispo respetado y querido por sus colegas.

Vilaplana, prototipo de obispo humilde y sencillo, atrae a la gente y goza de un gran predicamento en el ámbito episcopal. Siempre fue un pastor del Vaticano II y, por eso, ahora, no tiene que simular nada.

Ginés García Beltrán, el flamante obispo de Getafe, tiene experiencia, preparación, personalidad. Reconocido ya entre sus pares, que le otorgaron el seguimiento de la siempre delicada comisión de Medios, podríamos decir que es un tren de largo recorrido o un avión de altos vuelos. Probablemente, Getafe no sea, para él, parada y fonda. Seguramente esté entre los candidatos a suceder al cardenal Osoro en el arzobispado de Madrid.

Y qué decir de monseñor Agrelo, arzobispo de la vecina Tánger, que está de salida, esperando a que el Papa, que le ha concedido ya casi dos años de prórroga, nombre a su sucesor, que seguramente será su actual vicario general, Simeón Czeslaw Stachera, un franciscano polaco, pero españolizado y profundamente encernado en la realidad marroquí y en la defensa de los emigrantes subsaharianos. Porque Agrelo, el profeta, el abogado de los emigrantes, ha creado escuela.

Como comprenderán, con la muestra (que no exhibición) de algunos de estos mimbres, fue fácil para el periodista constatar que el Reino y la Iglesia conciliar y 'franciscana' ya camina (y a buen ritmo) en la vecina Marruecos. A un paso de España. Sólo hace falta que salte el Estrecho. Y hay ferry.
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