El poderío del palacio episcopal de Quito

Me encuentro en Lima, procedente de Ecuador. He estado casi una semana en Quito, invitado por Quito Turismo, para cubrir la Semana Santa. Aparte de lo ya escrito sobre el alma popular que la conforma, me he encontrado (quizás, como en todas partes) con dos Iglesias o dos sensibilidades eclesiales diferentes: la Iglesia acomodada jerárquica, a la que le cuesta poner su reloj a la hora de Francisco, y la de las periferias.

Icono de la primera es, quizás, el arzobispo de Quito, monseñor Trávez. Se trata de un prelado moderado, franciscano, amable, que me recibió en su palacio, para hacerle una entrevista. Y lo que más me llamó la atención, lo que más me escandalizó no fue el arzobispo, sino el palacio. Grande, enorme, lujoso. Ocupa todo un lateral de la Plaza Grande, la plaza por antonomasia de Quito. Es tan grande como el Palacio presidencial, que ocupa una cara de la misma plaza.

Demasiado poderío. Demasiado palacio y demasiado lujoso. Tan grande que el arzobispado ha alquilado una parte importante para comvertirla en centro comercial. Con tiendas y restaurantes, entre ellos el 'A la vuelta, Señor'. Es verdad que me comentaron que el arzobispo vive en una residencia y no en el propio palacio. En cualquier caso, recibe a la gente en el enorme complejo, ante el que seguramente los más pobres se sentirán cohibidos y fuera de sitio.

¡Ojalá Francisco, en su próximo viaje a la capital quiteña, sea capaz de romper el cerco de la Iglesia jerárquica, para acercarse a alguna de las obras de la periferia, del sur del sur de Quito!

José Manuel Vidal
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