"Un gesto profético. Un acontecimiento que pasará a la historia de la Iglesia" La primavera de Francisco 'resucita' el Pacto de las Catacumbas

Firma del nuevo Pacto de las Catacumbas
Firma del nuevo Pacto de las Catacumbas

"Helder Camara sonríe desde el cielo (y pronto dede su peana de santo en la tierra), porque la propuesta de una Iglesia pobre y servidora ha sido asumida por Francisco"

"Los firmantes dle nuevo Pacto, más de 150, ya no fueron sólo los obispos, sino que estuvieron acompañados por miembros de todo el pueblo santo de Dios"

"La nieve de las cumbres se ha derretido y ha empapado el valle y, en un perfecto círculo sinodal, vuelve a generar el agua que riega y hace florecer la primavera francisquista"

"El nuevo Pacto demuestra que, cuando las bases se conectan con la cúpula, el cambio deseado por el pueblo y fomentado porel Papa es imparable"

"Una Iglesia-círculo y pueblo, sin las castas clericales que, durante tanto tiempo, han tenido secuestrada a la institución en función de sus intereses personales y de clase"

Un gesto profético. Un acontecimiento que pasará a la historia de la Iglesia. Un símbolo que conecta la primavera del Vaticano II con la del Papa Francisco. Tras la del Concilio, vino la involución. El nuevo pacto de las catacumbas pretende, precisamente asentar las reformas en la Iglesia, para que no pueda haber marcha atrás. Para que, por fin, 54 años después, cuaje a fondo el espíritu conciliar en una Iglesia-pueblo de Dios.

Helder Camara sonríe desde el cielo (y pronto dede su peana de santo en la tierra), porque la propuesta de una Iglesia pobre y servidora ha sido asumida por Francisco. En una clara continuidad, el Pacto firmado hace cincuenta años vuelve a florecer, como la vara de Jesé.

Con el primer Pacto, los obispos se comprometieron a caminar con los pobres, siendo no solo una Iglesia para los pobres, sino de los pobres. Para intentar empobrecerse ellos mismos, decidieron asumir un estilo de vida sencillo, propio de los pobres, renunciando no solo a los símbolos de poder, sino al mismo poder externo (palacios, mitras, báculos).

Era 16 de noviembre de 1965, tres semanas antes de la clausura del concilio, unos 40 obispos se reunieron discretamente, casi de manera clandestina, en la Catacumba de Santa Domitila en Roma, bajo la inspiración de Helder Cámara.

Helder Camara

Los reunidos procedían de todos los continentes, con predominio del Sur: Asia (China, Corea del Sur, India, Israel), África (Zambia, Argelia, Togo, Congo, Chad, Congo-Brazaville, Egipto, Djibouti, Seychelles), América Latina (Brasil, Argentina, Ecuador, Caribe), América del Norte (Canadá) y Europa (Francia, Bélgica, Grecia, España, Italia, Alemania, Yugoslavia).

Entre los firmantes estaban Enrique Angelelli, asesinado en 1976 por los militares durante la dictadura argentina y beatificado por Francisco, el brasileño Antônio Fragoso, defensor de la teología de la liberación y el ecuatoriano Leonidas Proaño, obispo de los indios. O el español, Rafael González Moralejo, entonces auxiliar de Valencia y, después, obispo de Huelva.

Aquel primer Pacto no solo era una bella declaración de intenciones, sino que bajaba al plano más personal. Por eso, renunciaban a las riquezas, tanto en las apariencias como en la realidad, a poseer bienes en propiedad; rechazaban los nombres y títulos que expresaran poder como eminencia, excelencia, monseñor; en las relaciones sociales, se comprometían a evitar preferencia por los ricos y poderosos y optaban por el uso de símbolos evangélicos, nunca de metales preciosos.

Iglesia que es pueblo

En su ministerio pastoral, acordaron dedicarse plenamente al servicio de las personas y los grupos económica, física, cultural y moralmente débiles y subdesarrollados, transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y la justicia, así como crear estructuras e instituciones guiadas por la igualdad y el desarrollo integral de toda persona y de todas las personas.

Este nuevo Pacto ya no se firmó en el semiclandestinidad, sino en una eucaristía abierta a todos. Los firmantes, más de 150, ya no fueron sólo los obispos, sino que estuvieron acompañados por miembros de todo el pueblo santo de Dios.

En ambos pactos, tanto en el de 1965 como en el de 2019, se respira el aire del Concilio de las ventanas abiertas para el aggiornamento de Juan XXIII y Pablo VI. En ambos resuena, con más de cinco décadas de distancia, el grito de los pobres. Un grito que surge desde las entrañas de la selva amazónica, mezclado con el ruido de las aguas, el susurro del viento, el crepitar de las llamas y la alegría y el llanto de los indígenas.

“Muchos hermanos y hermanas en la Amazonía cargan cruces pesadas y esperan el consuelo liberador del Evangelio, la caricia amorosa de la Iglesia. Por ellos, con ellos, caminemos juntos” Iglesia de los pobres

El nuevo Pacto, más coral y sinodal y menos clerical, escenifica que el Espíritu lleva a su Iglesia en alas de la comunión. Es decir, demuestra que, cuando las bases se conectan con la cúpula, el cambio deseado por el pueblo y fomentado porel Papa es imparable.

Como en alguna otra ocasión en su historia bimilenaria, el movimiento reformista eclesial es potenciado desde arriba por el Papa Francisco y secundado desde abajo por la gente. O como le gusta decir a Bergoglio, una Iglesia poliedro de hermanos, que camina de la mano. La nieve de las cumbres se ha derretido y ha empapado el valle y, en un perfecto círculo sinodal, vuelve a generar el agua que riega y hace florecer la primavera francisquista.

La primavera de una Iglesia pobre y servidora, profética y samaritana. Porque, como recoge el Pacto, en varias de sus propuestas, la Iglesia del futuro será así o no será. Una Iglesia de amor en acción, que pasa de las proclamas de misericordia al ejercicio concreto de la misma; que toca la carne del empobrecido, comparte su vida y se mancha de barro, para liberarlo. Para que ellos y sus hijos puedan vivir con dignidad.

Papa de la primavera
Papa de la primavera

Una Iglesia-círculo y pueblo, sin las castas clericales que, durante tanto tiempo, han tenido secuestrada a la institución en función de sus intereses personales y de clase. Por eso, rota la columna vertebral del clericalismo, florecerán nuevos ministerios de hombres y mujeres servidores de la comunidad, en la que ya viven y por la que ya trabajan.Pero, a partir de ahora, lo harán enviados por su propia comunidad, en nombre del Espíritu. Pasando, de una vez por todas, de la 'pastoral de la visita' a la de 'la presencia'.

Un Pacto que, como es evidente, está llamando a voces a un cambio radical no sólo en la Iglesia , sino en la sociedad, para conseguir, también en ella, una conversión ecológica, que implica un estilo de vida nuevo, una solidaridad global, que supere el individualismo.

Con una agenda mínima: desarrollo integral y sostenible, agua potable para todos, energía sin contaminación, respeto de las identidades de los pueblos originarios, y eliminar las injusticias amazónicas (tan parecidas a otras de otras muchas partes del mundo) como el neocolonialismo, el extractivismo, los ataques a la biodiversidad y la imposición de modelos culturales y económicos ajenos a la vida d ellos pueblos.

Tras el ver y el juzgar del Sínodo de la Amazonía, llega el tiempo del actuar. Todos a una. Ministros-servidores, con el Papa a la cabeza, y pueblo santo de Dios. Con el viento en popa del Espíritu. Seguimos remando (ahora con más fuerza que nunca) hacia la primavera de Francisco y el horizonte del Evangelio, que sigue anclado en, para, con, desde y de los pobres, los mimados y preferidos del Señor.

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