El triste adiós del cardenal Rouco Varela
Programada para que fuese su último día de gloria, la ceremonia se convirtió en una despedida tristona. Especialmente por el vacío episcopal e institucional. Se esperaban decenas de obispos, acompañando al cardenal en la hora de su adiós. Pero junto a los "obligados" (por ser sus auxiliares) Fidel Herráez y César Franco, sólo estuvieron a su lado el Nuncio, Renzo Fratini, el arzobispo castrense, Juan del Río, el obispo de Astorga, Camilo Lorenzo, y el Nuncio en Kazakstán, el madrileño Miguel Maury.
Ni Blázquez (que esté en el Sínodo en Roma), ni Osoro, ni Cañizares, ni Barrio o Braulio...Nadie de la cúpula de la Conferencia episcopal. Por no estar ni siquiera estuvo su auxiliar y otrora mano derecha, Juan Antonio Martínez Camino, que, al parecer, se encuentra en Latinoamérica, para disfrutar de un año sabático.
Fue la escenificación pública del "sic transit", de la caída fulminante de un hombre que atesoró más poder que nadie en la Iglesia española de los últimos 50 años. Porque el poder que disfrutó Rouco sólo pueda compararse, quizás, con el del mismísimo cardenal Cisneros. Pero ese mismo poder, acompañado del control exhaustivo y del miedo que impuso en la Iglesia española, le pasó factura incluso en su despedida.
No lo acompañaron ni sus más fieles. Ni siquiera aquellos prelados a los que concedió la mitra e impuso en sus respectivas diócesis contra viento y marea, como el titular de San Sebastián, monseñor Munilla, el de Córdoba, Demetrio Fernández, o su propio sobrino, el obispo de Lugo Alfonso Carrasco Rouco.
Y si sus compañeros en el episcopado lo dejaron sólo, las autoridades políticas tampoco abundaron. Sólo acudieron a su despedida Ana Botella, alcaldesa de Madrid, Ignacio González, presidente de la comunidad y el ex ministro Gallardón. Pero nadie más. Ni siquiera su amiga y aliada, Esperanza Aguirre. Y, por supuesto, nadie del Gobierno.
En su homilía de despedida, las claves de su pontificado madrileño, en el que el próximo día 22 alcanzará los 20 años. Primero, sus raíces compostelanas: 18 años en Santiago, que marcaron su alma "con la tradición jacobea, viva y pujante". En segundo lugar, su primer encuentro con Juan Pablo II en el primer viaje del Papa Wojtyla a Compostela, en 1982, cuando lanzó aquel célebre grito: "Europa sé tú misma". El tercer recuerdo también compostelano: la celebración de la IV Jornada mundial de la Juventud de 1989, su primera JMJ.
Y de Compostela a Madrid, donde llega "un obispo tocado hasta lo más hondo del alma por la fuerza irradiadora de la persona y del mensaje de San Juan Pablo II". Y siguiendo su estela, se propuso "evangelizar en la comunión". Porque, "en la comunión de la Iglesia" es su lema episcopal.
El cardenal, tras mostrar los frutos de sus dos décadas de pontificado madrileño, da gracias a Dios "por el dinamismo misionero desplegado" y vertido en catequesis, celebraciones litúrgicas y evangelización del universo "doloroso e hiriente de las viejas y de las nuevas pobrezas, que las crisis se han encargado de agravar".
Y tras el pasado, la mirada del cardenal se dirige hacia el futuro y en tonos sombríos, como casi siempre. "En el próximo futuro, se van a poner a prueba la firmeza y la claridad de nuestra fe en Cristo", dijo. Convencido de ello, invitó a no arredrarse ni retroceder en la misión de "ser testigos valientes de Jesucristo".
Y terminó sin una sola concesión a la emotividad, sin un sólo "Madrid os llevo en el corazón". Sin lágrimas ni alegrías. Casi en soledad. La elocuente soledad de los que han tenido y han ejercido todo el poder. Comienzan los misterios dolorosos para el cardenal Rouco, el otrora vicepapa español.
José Manuel Vidal