"Él es hoy su regalo para ti. Y sólo cabe que tú misma seas hoy tu regalo para él" Santiago Agrelo: "Feliz encuentro con el amado, Iglesia esposa de Cristo"
"Hemos visto salir la estrella de nuestro Rey y venimos a prestarle vasallaje: en su mano, aunque la veas pequeña, todavía mano de niño en brazos de su madre, en esa mano está el reino y la potestad y el imperio"
"Pero en los acontecimientos de este día la liturgia atisba otros misterios, otros significados: Hoy la estrella condujo a los magos a donde estaba el niño con su madre; hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo"
"Como esposa, abrázate a tu celestial Esposo, hasta que seas con él una sola carne, pues él se entregó a sí mismo por ti, para consagrarte, para que te presentases ante él gloriosa, santa, inmaculada"
"Como esposa, abrázate a tu celestial Esposo, hasta que seas con él una sola carne, pues él se entregó a sí mismo por ti, para consagrarte, para que te presentases ante él gloriosa, santa, inmaculada"
Todavía es Navidad. Todavía celebramos la venida del Señor, su epifanía, la manifestación de su gloria en la fragilidad humilde de nuestra carne.
Hemos visto salir la estrella de nuestro Rey y venimos a prestarle vasallaje: en su mano, aunque la veas pequeña, todavía mano de niño en brazos de su madre, en esa mano está el reino y la potestad y el imperio.
Del día de la Epifanía y de la noche que lo precede la tradición ha hecho un tiempo para la ilusión de los niños.
Los creyentes, sin que nadie nos prive de ilusiones, somos invitados a hacer de este día un tiempo para vivir acontecimientos de salvación.
Guiados por la estrella de la fe, hoy somos nosotros quienes entramos en la casa, en la asamblea eucarística, para "ver al niño con María, su madre".
Lo que en aquel tiempo vivieron unos magos de Oriente, es lo que se nos concede vivir hoy en el misterio de nuestra celebración.
Cristo Jesús ha venido para nosotros, nos ha nacido el Rey, hemos visto salir su estrella, ha aparecido el que es nuestra luz, ha amanecido sobre nosotros la gloria del Señor, ha llegado nuestro Dios.
El primer regalo que le hacemos es el de nosotros mismos, el de nuestra propia vida... el mismo que le hicieron aquellos magos que, al ver a Jesús, "cayendo de rodillas lo adoraron". Postración y adoración indican lo que aquel Niño es para ellos, y lo que ellos son para aquel Niño.
A ese Niño, a ese Rey, el Señor Dios le ha confiado su juicio, su justicia, su rectitud, su paz, y todo se lo ha confiado para nosotros, para que nos alcance la paz, la rectitud, la justicia, el juicio que vienen de Dios.
Después, aquellos magos, “abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”
Lo mismo que la postración y la adoración, también los regalos hablaban de quien los recibía, y hablaban de quienes los hacían: oro, incienso y mirra eran artículos de su credo, eran declaración de fidelidad, proclamación de la soberanía del Rey sobre la vida de quienes ante él se han postrado y para él han abierto sus cofres.
Pero en los acontecimientos de este día la liturgia atisba otros misterios, otros significados: Hoy la estrella condujo a los magos a donde estaba el niño con su madre; hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque Cristo la ha purificado de sus pecados; hoy, los magos de Oriente acuden a las bodas del Rey, y los invitados se alegran porque a la mesa de este banquete de bodas ya se sirve el vino del Reino de Dios.
Con los magos, póstrate y adora.
Alégrate con los invitados a la boda.
Como esposa, abrázate a tu celestial Esposo, hasta que seas con él una sola carne, pues él se entregó a sí mismo por ti, para consagrarte, para que te presentases ante él gloriosa, santa, inmaculada.
Él es hoy su regalo para ti. Y sólo cabe que tú misma seas hoy tu regalo para él.
Feliz encuentro con el amado, Iglesia esposa de Cristo.