Decía un enfermo: “Jesús, gracias por el dolor”
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Decía un enfermo: “Jesús, gracias por el dolor”
(masfe.org)
De vez en cuando cae en nuestras manos un escrito que nos reconcilia con los temas rutinarios o novedosos de los periódicos.
Lo leí hace poco en una revista. Se expresaba así un enfermo: “Señor, gracias por el dolor; gracias por esta situación en que me has colocado. Me encuentro con el sinsabor de cada día; con el padecer frecuente de mi enfermedad, y con la oscuridad de mi fe. Pero ¿cómo te iba a mostrar mi amor y confianza, si todo fuera luz y claridad? ¿Dónde iba a estar el mérito mío?”
De verdad me ha emocionado este escrito de un enfermo para mí desconocido. Hay personas que viven en plenitud su fe. Existen santos en los años finales del siglo XX.
No; no me gusta el sufrimiento porque sí. No soy un masoquista. Soy una persona normal. No me agrada la oscuridad porque sí. Prefiero la luz del día, en lugar de la noche y las tinieblas. Tampoco me entusiasma el esfuerzo por sí mismo. Es más grato el placer de la buena mesa en la amistad, o la contemplación de las estrellas.
Pero encuentro apasionante la vida entregada a Dios; ver almas de enfermos o sanos que se ofrecen en las manos de su Señor y se dejan llevar por los senderos, intrincados con frecuencia, que conducen a la vida eterna. Me gustaría también seguirlos.
Me apasionan los silbidos amorosos del Buen Pastor. Me atrae esa fe en oscuridad; la fe de nuestro enfermo que es capaz de decirle a su Dios: “Gracias, Señor, por las tinieblas en mi acto de creer.”
Y digo en mi oración, y te lo sugiero a ti: - No me importa caminar por ribazos empinados para encontrarte, Señor. Me diste el instinto de las alturas; de buscarte por encima de las estrellas. Me llamaste para ser feliz contigo por los siglos de los siglos. Gracias por el dolor y las dificultades. Así puedo apreciar que merece la pena el encuentro definitivo con el Amor de los Amores.
Una persona enferma, si se deja guiar de su Dios, poco a poco se va despojando de todo lastre. Llega a una indiferencia ignaciana total. Y le dice de corazón a Jesús: “Lo mismo me da salud que enfermedad; sólo pretendo tu amor. Y llegar a poseerte del todo en el paraíso. Pero cuando tú lo quieras.”
No temeremos las brumas finales. Dios no se muda. Y meditamos juntos aquella frase lapidaria de nuestra Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante… quien a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta.”
José María Lorenzo Amelibia
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