Flaco favor hacen a nuestra causa los clérigos que se casan por lo civil

Victorino Pérez, sacerdote casado, se deja oír

Hace unos días leí en “Religión digital” un artículo escrito, al parecer, por el sacerdote casado Victorino Pérez.
Recuerdo que hace algo más de un año escribí un post laudatorio de este señor, porque me pareció del todo honrado. Pero este artículo de hoy me hace pensar.


Para quien lo lea por primera vez: Victorino Pérez Prieto es un sacerdote que se casó con matrimonio civil, sin pedir la dispensa. Probablemente porque de esta manera quería demostrar que no renunciaba a su sacerdocio del que se siente vocacionado. No es único caso en España.

Por supuesto estoy convencido de algo que se afirma en el post de mi referencia: ”Dios no tiene celos de que el sacerdote tenga una familia". Es la actual legislación la que impide a un sacerdote tener familia. Esta legislación no me convence y siempre, desde hace cuarenta años, escribo y pongo en la picota a esta desventurada norma que tanto ha hecho sufrir y sigue haciendo. ¡Causa u ocasión de tantos escándalos! Pero ahí está. Y si soy católico, he da acatarla y respetarla, aunque de mil maneras pida, suplique, sugiera, e incluso me muestre, como serio adolescente, exigiendo que se acelere el día de la abolición.

He seguido algún debate en torno a Victorino Pérez Prieto. Unos lectores están a favor, otros en contra, que de todo hay. No me han gustado los insultos contra él, ni las faltas de amor. Por otra parte me gusta que este sacerdote casado no quiera entrar en polémicas estériles, según lo afirma.

Pero flaco favor nos hace a quienes nos casamos con todas las de la ley, por la Iglesia. E incluso creo que tampoco hace ningún favor a la causa del celibato opcional, saltándose a la torera la normativa eclesial, y provocando que desde la curia episcopal le adviertan de la suspensión latae sententiae en la que cayó al celebrar Misa después de haberse casado civilmente. Y es que en materia tan delicada, creo que no se debe caminar a base de hechos consumados. Además pienso que conseguirán lo contrario de lo que pretenden. Que no es lo mismo casarse perteneciendo al clero, que vestir de paisano o dejarse crecer la coronilla. Estas “pequeñeces” se han logrado con la estrategia de las transgresiones sistemáticas. Pero la osadía de casarse por la brava, sin permisos ni dispensas, puede desembocar, si se multiplican los casos, en una Iglesia paralela; un cisma.

Quienes pedimos la dispensa sabemos que seguimos siendo sacerdotes, pero no clérigos. En cambio siguen siendo clérigos, aunque sancionados, aquellos que sin pedir la dispensa han recibido el matrimonio civil. Desde el punto de vista de nuestra causa, insisto, flaco favor nos hacen.

Pero hay una idea dentro del artículo que me parece inexacta y dura, cuando dice, refiriéndose a “la señora, que estuvo desafortunadamente casada unos años con el individuo desequilibrado que fue ilegalmente su marido”. Porque en primer lugar es feo afirmar de una persona que es desequilibrada; feo e injurioso contra ella. Y en segundo lugar el matrimonio vivido, y que después declarado nulo, jamás fue ilegal, sino legítimo, legal, aunque putativo. Y para defenderse no es conveniente atacar con inexactitudes o falacias.

Y, aun sin conocer al que fue esposo LEGAL de la actual señora de Victorino, intuyo con mi sensibilidad normal de persona, el drama angustioso a que han sometido a este señor, Y me llama aún más la atención que un clérigo que confunde el matrimonio putativo con el ilegal, se apoye en sentencias rápidas de nulidad, sabiendo como sabe, el desprestigio en que están cayendo hoy en el pueblo estas sentencias. Algunos llegan a llamarlas, “divorcio por la Iglesia”´.

Y no nos metemos en dimes y diretes de si birló una mujer o no. Harto se ha debido de escribir sobre esto. Me gusta que Victorino siga sintiéndose sacerdote porque lo es, pero sería más eficaz su trabajo en pro del celibato opcional, desde la legalidad canónica, por muy poco que nos guste esa ley; desde una mansa contestación. Yo estoy convencido de que a la larga conseguiremos que cambien nuestros jerarcas la normativa, pero tengamos paciencia, porque ni Victorino, ni yo, ni nuestros hijos, lo vernos. Y ojalá que lo conozcan nuestros nietos.


José María Lorenzo Amelibia

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