A veces nos acordamos poco de las virtudes infusas. Da la impresión de que no nos pertenecen. Pero nos dice la teología que ellas actúan desde nuestro bautismo; completan las virtudes naturales y a través de ellas el Espíritu Santo penetra en nuestras almas. Merece la pena invocar al Espíritu Santo para que avive estas virtudes en nuestras almas. Y sobre todo: no vivir disipados, distraídos en mil cosas, porque entonces no las percibiremos nunca y no podremos potenciarlas para que actúen con mayor fuerza en nosotros.
No está de moda ahora aquello del ejercicio de las virtudes. Una búsqueda y lucha por conseguir la pobreza, humildad, fortaleza, constancia, ha caído en desuso. ¿Quién habla de estas cosas? ¿Tal vez en el Opus? Y sin embargo es preciso proponérselo, porque no vienen las virtudes a nosotros por arte de magia. Es verdad: la adoración a Dios, el amor, la oración nos van disponiendo a la virtud, pero también es necesario nuestro esfuerzo posterior. Es como limar un hierro. Cada vez que pasamos este instrumento va llevando polvo del metal y llega a desgastarlo. Lo mismo ocurrirá con nuestra alma.
La oración nos ayuda a descubrir aspectos de nuestra virtud, nos alumbra como una linterna en la oscuridad. A ver si aprendemos a enfocar nuestro trato con Dios para descubrir tantas zonas oscuras en el alma. Todo esto que te expongo es mi meditación de hoy, mientras te escribo. Luego, igual voy a la oración y sólo sé decirle al Señor aquello del salmo: "Soy como un jumento delante de ti." El proveerá. Pero yo debo meditar y demostrarle al Señor que me interesa seguirle más de cerca.
José María Lorenzo Amelibia
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