Un caballero cristiano que creció en la mayor indigencia
Espiritualidad. Ejemplo de vida.
| José María Lorenzo Amelibia
Un caballero cristiano que creció en la mayor indigencia
ALFONSO LORENZO GARCÍA, un teniente autodidacta
(Amazon)
Siempre he admirado a mi padre por su fuerza de voluntad, valentía, honor, actitud de servicio, humor sano y simpatía. Era solícito con todos, responsable. Tenía todas las virtudes propias del Guardia Civil. He admirado también su evolución psicológica en el terreno religioso. Fue lenta. Sin llegar a ser un místico, podemos considerarlo como un caballero cristiano. No tuvo la educación de una familia, ni de una escuela, ni de una catequesis. Fue autodidacta. He aquí su vida.
Mi padre, Alfonso, no escribió su vida. Mas nos habló tanto de ella, que hoy yo la voy a relatar.
DESDE 1946
Desde 1946 al 58 el autor de este relato se internó en el Seminario Diocesano de Pamplona. Durante el largo paréntesis el contacto con la familia se limitó a los períodos de vacaciones, cuatro meses al año. Las pocas visitas y las cartas mantenían nuestra unión. A pesar de estas circunstancias, mi impresión subjetiva era de intensa comunicación con padres y hermanos. Alfonso, mi padre, me visitaba con relativa frecuencia, aprovechando asuntos a resolver en la ciudad; la madre, muy pocas veces. Los viajes suponían gasto considerable para nuestra economía, y ella, por otra parte, trabajaba demasiado en el hogar. Era del todo imprescindible.
Ya me ha dejado entrar el portero, ¡Qué raro es! Sí. Le dan orden de que no permita pasar a nadie, fuera de las horas de visita. Cuando abras el paquete verás pan, magras y dos latas de sardinas. Un dulce ha preparado tu madre. ¿Y qué hace Pedro Ángel? Está bien. Primero cómete el pan, que se pondrá duro. Luego... ¿Han escrito los de San Sebastián? Todavía no. Te falta un botón en la camisa. - Saca mi padre una navaja, y de un tajo arranca uno de la suya -. ¿Tienes aguja e hilo? ¡Sí! Ya lo sabes. Pues cuando subas te lo coses. No andes así.
En las vacaciones navideñas celebramos una gran fiesta familiar: entronizar al Corazón de Jesús. Acudió a casa el párroco: don Miguel Rázquin. Por cierto, pocas visitas de curas tuvimos en nuestro domicilio, a pesar de que yo me preparaba para sacerdote. La ceremonia, sencilla y emotiva. Nuestro padre recitó la consagración de toda la familia, y él mismo colocó en el lugar más distinguido de la casa la imagen del Sagrado Corazón.
Un problema de tipo religioso tenía que solucionar Alfonso: no había recibido el sacramento de la Confirmación. Yo le animé que lo hiciera. Cuando llegó el señor Obispo a Estella se lo administró en medio de centenares de niños. Pero él no pasó ningún apuro. Era un hombre sin complejos de ninguna clase. Su vida espiritual se afianzaba cada día más. Con su mujer asistía al Rosario todas las noches, y por la mañana, a la Misa de ocho y media. Aunque, eso sí, dentro del templo cada uno tomaba asiento en distinto lugar: las mujeres a la derecha, los hombres a la izquierda.
Alfonso participaba con mucha atención y devoción en las misiones populares, organizadas cada diez años en la Ciudad del Ega. Vivía a fondo aquellas semanas. Su conversación en estos días era casi de un solo tema: la predicación del misionero. Preparaba su confesión general. Después, el gozo más puro cubría su alma y aumentaba muchos quilates su relación con Dios. Mas el humor nunca desaparecía en aquella naturaleza noble.
No entendía demasiado de curiales, pero nunca se opuso a la formación que daban a su hijo; al contrario. Llegó a decirme:
Por falta de dinero no has de dejar los estudios. Antes me pongo a pedir limosna. ¡Y lo hubiera hecho! Pero a la vez comentaba con su esposa: Este hijo ¡qué poco está en casa! Sabe mucho de libros, pero del mundo no conoce nada. En el Seminario los educan para todo. No sé. No sé. Fíjate qué poco sabe de la vida. Cuando bajábamos con él de la novena del Corazón de Jesús en San Miguel, ha visto que un gallo se montaba sobre su gallina. Va por los quince años y preguntaba qué hacían; si jugaban. Es que se conserva muy inocente. No sé. No me gusta. Los tienen con los ojos muy cerrados. Cuando salga...
No criticaba el sistema. Él era ajeno. Pero temía.
Yo vi a nuestro primo el cura Julio Coca con los pies en el agua fría rato y rato. ¿Sabes por qué? Para refrescarlos bien. ¡Qué va, era invierno! Opino que para vencer las tentaciones. ¡Tiene que ser tan difícil...!
Genio y figura
Podemos considerar a Alfonso, condescendiente; no gustaba imponer su voluntad. Amaba la libertad. Disfrutaba consumiendo largas horas en el campo dedicado a la caza, o simplemente al paseo solitario, acompañado de su espingarda. Esto no le impedía atender a su mujer e hijos; a ellos también dedicaba su tiempo lleno de alegría y paz.
Su virtud familiar más distinguida era la solicitud por todos y por cada uno de los miembros del hogar. Atendía a su esposa con ternura, pero sin muestras externas especiales de cariño. Entraba y salía de casa con mucha frecuencia, para volver con su mujer otras tantas veces y contarle todas sus impresiones o entrevistas. Compartía con ella su vida entera. La madre consagraba el día íntegro al hogar, fuera de tres medias horas de peluquería, misa y rosario.
Solicitud con sus hijos: nos prevenía de los peligros y aconsejaba hasta el detalle nuestro comportamiento en lugares en que nuestra integridad pudiera sufrir menoscabo. El sol, la lluvia, el viento, el agua, los deportes, todo constituía materia de su consejo.
Acusaba siempre su carencia de niñez. ¡Qué emoción le daba escuchar los cuentos por la radio! Disfrutaba igual que un chiquillo. Su humor también aparecía casi siempre envuelto en clima infantil.
En los crepúsculos veraniegos permanecía largos ratos sentado en el alféizar interior del balconcillo. Parecía meditar. ¿En qué pensaría? Tal vez en Dios, en la caducidad de la vida; en su pasada existencia azarosa; en el más allá; en los amigos y conocidos que habían dado ya el paso hacia la eternidad. Y es que su vida se fue transformando en los últimos años. Cada vez más piadoso; más relacionado con Dios. disfrutaba de que su hijo se fuera aproximando hacia el sacerdocio.
Te ayudaré a Misa. - Me decía -. Me tienes que enseñar. Aunque, ¿cómo voy a aprender esas oraciones tan largas en latín? No te preocupes. Las puedes leer de un folleto.
No se le oía hablar ahora en tono jocoso del clero. Ni siquiera contaba ya aquellos chistes que nos hacían reír. Comulgaba casi a diario; y admiraba a su hijo Emilio que, después del servicio militar, había dado un cambio en su vida religiosa totalmente positivo.
Leyó en su vida mucho. Sobre todo, temas de estudio y de cultura. Pero en los últimos años se quedaba dormido nada más coger el libro. Nunca se quejaba, ni deprimía su alma, ni mostraba aprensión o temor. Sin embargo, era muy consciente de que el médico había acertado en el diagnóstico: soplo al corazón en estado terminal. Su vida peligraba en todos los segundos del día. No tenía más remedio que cuidarse. Pero él era amigo del campo y de la libertad pastoril desde sus tiempos de infancia. ¿Cómo iba a abandonar su escopeta de caza, su espingarda como él la llamaba, las nueces del suelo y los racimos de la viña de su amigo?
Tal vez a los nietos les pareciera que su abuelo era un poco gruñón. Pero se trataba de la solicitud con que acogía a cada uno de ellos, junto al cansancio y la enfermedad que le iban minando. Hombre fuerte y decidido supo enfrentarse con serenidad total con aquella dolencia irremediable que nunca le obligó a guardar cama.
A pesar de ser hombre sincero y comunicativo, estoy seguro de que llevó a la tumba el secreto de sus malos ratos. ¿Qué pensaría cuando, en silencio, contemplaba el crepúsculo veraniego, sentado en el alféizar del balconcillo?
GRANDES ACONTECIMIENTOS
Paseaba yo por el Andén, junto al domicilio del doctor Simón Blasco Salas. Se encontraba junto a la puerta de su dispensario. Me llama.
Me alegro de encontrarte. Pronto te ordenarás de sacerdote, pero... ¿Qué pasa? ¿Algo de mi padre? Lo reconocí hace unos días. Se encuentra en fase terminal de su enfermedad de corazón. ¿Tan grave lo ve? Yo observo que duerme en la butaca. Se ahoga. Pero camina por la calle tan tranquilo. Incluso sale al campo. Sí. La enfermedad no le impide esto. Pero el soplo al corazón que padece, cualquier día puede fulminarlo. ¿No llegará siquiera al 22 de Julio, nuestra fiesta grande? Nadie puede saberlo. De todos modos, las emociones fuertes le pueden perjudicar.
Junio de 1958 llegaba a su fin. Las azucenas habían florecido. Ni un mes quedaba para mi primera Misa y la boda de Emilio.
Llegaron los días grandes. El 20 de julio mi ordenación sacerdotal, en la parroquia, donde quince años antes había recibido por vez primera la primera Comunión. Alfonso llevó todo con serena alegría. Dos jornadas más tarde celebraba yo mi primera Misa, y Emilio en la misma ceremonia contraía matrimonio. Volteo de campanas, cohetes, órgano y luz, ornamentos de blanco y oro, incienso, vestido nupcial de novia, marcha de Meldhenson. Nuestra madre fue madrina de boda. Y el matrimonio anciano apadrinó la Misa; subieron padre y madre al presbiterio en el momento del lavabo y besamanos. Había llegado el día grande. Alfonso entonó el "Nunc dimittis".
Un día mi padre me ayudó a Misa. Había sido la ilusión de sus últimos años. Lo vi feliz. Me emocionó sobre todo su gran fe: aquel hombre valiente, recio y maduro, arrodillado junto a la Eucaristía, junto al Altar, cerca del hijo a quien engendró.
Entretanto a mí me habían entregado el nombramiento, ecónomo de Arboniés, un pueblecito, distante unos cien kilómetros de Estella. Allí me presenté en septiembre; todavía en las canículas de un largo verano. Necesitaba aderezar la casa parroquial. Se trataba de un inmueble vetusto, pero bien conservado. Eran necesarios una mesa de estudio, silla y algunos muebles.
¿Me dejas, padre, la mesa para el despacho del pueblo? Claro que sí. Nosotros mismos iremos a llevarla con una furgoneta.
En la plazuela de tierra y marga del villorrio penetró la camioneta. Mis padres venían con el encargo. Alfonso había dejado a su esposa el mejor lugar, junto al conductor. Él se acomodó entre los muebles; de mala forma. Me sentí feliz y dichoso al verlos junto a mí; al recibirlos en el seno de mi primera parroquia. ¡Qué a gusto los hubiese retenido allí conmigo!
Les enseñé todo. Nuestro padre hablaba a cuantos encontraba, niños y mayores. Para todos tenía palabras de simpatía. Nos invitaron a merendar en casa de la patrona. Ya el día declinaba. El sol se escondía, y la campana grande del ángelus tañía su plegaria vespertina.
Padre, un abrazo muy fuerte. ¡Hasta que nos veamos por allí! ¡Madre...!
El motor arranca. Alfonso se asoma a la ventanilla y dice a la gente que rodea la furgoneta: Si yo fuese el Señor Obispo os daría la bendición. Estas fueron las últimas palabras que escuché de sus labios; la última vez que pude verlo con vida. Así creo recordarlo. En una nubecilla de polvo, la furgoneta se fue difuminando.
CON CRISTO REINARÁ
Hombre luchador. Su última batalla la libró con la muerte. Su corazón estaba seriamente vulnerado. Cayó, mas no fue vencido. Mañana suave de otoño. Sol limpio; naturaleza vestida de galas y belleza; fiesta de Cristo Rey. Había yo madrugado para distribuir el pan eucarístico entre los fieles. Era la primera vez que predicaba sobre la realeza de Jesús. A mediodía me avisa el compañero y amigo Ciriaco Asín:
Tienes que marchar a Estella: tu padre está muy grave. Sé cuál es la verdad: mi padre ha muerto. Subí en la parte trasera de su motocicleta y nos dirigimos hacia nuestra pequeña ciudad. El día tibio calentaba nuestros cuerpos. Mi corazón se helaba al pensar que a mi padre no podría abrazarlo vivo. Hijo, hijo, decía mi madre. Tu padre ha muerto. Él yacía con uniforme de servicio de la Guardia Civil; como en sus buenos tiempos militares. Sus sienes fueron por mi acariciadas. Como en las noches veraniegas. La última vez.
La prensa, "Hoja del lunes", del día siguiente decía así: "En Estella falleció ayer, y causó su muerte honda pena, el Teniente de la Guardia Civil retirado, caballero mutilado de guerra por la Patria, Don Afanoso Lorenzo García. Todo el vecindario de aquella ciudad mostró su condolencia, así que la triste nueva fue conocida, ya que don Alfonso Lorenzo era estimadísimo y querido por todos cuantos le conocieron, uniendo a sus grandes virtudes una ejemplaridad y una caballerosidad verdaderamente admirables"
"A su esposa, doña Germana Amelibia, a sus hijos y familiares todos, presentamos el testimonio de nuestra condolencia; al mismo tiempo que elevamos nuestras oraciones y las pedimos a nuestros lectores, por el eterno descanso de su alma. E.p.d. Don Alfonso Lorenzo".
Sesenta y cinco años había cumplido. Vida dura y ejemplar la suya para todos sus hijos y nietos. Difícil igualarle en su tesón, empeño y voluntad. Casi imposible superarle. Amaba mucho la vida, mas en cualquier momento estaba dispuesto a entregarla por una causa grande. Tal vez porque hasta que se casó no tenía familia, apreciaba más que nadie lo que significa un hogar. Por eso quería con tanta ternura a los suyos. Y por eso nadie le era ajeno. No era demasiado explícito en mostrar sus sentimientos. Pero, a través de sus hechos se veía hasta qué punto amaba a aquel reducto que con su fiel esposa había creado. Y resonaba en mi mente aquello que me dijo en cierta ocasión:
Raíces de mi vida,
Vosotras me habéis dado la existencia.
Cerrad nuestras heridas,
Abrid nuestras conciencias
A una amable y grata convivencia
Fin de la biografía: Alfonso Lorenzo García, teniente de la guardia civil
Nota: Sobre don Alfonso Lorenzo en la sección de libros está entera su biografía que tuvo mucha aceptación en el primer cuarto del siglo XXI
José María Lorenzo Amelibia
Estos son mis referentes
Mi correo es
josemarilorenzo092@gmail.com
Mis libros https://www.amazon.es/s?k=jose+maria+lorenzo+amelibia&crid=3PD8ND9URFL8D&sprefix=%2Caps%2C88&ref=nb_sb_ss_recent_1_0_recent
Mi blog:
https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/
Mi cuenta en Twitter: https://twitter.com/JosemariLorenz2
Josemari Lorenzo Amelibia
En Facebook:
https://www.facebook.com/josemari.lorenzoamelibia.3