A veces se dicen frases bellas sobre la humildad y otras virtudes. Se me grabó una idea que hace tiempo leí: Exhalarse en pura pérdida de sí mismo como el incienso, como las lámparas de luz tenue, como un sonido melodioso que se pierde en el aire.
Bonito sí, pero cuánto cuesta. A todos nos gusta sentirnos importantes y que nos traten así. Pero al reflexionar sobre el tema nos damos cuenta de que a nada conduce la vanidad, el suponer, el ser visto o admirado una temporada por unos cuantos. Aun los más populares se diluyen en el olvido.
Muchos han vivido con el halo de prestigio y santidad durante toda su vida. Han aparecido siempre como los hombres buenos: nunca se ha discutido su categoría. Otros, en cambio, han vivido despreciados, marginados, olvidados, siempre segundones, fracasados. Si su corazón ha estado en Dios, en las alturas, ¡qué cielo más grande les aguarda! No llegarán a santos de altar, pero en el cielo estarán muy por encima de muchos canonizados.
Otra de las frases que tengo encima de la mesa es del cura de Ars: "Dios ha tenido la gran misericordia de no darme nada mío en que me pudiera apoyar: ni talento, ni ciencia, ni fuerza, ni virtud. Cuando me examino, sólo descubro como propios mis pecados. Y eso que Dios no permite que los vea todos, porque me desesperaría."
"Dios no tiene necesidad de nadie. Se sirve de mí para esta gran obra, aunque sólo soy un cura ignorante. Si hubiera tenido a mano otro más miserable, le hubiera cogido a él, y éste lo hubiera hecho cien veces mejor." ¡Qué bueno leer y releer estos párrafos para pedir a Dios la virtud de la humildad! Y lo bueno del caso es que ellos lo decían con sinceridad plena. Y si alguien les trataba en consecuencia, les alegraba más que las alabanzas. ¿Cuándo podremos llegar a esto? Al menos, suelo decir yo, Dios me tendría que conservar la vida doscientos años más, si no aumento el ritmo.
José María Lorenzo Amelibia
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