¿Católico y sin la práctica religiosa?
“Obras son amores y no buenas razones”, exhorta el refrán. El amor exige manifestaciones externas porque no es suficiente con decir que “yo te quiero”, es preciso demostrarlo con obras. Además, el trato fiel pide la obediencia a quien amamos. Recordemos cómo la Escritura advierte: la fe sin obras, es fe muerta. Si aplicamos la reflexión anterior a Dios, concluiremos: el amor y la fidelidad en el trato a Dios conllevan la práctica religiosa, tanto la personal como la comunitaria según la religión profesada. De hecho, las religiones exigen a sus miembros que junto a la aceptación de los misterios, participen en actos de culto religioso y procuren ajustar su vida a los preceptos morales y de espiritualidad.
Sin embargo, hoy día, crece el porcentaje de personas que afirman su condición de creyentes pero alejados de las prácticas religiosas. No llega al 20% de católicos que participan en la Misa dominical. Y un 80% de bautizados, de ordinario, viven alejados del culto católico. Muchos de ellos también sin expresiones de la misma religiosidad personal. Olvidan el mandamiento de la Ley de Dios, el de santificar las fiestas y el precepto de participar semanalmente en la misa.
El creyente adora y alaba a Dios con su actitud y con plegarias
El trato respetuoso y la devoción dada a Dios se fusionan en la adoración que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, homenaje, respeto, cierto cariño, temor, sumisión y entrega a Dios por lo que es y merece.
La fe cristiana ofrece estos aspectos sobre la adoración:
-la valoración de lo que es el hombre, la valoración de lo que es Dios,
-la alabanza, confianza y silencio. Por la adoración el creyente exalta la grandeza de Dios su Creador (cf. Sal 95,1-6) y el poder de quien puede librarnos de todo mal. Pero hay algo más en la adoración. Y es la actitud humilde y confiada de quien permanece en «el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor” (S. Agustín, Sal 62,16)» (Cat 2628).
Adorar solamente a Dios.
Por la adoración el creyente acepta a Dios como el Creador, el Salvador, el Señor y Dueño de todo lo creado: «adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13)» (Cat 2096). ¿Y cómo será la adoración con el culto correspondiente? Con exclusividad y amor.
La exclusividad aparece en el Antiguo testamento: «no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1); el culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24); 6,14).
El amor, alma de la adoración. El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría…
Quien ama a Dios santifica su nombre
En el Antiguo Testamento el nombre tenía gran relieve porque era el símbolo de la persona. Era tanta la importancia del nombre que quien conocía el nombre podía dominar a la persona. Para la mentalidad bíblica el nombre designa la realidad y actividad de lo nombrado. Así, decir que el nombre de Dios es santo, bueno, grande, es porque sus acciones lo muestran como tal. De la importancia que tenía el nombre se deduce que no se podía emplear sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf. Sal 29,2; 96,2; 113,1-2).
Invocar su nombre con respeto
Además de evitar cualquier blasfemia o frase injuriosa, existe el deber de invocar a Dios con todo respeto. Variadas son las maneras de honrar y respetar el nombre del Dios santo: la mención del nombre de Dios ante otras personas con razón y con una frase respetuosa.
El seguidor de Jesús pide y practica el “santificado sea tu nombre”
El cristiano enriquece el segundo mandamiento con la primera petición del Padrenuestro. ¿Qué perspectivas y exigencias encierra «el santificado sea tu nombre»?. Cuanto significa el «santificado sea tu nombre», puede expresarse en el deseo de que Dios sea:
-reconocido y valorado como la persona máxima en dignidad, como el Señor que hace maravillas;
-respetado por todo cuanto existe, en su persona y por todo cuanto ha hecho y significa para el hombre;
-aceptado en la vida como el Tú de quien el hombre depende;
-tratado como santo y no como el mundo profano, manchado y lleno de pecados;
-glorificado y alabado como Padre misericordioso que salva y libera al hombre. En el lenguaje de Juan la expresión «santificar» equivale a «glorificar» (cf. Jn 12,28; 13,31; 71,1.4.6);
-contemplado como el gran benefactor porque comunica a los hombres su santidad y está presente en el corazón humano;
-amado como Padre por los hombres, sus hijos.
Por varias razones, el practicante se comunica con Dios con frecuencia
Por varias razones, la oración es tan importante para el creyente, como la misma respiración.
1ª porque por la oración, el creyente tiene el privilegio de hablar con Dios.
2ª por la oración, el creyente escucha a Dios en su corazón.;
3ª sin la comunicación con Dios, el hombre, un ser hacia la Trascendencia, pierde el contacto con quien da sentido a su vida;
4ª por la oración, el creyente expresa las manifestaciones fundamentales de su relación con Dios como son la adoración y la alabanza. Así mismo la oración es un medio para agradecer cuanto recibimos de Dios. El culto religioso no tiene sentido si no se da una comunicación entre los fieles y Dios;
5ª gracias a la oración el creyente puede conocer mejor el misterio de Dios, cuál sea su voluntad y como vivir su plan;
6ª por la comunicación amistosa que proporciona la oración, se puede intimar con Dios, conocerle mejor, sacar más fuerza para liberarse del pecado y progresar en la madurez religiosa. Es la oración el gran medio para alimentar el fuego del amor de Dios y comunicarlo en su vida;
7ª es necesaria la oración para seguir el testimonio y consejos de Jesús: "es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1);"pedid y recibiréis" (Mt 7,7); "pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24); "velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26,41; cf. Lc 22,46).
Motivaciones para la oración
Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la confianza de ser escuchados por Dios.
Pero junto a la confianza, suelen darse también, -y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el amor y el miedo a Dios.
El último lugar de las motivaciones, por el porcentaje pero primero en importancia, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere
Quien cree en Dios, practica la religiosidad
¿Razón? Porque así da a Dios lo que le debe aunque sea de una manera sumamente imperfecta, no en su totalidad. De todas maneras la religión como virtud establece en el hombre el deber de tributarle el culto debido «la virtud moral que capacita y mueve al hombre a tributar a Dios el culto que se le debe como causa suprema y universal.
Manifestaciones de la religión. El efecto inmediato de la praxis de la religión es la dedicación espiritual a Dios y la piadosa disposición a ponerse al servicio de Dios. Los deberes de justicia, inseparables de la caridad, se concentran en los tres primeros mandamientos de la Ley de Dios. Pero también existen otras manifestaciones como es la devoción que infunde en el hombre sentimientos filiales para con Dios a manera de oración interior alimentada por el amor. Se puede afirmar que toda la vida está dentro de la religión y que por esta virtud se convierte en «religiosa». Así se explica que las personas consagradas a Dios se las denomine religiosos o religiosas.
El católico practica la religiosidad y participa en el culto.
Una de las manifestaciones de la fidelidad en la práctica religiosa consiste en santificar las fiestas, precepto contenido en el tercer mandamiento de la Ley de Dios y acomodado por la normativa de la Iglesia. El tercer mandamiento de la Ley de Dios está centrado en el descanso sabático que los cristianos pasaron al domingo
El católico coherente santifica el domingo y participa en la Misa.
El domingo, día de descanso para festejar al Señor. Los mandamientos de la Iglesia y el amor a Dios La fidelidad a la práctica religiosa incluye, además de cumplir con el tercer mandamiento del Decálogo, la observancia de los mandamientos de la Iglesia y la recepción pertinente de los sacramentos. Pero ¿qué finalidad tiene la obligatoriedad de los “mandamientos” de la Iglesia? Según el Catecismo de la Iglesia los mandamientos tienen como objetivo «garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo» (Cat 2041).
Sin embargo, hoy día, crece el porcentaje de personas que afirman su condición de creyentes pero alejados de las prácticas religiosas. No llega al 20% de católicos que participan en la Misa dominical. Y un 80% de bautizados, de ordinario, viven alejados del culto católico. Muchos de ellos también sin expresiones de la misma religiosidad personal. Olvidan el mandamiento de la Ley de Dios, el de santificar las fiestas y el precepto de participar semanalmente en la misa.
El creyente adora y alaba a Dios con su actitud y con plegarias
El trato respetuoso y la devoción dada a Dios se fusionan en la adoración que incluye actitudes, sentimientos y respuestas de admiración, homenaje, respeto, cierto cariño, temor, sumisión y entrega a Dios por lo que es y merece.
La fe cristiana ofrece estos aspectos sobre la adoración:
-la valoración de lo que es el hombre, la valoración de lo que es Dios,
-la alabanza, confianza y silencio. Por la adoración el creyente exalta la grandeza de Dios su Creador (cf. Sal 95,1-6) y el poder de quien puede librarnos de todo mal. Pero hay algo más en la adoración. Y es la actitud humilde y confiada de quien permanece en «el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor” (S. Agustín, Sal 62,16)» (Cat 2628).
Adorar solamente a Dios.
Por la adoración el creyente acepta a Dios como el Creador, el Salvador, el Señor y Dueño de todo lo creado: «adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13)» (Cat 2096). ¿Y cómo será la adoración con el culto correspondiente? Con exclusividad y amor.
La exclusividad aparece en el Antiguo testamento: «no tendrás otros dioses distintos a mí» (Éx 20,1); el culto y la adoración van dirigidos a Yahvé, el único Dios y Señor, sin compartirlos con otros dioses (Éx 20,5; Dt 4,24); 6,14).
El amor, alma de la adoración. El precepto más importante de la Ley pide amar a Yahvé «con todo tu corazón, alma y poder» y evitando toda idolatría…
Quien ama a Dios santifica su nombre
En el Antiguo Testamento el nombre tenía gran relieve porque era el símbolo de la persona. Era tanta la importancia del nombre que quien conocía el nombre podía dominar a la persona. Para la mentalidad bíblica el nombre designa la realidad y actividad de lo nombrado. Así, decir que el nombre de Dios es santo, bueno, grande, es porque sus acciones lo muestran como tal. De la importancia que tenía el nombre se deduce que no se podía emplear sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf. Sal 29,2; 96,2; 113,1-2).
Invocar su nombre con respeto
Además de evitar cualquier blasfemia o frase injuriosa, existe el deber de invocar a Dios con todo respeto. Variadas son las maneras de honrar y respetar el nombre del Dios santo: la mención del nombre de Dios ante otras personas con razón y con una frase respetuosa.
El seguidor de Jesús pide y practica el “santificado sea tu nombre”
El cristiano enriquece el segundo mandamiento con la primera petición del Padrenuestro. ¿Qué perspectivas y exigencias encierra «el santificado sea tu nombre»?. Cuanto significa el «santificado sea tu nombre», puede expresarse en el deseo de que Dios sea:
-reconocido y valorado como la persona máxima en dignidad, como el Señor que hace maravillas;
-respetado por todo cuanto existe, en su persona y por todo cuanto ha hecho y significa para el hombre;
-aceptado en la vida como el Tú de quien el hombre depende;
-tratado como santo y no como el mundo profano, manchado y lleno de pecados;
-glorificado y alabado como Padre misericordioso que salva y libera al hombre. En el lenguaje de Juan la expresión «santificar» equivale a «glorificar» (cf. Jn 12,28; 13,31; 71,1.4.6);
-contemplado como el gran benefactor porque comunica a los hombres su santidad y está presente en el corazón humano;
-amado como Padre por los hombres, sus hijos.
Por varias razones, el practicante se comunica con Dios con frecuencia
Por varias razones, la oración es tan importante para el creyente, como la misma respiración.
1ª porque por la oración, el creyente tiene el privilegio de hablar con Dios.
2ª por la oración, el creyente escucha a Dios en su corazón.;
3ª sin la comunicación con Dios, el hombre, un ser hacia la Trascendencia, pierde el contacto con quien da sentido a su vida;
4ª por la oración, el creyente expresa las manifestaciones fundamentales de su relación con Dios como son la adoración y la alabanza. Así mismo la oración es un medio para agradecer cuanto recibimos de Dios. El culto religioso no tiene sentido si no se da una comunicación entre los fieles y Dios;
5ª gracias a la oración el creyente puede conocer mejor el misterio de Dios, cuál sea su voluntad y como vivir su plan;
6ª por la comunicación amistosa que proporciona la oración, se puede intimar con Dios, conocerle mejor, sacar más fuerza para liberarse del pecado y progresar en la madurez religiosa. Es la oración el gran medio para alimentar el fuego del amor de Dios y comunicarlo en su vida;
7ª es necesaria la oración para seguir el testimonio y consejos de Jesús: "es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1);"pedid y recibiréis" (Mt 7,7); "pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24); "velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26,41; cf. Lc 22,46).
Motivaciones para la oración
Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la confianza de ser escuchados por Dios.
Pero junto a la confianza, suelen darse también, -y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el amor y el miedo a Dios.
El último lugar de las motivaciones, por el porcentaje pero primero en importancia, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere
Quien cree en Dios, practica la religiosidad
¿Razón? Porque así da a Dios lo que le debe aunque sea de una manera sumamente imperfecta, no en su totalidad. De todas maneras la religión como virtud establece en el hombre el deber de tributarle el culto debido «la virtud moral que capacita y mueve al hombre a tributar a Dios el culto que se le debe como causa suprema y universal.
Manifestaciones de la religión. El efecto inmediato de la praxis de la religión es la dedicación espiritual a Dios y la piadosa disposición a ponerse al servicio de Dios. Los deberes de justicia, inseparables de la caridad, se concentran en los tres primeros mandamientos de la Ley de Dios. Pero también existen otras manifestaciones como es la devoción que infunde en el hombre sentimientos filiales para con Dios a manera de oración interior alimentada por el amor. Se puede afirmar que toda la vida está dentro de la religión y que por esta virtud se convierte en «religiosa». Así se explica que las personas consagradas a Dios se las denomine religiosos o religiosas.
El católico practica la religiosidad y participa en el culto.
Una de las manifestaciones de la fidelidad en la práctica religiosa consiste en santificar las fiestas, precepto contenido en el tercer mandamiento de la Ley de Dios y acomodado por la normativa de la Iglesia. El tercer mandamiento de la Ley de Dios está centrado en el descanso sabático que los cristianos pasaron al domingo
El católico coherente santifica el domingo y participa en la Misa.
El domingo, día de descanso para festejar al Señor. Los mandamientos de la Iglesia y el amor a Dios La fidelidad a la práctica religiosa incluye, además de cumplir con el tercer mandamiento del Decálogo, la observancia de los mandamientos de la Iglesia y la recepción pertinente de los sacramentos. Pero ¿qué finalidad tiene la obligatoriedad de los “mandamientos” de la Iglesia? Según el Catecismo de la Iglesia los mandamientos tienen como objetivo «garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo» (Cat 2041).