¿Consiste el trato “perfecto” con Dios en el amor profundo?

Si tenemos presente a todas las religiones, el trato “perfecto” que el hombre puede dar a Dios, el más completo, el de grado supremo y absoluto, es el que llega al cien por cien de lo que establecido en el culto. Es fácil comprender que llevarse bien con Dios de esta manera es una meta difícil muy de conseguir por las exigencias: además del amor profundo, la fidelidad a la propia religión, la coherencia en las prácticas religiosas, la actitud radical para imitar a Jesús y María, la amistad íntima con Dios que lograron muchos creyentes, el discernimiento para elegir el camino que enseñan los maestros espirituales y el entusiasmo para realizar el plan personal proyectado. Las exigencias del amor, aunque sean esenciales y prioritarias, necesitan la presencia de otros rasgos y de las manifestaciones del trato justo, sincero, libre y pacífico. Todos juntos forman el arco iris de la relación más completa del yo humano con el Tú divino. Ahora bien, el amor admite grados: el máximo, el normal y el mínimo, el superficial y el profundo. El trato perfecto apunta al amor máximo y profundo. Como ejemplo: cuanto experimenta y obra una madre por el hijo enfermo o drogadicto.

El amor como donación
El criterio más común del amor-amar consiste en la vinculación amorosa o puente afectivo que une al Yo con el Tú concretado en otra persona, grupo humano, ideología, tareas, animales o cosas. Así ama el padre-madre que vive para sus hijos; el ciudadano dispuesto a defender a su patria con su vida, la persona, solitaria o no, que goza con su animal de compañía...
Desde la psicología
Lo esencial del amor consiste en el impulso del sujeto a unirse con el objeto, del yo con el tú; en la inserción del otro en la persona del que ama. O bien, en la identificación del amante con el amado porque el yo ve lo del otro como suyo propio. Más aún, contempla al tú como una prolongación de la propia persona, posee la convicción de que la existencia personal se ve justificada por la existencia del amado; goza con la presencia y trato directo; experimenta gran celo por defender sus intereses y no soporta nada que pueda bloquear la felicidad o el bienestar de la persona amada. En ocasiones, el tú se convierte en auténtico objeto de la opción fundamental del yo.
Perspectiva ética
Por el amor, el hombre está lanzado hacia el prójimo como don de sí mismo. Dar y recibir son dos aspectos esenciales del vivir humano, dos rasgos esenciales del amar y del amor-don. ¿Cómo es la entrega? Desinteresada, aún con sacrificio, para conseguir la felicidad de la persona amada. Es un don universal y sin límites. El amor en su dimensión de praxis se mide por la capacidad de dar, de preocuparse, servir y entregarse a otra persona o colectividad; por la fidelidad en todo momento. La donación total conlleva obediencia a los deseos del amado en todo momento.

El amor cristiano o caridad teologal.
Sublime el amor humano pero superior la caridad, porque asume las auténticas manifestaciones afectivas a las que añade otros valores: la fe como fundamento, Dios como fuente, don y motivación, Cristo como testigo y maestro, la Palabra de Dios como autoridad y camino, el reino de Dios como plenitud temporal y escatológica, y la respuesta de cristianos coherentes como orientación y estímulo.
Para quienes buscan un testimonio convicente del amor, Cristo, Dios como uno de los hombres, es la respuesta. A cuantos desean una panorámica del amor radicalizado, que lean los mensajes bíblicos, especialmente los del Nuevo Testamento. Desde la esperanza y para una visión completa del amor en su etapa temporal y escatológica, encaja perfectamente el reino de Dios con toda sus perspectivas. Y los que necesitan una orientación y un estímulo, mucho les ayudará la coherencia de tantos seguidores de Jesús que vivieron o viven el amor cristiano hasta las últimas consecuencias.
Dios, fuente, don y motivación de la caridad
Por la fe encontramos el primer y gran valor del tesoro cristiano, Dios al que contemplamos como la fuente, el don y la motivación de la caridad del cristiano. La caridad cristiana es un «amor divino», por el que el hombre participa del Bien y de la Vida divina. Se trata, por tanto, de un Don y, por lo mismo, se atribuye al Espíritu Santo.
Desde su perspectiva, Jesús nos habla de Dios, del Abbá, como el Padre bueno que da la lluvia para todos, se muestra misericordioso con el hijo pródigo, está pronto para dar al Espíritu Santo a quien se lo pida. Y fundamenta el amor de Dios en una experiencia que todos comprenden: “pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? (Mt 7, 7-12)

Jesús radicalizó la caridad, amor cristiano?
Para quienes buscan un testimonio convicente del amor, Cristo es la respuesta. Jesucristo, el Hijo de Dios, comunica al hombre la caridad; Cristo, el Ungido o Mesías, es el testigo del amor cristiano, y Jesús, Dios salvador, es el maestro que enseña con autoridad cómo amar de modo radicalizado a Dios y a los hermanos. Toda la vida de Cristo es un relato de radicalidad vivida como respuesta de amor a la voluntad del Padre. Amó apasionadamente a Dios al que experimentó como abbá y obedeció con fidelidad. Y nadie estuvo tan radicalmente unido a los hombres como Jesús, especialmente con los pobres y los oprimidos. Jesús se acercaba a los hombres para dar y darse con generosidad, desinteresadamente. Estaba siempre dispuesto a prestar ayuda al necesitado porque su conducta estuvo regida por este criterio: “el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28; Mc 10,45).
Su amor profundo es la respuesta de quien se sacrifica para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, perdona al enemigo y practica otras exigencias tal y como pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10). Jesús predico y practicó el amor profundo.
Cristo el maestro enseña cómo amar a Dios y al prójimo.
Las relaciones con Dios según el Antiguo Testamentto están enriquecidas por el dinamismo del Reino de Dios y por la ley suprema del amor que Cristo proclama. El rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18).
Cristo exigió la radicalidad a los discípulos: que vieran a Dios en el prójimo y que le trataran como lo haríamos con Dios mismo sin poner límites ni fronteras, fuera amigo o enemigo. El seguidor de Jesús tenía muy claro que son inseparables el amor a Dios Padre y el amor a los hombres nuestros hermanos; que tanto la donación a Dios como al prójimo no tienen límites y si existe alguna excepción es para el más pobre.

La Iglesia enseñó y testimonió el amor radicalizado según Jesús.
Así aparece en las Cartas y en los Hechos de los Apóstoles. A lo largo de la historia de la comunidad eclesial, la respuesta también es afirmativa en la vida familiar y profesional de innumerables cristianos “de a pié” o “santos anónimos”, y en la asociaciones de creyentes entregados a Dios y al servicio de los hermanos. Por supuesto que la radicalidad en el amor fue el factor que explica el sacrificio de los mártires y en la vida de sacerdotes, religiosos y religiosas.
El precepto supremo, el amor, fue presentado de manera estructurada y según el mensaje cristiano. Aconsejaba Pablo: imitad a Dios y vivir en el amor como Cristo “que nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma” (Ef 5,1-2); sobresalid en generosidad como Cristo de rico a pobre “a fin de que os enriquecierais con su pobreza” (2Cor 8,7-9); comprended el amor de Cristo “que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios” (Ef 3,18-19);
El amor fraterno. La praxis de la caridad fraterna será siempre una prueba de la fe en Dios y un medio imprescindible para caminar hacia la plenitud cristiana. Sobresale la radicalidad en el amor en la carta del Apóstol Santiago: la religión auténtica consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo (1,16). “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” . (2,14-17).
Himno al amor en 1 Cor 13, 1-10. Es llamado por su contenido el Cantar de los cantares de la nueva alianza. Viene a ser como una exhortación válida para todo tiempo. Tal amor-agapé tiene como fuente a Dios, el primero en amar. En este texto se habla de la caridad que es de la misma naturaleza de Dios, presente igualmente en el Hijo que ama al Padre como es amado por él, y como él ama a los hombres por quienes se ha entregado. En la primera estrofa sobresale el criterio: sin este carisma hasta las mejores cosas se reducen a nada. A continuación, la grandiosidad de la caridad se despliega hasta en quince manifestaciones o cualidades del verdadero amor. Más aún, por naturaleza este amor permanece para siempre, sin cambiar jamás a diferencia de la fe y de la esperanza. Es un carisma superior a cualquier otro.

Del amor humano a la caridad estructurada
Como punto de partida la definición que ofrece el Catecismo de la Iglesia católica: “la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios (CIC 1829). El Compendio (posterior al Catecismo unos 15 años) asume el núcleo de la definición anterior pero prescinde de la motivación “por Él mismo”. Afirma: “la caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios” (CCI 388).
De lo mucho que se habla sobre la Teología de la caridad, subrayamos que la caridad es vínculo de la perfección, forma de las virtudes (Col 3,14). Es el corazón de la vida cristiana que nutre y perfecciona la vida del cristiano, infunde a las otras virtudes una savia fecunda, las dinamiza y vitaliza. San Pablo habla de los cristianos «enraizados y fundados en la caridad» (Eph 3,17), fundamento y raíz en que se sustentan y nutren todas las virtudes cristianas. Es el distintivo y la vocación del cristiano: san Juan al transmitirnos el mensaje de Cristo, da fe de lo que vio y oyó (cfr. lo 21,24): «en esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad» (13,35).
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