¿Hipotecan o enriquecen la libertad, Dios, Cristo y la Iglesia?

Es un hecho universal: la persona que obedece, sufre en mayor o meno grado el conflicto de su libertad con la autoridad que manda. Pero, ¿qué decir de la libertad de cualquier creyente? ¿Queda hipotecada o enriquecida, dotada de mayor calidad por su trato con Dios? ¿Y qué sucede con el cristiano vinculado a Jesucristo mediante los preceptos morales? ¿Aumenta el peligro para su libertad quien pertenece a la Iglesia porque tiene que relacionarse con Dios mediante personas que mandan y con normas jurídicas que en ocasiones provocan conflictos para su vida? A los interrogantes, habrá que responder teniendo presente cómo la defensa de su libertad apartó a muchos de la fe en Dios. A otros, las exigencias del Evangelio los alejaron del seguimiento de Cristo porque su libertad se vio recortada. Y son muchos los católicos que cuestionan la estructura eclesial, critican la doctrina del magisterio, rechazan alguna que otra normativa canónica y se apartan de la Iglesia por situaciones conflictivas no resueltas.

Quien ama, relativiza su libertad
El interrogante propuesto puede iluminarse con esta experiencia humana: quien ama, y en la medida en que ama, relativiza su libertad cuando la pone al servicio de la persona amada. Unos ejemplos: los jóvenes solteros son menos libres que cuando se prometen fidelidad como novios o casados. Los esposos convertidos en padres, ven limitada su libertad por el amor y cuidado de sus hijos. Es ley de vida: a mayor amor responsable, menor es el área de libertad. Si hay un absoluto, es el amor que ocupa el centro de la persona. Si hay un concepto aceptable para la libertad, es el de servir responsablemente al valor-amor elegido. La libertad es un medio al servicio del amor, valor absoluto. Quien ama, gozosamente sacrifica algo de libertad. No endiosa la libertad. Lo más importante es el amor como sintonía, afecto, responsabilidad y donación. Desde estos criterios, Dios, Cristo o la Iglesia ¿hipotecan o enriquecen la libertad? Mucho dependerá de la valoración adecuada que tengamos como creyentes, cristianos o católicos.

El Dios que hipoteca la libertad
Muchos ateos ven a Dios como enemigo de su libertad y rechazan su existencia como un «absurdo» porque bloquea su poder para decidir libremente. Es la actitud filosófica de Sartre que exclama: «Dios no existe, ¡aleluya!, ¡alegría! No hay cielo, no hay infierno: no hay más que la tierra; sólo existen los hombres». Desde otra perspectiva, no falta quien contemple a Dios como un atentado contra su dignidad de persona, pero la razón de fondo es el falso concepto de Dios a quien conciben como un juez malhumorado con ganas de castigar con el infierno; al comerciante que admite tratos éticos: «me porto bien y me ayuda»; «le doy cosas y me corresponde»; “me arrepiento de mis culpas y me salva”. Sí, dicen, Dios es un tirano que goza con la obediencia ciega del hombre esclavo. La respuesta está clara: “este dios, con minúscula, impide mi libertad. No me sirve, dejo de ser creyente”.

Pero el Dios-Amor potencia la libertad
En las religiones, la relación con Dios está unida a determinados preceptos o mandamientos. Pero, como sucede en el la religión del Antiguo y Nuevo testamento, el principal precepto es el amor como respuesta absoluta, y fundamentado en una alianza amistosa. Cuando el creyente contempla los preceptos como manifestaciones del amor y como respuesta al compromiso de alianza, entonces el Dios Amor sí enriquece la libertad responsable porque está al servicio de valores absolutos en diversas áreas de la vida. Las leyes divinas son absorbidas por el amor.
¿Qué constata la vida de los creyentes auténticos, cristianos o no? Que el amor a Dios, la experiencia de su amor, es tan fuerte que se sitúa en el centro de su vida, de sus intereses, relaciones y tareas. Con toda lógica, ven cómo los preceptos de su relación con Dios, lejos de empobrecer, dan sentido a su vida, la enriquecen, le ayudan para relacionarse mejor con el prójimo y cumplir sus tareas.

Cristo liberador enriquece al seguidor comprometido
Como base, el testimonio de Cristo, el hombre libre, apasionado por Dios Padre. Desde su amor y desde la voluntad del Padre, fundamentó todo sacrificio y todo obstáculo. Junto al testimonio, está su doctrina centrada en el amor y concretada en las manifestaciones del reino de Dios, la carta magna regida por el amor y con otras características que pueden enfocarse como expresiones o condiciones propias del que ama. Sobre la doctrina del Maestro, está su obra de redención o liberación de todo cuanto impida la libertad humana. Por otra parte, Cristo en su trato, respetó la libertad. Él invitó, exhortó y no forzó a las personas. Su frase: “si quieres, sígueme”.
Los seguidores de Jesús aceptan con gozo las exigencias del Evangelio porque así se identifican con el Señor, colaboran en su Reino-proyecto, ayudan mejor al prójimo y se acercan con más seguridad a la salvación. Ellos sacrifican su libertad por la fuerza del amor. Viven con alegría el compromiso cristiano.
No sucede lo mismo con quienes polarizan la vida cristiana en algún mandamiento, el sexto, por ejemplo, o en el precepto como el oir misa, condiciones exclusivas para poder salvarse. Con una mentalidad reducida de la vida cristiana, (fe, esperanza y “castidad”) se explica que vean peligrar su libertad y que sean pocos los beneficios recibidos. Sin amor, las exigencias cristianas hipotecan gravemente la libertad.

En la Iglesia: libertad y comunión
La Iglesia es una comunidad con el inevitable conflicto libertad-autoridad, que unos resuelven con la huída y otros armonizando comunión con libertad.
Los que optan por la libertad sin comunión eclesial
El 80% o más de los bautizados mayores de edad, asegura que es católico pero alejado de la práctica religiosa. ¿Por qué tanta huída de la Iglesia?
Entre las causas, están las de los que critican los defectos de la jerarquía y las carencias institucionales. Otros mantienen una posición rebelde y exaltada a la hora de juzgar el autoritarismo jerárquico, la poca participación del laico en la marcha de la Iglesia, la disciplina canónica eclesial que consideran desfasada; la opción de la Iglesia por la riqueza y el poder, la enseñanza moral que no va con los signos de los tiempos, etc. Reclaman una Iglesia “diferente” y reclaman la celebración de los sacramentos con libertad profética, celibato opcional para ser sacerdote, un ministerio sacerdotal pluralista (para la mujer y para los casados), la opción coherente por los pobres (aceptación del marxismo y de la violencia), la libertad de pensamiento a la hora de formular la fe y la conducta según los criterios aprovechables del secularismo, de la ética de situación, del ecumenismo sin fronteras. También optan por la supresión de la legislación que coarta la conciencia.
Un tercer grupo de alejados está integrado por el que se casó solamente por lo civil, quienes no ponen obstáculo a cualquier anticonceptivo, práctica abortiva o eutanásica, los de la unión homosexual, los que se sienten excomulgados por ser divorciados vueltos a casar...Todos ellos afirman que permanece su fe en Dios pero no en la Iglesia que “no les permite vivir en libertad”.

Y quienes armonizan libertad y comunión
Sin embargo, existe otro buen porcentaje que siente gratitud y orgullo por pertenecer a la comunidad eclesial. Es el católico, el bautizado que se une a Cristo dentro de la estructura visible de la Iglesia por la profesión de fe, la obediencia a su doctrina, la recepción de los sacramentos, la aceptación del régimen eclesiástico y el enfoque comunitario que da a su vida cristiana y su participación en la evangelización. Tales católicos son conscientes de pertenecer a la comunidad eclesial con unos derechos y unos compromisos, vividos con actitud de comunión coherente. Ellos admiran a la Iglesia en todos sus miembros por lo que es, y la aman agradecidos por los dones recibidos; testimonian su comunión cuando aceptan convencidos su organización, obedecen al magisterio, cumplen los mandamientos eclesiales, reciben los sacramentos y dan a su espiritualidad un enfoque comunitario y evangelizador. Dada su formación y madurez cristiana, no experimentan conflicto con las leyes ni con la autoridad eclesiástica. Una vez más, el amor absorbe las dificultades como factor decisivo para supera la tensión entre la libertad y la autoridad.

Qué responder al interrogante planteado, “¿hipotecan o enriquecen la libertad, Dios, Cristo y la Iglesia?” Que de hecho, muchos católicos, al comprobar limitada su libertad, se apartan de la Iglesia, se enfría su fe cristiana e “hipotecado” su trato con Dios. Pero la misma experiencia atestigua que para un porcentaje menor, su relación con Dios queda enriquecida gracias a la comunión, a la interiorización de su ser y de su vivir como miembro de la Iglesia católica.
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