María, madre de Dios y madre de la Iglesia

Entre las fuerzas impulsoras del amor a Dios y al prójimo sobresale la figura de la Madre de Jesús. Ella motiva el vivir de seguidores de Cristo con el “sí” de su fidelidad permanente dado a Dios en diferentes momentos de su vida. El misterio de su Asunción a los cielos fue una modalidad especial en su anochecer y amanecer.
María en la “Deus caritas est” de Benedicto XVI
Con la Virgen María finaliza la Encíclica Deus caritas est. De ella, el Papa Benedicto XVI resalta varias virtudes que motivan la conducta del seguidor de Jesús:
Santidad de vida. Entre los Santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció « unos tres meses » (1, 56) para atenderla durante el embarazo(54).
Dios en el centro a quien glorifica. «Magnificat anima mea Dominum », dice con ocasión de esta visita —« proclama mi alma la grandeza del Señor » (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno.(55).
La humildad de la sierva. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios (55).
Esperó en Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a ella y llamarla al servicio total de estas promesas (55).
Mujer de fe: « ¡Dichosa tú, que has creído! », le dice Isabel (Lc 1, 45). Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama (56).
Mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos (57).
Madre escondida, al pié de la cruz y en espera del Espíritu Santo. Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14) (58).
Madre de los creyentes. La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación. María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los creyentes (60).
Madre que escucha a sus hijos. A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia (60).
En íntima unión con Dios. Una condición que permite a quien ha bebido en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial «del que manarán torrentes de agua viva » (Jn 7, 38) (61).
Maestra del amor María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor: Santa María, Madre de Dios, Te has entregado por completo a la llamada de Dios Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él (62).


María en la Lumen Fidei (Francisco I) Bienaventurada la que ha creído (Lc 1,45)
Nos dirigimos en oración a María, madre de la Iglesia y madre de nuestra fe.
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que reconozcamos la voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su amor, para que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de él, a creer en su amor, sobre todo en los momentos de tribulación y de cruz, cuando nuestra fe es llamada a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo.
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús, para que él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor. (60)
La mejor devoción: imitar el “sí” de nuestra Madre.
En plan de oración expresamos los aspectos de la devoción a María centrados en la imitación de sus respuestas: ¡Gracias, Madre por tu ”sí” de entrega a Dios! Gracias por el “sí” que diste en la Encarnación, el que dio sentido a tu vida, culminó al pié de la cruz y continúa ahora en el cielo. A imitación tuya, concédenos la gracia de ser fieles a la llamada del Padre, de experimentar la presencia amorosa de la Trinidad, de recibir la fuerza del Espíritu para abrazar la cruz y de seguir a tu Hijo Jesús dando a los hermanos todo amor, servicio, alegría, paz y felicidad.
¡GRACIAS, MADRE POR TU “SÍ” de entrega a Dios! Gracias por el “SÍ” que diste en la Encarnación, el que dio sentido a tu vida, culminó al pié de la cruz y continúa ahora en el cielo
-A imitación tuya, concédeme la gracia de ser fiel a la llamada del Padre, de experimentar la presencia amorosa de la Trinidad, de recibir la fuerza del Espíritu para abrazar la cruz y seguir a tu Hijo Jesús dando a los hermanos todo amor servicio alegría paz y felicidad.
María en la Visitación: ruega por mí para que, a imitación tuya, viva la actitud del SÍ coherente a los valores como la ilusión, la alegría, el entusiasmo, el valor y la radicalidad en el servicio especialmente a los más necesitados.
María en Caná: intercede por mí para que esté atento a las necesidades del prójimo, sea fiel a mis compromisos y al proyecto de mi vida.
María en Nazaret: ampárame, madre, para superar las tentaciones y para dar el SI-donación a tu Hijo que me llama a vivir según su modo de pensar, sentir y obrar.
María en el Via crucis: ayúdame a consolar y compartir el dolor de mis hermanos con la aceptación del dolor y de toda adversidad.
María junto a la cruz: fortaléceme para dar un SÍ consecuente a la cruz, con gratitud, paz y esperanza.
María en Pentecostés: motívame a la santidad de vida como entrega total a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu y para bien de los hermanos.
María siempre en oración: hazme partícipe de tu sed de oración, de comunicarte en todo momento y situación con el Padre en actitud de escucha y de “sí”.
María en su Asunción: ruega para que muramos al pecado y podamos resucitar, que de la muerte pasemos al amanecer del cielo.
AMÉN
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