Novela PHD 11º Iglesia de cristiandad o Iglesia posconciliar

Alberto vivió las tres etapas de la historia reciente de la Iglesia: antes, durante y después del Vaticano II. Enseñó teología como un conservador exaltado, actuó como un cura revolucionario y por último comenzó una etapa de serenidad, paz y disponibilidad para servir al prójimo coherentemente. Ahora, con amor co-responsable, sentía profundamente los problemas de la Iglesia, la llamada de cristiandad y la posconciliar. Lamentaba el problema de los alejados, críticos, desmotivados y de los radicalizados a los que él perteneció. Así mismo compartió las preocupaciones pastorales de sus hermanos sacerdotes en una convivencia informal de condiscípulos. Escuchando las opiniones de unos y de otros comprobó que catorce curas, catorce modelos de la única Iglesia. ¿Cuál de ellas es la mejor?

11º
IGLESIA DE CRISTIANDAD O IGLESIA POSCONCILIAR
Enero 1981

Alberto perteneció a la generación sacerdotal de las tres etapas de la Iglesia en el último siglo: la denominada iglesia de cristiandad anterior al Vaticano II, la agitada comunidad eclesial de la preparación y realización del Concilio y la Iglesia posconciliar renovada por unos y exaltada por otros. En este periodo de la Iglesia trabajaron como sacerdotes en Toledo, junto con Alberto, los compañeros sacerdotes peregrinos a Tierra Santa y tres sacerdotes secularizados, agradecidos por la invitación y con deseos de continuar la amistad con los antiguos condiscípulos de seminario y, por un tiempo, también en el presbiterio diocesano. Todos acudieron puntualmente a la parroquia de Luis, Nuestra Señora de Nazaret. Como estaba acordado, Enrique tendría la presentación sobre la situación actual de la Iglesia. Podían dialogar sobre cómo veían a la Iglesia, desde 1950 a 1980, y a los católicos como miembros. Posteriormente, hasta la hora de la comida, todos podían exponer criterios y vivencias sobre la situación actual de la Iglesia antes, durante y después del Vaticano II. Se trataba de una reunión fraterna e informal. Con plena libertad en la exposición de criterios y experiencias pero evitando en lo posible enfrentamientos dialécticos.

Enrique plantea los grupos existentes en la Iglesia
El “prudente” seminarista, Enrique, y mucho más como sacerdote, don Enrique, gozaba de la estimación de todos. Por el trato sereno de quien nunca ofende ni se enfada, quien sobresalía por su capacidad de unir, prodigiosa memoria y brillante inteligencia. Indudablemente que hablaba con autoridad y se le escuchaba con respeto. Con razón en el seminario decían “Enrique llegará a ser obispo”. Eso sí, lento y monótono en el hablar como él solo. Buen profesor de Eclesiología pero con facilidad dormía a los alumnos.
Sus primeras palabras en la presentación: no pretendo explicar cuestiones de eclesiología ni los rasgos generales de la Iglesia. Simplemente exponer, y muy en resumen, los grupos de bautizados que integran la comunidad eclesial actual y que podemos constatar. Tengo en cuenta que nosotros somos protagonistas. Nosotros, los educados en los años cuarenta y cincuenta, los que hemos vivido la etapa pre-conciliar, la emoción del Vaticano II y los efectos positivos y negativos de las interpretaciones conciliares
-En mi humilde opinión distingo hasta cinco grupos en la Iglesia actual.

1º El de los alejados.
Quizás estéis de acuerdo con esta primera afirmación: muchos son los bautizados y pocos los católicos coherentes. Efectivamente, nos encontramos ante uno de los problemas más graves que afronta la Iglesia de nuestros días: el porcentaje mayor de los bautizados adultos es el de los católicos apartados de la práctica religiosa. No exagero al afirmar que de los niños que hicieron su primera comunión, un 20% o menos, siguen, pasados los 18 años, como creyentes y practicantes. El 80% o más de los bautizados mayores de edad, asegura que es católico pero alejado de la práctica religiosa. La triste realidad: cristianos en la infancia, paganos en la edad adulta y católicos practicantes en la última etapa de la vida. He ahí el triste panorama del cristianismo europeo. Además, muchos de los bautizados también viven al margen de la fe como indiferentes, agnósticos o ateos. A finales del XX presenciamos el fenómeno gravísimo de la creciente indiferencia religiosa, fruto del secularismo, con la fe perdida o dormida, con la sordera para lo religioso pues para muchos Dios no interesa, el hombre occidental vive como si el Tú divino no existiera.
Y junto a la lejanía, también me preocupa que sean pocos los católicos practicantes y coherentes con la vocación cristiana. ¿Por qué es tan escaso el porcentaje de los católicos auténticos? Cierto, la práctica religiosa es una condición pero no es suficiente. La coherencia cristiana pide algo más.
Ante la situación descrita surgen las primeras preguntas para nuestro diálogo: ¿Por qué tanta huída de la Iglesia? ¿Por qué tantos creyentes cristianos no son practicantes? ¿Cómo en nuestro País tan católico influye tanto la indiferencia religiosa? ¿Es el primer desafío para la tarea evangelizadora de la Iglesia saber llegar a los alejados y atraerlos a la fe primera? ¿Seguiremos tranquilos con la pastoral adecuada para una iglesia de cristiandad? ¿Es que del Vaticano II no ha surgido una iglesia renovada con respuestas pastorales diferentes?

2º Los críticos y desmotivados
Al grupo mayoritario de los alejados se une un porcentaje menor de católicos críticos y desmotivados en la presente Iglesia. Ellos afirman que la Iglesia, -a la que identifican con la jerarquía, la “moral católica” y las estructuras jurídicas-, no les motiva para vivir su vocación cristiana. Y prefieren quedarse con los criterios del Nuevo Testamento, con el testimonio de las primeras comunidades y con su interpretación personal del Concilio Vaticano II. Viven al margen del influjo del magisterio. Son los que admiten a Cristo pero rechazan la Iglesia-institución; critican los defectos de la jerarquía y las carencias institucionales con una actitud dogmática y exaltada; aceptan determinadas enseñanzas del Magisterio, pero rechazan otras; toman de la Iglesia lo que les conviene y pacíficamente rechazan los aspectos que les molestan (de moral y de disciplina); mantienen una posición rebelde y exaltada a la hora de juzgar el autoritarismo jerárquico; reclaman una Iglesia “diferente” con libertad profética en la celebración de los sacramentos; fabrican su “Iglesia” como el conservador que “es más papista que el Papa”.
Primeras preguntas: ¿en qué llevan razón los críticos y en qué no?¿Cómo motivar a los desmotivados?

3º Los radicalizados
En los años posconciliares alzaron su voz los que sueñan con una iglesia de ayer, iglesia de cristiandad y los que proponen criterios y normas para una iglesia del futuro, la del Vaticano tercero.
Unos y otros forman parte de los radicalizados, tercer rasgo negativo de la situación actual de la Iglesia. Todavía persiste la desunión entre los radicalizados, amantes de la Iglesia anterior al Vaticano II y los que, también radicalizados, exigen un iglesia que sobrepasa al mismo Concilio.
Todos conocemos a buenos cristianos, laicos o sacerdotes, radicalizados por la iglesia anterior al Vaticano II, por la iglesia que otros denominan de cristiandad. Son los que por la formación religiosa recibida, prescinden de la animación bíblica y patrística y ponen como centro el criterio tradicional del «siempre se hizo así». Por su vivencia litúrgica, muchos de ellos, prefieren las devociones clásicas, la liturgia antigua como la más fiel y critican las innovaciones litúrgicas aunque estén fundamentadas en el concilio Vaticano II. La radicalización se manifiesta en el rechazo de mediaciones que normalmente son aceptadas por la Iglesia. Y junto al rechazo, se da la actitud inmovilista de quien es incapaz de cambiar porque cree que ya posee toda la religiosidad «ortodoxa» forjada en la tradición. La motivación eclesial es relativa porque solamente admiten determinados criterios y normas que estén conformes con su mentalidad conservadora.
Y en la orilla contraria, está el grupo radicalizado en conseguir una iglesia nueva, posconciliar. Su actitud religiosa está bajo el sello del extremismo que llega al fanatismo motivado por el progreso. Rasgo propio de esta actitud es la exaltación de las nuevas mediaciones religiosas y el rechazo de las antiguas o tradicionales. Lo que más anima al cristiano progresista es el deseo, a veces es una auténtica obsesión, de responder a las exigencias actuales. Este deseo se convierte en la norma decisiva para pensar y estructurar «la nueva religión». Ni decir tiene que es un apasionado por todo cuanto brota en el mundo de hoy, que, en comparación con el pasado, es un valor absoluto. Y consecuente con su «fanatismo» por lo moderno prescinde de valores, verdades, instituciones y mediaciones religiosas que fueron válidas ayer y que también lo son hoy.
Dos preguntas más: ¿qué tienen de positivo una y otra posición aunque sean radicalizadas. Y qué aspectos rechazamos como inadmisibles?

4º Los católicos coherentes y en comunión
Los datos anteriores pueden suscitar cierto pesimismo pastoral. Pero nuestra experiencia nos dice que existe otro porcentaje de personas, cierto, no muy numerosas, a las que podemos calificar de católicos convencidos y que convencen. Son los católicos que viven en comunión. Aunque el número sea menor existe un grupo de bautizados que, como adultos, están motivados para su vida cristiana por la doctrina y el culto de la Iglesia católica. Son fieles en la comunión eclesial y con diversas manifestaciones. En unas personas destacan sus valores y virtudes humanas; en otras predomina la fe de la religiosidad popular. Cristo y la radicalidad del Evangelio constituyen los rasgos predominantes del tercer grupo. Y por último, todos tratamos con muchos católicos comprometidos en el apostolado. En todos, de una manera o de otra, existe comunión coherente y práctica religiosa.
5º ¿Y nosotros?
Hasta ahora pareciera que los obispos, nosotros los sacerdotes, unidos a los religiosos y religiosas, no contamos en la Iglesia. Y que no tenemos nuestra situación conflictiva y esperanzadora. No es así. Pero dejo el tema para el diálogo. Gracias por vuestra atención y que ninguno se durmiera.
-Y gracias a tí Enrique, respondió Luis como anfitrión. Hablaste con precisión y equilibrio. Lástima que no te hubieran escuchado todos los sacerdotes de España. Para que la fotografía sea “perfecta” será necesario que incluyas nuestras opiniones. Pero ahora nos espera el café y el tiempo para el diálogo informal.

CATORCE CURAS, CATORCE MODELOS DE “IGLESIA”

Al comenzar la exposición de criterios y vivencias, Enrique como moderador recordó la necesidad de opinar desde la experiencia, desde la vida. Que olvidaran las defensas y ataques dialécticos. Con plena libertad cada uno podía responder a las preguntas de la preparación. El diálogo sería en la tercera parte de la reunión.
Sin ningún orden preestablecido comenzaron las interpretaciones y vivencias de los catorce curas bajo la moderación de Enrique que no intervenía.

El satisfecho Antonio: iglesia “casi” perfecta
El responsable de una parroquia modelo fue el primero en pedir la palabra. Con un poco de orgullo afirmó: comprendo las dificultades enumeradas por Enrique pero manifiesto mi satisfacción por la buena marcha de mi comunidad parroquial. Me parece que todo marcha bastante bien. Además de las catequesis de niños, funcionan grupos de jóvenes, de matrimonios y de la tercera edad. Dispongo de colaboradores bien formados para la tarea de evangelización. De mi parroquia han surgido varias vocaciones. En la confesión, he constatado a esas personas sencillas de vida cristiana que no dudo de calificar de heroicas ante la enfermedad, conscientes de cuanto reciben por la mediación de la Iglesia, con amor y orgullo de pertenecer a la obra fundada por Cristo. Y están agradecidos por haber conocido en esta comunidad a Dios, a Jesucristo con el Reino de Dios y los misterios que integran el credo. La de bofetadas que recibo al comprobar su coherencia comparada con mi poca generosidad con el Señor.
El fracasado Juan: la iglesia de personas mayores
Te felicito Antonio porque compruebo que has trabajado y palpas los frutos en tu parroquia. Me suscitas una “no santa envidia” y comparo tu parroquia con la mía. Así de claro respondió Juan que añadió: me siento fracasado pues, en mi parroquia, cierto que las bodas son muy concurridas, lo mismo que las primeras comuniones y las procesiones con las respectivas cofradías. Pero por más que me esfuerzo en la evangelización nada consigo. Mi parroquia se limita a dar servicios a creyentes ocasionales. Los fieles que asisten a la misa de ordinario, son personas mayores. Y los escasos penitentes que se confiesan no me hablan sino de rupturas conyugales, de los hijos educados en colegios religiosos y que nada quieren saber de la Iglesia. Veo negro el panorama. Vamos en declive. ¿Qué será de nuestra Iglesia en el próximo siglo?
El optimista Luis: la iglesia de la nueva evangelización
Yo deseo levantar los ánimos a Juan, dijo Luis, y puntualizar un poco el entusiasmo de Antonio. Me apoyo en mi experiencia con los militantes de la HOAC, con los pobres del barrio en Bogotá y ahora en con los fieles de esta parroquia naciente. Por naturaleza soy optimista pero mi posición difiere de los párrocos mencionados: ni todo blanco ni todo negro. Contemplo las dificultades pero me siento con muchas esperanzas. Después de mi experiencia en América, aquí estoy comenzando desde el principio. Me toca sembrar y espero que los frutos vendrán. Procuro aplicar lo que enseñó Juan Pablo II en Puebla, en la XIX Asamblea del CELAM. Vivimos en tiempos no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, con el impulso de la conversión del corazón; nueva en sus métodos, sin coacción social ni privilegios de poder político o religioso; y nueva en su expresión de manera que sea creíble para el hombre actual el mensaje cristiano. Que aparezca el frescor del mensaje de la Buena Nueva como lo hizo Cristo y también los Apóstoles. Intento para mí como deseo para todos en la dura tarea de la evangelización, la exhortación con que terminó el Papa su discurso en Puebla (1979). Que tengamos la audacia de profetas y la prudencia evangélica de Pastores; la clarividencia de maestros y la seguridad de guías y orientadores; la fuerza de ánimo como testigos con la serenidad, paciencia y mansedumbre de padres.
El rebelde Jorge: una iglesia autoritaria
Admiro a los que como Luis trabajan con ilusión dentro del sacerdocio. Y a los que como Antonio han logrado armonizar su libertad con la obediencia a la autoridad jerárquica. Ya sabéis mi caso: me secularicé hace diez años y tengo una familia estable. Creo haber encontrado la libertad de la que no gocé como sacerdote. Me sentía como asfixiado en una jaula. He sentido el autoritarismo de mi primer párroco, después del vicario de zona y últimamente del mismo obispo. Ante las amenazas y las dificultades para el funcionamiento de mi comunidad, opté por la libertad según Cristo. Creo que en la Iglesia predomina el abuso de la autoridad y la obediencia ciega a las normas canónicas. Contemplo a los sacerdotes como funcionarios amordazados. Como laico sigo en mi compromiso con el Evangelio y trabajando apostólicamente con los obreros y gozando de autonomía. Perdonad mi brusquedad. Ya me conocéis, sigo siendo el rebelde de siempre pero con muchas razones para ser buen cristiano.
El reflexivo Eduardo: la iglesia bombardeada
Cierto, como “siempre” Jorge nos sorprende. No comparto su conducta pero reconozco su coherencia. Eduardo, un servidor, es el seminarista y cura joven “muy reflexivo, el muy filósofo”. Permitidme que actúe como tal. He quedado perplejo ante la descripción de Enrique sobre los grupos que contempla en la Iglesia. Comprendo que él no podía profundizar en las causas. Personalmente opino que ante fenómenos tan graves no basta con lamentar la situación y con proponer respuestas contrarias. Es preciso reflexionar sobre los factores que han provocado, por ejemplo, el alejamiento de la Iglesia de tantos bautizados. ¿Por qué, de niños bautizados, adultos paganos y ancianos practicantes? Yo pienso en unos cuantos factores: la nueva cultura alejada, cuando no opuesta, a la fe cristiana, el influjo del ambiente creando la sociedad del bienestar, los medios de comunicación que están construyendo lo que empieza a llamarse aldea global, nuestro mundo como una torre de Babel por las diferentes ideologías, el maremoto de los criterios éticos que fomenta una libertad sin límites, el poder de los medios de comunicación social que configuran la nueva conciencia totalmente autónoma en sus decisiones. Y muchos más. Pensemos: este conjunto de factores bombardea a la iglesia del ayer y propicia hoy los grupos extremistas de conservadores que se defienden y de progresistas que atacan.
El utópico Fernando: la iglesia del Reino de Dios
Empalmo con la búsqueda de causas que propone Eduardo. Se impone revisar, no cuestionar, la exposición de la fe de manera que sea creíble. Aunque yo sea el “utópico” Fernando, el mensaje será siempre la Buena nueva de Jesús. Tengamos presente que los auditores del posconcilio son diferentes a los anteriores del preconcilio. No podemos caer, claro está, en el relativismo que yo díría subjetivismo. Tengamos presente que el hombre de hoy sintoniza con esas doctrinas y nosotros seguimos empleando el lenguaje y motivaciones preconciliares que no entienden y rechazan. Ahora sigo defendiendo la utopía, sí, la utopía del Reino de Dios predicado por Jesús y que la Iglesia actualiza para el hombre de hoy.
El introvertido Santiago: la iglesia rígida
Aunque tarde, es hora de que confiese mi problema, el del “introvertido y tímido” Santiago, el que retrasó su ordenación. De niño sufrí una violación que me traumatizó. En los años de seminario luché para ser casto como nos aconsejaban pero no podía. Caí en escrúpulos pues todo era pecado, todo pecado. Y hasta me confesaba varias veces al día. Así que afronté con dudas mi idoneidad para ser sacerdote. Tras dos años de prueba, me decidí a dar el paso creyendo que la gracia del sacerdocio resolvería mi problema. Por un tiempo así fue. Pero después las caídas fueron frecuentes y me acostumbré a celebrar en pecado. Finalmente solicité la secularización y vivo solo como profesor y con mi problema. Lo confieso, soy una víctima de la moral sexual tradicional. Hablemos con claridad: muchos se apartan de los sacramentos y de la misma Iglesia por la doctrina tan estricta en esta materia. Y porque falta comprensión con los divorciados vueltos a casar que desean regularizar su vida sacramental. Urge una presentación de la sexualidad cristiana creíble para el hombre moderno. Si antes, todo se consideraba pecado, ahora, dicen, nada es pecado en esta materia cuando existe el amor. Yo esperaba algún cambio pero la Humanae Vitae me quitó toda esperanza. ¿Podemos nosotros expresar libremente lo que pensamos de la moral sexual cristiana?
El preguntón de Silvestre: la iglesia del sexto mandamiento
La experiencia de Santiago me ha dejando perturbado y su pregunta me suscita otras tantas. Sin meterme a moralista ni a dar consejos a un compañero, sí quisiera comunicar la experiencia como confesor. Gran porcentaje de los que se confiesan conmigo reducen sus pecados al precepto dominical y al sexto mandamiento. Incansablemente les pregunto si cumplen las tres virtudes teologales (que para algunos son fe, esperanza y castidad) y los diez mandamientos. Además, en la catequesis de adultos mi tema favorito gira en torno a lo que significa ser cristiano hoy día, a detallar los rasgos esenciales del católico coherente. Les planteo estas preguntas: ¿quién es el católico coherente? ¿Qué respuestas fundamentales necesita el cristiano hoy día? . ¿Cómo ser católico en el mundo actual? Varios defectos aprecio en la doctrina tradicional: ¿por qué la moral magnifica tanto el sexto mandamiento? ¿A qué se debe que cuadricule con tanta precisión las repuestas en esta materia? ¿Cómo se explica que califique la existencia de pecados mortales contra la castidad y hable tan genéricamente de las injusticias personales y sociales? Como veis, sigo siendo el preguntón de siempre, antes a los profesores y ahora en nuestra reunión.
El liberador Antonio: la iglesia “por” los pobres
De acuerdo, Silvestre, de acuerdo. Permíteme que amplíe lo de la justicia social y en concreto el compromiso con los pobres o más desfavorecidos. Desde que estudiamos en el seminario la doctrina social de la Iglesia, me preocupó el tema de la justicia e injusticia social. Entonces como seminarista y después como sacerdote no quedé indiferente ni mucho menos al tema de la desigualdad entre clases sociales, naciones y continentes. Y lo mismo se diga del hambre, la vida infrahumana, la escandalosa desigualdad entre clases sociales Mis respuestas no estuvieron ni están al margen de la comunión eclesial. A la pregunta qué hacer procuro responder. En mi parroquia, en la que colabora Alberto, ayudamos cuanto podemos a los pobres en general, a los marginados de la sociedad, los minusválidos, jubilados, parados, drogadictos. Todas aquellas personas que no pueden gozar de los medios imprescindibles para una vida digna, para su realización personal pueden llamar a nuestra puerta y si no les podemos “liberar” del todo, por lo menos les escuchamos y aliviamos según las posibilidades de la comunidad parroquial.
El político Serafín: la iglesia profética
Si recordáis, Antonio y yo compartíamos las preocupaciones sociales en el seminario, pero yo di un paso más adelante. Me parecía entonces como seminarista y ahora como sacerdote secularizado que la respuesta tenía que ser más radical y profunda. Quien reflexione sobre las causas de las injusticias, concluirá que son los políticos los principales responsables de la injusticia social y de las muchas desigualdades. Al comprobar que en la Iglesia no tenía sitio y que sólo nada podría conseguir, decidí como laico ingresar en un partido político y desde allí influir en la marcha de la comunidad política. Ahora, modestamente, procuro que como alcalde de mi pueblo sea realidad la justicia social de la Iglesia. Tengo presente un texto de la Gaudium et spes, mi documento preferido del Concilio: los ciudadanos y miembros de la Iglesia evitarán el intimismo, el miedo y el predominio de la ideología sobre la fe. Y tendrán presente que «la propia fe es un motivo que les obliga (a los cristianos) al más perfecto cumplimiento de todas (las tareas temporales), según la vocación personal de cada uno» (GS 43).
El piadoso Esteban: la iglesia de las devociones populares
M
i experiencia es muy diferente a la de los valientes Julián y Serafín. Soy el mismo “piadoso Esteban” como algunos me llamaban en el seminario. Creo que no era despectivo el calificativo. No. Los compañeros me estimaban y respetaban mis especiales prácticas de piedad. Yo por mi parte procuraba ser el primero en prestar un servicio. Ahora como sacerdote estoy muy contento con el nombramiento de capellán de unas religiosas contemplativas. Me alegra porque puedo pasar mucho tiempo ante el Santísimo y confesar a fieles, especialmente a los de la piedad popular. Me satisface atender a este sector humilde de la Iglesia. Sus devociones al Señor y a la Virgen fortalece su confianza en la providencia de Dios, les hace más generosos y sacrificados, aceptar la cruz con paz. Yo palpo cómo sus devociones les llenan de energía extraordinaria para rezar, sufrir, resignarse y para vivir en paz en la convivencia. Ahora bien, en la misma confesión procuro corregir la exaltación de muchos, a veces supersticiosa, en su devoción a los santos, en el sentido mágico que dan a la oración, en la fe concebida como un contrato. Y regañé a quien me dijo: que me perdone el Señor, pero yo amo más que a Él, a su Madre la Virgen.
El conformista Tomás: la iglesia triunfalista
Quedo sorprendido por los testimonios de Julián, Serafín y de Esteban. Pero mis criterios más que experiencias son diferentes. Ante todo me parece que no hay que dramatizar la situación eclesial tal y como la describió Enrique en la presentación. Siempre existieron problemas en la Iglesia, antes y después del Concilio. Si comparamos la situación actual con la de siglos pasados, menos los tres primeros, no tenemos mucho que envidiar. Creo que estamos en el mejor tiempo de la Iglesia. Tengamos presente el prestigio internacional de los últimos Pontífices, la entrega de los obispos, el dinamismo de las diócesis con tantas actividades y servicios. Tengo que reconocer que mi parroquia no es modelo de evangelización pero promuevo muchas construcciones. Me ayudan económicamente mis amistades y me siento querido por los fieles. Puedo afirmar que “casi” soy un cura feliz.
El pragmático Carlos: iglesia con respuestas concretas
Mi intervención será breve, anunció Carlos. Soy pragmático. Lo reconozco, de siempre me ha obsesionado concretar el “cómo” responder en el aquí, en el ahora y en el nosotros. Porque tenemos el peligro de hablar, hablar sin comprometernos. Como el avión que planea y planea pero nunca toca tierra. Doctrina nos sobra: el Vaticano II, los Sínodos, las pastorales de obispos y de las conferencias episcopales, los planes de acción pastoral en muchas diócesis y las innumerables publicaciones religiosas de todo tipo. Todo está muy bien. Pero el que mucho abarca poco aprieta. ¿Qué es lo más urgente? ¿Cuál de las tareas es más necesaria? Termino con una anécdota: me reunía con unos seglares en una casa. Cuando estábamos terminando entró el hijo mayor, de unos 20 años que nos preguntó: “y ustedes, además de reunirse ¿qué hacen?” Ahora Carlos el pragmático se pregunta y os pregunta: después de esta reunión qué acción concreta realizaremos?
Y Alberto, ahora muy espiritual: iglesia en comunión, sin radicalismos
Bien Carlos, deseo situarme dentro de tu pregunta y dar mi testimonio. Como sabéis soy el pintor Alberto que se metió a cura. Puedo afirmar que en mi vida sacerdotal experimenté las tres etapas de la historia reciente de la Iglesia, antes, durante y después del Concilio. Lamentablemente, me situé en una actitud exaltada, con los defectos de la Iglesia de cristiandad. Diría recordando a Hegel, que me encasquillé en la posición “en tesis” hasta mi estancia en Bogotá. Después, y afortunadamente por pocos años, me pasé a “la antítesis”, época revolucionaria de una iglesia posconciliar que por poco termina con mi sacerdocio. Gracias a Dios, ya en España, comencé la tercera etapa de “síntesis” con serenidad mental, paz en el corazón y disponibilidad para servir. Progresivamente he ido restableciendo las claves de mi sacerdocio. Una de ellas, la más importante, la espiritual. Mi opción actual es por una iglesia toda en comunión, sin radicalismos. Y dentro de la Iglesia mi vida espiritual redescubriendo la necesidad de la oración y de la caridad en los ministerios que el obispo me designó. Y sigo con el deseo de evangelizar mediante la belleza en la pintura. Por cierto, tendré que presentaros el último cuadro que terminé sobre Jesús y María en un posible diálogo en Nazaret. Espero vuestra visita al museo diocesano y las críticas a mis pinturas.
Final del encuentro
A las palabras de Alberto siguió el comentario sobre las experiencias. Todos muy animados hasta que Luis interrumpió: -lo siento pero la comida está servida y se enfría.
Satisfechos con el menú, agradecieron la hospitalidad a Luis y marcharon con el deseo de una nueva reunión pues la presente no pasaba de ser un aperitivo pastoral. Mientras Alberto abrazaba a Luis, su mejor amigo, le dijo en voz baja: no me falles, tenemos que comentar muchos detalles del tríptico. Espero tu crítica antes de una exposición al público.
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