Novela PHD 8º Místicos insuperables
Alberto cambió el título de la charla del Retiro que le habían solicitado. En vez de tratar sobre la máxima experiencia de Dios en Jesús y María, optó por un enfoque más amplio, directo, actual y hasta un poco agresivo: “Jesús y María, místicos insuperables para el mundo de hoy”. ¿Y por qué el cambio? Porque para el teólogo doctor Navarro, la santidad, la relación con Dios del auténtico místico, además de la experiencia, incluye la unión profunda, íntima y permanente con un amor total. Rasgos místicos que configuran la vida de Jesús y María, iluminan la espiritualidad de los seguidores-discípulos y responden de modo antagónico a muchos no creyentes sobre las relaciones con Dios.
8º
MÍSTICOS INSUPERABLES
1978
Un conferenciante nervioso
Hacía más diez años que el doctor Navarro no hablaba al clero de su Diócesis. Y siempre con temas de teología dogmática. Pero ahora, en el Retiro sacerdotal de la cuaresma de 1978, por primera vez afrontó un tema de espiritualidad que comunicó con la mente y desde el corazón. Se explica que al comienzo de su conferencia se le notara un tanto nervioso pero sincero y muy cordial:
-agradezco la posibilidad de exponer a mis hermanos sacerdotes el tema que me solicitaron y que tanto me apasiona: “la máxima experiencia de Dios en Jesús y María”. Dediqué mucho tiempo a su estudio y he sacado esta conclusión: “Jesús y María son los místicos insuperables para nuestro mundo secularizado”. Disculpen que haya cambiado el título pero me parece que la relación con Dios del auténtico místico, además de la experiencia, incluye el amor total y la unión profunda, íntima y permanente. Las cinco vocales resumen al místico tal y como lo interpreto: Amor, Experiencia, Intimidad, Oblación y Unión plena;
-adelanto que mi exposición girará en torno a dos extremos: el rechazo de Dios y el testimonio de Jesús y María; la actitud total o parcialmente negativa ante Dios y el mensaje motivador que palpamos en la vida de nuestros protagonistas;
-lamento la abundancia de citas y de pensamientos esquemáticos que, por otra parte son conocidos por ustedes. Tengo como objetivo, ofrecerles unos criterios para la su reflexión personal y como pastores.
Con más seguridad y con el tono de profesor experimentado, continuó el ahora muy espiritual Alberto Navarro:
-me parece oportuno insistir: cuanto les diga sale más del corazón del sacerdote que de la mente del teólogo.
-he dividido mi exposición en dos partes: la primera sobre los rasgos del místico. Y la segunda sobre orientaciones para la respuesta cristiana. Toda mi exposición contiene mensajes para los no-creyentes como crítica, y para los cristianos como orientación.
1ª parte.
RASGOS DEL MÍSTICO
Opino que el amor de entrega total a Dios, la unión profunda con Él y la experiencia religiosa más o menos permanente, son los rasgos fundamentales que integran la vida de los místicos insuperables, Jesús y María.
El amor a Dios, absoluto y de entrega total.
Ante las ideologías de los ateos y de los secularistas habrá que proclamar que Dios, el Absoluto, plenifica al hombre. Y a los aspirantes a la santidad, a una vida mística, que el amor a Dios tiene como meta la entrega total, absoluta.
Actitud y respuesta diametralmente opuesta al ateo que rechaza totalmente a Dios. También contraria al secularista que no niega la existencia pero afirma que el Tú divino no es necesario. Y en nombre de su autonomía niega la dependencia respecto de Dios. El hombre desea, él solo, forjar su destino con independencia de la religión y del mismo Dios de quien no necesita su ayuda para protegerse. Prácticamente rechaza la gracia divina, el auxilio de Dios, la necesidad de confiar en su Providencia y en la oración de petición. Por supuesto, en el secularista no existe ningún tipo de amor hacia Dios.
¿Qué respuesta encontramos en Jesús y María? Dios lo era todo. Ellos amaron a Dios con un amor-don sin límites. Más que nadie experimentaron y testimoniaron el precepto bíblico del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Mc 12,28; Lc 10, 27). San Juan da la respuesta de Jesús: «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo» (Jn 14,31).
María, la madre de Jesús, como buena israelita no se limitaba a recitar el Semá (Dt 6,4-6) sino que grabó en su corazón el precepto mayor que su hijo ratificara y lo testimonió en sus tareas y relaciones (Mc 12, 28-30.). De su amor para con Dios, mucho nos dice el Magnificat, y de modo especial el comienzo: «engrandece mi alma al Señor (Lc 1, 46)
La unión con Dios, profunda y permanente
Ante los agnósticos, el cristiano convencido tiene una respuesta segura con su vida: Dios, el Omnipresente, es real y no una leyenda. Él, a imitación de Cristo, aspira a la unión con Dios en profundidad y de modo permanente.
¡Qué gran contraste con lo que sucede en nuestro mundo! Todos nosotros somos testigos de cómo la nueva cultura desafía a la «antigua», la cristiana, a la hora de interpretar y presentar a Dios. Para los agnósticos, Dios no pasa de ser una poesía ideológica. Sin embargo para el creyente, el Señor es el Dios vivo presente en nuestras vidas. Y mucho más en Jesús, (Emmanuel, Verbo encarnado) que pudo afirmar: «no estoy solo, estamos yo y el Padre» (Jn 8,16-18); «quien me ve a mí está viendo al Padre: yo estoy con el Padre y el Padre conmigo» (Jn 14,8-10).”Si alguno me ama cumplirá mis mandamientos, el Padre le amará y los dos vendremos y viviremos con él” (Jn 14,23-24). «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20-30).
También la primera discípula de Jesús, su madre, vivió desde la Encarnación y de modo permanente, la unión con Dios, pues el Verbo se hizo carne en el seno virginal de María que halló “gracia delante de Dios” (Lc 1,30). María, la “llena de gracia (porque) el Señor está contigo» (Lc 1,28). En María encontramos la presencia de Dios como tabernáculo del Emmanuel que mora en ella (cf. Mt 1,23; Lc 1,28).
La experiencia religiosa con Dios, Tú personal
Más de una vez me he preguntado: ¿cómo responder a la “nueva religiosidad”, la que está surgiendo en estos años del posconcilio? Simplemente: que Dios, Yavhé, es el Padre. Y que nosotros interpretamos el amor a Dios como experiencia del yo humano con el Tú divino, personal y no con “algo sagrado”. Es Dios que escucha y habla con cada persona. Y es el cristiano que de algún modo experimenta el amor de Dios.
Pero en los “Nuevos movimiento religiosos” el Tú divino, Dios, queda reducido a un algo sagrado de baja trascendencia dentro del mundo de las religiones. Los defensores de esta doctrina contemplan a Dios como un tú que no responde: es “algo” pero no “alguien”. No es, ni mucho menos, el Tú interpersonal amado y experimentado que responde, acepta, valora y ama a sus hijos.
Antagónica la actitud de Jesús para quien el Tú divino era totalmente diferente. A Jesús, desde el principio de su vida pública, le sostenía el respaldo cariñoso que Dios Padre le otorgó: «he aquí mi hijo predilecto, a quien yo quiero» (Lc 3,22; Mt 3,17; 17,1.5; Mc 9,7). "Amaos como yo os he amado". ¿Cómo? "Como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). Y Jesús se comunicaba con Dios como el apelativo cariñoso de Abbá (papá)
De modo especial y en el Magnificat, la Virgen madre proclamó que el todopoderoso hizo por ella cosas grandes entre las cuales sobresale la confianza y el amor de la Santísima Trinidad (Lc 1,49). ¿Quién más amada que la hija del Padre, la madre del Hijo y la esposa del Espíritu Santo?
2ª parte MANIFESTACIONES
El doctor Navarro se disculpó por resumir mucha doctrina en tan poco tiempo. Pero se imponía la descripción de estos elementos para comprender mejor las motivaciones, exigencias y recursos en la espiritualidad cristiana contemplada como vida mística. Porque amor, unión y experiencia de Dios no solamente son los pilares del místico. También son los tres grandes focos que iluminan las principales actitudes y respuestas de los seguidores de Jesús.
Confianza contra los miedos y traumas religiosos
Confiemos en la misericordia del Señor.
Jesús presentó a Dios como Padre misericordioso antes que como juez. De su Buena Nueva brota un mensaje de paz y confianza, especialmente para los traumatizados en el pasado y que todavía permanecen con miedo por causa de la fe.
Efectivamente, la religiosidad de muchos creyentes ha estado marcada por el miedo a Dios, considerado como un juez pronto para castigar en esta vida y para condenar en el infierno después de la muerte. A la religión del miedo, hoy más que ayer, se dan dos reacciones: de rechazo a la fe por esa imagen divina o bien de excesiva confianza en un Dios “abuelo bonachón” que todo lo perdona.
Pero quien acude a Jesús encuentra la respuesta equilibrada. Contemplará en su relación con su Padre Dios una intimidad insospechada. Le llama tiernamente «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo.»(Jn 17,25). Y manifiesta una confianza ilimitada en el Padre porque él sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf.Mt 26,53). En su predicación, Jesús hablaba continuamente del Dios Padre misericordioso. Ahora bien, su mensaje describe al Señor que juzgará a los injustos.
Y ¿qué enseñaría la Madre a su hijo sobre cómo tratar a Dios? Es de imaginar que parte de la doctrina de Jesús la aprendió de su madre. María con el “sí” a la propuesta del ángel manifestó su total confianza y abandono en las manos del Padre según su palabra: “que me suceda según dices” (Lc 1,38).
Ilusión frente la indiferencia y la cobardía
¡Cultivemos la ilusión de colaborar en el reino de Dios! ¡Seamos luz del mundo y sal de la tierra!
El Maestro proclamó al cristiano como luz del mundo y sal de la tierra. Y exhortó: id y predicad el reino de Dios por todo el mundo. Jesús deseaba que el amor a Dios fuera en privado y en público, en el candelero.
No sucede así con el anticlericalismo beligerante que pretende esconder a Dios en el celemín de la vida privada. Y es de lamentar que muchos cristianos un tanto cobardes pretendan vivir la fe sin ilusión social, sin ninguna repercusión en la vida pública. El Dios ausente permanece debajo del celemín.
Pero no fue así el mensaje de Jesús que situaba a Dios en el candelero de toda la vida y que exhortaba a los discípulos a que fueran luz y sal ante el prójimo para que de esta manera brillara la presencia de Dios en su corazón y en cuantos les rodearan. En Jesús destaca la misión de predicar y testimoniar el reino de Dios interpretado como la presencia amorosa de Dios en los hombres, en sus tareas y relaciones tanto familiares como sociales. Es decir, en toda la vida, privada y publica. Tengamos presente que el Reino ocupaba el núcleo de la doctrina y de las relaciones de Jesús con el Padre. Además, el Hijo sentía la necesidad de vivir los valores de verdad, justicia, libertad, paz y amor que exigía a los demás (cf Mc 1.14- 15; Mt 4.23-25). Su vida, la de Jesús, un Reinado viviente de Dios Padre.
¿Y en María? Pocos relatos encontramos en los Evangelios sobre la presencia de María en la vida pública: ella acompañó a su hijo en una boda y a otros familiares que buscaban a Jesús. La madre no se mostró tímida en la búsqueda de su hijo en el templo ni cuando le acompañó al pié de la cruz en las últimas horas de su vida. Desde su perspectiva materna, a María le ilusionó la misión de ser madre del Mesías, del Hijo de Dios a quien educó y con quien colaboró (Lc 1, 26-38).
Entusiasmo y no frialdad o apatía
Ante los apáticos: mostremos un amor de enamorados, con celo y entusiasmo.
Quien ama, defiende con pasión los derechos de la persona amada. Y reacciona indignado ante las ofensas. Jesús amó mucho al Padre. Toda su vida pública refleja la respuesta de un enamorado de Dios, sensible a sus derechos violados. De modo especial manifestó su celo por el honor de Dios cuando expulsó a los mercaderes (Jn 2,16-17). También a José y María les dijo con claridad que “debía estar en las cosas de su Padre” (Lc 2,49).
El amor de María fue muy semejante al de Jesús. Ella, la mujer con entusiasmo y con valor para defender a quienes quería. Con entusiasmo paciente, visitó a su prima Isabel, emprendió el viaje a Belén, acompañó a José en la huída a Egipto, buscó a su hijo a quien corrigió con suavidad. Y muerto Jesús, María alentó la esperanza de los apóstoles desanimados. Indudablemente, María es el prototipo de la mujer llena de Dios -la entusiasmada- que actuaba en silencio
Coherencia y fidelidad y no buenos deseos
Ante los incoherentes, manifestemos un amor fiel, de palabra y de obra.
La presencia del amor se mide por la fidelidad y la coherencia. En Jesús, en grado máximo con su amor fiel, con su obediencia total y permanente a la voluntad del Padre. Él hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10). Y a los discípulos advierte: ”no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7.21).
Tal consigna estaba presente en María. ¿Quién más fiel con la misión recibida que María, la Virgen, la que dijo y vivió el “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra? A María se le pueden añadir dos títulos más, el de hermana de Jesús y el de cumplidora de la voluntad divina, porque a ella se le pueden aplicar las palabras: «¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre » (Mt 12, 48-50).
Radicalidad sin mediocridad ni conformismos
Ante los conformistas y mediocres: radicalidad en la entrega
La presencia máxima de Dios exige totalidad. Así se explica que Jesús exigiera una respuesta de radicalidad: “no se puede servir a dos señores (Mt 6,24); “si tu ojo te escandaliza, sácatelo (Mt 5,29-30); «habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5.43-45).
La radicalidad predicada por Jesús se encuentra en el SÍ de María. La frase de mayor entrega pertenece a la madre de Jesús cuando responde a la propuesta de la Encarnación: «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Corría un grave riesgo: que le abandonara su esposo y fuera lapidada. María dio el todo por el Todo. Además, por su plenitud de gracia (Lc 1,24), María recibe del Señor la plenitud del Espíritu de Dios como fuerza creadora.
Fortaleza contra la debilidad y la indecisión
Ante los que sucumben en las tentaciones: alimentad un amor fuerte y decidido
En las pruebas surge la fuerza del amor. Jesús reaccionó siempre con reflejos de fortaleza ante los obstáculos y enemigos de cualquier clase. Así rechazó al tentador: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios; no tentarás al Señor, tu Dios; al Señor tu Dios, adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 1-11). Pero donde más resplandeció su decisión, fortaleza y paciencia, fue durante toda la pasión y muerte sin doblegarse ante nada ni nadie.
Y María, la mujer más fuerte. En segundo lugar encontramos a María. Resplandeció su fortaleza durante la pasión: “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena” (Jn 19,25). La decisión, muy de mujer y de madre, destaca también al encontrar al hijo: “cuando le vieron quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,48). La madre ya estaba preparada para el dolor pues el anciano Simeón le profetizó: “¡y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35).
Comunicación ardiente, sin rutina ni intereses
Ante Dios, una comunicación ardiente y desinteresada
Unas personas no necesitan de la ayuda de Dios ni de comunicarse con Él. Otras se comunican pero de manera rutinaria o por interés; otras se conforman con la recitación literal de sus oraciones. Pero no faltan cristianos que experimentan el amor de Dios y le responden con sinceridad. No conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios a quien amaron con una entrega total.
Así sucedía en Jesús que al finalizar el día buscaba ardientemente comunicarse con Dios, su abbá. La oración era como la fuente de su amor ardiente y de su heroica fortaleza. Él oraba toda la noche, de madrugada o al anochecer (Mt 14,23; Lc 6,12; Mc 1,35-36). La comunicación más impresionante la encontramos en los momentos de angustia en Getsemaní: "Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Y a la hora de morir exclamó: «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27,46); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
¿Y qué decir de la oración de María? Desde niña, se alimentaba con la experiencia religiosa de toda israelita. Con especial fervor recitaría el Semá,”escucha Israel”, del Deuteronomio (6, 4-6) y que grabaría en su corazón. Ahora bien, desde la Encarnación cambió profundamente la comunicación de la sierva del Señor. El Magnificat nos pone en la pista de quien repetiría especialmente los primeros versículos. Emociona pensar cómo en los años de la vida oculta, madre e hijo se comunicarían con Dios, su Padre y Salvador. María, después de la Ascensión del Señor, perseveraba en la oración con un mismo espíritu en compañía de los apóstoles y de algunas mujeres (Hch 1, 14).
Docilidad al Espíritu sin subjetivismos ni caprichos espirituales
Ante los desorientados: vivir bajo la guía del Espíritu y de la Palabra de Dios.
Jesús tenía como guías al Espíritu, la voluntad del Padre y los ejemplos de José y María.
A su Madre la Virgen, la guiaban el Espíritu, la voluntad del Señor y toda la vida de su hijo Jesús.
A los dos, a Jesús y María, dóciles al Espíritu, eran guiados por la Palabra de Dios. De manera especial los salmos les ayudarían para expresar su amor a Dios, el gozo, la alabanza, gratitud, obediencia, confianza y sed del Señor Dios. Los dos, Jesús y María, sedientos de Dios, bebían en la lectura y meditación de los salmos.
He aquí algunos textos más motivadores.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares... (Sal 138,1-3);
Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma» (Sal 135,5);
Yo te amo, Señor, mi fuerza, mi roca y mi fortaleza, mi libertador (Sal 18,1-3).
Mi felicidad consiste en estar junto a Dios (Sal 73,28).
Sólo en Dios encuentro descanso, de él viene mi salvación, mi esperanza (Sal 62,2.6).
Dios es mi roca, mi salvación y fuerza, ¡jamás vacilaré! (Sal 62,7).
El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? En ti está la única esperanza (Sal 39,8).
Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 4,.2-3).
Desde el alba te deseo, estoy sediento de ti, por ti desfallezco, como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 63,2).
¿ALGO MÁS SOBRE EL TEMA EXPUESTO?
Alberto preguntó al terminar su meditación: ¿se pueden añadir más datos bíblicos sobre el tema Jesús y María, místicos insuperables? ¿Quiénes han sido los mejores intérpretes del amor de Dios en Jesús y María?
-A la primera pregunta respondo que no ha sido mi intención agotar ni mucho menos el tema. Y a la segunda, en mi opinión, quienes mejor han estructurado y testimoniado la experiencia de amor de Jesús y María han sido los místicos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Quien desee profundizar sobre el dinamismo del amor a Dios teniendo presente a Jesús y María, acuda a las obras de estos doctores de la Iglesia. En nuestra diócesis, como sabéis, tenemos a un experto, don Felipe, que cada año dicta un curso sobre san Juan de la cruz y santa Teresa de Jesús. Dentro de la Semana de teología de este año que abordará el tema “De la búsqueda a la unión profunda con Dios, don Federico hablará sobre El camino hacia el Absoluto según san Juan y santa Teresa.
-Y ahora, en este retiro, nos falta lo más importante y práctico. A todos nos corresponde meditar en la capilla cómo nos relacionamos con Dios. Recordad las cinco vocales: con Amor, experimentado, íntimo, oblativo y de Unión plena.
8º
MÍSTICOS INSUPERABLES
1978
Un conferenciante nervioso
Hacía más diez años que el doctor Navarro no hablaba al clero de su Diócesis. Y siempre con temas de teología dogmática. Pero ahora, en el Retiro sacerdotal de la cuaresma de 1978, por primera vez afrontó un tema de espiritualidad que comunicó con la mente y desde el corazón. Se explica que al comienzo de su conferencia se le notara un tanto nervioso pero sincero y muy cordial:
-agradezco la posibilidad de exponer a mis hermanos sacerdotes el tema que me solicitaron y que tanto me apasiona: “la máxima experiencia de Dios en Jesús y María”. Dediqué mucho tiempo a su estudio y he sacado esta conclusión: “Jesús y María son los místicos insuperables para nuestro mundo secularizado”. Disculpen que haya cambiado el título pero me parece que la relación con Dios del auténtico místico, además de la experiencia, incluye el amor total y la unión profunda, íntima y permanente. Las cinco vocales resumen al místico tal y como lo interpreto: Amor, Experiencia, Intimidad, Oblación y Unión plena;
-adelanto que mi exposición girará en torno a dos extremos: el rechazo de Dios y el testimonio de Jesús y María; la actitud total o parcialmente negativa ante Dios y el mensaje motivador que palpamos en la vida de nuestros protagonistas;
-lamento la abundancia de citas y de pensamientos esquemáticos que, por otra parte son conocidos por ustedes. Tengo como objetivo, ofrecerles unos criterios para la su reflexión personal y como pastores.
Con más seguridad y con el tono de profesor experimentado, continuó el ahora muy espiritual Alberto Navarro:
-me parece oportuno insistir: cuanto les diga sale más del corazón del sacerdote que de la mente del teólogo.
-he dividido mi exposición en dos partes: la primera sobre los rasgos del místico. Y la segunda sobre orientaciones para la respuesta cristiana. Toda mi exposición contiene mensajes para los no-creyentes como crítica, y para los cristianos como orientación.
1ª parte.
RASGOS DEL MÍSTICO
Opino que el amor de entrega total a Dios, la unión profunda con Él y la experiencia religiosa más o menos permanente, son los rasgos fundamentales que integran la vida de los místicos insuperables, Jesús y María.
El amor a Dios, absoluto y de entrega total.
Ante las ideologías de los ateos y de los secularistas habrá que proclamar que Dios, el Absoluto, plenifica al hombre. Y a los aspirantes a la santidad, a una vida mística, que el amor a Dios tiene como meta la entrega total, absoluta.
Actitud y respuesta diametralmente opuesta al ateo que rechaza totalmente a Dios. También contraria al secularista que no niega la existencia pero afirma que el Tú divino no es necesario. Y en nombre de su autonomía niega la dependencia respecto de Dios. El hombre desea, él solo, forjar su destino con independencia de la religión y del mismo Dios de quien no necesita su ayuda para protegerse. Prácticamente rechaza la gracia divina, el auxilio de Dios, la necesidad de confiar en su Providencia y en la oración de petición. Por supuesto, en el secularista no existe ningún tipo de amor hacia Dios.
¿Qué respuesta encontramos en Jesús y María? Dios lo era todo. Ellos amaron a Dios con un amor-don sin límites. Más que nadie experimentaron y testimoniaron el precepto bíblico del “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Mc 12,28; Lc 10, 27). San Juan da la respuesta de Jesús: «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo» (Jn 14,31).
María, la madre de Jesús, como buena israelita no se limitaba a recitar el Semá (Dt 6,4-6) sino que grabó en su corazón el precepto mayor que su hijo ratificara y lo testimonió en sus tareas y relaciones (Mc 12, 28-30.). De su amor para con Dios, mucho nos dice el Magnificat, y de modo especial el comienzo: «engrandece mi alma al Señor (Lc 1, 46)
La unión con Dios, profunda y permanente
Ante los agnósticos, el cristiano convencido tiene una respuesta segura con su vida: Dios, el Omnipresente, es real y no una leyenda. Él, a imitación de Cristo, aspira a la unión con Dios en profundidad y de modo permanente.
¡Qué gran contraste con lo que sucede en nuestro mundo! Todos nosotros somos testigos de cómo la nueva cultura desafía a la «antigua», la cristiana, a la hora de interpretar y presentar a Dios. Para los agnósticos, Dios no pasa de ser una poesía ideológica. Sin embargo para el creyente, el Señor es el Dios vivo presente en nuestras vidas. Y mucho más en Jesús, (Emmanuel, Verbo encarnado) que pudo afirmar: «no estoy solo, estamos yo y el Padre» (Jn 8,16-18); «quien me ve a mí está viendo al Padre: yo estoy con el Padre y el Padre conmigo» (Jn 14,8-10).”Si alguno me ama cumplirá mis mandamientos, el Padre le amará y los dos vendremos y viviremos con él” (Jn 14,23-24). «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20-30).
También la primera discípula de Jesús, su madre, vivió desde la Encarnación y de modo permanente, la unión con Dios, pues el Verbo se hizo carne en el seno virginal de María que halló “gracia delante de Dios” (Lc 1,30). María, la “llena de gracia (porque) el Señor está contigo» (Lc 1,28). En María encontramos la presencia de Dios como tabernáculo del Emmanuel que mora en ella (cf. Mt 1,23; Lc 1,28).
La experiencia religiosa con Dios, Tú personal
Más de una vez me he preguntado: ¿cómo responder a la “nueva religiosidad”, la que está surgiendo en estos años del posconcilio? Simplemente: que Dios, Yavhé, es el Padre. Y que nosotros interpretamos el amor a Dios como experiencia del yo humano con el Tú divino, personal y no con “algo sagrado”. Es Dios que escucha y habla con cada persona. Y es el cristiano que de algún modo experimenta el amor de Dios.
Pero en los “Nuevos movimiento religiosos” el Tú divino, Dios, queda reducido a un algo sagrado de baja trascendencia dentro del mundo de las religiones. Los defensores de esta doctrina contemplan a Dios como un tú que no responde: es “algo” pero no “alguien”. No es, ni mucho menos, el Tú interpersonal amado y experimentado que responde, acepta, valora y ama a sus hijos.
Antagónica la actitud de Jesús para quien el Tú divino era totalmente diferente. A Jesús, desde el principio de su vida pública, le sostenía el respaldo cariñoso que Dios Padre le otorgó: «he aquí mi hijo predilecto, a quien yo quiero» (Lc 3,22; Mt 3,17; 17,1.5; Mc 9,7). "Amaos como yo os he amado". ¿Cómo? "Como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). Y Jesús se comunicaba con Dios como el apelativo cariñoso de Abbá (papá)
De modo especial y en el Magnificat, la Virgen madre proclamó que el todopoderoso hizo por ella cosas grandes entre las cuales sobresale la confianza y el amor de la Santísima Trinidad (Lc 1,49). ¿Quién más amada que la hija del Padre, la madre del Hijo y la esposa del Espíritu Santo?
2ª parte MANIFESTACIONES
El doctor Navarro se disculpó por resumir mucha doctrina en tan poco tiempo. Pero se imponía la descripción de estos elementos para comprender mejor las motivaciones, exigencias y recursos en la espiritualidad cristiana contemplada como vida mística. Porque amor, unión y experiencia de Dios no solamente son los pilares del místico. También son los tres grandes focos que iluminan las principales actitudes y respuestas de los seguidores de Jesús.
Confianza contra los miedos y traumas religiosos
Confiemos en la misericordia del Señor.
Jesús presentó a Dios como Padre misericordioso antes que como juez. De su Buena Nueva brota un mensaje de paz y confianza, especialmente para los traumatizados en el pasado y que todavía permanecen con miedo por causa de la fe.
Efectivamente, la religiosidad de muchos creyentes ha estado marcada por el miedo a Dios, considerado como un juez pronto para castigar en esta vida y para condenar en el infierno después de la muerte. A la religión del miedo, hoy más que ayer, se dan dos reacciones: de rechazo a la fe por esa imagen divina o bien de excesiva confianza en un Dios “abuelo bonachón” que todo lo perdona.
Pero quien acude a Jesús encuentra la respuesta equilibrada. Contemplará en su relación con su Padre Dios una intimidad insospechada. Le llama tiernamente «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo.»(Jn 17,25). Y manifiesta una confianza ilimitada en el Padre porque él sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf.Mt 26,53). En su predicación, Jesús hablaba continuamente del Dios Padre misericordioso. Ahora bien, su mensaje describe al Señor que juzgará a los injustos.
Y ¿qué enseñaría la Madre a su hijo sobre cómo tratar a Dios? Es de imaginar que parte de la doctrina de Jesús la aprendió de su madre. María con el “sí” a la propuesta del ángel manifestó su total confianza y abandono en las manos del Padre según su palabra: “que me suceda según dices” (Lc 1,38).
Ilusión frente la indiferencia y la cobardía
¡Cultivemos la ilusión de colaborar en el reino de Dios! ¡Seamos luz del mundo y sal de la tierra!
El Maestro proclamó al cristiano como luz del mundo y sal de la tierra. Y exhortó: id y predicad el reino de Dios por todo el mundo. Jesús deseaba que el amor a Dios fuera en privado y en público, en el candelero.
No sucede así con el anticlericalismo beligerante que pretende esconder a Dios en el celemín de la vida privada. Y es de lamentar que muchos cristianos un tanto cobardes pretendan vivir la fe sin ilusión social, sin ninguna repercusión en la vida pública. El Dios ausente permanece debajo del celemín.
Pero no fue así el mensaje de Jesús que situaba a Dios en el candelero de toda la vida y que exhortaba a los discípulos a que fueran luz y sal ante el prójimo para que de esta manera brillara la presencia de Dios en su corazón y en cuantos les rodearan. En Jesús destaca la misión de predicar y testimoniar el reino de Dios interpretado como la presencia amorosa de Dios en los hombres, en sus tareas y relaciones tanto familiares como sociales. Es decir, en toda la vida, privada y publica. Tengamos presente que el Reino ocupaba el núcleo de la doctrina y de las relaciones de Jesús con el Padre. Además, el Hijo sentía la necesidad de vivir los valores de verdad, justicia, libertad, paz y amor que exigía a los demás (cf Mc 1.14- 15; Mt 4.23-25). Su vida, la de Jesús, un Reinado viviente de Dios Padre.
¿Y en María? Pocos relatos encontramos en los Evangelios sobre la presencia de María en la vida pública: ella acompañó a su hijo en una boda y a otros familiares que buscaban a Jesús. La madre no se mostró tímida en la búsqueda de su hijo en el templo ni cuando le acompañó al pié de la cruz en las últimas horas de su vida. Desde su perspectiva materna, a María le ilusionó la misión de ser madre del Mesías, del Hijo de Dios a quien educó y con quien colaboró (Lc 1, 26-38).
Entusiasmo y no frialdad o apatía
Ante los apáticos: mostremos un amor de enamorados, con celo y entusiasmo.
Quien ama, defiende con pasión los derechos de la persona amada. Y reacciona indignado ante las ofensas. Jesús amó mucho al Padre. Toda su vida pública refleja la respuesta de un enamorado de Dios, sensible a sus derechos violados. De modo especial manifestó su celo por el honor de Dios cuando expulsó a los mercaderes (Jn 2,16-17). También a José y María les dijo con claridad que “debía estar en las cosas de su Padre” (Lc 2,49).
El amor de María fue muy semejante al de Jesús. Ella, la mujer con entusiasmo y con valor para defender a quienes quería. Con entusiasmo paciente, visitó a su prima Isabel, emprendió el viaje a Belén, acompañó a José en la huída a Egipto, buscó a su hijo a quien corrigió con suavidad. Y muerto Jesús, María alentó la esperanza de los apóstoles desanimados. Indudablemente, María es el prototipo de la mujer llena de Dios -la entusiasmada- que actuaba en silencio
Coherencia y fidelidad y no buenos deseos
Ante los incoherentes, manifestemos un amor fiel, de palabra y de obra.
La presencia del amor se mide por la fidelidad y la coherencia. En Jesús, en grado máximo con su amor fiel, con su obediencia total y permanente a la voluntad del Padre. Él hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10). Y a los discípulos advierte: ”no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7.21).
Tal consigna estaba presente en María. ¿Quién más fiel con la misión recibida que María, la Virgen, la que dijo y vivió el “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra? A María se le pueden añadir dos títulos más, el de hermana de Jesús y el de cumplidora de la voluntad divina, porque a ella se le pueden aplicar las palabras: «¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre » (Mt 12, 48-50).
Radicalidad sin mediocridad ni conformismos
Ante los conformistas y mediocres: radicalidad en la entrega
La presencia máxima de Dios exige totalidad. Así se explica que Jesús exigiera una respuesta de radicalidad: “no se puede servir a dos señores (Mt 6,24); “si tu ojo te escandaliza, sácatelo (Mt 5,29-30); «habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5.43-45).
La radicalidad predicada por Jesús se encuentra en el SÍ de María. La frase de mayor entrega pertenece a la madre de Jesús cuando responde a la propuesta de la Encarnación: «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Corría un grave riesgo: que le abandonara su esposo y fuera lapidada. María dio el todo por el Todo. Además, por su plenitud de gracia (Lc 1,24), María recibe del Señor la plenitud del Espíritu de Dios como fuerza creadora.
Fortaleza contra la debilidad y la indecisión
Ante los que sucumben en las tentaciones: alimentad un amor fuerte y decidido
En las pruebas surge la fuerza del amor. Jesús reaccionó siempre con reflejos de fortaleza ante los obstáculos y enemigos de cualquier clase. Así rechazó al tentador: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios; no tentarás al Señor, tu Dios; al Señor tu Dios, adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 1-11). Pero donde más resplandeció su decisión, fortaleza y paciencia, fue durante toda la pasión y muerte sin doblegarse ante nada ni nadie.
Y María, la mujer más fuerte. En segundo lugar encontramos a María. Resplandeció su fortaleza durante la pasión: “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena” (Jn 19,25). La decisión, muy de mujer y de madre, destaca también al encontrar al hijo: “cuando le vieron quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» (Lc 2,48). La madre ya estaba preparada para el dolor pues el anciano Simeón le profetizó: “¡y a ti misma una espada te atravesará el corazón” (Lc 2,35).
Comunicación ardiente, sin rutina ni intereses
Ante Dios, una comunicación ardiente y desinteresada
Unas personas no necesitan de la ayuda de Dios ni de comunicarse con Él. Otras se comunican pero de manera rutinaria o por interés; otras se conforman con la recitación literal de sus oraciones. Pero no faltan cristianos que experimentan el amor de Dios y le responden con sinceridad. No conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios a quien amaron con una entrega total.
Así sucedía en Jesús que al finalizar el día buscaba ardientemente comunicarse con Dios, su abbá. La oración era como la fuente de su amor ardiente y de su heroica fortaleza. Él oraba toda la noche, de madrugada o al anochecer (Mt 14,23; Lc 6,12; Mc 1,35-36). La comunicación más impresionante la encontramos en los momentos de angustia en Getsemaní: "Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Y a la hora de morir exclamó: «Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mt 27,46); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
¿Y qué decir de la oración de María? Desde niña, se alimentaba con la experiencia religiosa de toda israelita. Con especial fervor recitaría el Semá,”escucha Israel”, del Deuteronomio (6, 4-6) y que grabaría en su corazón. Ahora bien, desde la Encarnación cambió profundamente la comunicación de la sierva del Señor. El Magnificat nos pone en la pista de quien repetiría especialmente los primeros versículos. Emociona pensar cómo en los años de la vida oculta, madre e hijo se comunicarían con Dios, su Padre y Salvador. María, después de la Ascensión del Señor, perseveraba en la oración con un mismo espíritu en compañía de los apóstoles y de algunas mujeres (Hch 1, 14).
Docilidad al Espíritu sin subjetivismos ni caprichos espirituales
Ante los desorientados: vivir bajo la guía del Espíritu y de la Palabra de Dios.
Jesús tenía como guías al Espíritu, la voluntad del Padre y los ejemplos de José y María.
A su Madre la Virgen, la guiaban el Espíritu, la voluntad del Señor y toda la vida de su hijo Jesús.
A los dos, a Jesús y María, dóciles al Espíritu, eran guiados por la Palabra de Dios. De manera especial los salmos les ayudarían para expresar su amor a Dios, el gozo, la alabanza, gratitud, obediencia, confianza y sed del Señor Dios. Los dos, Jesús y María, sedientos de Dios, bebían en la lectura y meditación de los salmos.
He aquí algunos textos más motivadores.
Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares... (Sal 138,1-3);
Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma» (Sal 135,5);
Yo te amo, Señor, mi fuerza, mi roca y mi fortaleza, mi libertador (Sal 18,1-3).
Mi felicidad consiste en estar junto a Dios (Sal 73,28).
Sólo en Dios encuentro descanso, de él viene mi salvación, mi esperanza (Sal 62,2.6).
Dios es mi roca, mi salvación y fuerza, ¡jamás vacilaré! (Sal 62,7).
El Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? En ti está la única esperanza (Sal 39,8).
Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 4,.2-3).
Desde el alba te deseo, estoy sediento de ti, por ti desfallezco, como tierra reseca, agostada, sin agua (Sal 63,2).
¿ALGO MÁS SOBRE EL TEMA EXPUESTO?
Alberto preguntó al terminar su meditación: ¿se pueden añadir más datos bíblicos sobre el tema Jesús y María, místicos insuperables? ¿Quiénes han sido los mejores intérpretes del amor de Dios en Jesús y María?
-A la primera pregunta respondo que no ha sido mi intención agotar ni mucho menos el tema. Y a la segunda, en mi opinión, quienes mejor han estructurado y testimoniado la experiencia de amor de Jesús y María han sido los místicos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila. Quien desee profundizar sobre el dinamismo del amor a Dios teniendo presente a Jesús y María, acuda a las obras de estos doctores de la Iglesia. En nuestra diócesis, como sabéis, tenemos a un experto, don Felipe, que cada año dicta un curso sobre san Juan de la cruz y santa Teresa de Jesús. Dentro de la Semana de teología de este año que abordará el tema “De la búsqueda a la unión profunda con Dios, don Federico hablará sobre El camino hacia el Absoluto según san Juan y santa Teresa.
-Y ahora, en este retiro, nos falta lo más importante y práctico. A todos nos corresponde meditar en la capilla cómo nos relacionamos con Dios. Recordad las cinco vocales: con Amor, experimentado, íntimo, oblativo y de Unión plena.