Novela PHD 10º La obra cumbre de un pintor orgulloso
Creció la inquietud mística de Alberto que logró sintetizar el pensamiento de san Juan de la Cruz y pudo terminar su obra cumbre: el tríptico con Jesús y María dialogando en Nazaret. La obra salió tan perfecta y le produjo tanta satisfacción que el pintor, endiosado, exclamó con orgullo: “Jesús, María, ¿por qué no salís del tríptico y dialogamos los tres?” Pronto se avergonzó de su atrevimiento que consideraba una falta de respeto y un gesto de soberbia.
10º
LA OBRA CUMBRE DE UN PINTOR ORGULLOSO
(1980)
El sacerdote y pintor Alberto Navarro superó la duda de si monje o sacerdote diocesano, interiorizó la experiencia de Dios en Jesús y María y profundizó en la unión con Dios con la guía de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Ahora, en 1980, entraba en una fase de madurez espiritual. Humanamente hablando, por un tiempo vivió feliz en su sacerdocio y en su nueva situación.
Espiritualidad intensa: vivía el cielo en la tierra
Además de intensificar su vida de oración, Alberto continuó con las tareas pastorales y litúrgicas como colaborador en la parroquia, siguió organizando el museo diocesano y, sobre todo, volvió a su gran afición por la pintura. Nuevos horizontes le abrió el Curso de don Felipe sobre los santos carmelitas. ¡Qué descubrimientos espirituales y psicológicos le proporcionó el doctor carmelitano! ¡Y no digamos el mensaje de Santa Teresa! ¡Cómo pasaban las horas sin darse cuenta con la lectura de estos dos grandes místicos! Días y semanas que parecían otros Ejercicios espirituales pero de “tercer grado”.
Y poco a poco, sin darse cuenta, inconscientemente, la personalidad de Alberto se iba transformando. En buena parte, porque ponía en práctica los consejos de san Juan y de santa Teresa, y, sobre todo, porque prolongaba la oración ante el Santísimo. En su habitación, arrodillado ante el crucifijo iba redescubriendo el sentido de la cruz. Y hasta cuando pintaba a Jesús y María en Nazaret, en el ansiado tríptico, permanecía en contemplación artístico-mística. Pero su espiritualidad no era simplemente contemplativa. No. Cada vez, tenía más clara la meta de vivir su sacerdocio según la doctrina de Jesús colaborando en el reino de Dios, especialmente en el apostolado con los más pobres y en comunión con toda la Iglesia.
Era tanto su fervor, que, en ocasiones, su oración alcanzaba la intensidad de los místicos. Vivía la “santa” indiferencia de quien apasionadamente se ha entregado a Dios. Nada le quitaba la paz, ni aun las preguntas sobre los posibles diálogos en Nazaret. Disipadas las dudas sobre una probable vocación monástica, Alberto tenía claro que su vocación consistía en la fidelidad al sacerdocio en la nueva etapa de su vida. Gozaba de paz y de cierta sensación de felicidad como nunca antes la había experimentado. Vamos, que vivía el cielo en la tierra.
Vuelve a las clases de teología
La única novedad, y positiva, fue el retorno a las clases de Cristología en el seminario de Toledo, casi 20 años después de su docencia conflictiva en Salamanca. Pero notó gran diferencia en el alumnado, pues los seminaristas de los ochenta no eran tan inquietos, críticos y hasta agresivos como los de los años sesenta que le obligaron a dejar las clases y marchar a Colombia. Los actuales aspirantes al sacerdocio eran menos en número, preocupados no por las fronteras teológicas y los problemas sociales sino por los temas de la liturgia, espiritualidad y la catequesis parroquial. Y también más preocupados por “el ascenso clerical”. El antiguo profesor conservador veía que ahora los aspirantes al sacerdocio adoptaban posturas muy tradicionalistas.
En su seminario de Toledo recibieron con gusto al teólogo y pintor porque sabían que los seminaristas de los sesenta “lo habían echado” por conservador. Además, ignoraban las andanzas revolucionarias en América del sacerdote pintor y apreciaban los servicios que prestaba a la diócesis, incluido el de la pintura. Les encantaba que sus cuadros todos ellos tuvieran el fondo espiritual de Jesús y María en Nazaret. Por su parte, Alberto mantenía un estilo diferente: paciente a la hora de escuchar, flexible en las posiciones teológicas y generoso a la hora de calificar el rendimiento de los alumnos.
Peregrina a Tierra Santa y visita varios países europeos
Con paz y seguridad comenzó 1980. Y con una novedad agradable. Como Alberto y sus condiscípulos se habían ordenado en 1955, estaban cumpliendo los 25 años de presbíteros. De común acuerdo decidieron celebrar las “bodas” de plata, aunque el nombre no gustara a más de uno.
Luis y Alberto recordaban que fueron 16 los que se ordenaron de sacerdotes. De este grupo quedaban 12 porque 2 habían dejado el ministerio sacerdotal y los otros ya estaban en la Casa del Padre. ¿Qué actividades realizar para celebrar los 25 años de ministerio sacerdotal? Prevaleció la iniciativa de peregrinar a Tierra Santa, coincidiendo precisamente con el Triduo Pascual. Al regreso proyectaron visitar por unos días Italia, Alemania y Francia.
Para Alberto, esta peregrinación tenía una finalidad muy concreta: reavivar los misterios de la vida de Jesús, su experiencia de Dios juntamente con su madre la Virgen María. De manera especial le ilusionaba visitar Nazaret, lugar de los diálogos que tanto le fascinaba conocer. Pretendía completar los ejercicios espirituales y la lectura de San Juan de la Cruz. ¿Sería posible?
Cuanto sucedió y experimentó en el viaje ocupa muchas páginas en el diario de Alberto. Por ahora, baste recordar la impresión general de satisfacción, gratitud y alegría. Había conseguido lo que pretendía pero con alguna que otra frustración. Sobre todo, la sorpresa negativa que se llevó al comparar el Nazaret de 1980 con la descripción que los autores hacían de la aldea más bella de toda Palestina en los tiempos de Jesús y María. En vano buscó el lugar donde pudo situarse la casa y el taller de José. Habían pasado veinte siglos y solamente la imaginación y la fe localizaban el sitio de los posibles diálogos. Prolongaba su oración en la basílica de la Anunciación y por supuesto que no faltó su pregunta dirigida a Jesús y María, ahora en el cielo: ¿de qué hablabais en la tierra, precisamente en el sitio donde ahora me encuentro, más o menos? La respuesta que recibiera, Alberto nunca la comunicó, se la guardó para sí. Pero estuvo muy presente durante la realización de su ansiado tríptico.
El víacrucis, respuesta al dolor humano
La otra sorpresa, esta vez positiva, fue el Viacrucis que hizo, precisamente la mañana del viernes santo. Logró “escaparse” del grupo, de madrugada y él solo recorrió las 14 estaciones. No se limitó a recordar lo que Jesús padeció, sino que meditó en la pasión a la luz de sus experiencias, en los diversos ministerios de su vida de estudiante, profesor, párroco ocasional en Bogotá con la crisis que estuvo a punto de acabar con su sacerdocio. Con más gratitud recordó los años de vuelta de Colombia y la situación actual de paz y de intensa vida espiritual.
Su viacrucis no fue intimista porque una gran preocupación presidía la reflexión en cada estación: ¿cómo respondía la pasión del Señor a los interrogantes que los hombres de su tiempo formulaban sobre el sufrimiento? ¿Por qué sufrir? ¿Por qué Dios permite la muerte injusta de personas inocentes? Alberto reflexionó, contempló y tomó nota. Fue el Viacrucis que marcó su vida, iluminó las meditaciones de la tercera semana de los Ejercicios de San Ignacio, enriqueció la experiencia de Dios en Jesús y María y amplió el trasfondo místico de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Las notas y preguntas le servirían para meditaciones posteriores. Ahora quedaba el amor radicalizado hacia Dios y a los hombres, tal y como aparece en la pasión de Cristo, el Hijo de Dios.
Los doce proponen fomentar la amistad sacerdotal
Felizmente terminaron los días de peregrinación y la visita rápida a Francia, Italia y Alemania. Los doce compañeros de seminario y de los día en Tierra Santa, estrecharon más las relaciones fraternales y decidieron reencontrase con alguna frecuencia. Alberto aplaudió la idea de Antonio Soler, la de formar una especie de equipo sacerdotal con reuniones periódicas. Todos conformes y concretaron la próxima reunión. ¿Tema? El profesor de Eclesiología, Enrique Tormes, propuso la situación actual de la Iglesia: podían dialogar sobre cómo ellos ven a la Iglesia como tal desde 1950 a 1980, y a los católicos como miembros.
-De acuerdo, dijo Alberto, pero tú, Enrique orienta la reunión. Todos nosotros nos hemos educado en los años 40-50 y ejercido el ministerio antes, durante y después del Vaticano II. Y añadió con un poco de sorna: ya sabes, Enrique, que tienes fama de persona equilibrada, prudente. Podrías centrar el tema en unos 15 minutos para no divagar en una problemática tan extensa. Después vendrían las impresiones-opiniones y diálogo entre todos
Andrés, “el de las iniciativas”, propuso invitar a los que ejercieron el ministerio y que después pidieron la secularización. Pareció bien al grupo. Y Luis ofreció su Parroquia prometiendo que el menú de la comida gustaría a todos.
Por ahora, cada sacerdote regresó a su ministerio y Alberto a continuar con su plan de trabajo espiritual y artístico.
Adapta el mensaje de san Juan de la Cruz
En el 1980, el año feliz, influían en la espiritualidad de Alberto los apuntes sobre la experiencia de Dios en Jesús y María, los que escribió en el curso tan profundo de don Felipe sobre san Juan y santa Teresa juntamente con las vivencias de su peregrinación a Tierra Santa. Él admiraba el esquema y el desarrollo de su director espiritual con el esquema del yo-tú-encuentro. Para su espiritualidad, le surgió esta pregunta: ¿cómo seleccionar algunos criterios con las frases más impactantes de san Juan de la Cruz? He aquí el resultado:
1º Como bautizado me siento amado por Dios
-“Es la presencia de inhabitación que conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal de su dulzura” (Ll-1ª-15).
2º Como pecador necesito purificarme y reparar mis pecados
-“Esta llama...embiste al alma purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa” (Ll 1ª-19 y cf. N.II. 11º).
¿Cuál es el medio para la transformación del alma?
-“Dios la hace morir a todo lo que no es Dios naturalmente, para irla vistiendo de nuevo, desnuda y desollada ya ella de su antiguo pellejo. Y así, se le renueva quedando vestida del nuevo hombre, que es criado” (N. II. 13º).
3º Como sacerdote me voy enamorando de Dios. Desearía poseer una fuerza atrevida para ir a juntarse con Dios:
-“apetece y codicia a Dios impacientemente y siempre piensa que halla al Amado” (N.II. 19º y .20º).
-“Deseo que en la búsqueda sea atrevido mi amor como el de la leona buscando sus crías” (N.II. 13º). “Voy teniendo sed y hambre de la presencia de Dios” (C 3ª 18-21). Deseando verme poseído de Dios..”. (C.11ª).
4º Como persona radicalizada: deseo ser un enamorado coherente. Que la coherencia en mi enamoramiento de Dios se traduzca en la pérdida de todo:
-“tal es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios..”. (C. 29ª).
Que en mi oración renueve mi consagración sacerdotal:
-“Yo para mi Amado, y la conversión de él para mí. Ven, Amado mío; salgámonos al campo, moremos juntos en las granjas” (C.27ª).
5º Y como peregrino deseo y espero el encuentro definitivo con Dios
-Por la esperanza quiero “ir al monte de la mirra y al collado del incienso; entendiendo por el monte de la mirra la visión clara de Dios, y por el collado del incienso la noticia en las criaturas” (C.36ª).
-Y pido al Señor que aumente el deseo de amarle en la gloria: “Allí amaremos a Dios como El se ama y ama. En la gloria entonces le amará también como es amada de Dios transformándola en su amor” (C.38ª).
Jesús y María: fuentes de toda mística
Alberto, aprovechó un tiempo libre en el mismo año de 1980, año feliz, para escribir las reflexiones que le surgieron en su trabajo bíblico sobre la experiencia de Dios en Jesús y María, y también durante la lectura de la Historia de la mística.
Su pregunta constante: si tal cristiano, santo canonizado o no, tuvo tal experiencia mística, ¿por qué no también en la vida de Jesús y de María? Y el mismo Alberto respondía: cierto, la unión con Dios de Jesús y María estaba condicionada por la cultura, religión e historia de Israel del siglo primero.
Si determinados protagonistas del Antiguo Testamento vivieron profundamente la unión con Dios, ¿por qué no en Jesús y María, y más profundamente, por su identidad y misión?
Su unión con Dios, la de Jesús y María ¿se asemejaba a la ordinaria del judío piadoso o tenía manifestaciones más profundas, las que están presentes en las vidas de los santos y de los místicos cristianos?
Si en la Historia de la mística encontramos “fenómenos” religiosos psicológicos y literarios extraordinarios, como el de María Valtorta, mística italiana o como el de sor María de Jesús Ágreda. ¿No pudieron darse tales fenómenos en Jesús y en María?
Si en la historia se han dado amistades de personas que han compartido sus experiencias religiosas, y de alguna manera se ayudaron en la unión con Dios, casos típicos como el de Mónica y Agustín y el de Francisco y Clara: ¿podemos afirmar algo parecido, una relación espiritual entre madre e hijo?
Desde luego que no imagino en Jesús y María síntomas de anormalidad psicológica, que fueran unos exaltados, locos, fuera de sí, que no estuvieran en sus cabales. Ni tampoco con fenómenos extraordinarios como visiones, alucinaciones o con una vida llena de penitencias sangrientas.
Por supuesto que ellos, Jesús y María, no tenía necesidad de la purificación por sus pecados: Jesús el Hijo de Dios y María la llena de gracia, sin pecado concebida. Pero en su vida de Nazaret sí que vivieron el entusiasmo por la gloria de Dios y la radicalidad en la práctica del amor fraterno.
Me resulta fácil imaginar a Jesús y María viviendo algunas de las expresiones poéticas y místicas como, por ejemplo, las del Cántico espiritual, la Llama de amor o las poesías de Santa Teresa de Jesús.
Las reflexiones anteriores son, eso, reflexiones espontáneas y no afirmaciones teológicas, ni muchísimo menos.
Alberto tentado por el orgullo del pintor “perfecto”
En octubre del feliz 1980 llegó el momento de comenzar la obra que le surgió cuando acabó de redactar la experiencia de Dios en los místicos Juan y Teresa.
Una luz, a modo de inspiración, iluminó su mente: plasmar en un tríptico grande a Jesús y María en tres escenas: a la izquierda, Jesús besando a su madre al regresar de un trabajo realizado fuera de Nazaret. En el centro los dos, Jesús y María, con gran recogimiento rezando, comunicándose personalmente con Dios. Y a la derecha, al hijo y la madre durante la cena dialogando sobre cómo les fue en la jornada o en la misma oración.
Sería la obra cumbre de su vida. Ya que no podía saber lo que realmente hablaran, por lo menos captar la belleza de sus rostros en tres momentos tan diferentes. Le parecía una idea muy original. Tal y como concebía el tríptico no recordaba una pintura que recogiera los rostros de Jesús y María fatigados por las faenas del día, transfigurados por la comunicación con Dios y sonrientes por el diálogo espontáneo de madre e hijo.
Dicho y hecho. Como la tarea de Alberto en la parroquia se desarrollaba por las tardes, dedicó las mañanas, y por varios meses, a pintar las tres escenas imaginadas. Durante la tarea no faltó la tentación de preguntar con frecuencia: “Jesús, María ¿cuál era el tema de vuestra oración? ¿de qué hablabais vosotros dos? Y, ¿por qué no me decís el tema de vuestra conversación-diálogo?”
En diciembre del mismo año feliz, el de 1980, pudo terminar la obra de su vida. Le salió tal como imaginaba a los dos protagonistas en las tres situaciones. La satisfacción y el gozo llegaron a tal grado que en un gesto de artista orgulloso, el que por unos segundos olvida lo esencial de la humildad, creyó que solamente les faltaba hablar. Y en su éxtasis de pintor endiosado hasta llegó a dirigir “un reto piadoso y humilde”:
-Jesús, María, ¿por qué no salís del tríptico y dialogamos los tres?
Pronto reaccionó. Le avergonzó tal atrevimiento que consideraba un gesto de soberbia y una falta de respeto. Hacía tiempo que no tenía la experiencia del pecado. Ahora sí. Y tendría que confesarlo. ¿Cómo reaccionará don Felipe cuando se lo diga?
Don Felipe aplaude y critica (Enero de 1981)
Muchas cosas tenía que manifestar Alberto a don Felipe: su espiritualidad durante 1980, las experiencias de Tierra Santa, cómo adaptó a san Juan de la Cruz, las reflexiones sobre la unión con Dios en Jesús y María a la luz de los místicos, y el comienzo del tríptico con la tentación y su pecado de soberbia. Y el proyecto de reunión sacerdotal para los próximos meses.
Don Felipe, que se caracterizaba por su sinceridad algo ruda y por la brevedad de sus consejos, le escuchó todo el tiempo sin interrumpirle. Después, comunicó sus respuestas y opiniones:
-me alegra mucho tu situación espiritual y esas experiencias en Tierra santa;
-admiro el enfoque y la selección de textos de san Juan pero eché de menos la presencia de santa Teresa. Y más en estos tiempos tan sensibles ante el machismo y el feminismo;
-me asalta alguna que otra duda sobre tus reflexiones bíblico-teológicas acerca de la unión con Dios en Jesús y María. Pero confío en tu formación teológica y en el tono de reflexión y de hipótesis. Menos mal que no te “mojas” mucho;
-pero rechazo enérgicamente tu obsesión sobre el tema de conversación de Jesús y María en Nazaret. Y sobre todo, esa tentación de creer que has llegado a la perfección y de pedir que salgan del cuadro para dialogar. ¿Quién te has creído que eres? ¿Un nuevo Miguel Ángel desafiando a su escultura? Ten mucho cuidado con esa soberbia oculta y con esa imaginación exaltada. Humildad y prudencia para evitar conflictos y disgustos. Te habla un viejo con mucha experiencia.
Ahora bien, como del tema de las tentaciones hablaremos en la confesión, en este momento me corresponde solamente dar gracias a Dios porque está haciendo en ti grandes cosas. Que tu situación continúe, por lo menos, hasta que llegues a mi edad que pasa de los ochenta años.
Ah, me olvidaba manifestarte: me encantan esas reuniones que los 12 compañeros proyectáis. ¡Ojalá abundaran los grupos sacerdotales que dialogan sobre la situación social, la realidad eclesial y sobre cómo marcha la vida espiritual. Ya me gustaría asistir pero se trata de una reunión de compañeros de curso y mis achaques no lo permiten. ¡Quién pudiera tener ahora vuestros cincuenta años!
-Ya los tuvo, don Felipe, ya los tuvo. Y con muchos méritos.
-No en vano he trabajado en la Iglesia desde mi ordenación sacerdotal en 1940.
10º
LA OBRA CUMBRE DE UN PINTOR ORGULLOSO
(1980)
El sacerdote y pintor Alberto Navarro superó la duda de si monje o sacerdote diocesano, interiorizó la experiencia de Dios en Jesús y María y profundizó en la unión con Dios con la guía de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Ahora, en 1980, entraba en una fase de madurez espiritual. Humanamente hablando, por un tiempo vivió feliz en su sacerdocio y en su nueva situación.
Espiritualidad intensa: vivía el cielo en la tierra
Además de intensificar su vida de oración, Alberto continuó con las tareas pastorales y litúrgicas como colaborador en la parroquia, siguió organizando el museo diocesano y, sobre todo, volvió a su gran afición por la pintura. Nuevos horizontes le abrió el Curso de don Felipe sobre los santos carmelitas. ¡Qué descubrimientos espirituales y psicológicos le proporcionó el doctor carmelitano! ¡Y no digamos el mensaje de Santa Teresa! ¡Cómo pasaban las horas sin darse cuenta con la lectura de estos dos grandes místicos! Días y semanas que parecían otros Ejercicios espirituales pero de “tercer grado”.
Y poco a poco, sin darse cuenta, inconscientemente, la personalidad de Alberto se iba transformando. En buena parte, porque ponía en práctica los consejos de san Juan y de santa Teresa, y, sobre todo, porque prolongaba la oración ante el Santísimo. En su habitación, arrodillado ante el crucifijo iba redescubriendo el sentido de la cruz. Y hasta cuando pintaba a Jesús y María en Nazaret, en el ansiado tríptico, permanecía en contemplación artístico-mística. Pero su espiritualidad no era simplemente contemplativa. No. Cada vez, tenía más clara la meta de vivir su sacerdocio según la doctrina de Jesús colaborando en el reino de Dios, especialmente en el apostolado con los más pobres y en comunión con toda la Iglesia.
Era tanto su fervor, que, en ocasiones, su oración alcanzaba la intensidad de los místicos. Vivía la “santa” indiferencia de quien apasionadamente se ha entregado a Dios. Nada le quitaba la paz, ni aun las preguntas sobre los posibles diálogos en Nazaret. Disipadas las dudas sobre una probable vocación monástica, Alberto tenía claro que su vocación consistía en la fidelidad al sacerdocio en la nueva etapa de su vida. Gozaba de paz y de cierta sensación de felicidad como nunca antes la había experimentado. Vamos, que vivía el cielo en la tierra.
Vuelve a las clases de teología
La única novedad, y positiva, fue el retorno a las clases de Cristología en el seminario de Toledo, casi 20 años después de su docencia conflictiva en Salamanca. Pero notó gran diferencia en el alumnado, pues los seminaristas de los ochenta no eran tan inquietos, críticos y hasta agresivos como los de los años sesenta que le obligaron a dejar las clases y marchar a Colombia. Los actuales aspirantes al sacerdocio eran menos en número, preocupados no por las fronteras teológicas y los problemas sociales sino por los temas de la liturgia, espiritualidad y la catequesis parroquial. Y también más preocupados por “el ascenso clerical”. El antiguo profesor conservador veía que ahora los aspirantes al sacerdocio adoptaban posturas muy tradicionalistas.
En su seminario de Toledo recibieron con gusto al teólogo y pintor porque sabían que los seminaristas de los sesenta “lo habían echado” por conservador. Además, ignoraban las andanzas revolucionarias en América del sacerdote pintor y apreciaban los servicios que prestaba a la diócesis, incluido el de la pintura. Les encantaba que sus cuadros todos ellos tuvieran el fondo espiritual de Jesús y María en Nazaret. Por su parte, Alberto mantenía un estilo diferente: paciente a la hora de escuchar, flexible en las posiciones teológicas y generoso a la hora de calificar el rendimiento de los alumnos.
Peregrina a Tierra Santa y visita varios países europeos
Con paz y seguridad comenzó 1980. Y con una novedad agradable. Como Alberto y sus condiscípulos se habían ordenado en 1955, estaban cumpliendo los 25 años de presbíteros. De común acuerdo decidieron celebrar las “bodas” de plata, aunque el nombre no gustara a más de uno.
Luis y Alberto recordaban que fueron 16 los que se ordenaron de sacerdotes. De este grupo quedaban 12 porque 2 habían dejado el ministerio sacerdotal y los otros ya estaban en la Casa del Padre. ¿Qué actividades realizar para celebrar los 25 años de ministerio sacerdotal? Prevaleció la iniciativa de peregrinar a Tierra Santa, coincidiendo precisamente con el Triduo Pascual. Al regreso proyectaron visitar por unos días Italia, Alemania y Francia.
Para Alberto, esta peregrinación tenía una finalidad muy concreta: reavivar los misterios de la vida de Jesús, su experiencia de Dios juntamente con su madre la Virgen María. De manera especial le ilusionaba visitar Nazaret, lugar de los diálogos que tanto le fascinaba conocer. Pretendía completar los ejercicios espirituales y la lectura de San Juan de la Cruz. ¿Sería posible?
Cuanto sucedió y experimentó en el viaje ocupa muchas páginas en el diario de Alberto. Por ahora, baste recordar la impresión general de satisfacción, gratitud y alegría. Había conseguido lo que pretendía pero con alguna que otra frustración. Sobre todo, la sorpresa negativa que se llevó al comparar el Nazaret de 1980 con la descripción que los autores hacían de la aldea más bella de toda Palestina en los tiempos de Jesús y María. En vano buscó el lugar donde pudo situarse la casa y el taller de José. Habían pasado veinte siglos y solamente la imaginación y la fe localizaban el sitio de los posibles diálogos. Prolongaba su oración en la basílica de la Anunciación y por supuesto que no faltó su pregunta dirigida a Jesús y María, ahora en el cielo: ¿de qué hablabais en la tierra, precisamente en el sitio donde ahora me encuentro, más o menos? La respuesta que recibiera, Alberto nunca la comunicó, se la guardó para sí. Pero estuvo muy presente durante la realización de su ansiado tríptico.
El víacrucis, respuesta al dolor humano
La otra sorpresa, esta vez positiva, fue el Viacrucis que hizo, precisamente la mañana del viernes santo. Logró “escaparse” del grupo, de madrugada y él solo recorrió las 14 estaciones. No se limitó a recordar lo que Jesús padeció, sino que meditó en la pasión a la luz de sus experiencias, en los diversos ministerios de su vida de estudiante, profesor, párroco ocasional en Bogotá con la crisis que estuvo a punto de acabar con su sacerdocio. Con más gratitud recordó los años de vuelta de Colombia y la situación actual de paz y de intensa vida espiritual.
Su viacrucis no fue intimista porque una gran preocupación presidía la reflexión en cada estación: ¿cómo respondía la pasión del Señor a los interrogantes que los hombres de su tiempo formulaban sobre el sufrimiento? ¿Por qué sufrir? ¿Por qué Dios permite la muerte injusta de personas inocentes? Alberto reflexionó, contempló y tomó nota. Fue el Viacrucis que marcó su vida, iluminó las meditaciones de la tercera semana de los Ejercicios de San Ignacio, enriqueció la experiencia de Dios en Jesús y María y amplió el trasfondo místico de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. Las notas y preguntas le servirían para meditaciones posteriores. Ahora quedaba el amor radicalizado hacia Dios y a los hombres, tal y como aparece en la pasión de Cristo, el Hijo de Dios.
Los doce proponen fomentar la amistad sacerdotal
Felizmente terminaron los días de peregrinación y la visita rápida a Francia, Italia y Alemania. Los doce compañeros de seminario y de los día en Tierra Santa, estrecharon más las relaciones fraternales y decidieron reencontrase con alguna frecuencia. Alberto aplaudió la idea de Antonio Soler, la de formar una especie de equipo sacerdotal con reuniones periódicas. Todos conformes y concretaron la próxima reunión. ¿Tema? El profesor de Eclesiología, Enrique Tormes, propuso la situación actual de la Iglesia: podían dialogar sobre cómo ellos ven a la Iglesia como tal desde 1950 a 1980, y a los católicos como miembros.
-De acuerdo, dijo Alberto, pero tú, Enrique orienta la reunión. Todos nosotros nos hemos educado en los años 40-50 y ejercido el ministerio antes, durante y después del Vaticano II. Y añadió con un poco de sorna: ya sabes, Enrique, que tienes fama de persona equilibrada, prudente. Podrías centrar el tema en unos 15 minutos para no divagar en una problemática tan extensa. Después vendrían las impresiones-opiniones y diálogo entre todos
Andrés, “el de las iniciativas”, propuso invitar a los que ejercieron el ministerio y que después pidieron la secularización. Pareció bien al grupo. Y Luis ofreció su Parroquia prometiendo que el menú de la comida gustaría a todos.
Por ahora, cada sacerdote regresó a su ministerio y Alberto a continuar con su plan de trabajo espiritual y artístico.
Adapta el mensaje de san Juan de la Cruz
En el 1980, el año feliz, influían en la espiritualidad de Alberto los apuntes sobre la experiencia de Dios en Jesús y María, los que escribió en el curso tan profundo de don Felipe sobre san Juan y santa Teresa juntamente con las vivencias de su peregrinación a Tierra Santa. Él admiraba el esquema y el desarrollo de su director espiritual con el esquema del yo-tú-encuentro. Para su espiritualidad, le surgió esta pregunta: ¿cómo seleccionar algunos criterios con las frases más impactantes de san Juan de la Cruz? He aquí el resultado:
1º Como bautizado me siento amado por Dios
-“Es la presencia de inhabitación que conviene a saber: que si alguno le amase, vendría la Santísima Trinidad en él y moraría de asiento en él; lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre poderosa y fuertemente en el abrazo abisal de su dulzura” (Ll-1ª-15).
2º Como pecador necesito purificarme y reparar mis pecados
-“Esta llama...embiste al alma purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto que pueda entrar en él y transformarle en sí. Y esto llaman los espirituales vía purgativa” (Ll 1ª-19 y cf. N.II. 11º).
¿Cuál es el medio para la transformación del alma?
-“Dios la hace morir a todo lo que no es Dios naturalmente, para irla vistiendo de nuevo, desnuda y desollada ya ella de su antiguo pellejo. Y así, se le renueva quedando vestida del nuevo hombre, que es criado” (N. II. 13º).
3º Como sacerdote me voy enamorando de Dios. Desearía poseer una fuerza atrevida para ir a juntarse con Dios:
-“apetece y codicia a Dios impacientemente y siempre piensa que halla al Amado” (N.II. 19º y .20º).
-“Deseo que en la búsqueda sea atrevido mi amor como el de la leona buscando sus crías” (N.II. 13º). “Voy teniendo sed y hambre de la presencia de Dios” (C 3ª 18-21). Deseando verme poseído de Dios..”. (C.11ª).
4º Como persona radicalizada: deseo ser un enamorado coherente. Que la coherencia en mi enamoramiento de Dios se traduzca en la pérdida de todo:
-“tal es el que anda enamorado de Dios, que no pretende ganancia ni premio, sino sólo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por Dios..”. (C. 29ª).
Que en mi oración renueve mi consagración sacerdotal:
-“Yo para mi Amado, y la conversión de él para mí. Ven, Amado mío; salgámonos al campo, moremos juntos en las granjas” (C.27ª).
5º Y como peregrino deseo y espero el encuentro definitivo con Dios
-Por la esperanza quiero “ir al monte de la mirra y al collado del incienso; entendiendo por el monte de la mirra la visión clara de Dios, y por el collado del incienso la noticia en las criaturas” (C.36ª).
-Y pido al Señor que aumente el deseo de amarle en la gloria: “Allí amaremos a Dios como El se ama y ama. En la gloria entonces le amará también como es amada de Dios transformándola en su amor” (C.38ª).
Jesús y María: fuentes de toda mística
Alberto, aprovechó un tiempo libre en el mismo año de 1980, año feliz, para escribir las reflexiones que le surgieron en su trabajo bíblico sobre la experiencia de Dios en Jesús y María, y también durante la lectura de la Historia de la mística.
Su pregunta constante: si tal cristiano, santo canonizado o no, tuvo tal experiencia mística, ¿por qué no también en la vida de Jesús y de María? Y el mismo Alberto respondía: cierto, la unión con Dios de Jesús y María estaba condicionada por la cultura, religión e historia de Israel del siglo primero.
Si determinados protagonistas del Antiguo Testamento vivieron profundamente la unión con Dios, ¿por qué no en Jesús y María, y más profundamente, por su identidad y misión?
Su unión con Dios, la de Jesús y María ¿se asemejaba a la ordinaria del judío piadoso o tenía manifestaciones más profundas, las que están presentes en las vidas de los santos y de los místicos cristianos?
Si en la Historia de la mística encontramos “fenómenos” religiosos psicológicos y literarios extraordinarios, como el de María Valtorta, mística italiana o como el de sor María de Jesús Ágreda. ¿No pudieron darse tales fenómenos en Jesús y en María?
Si en la historia se han dado amistades de personas que han compartido sus experiencias religiosas, y de alguna manera se ayudaron en la unión con Dios, casos típicos como el de Mónica y Agustín y el de Francisco y Clara: ¿podemos afirmar algo parecido, una relación espiritual entre madre e hijo?
Desde luego que no imagino en Jesús y María síntomas de anormalidad psicológica, que fueran unos exaltados, locos, fuera de sí, que no estuvieran en sus cabales. Ni tampoco con fenómenos extraordinarios como visiones, alucinaciones o con una vida llena de penitencias sangrientas.
Por supuesto que ellos, Jesús y María, no tenía necesidad de la purificación por sus pecados: Jesús el Hijo de Dios y María la llena de gracia, sin pecado concebida. Pero en su vida de Nazaret sí que vivieron el entusiasmo por la gloria de Dios y la radicalidad en la práctica del amor fraterno.
Me resulta fácil imaginar a Jesús y María viviendo algunas de las expresiones poéticas y místicas como, por ejemplo, las del Cántico espiritual, la Llama de amor o las poesías de Santa Teresa de Jesús.
Las reflexiones anteriores son, eso, reflexiones espontáneas y no afirmaciones teológicas, ni muchísimo menos.
Alberto tentado por el orgullo del pintor “perfecto”
En octubre del feliz 1980 llegó el momento de comenzar la obra que le surgió cuando acabó de redactar la experiencia de Dios en los místicos Juan y Teresa.
Una luz, a modo de inspiración, iluminó su mente: plasmar en un tríptico grande a Jesús y María en tres escenas: a la izquierda, Jesús besando a su madre al regresar de un trabajo realizado fuera de Nazaret. En el centro los dos, Jesús y María, con gran recogimiento rezando, comunicándose personalmente con Dios. Y a la derecha, al hijo y la madre durante la cena dialogando sobre cómo les fue en la jornada o en la misma oración.
Sería la obra cumbre de su vida. Ya que no podía saber lo que realmente hablaran, por lo menos captar la belleza de sus rostros en tres momentos tan diferentes. Le parecía una idea muy original. Tal y como concebía el tríptico no recordaba una pintura que recogiera los rostros de Jesús y María fatigados por las faenas del día, transfigurados por la comunicación con Dios y sonrientes por el diálogo espontáneo de madre e hijo.
Dicho y hecho. Como la tarea de Alberto en la parroquia se desarrollaba por las tardes, dedicó las mañanas, y por varios meses, a pintar las tres escenas imaginadas. Durante la tarea no faltó la tentación de preguntar con frecuencia: “Jesús, María ¿cuál era el tema de vuestra oración? ¿de qué hablabais vosotros dos? Y, ¿por qué no me decís el tema de vuestra conversación-diálogo?”
En diciembre del mismo año feliz, el de 1980, pudo terminar la obra de su vida. Le salió tal como imaginaba a los dos protagonistas en las tres situaciones. La satisfacción y el gozo llegaron a tal grado que en un gesto de artista orgulloso, el que por unos segundos olvida lo esencial de la humildad, creyó que solamente les faltaba hablar. Y en su éxtasis de pintor endiosado hasta llegó a dirigir “un reto piadoso y humilde”:
-Jesús, María, ¿por qué no salís del tríptico y dialogamos los tres?
Pronto reaccionó. Le avergonzó tal atrevimiento que consideraba un gesto de soberbia y una falta de respeto. Hacía tiempo que no tenía la experiencia del pecado. Ahora sí. Y tendría que confesarlo. ¿Cómo reaccionará don Felipe cuando se lo diga?
Don Felipe aplaude y critica (Enero de 1981)
Muchas cosas tenía que manifestar Alberto a don Felipe: su espiritualidad durante 1980, las experiencias de Tierra Santa, cómo adaptó a san Juan de la Cruz, las reflexiones sobre la unión con Dios en Jesús y María a la luz de los místicos, y el comienzo del tríptico con la tentación y su pecado de soberbia. Y el proyecto de reunión sacerdotal para los próximos meses.
Don Felipe, que se caracterizaba por su sinceridad algo ruda y por la brevedad de sus consejos, le escuchó todo el tiempo sin interrumpirle. Después, comunicó sus respuestas y opiniones:
-me alegra mucho tu situación espiritual y esas experiencias en Tierra santa;
-admiro el enfoque y la selección de textos de san Juan pero eché de menos la presencia de santa Teresa. Y más en estos tiempos tan sensibles ante el machismo y el feminismo;
-me asalta alguna que otra duda sobre tus reflexiones bíblico-teológicas acerca de la unión con Dios en Jesús y María. Pero confío en tu formación teológica y en el tono de reflexión y de hipótesis. Menos mal que no te “mojas” mucho;
-pero rechazo enérgicamente tu obsesión sobre el tema de conversación de Jesús y María en Nazaret. Y sobre todo, esa tentación de creer que has llegado a la perfección y de pedir que salgan del cuadro para dialogar. ¿Quién te has creído que eres? ¿Un nuevo Miguel Ángel desafiando a su escultura? Ten mucho cuidado con esa soberbia oculta y con esa imaginación exaltada. Humildad y prudencia para evitar conflictos y disgustos. Te habla un viejo con mucha experiencia.
Ahora bien, como del tema de las tentaciones hablaremos en la confesión, en este momento me corresponde solamente dar gracias a Dios porque está haciendo en ti grandes cosas. Que tu situación continúe, por lo menos, hasta que llegues a mi edad que pasa de los ochenta años.
Ah, me olvidaba manifestarte: me encantan esas reuniones que los 12 compañeros proyectáis. ¡Ojalá abundaran los grupos sacerdotales que dialogan sobre la situación social, la realidad eclesial y sobre cómo marcha la vida espiritual. Ya me gustaría asistir pero se trata de una reunión de compañeros de curso y mis achaques no lo permiten. ¡Quién pudiera tener ahora vuestros cincuenta años!
-Ya los tuvo, don Felipe, ya los tuvo. Y con muchos méritos.
-No en vano he trabajado en la Iglesia desde mi ordenación sacerdotal en 1940.