El beato Mosén Sol, ¿un santo, amigo íntimo de Dios?
El 25 de enero, la Iglesia celebra la conversión de san Pablo y cierra el octavario por la unidad de las iglesias. El 25 de enero, la Hermandad de sacerdotes operarios diocesano recuerda con gozo un aniversario más de la marcha a la casa del Padre de su fundador el Beato Manuel Domingo y Sol, “uno de los sacerdotes que más han influido en el último siglo en la Iglesia española”, el “santo apóstol de las vocaciones” según le nombró Pablo VI en 1970. En honor del hasta ahora beato tortosino, escribo este bloc sobre el trato con Dios. La vida de don Manuel como la de tantos santos, canonizados o no, estaba sostenida por cuatro columnas: consagración, confianza, amistad e intimidad con Dios hasta la unión más perfecta.
La consagración o entrega
Los santos, amigos íntimos de Dios, todos tienen el denominador común de una vida totalmente dedicada al Señor y al prójimo, bien como religiosos-as, sacerdotes o laicos. Todos ellos, desde su conversión, crecieron en sus relaciones con Dios según vocación, carisma y posibilidades. En definitiva, ellos
-imitaron más de cerca a Cristo, le siguieron fielmente y se transformaron en imagen de Cristo y signos de su Reino (LG 50 cf SC 111);
-amaron apasionadamente a Dios y trabajaron por su gloria;
-se entregaron al prójimo con la oración, el servicio, el testimonio y el apostolado según sus posibilidades;
-dieron testimonio de la fe en circunstancias ordinarias de la vida o quizás en extraordinarias como los mártires;
-fueron fieles a la Iglesia a la que amaron, sirvieron y obedecieron desde el estado laical, religioso o sacerdotal; resplandecieron con las virtudes heroicas de una vida fiel a Cristo en la Iglesia;
-evangelizaron con la Buena nueva del reino de Dios alimentada con la oración;
-practicaron las enseñanzas del Evangelio de manera extraordinaria como seguidores de Jesús, ilusionados, entusiastas y radicalizados en el amor;
-afrontaron y superaron las tentaciones y toda clase de dificultades con oración y penitencia. por sus faltas;
-vivieron la exhortación para una vida santa según la Palabra de Dios que ratificó el Vaticano II (Lev 19,2; Mt 4, 48; LG 39-42).
Confianza.
Confianza es la seguridad que tiene el que espera recibir ayuda de la persona que le ama y en la medida en que pueda. Junto a la predicación, Jesús vivió el amor y la confianza con la mayor intensidad. En su oración, ante todo, sorprende su ternura y confianza, pues llama tiernamente a Dios «abbá» (papá) Jesús sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «Yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf. Mt 26,53). Los que se entregaron a Dios y experimentan su amor, confían plenamente en Él.
Del amor a la amistad
A Dios como a cualquier otro tú humano, habrá que aplicar los rasgos del amor en su dimensión psicológica: la unión del yo con el tú hasta la identificación con el deseo de que viva para siempre, sintiendo un gozo intenso con su presencia y trato, y dispuesto a defender como sea los intereses del tú amado, porque es la motivación definitiva para las decisiones. Cualquier sacrificio se justifica con tal de enriquecer al amado y de conseguir su posesión.
La amistad con Dios es posible ya que por una parte Dios ama a los hombres como Padre, y por otra, Jesús ratifica el “amarás a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas”. Existe el amor mutuo, pero, ¿podemos deducir amistad entre Dios y el hombre? El “sí” de la amistad del hombre con Dios radica en que la caridad es una «especial amistad del hombre con Dios» (S. Th. II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15).
Desde otras perspectivas, el Antiguo Testamento muestra a los amigos de Dios, pero en el Nuevo Testamento, Cristo experimentó la relación con Dios como amor filial y no de amigo. No obstante Él promete la amistad con Dios al afirmar: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Con la fidelidad del cristiano, el trato afectuoso con Dios alcanza su grado más intenso en la amistad teologal con los elementos comunes de toda relación amistosa.
En cada religión la amistad con Dios adquiere su matiz propio. En el cristianismo es interpretada como una relación desinteresada de amor mutuo, fundamentada en la fe en Cristo y en su gracia que exige la experiencia del amor de Dios, un mínimo de madurez teologal, la comunicación intensa que surge de la oración, y las expresiones de confianza y de mutua donación.
¿Y qué se requiere para que exista la amistad con Dios? Además de la gracia santificante, una vivencia de amor percibido, gustado, experimentado. Es la relación sentida con una persona a quien por la fe contemplamos volcada hacia nosotros con gestos de benevolencia. Se requiere además la presencia de Dios sentida en lo hondo del alma como llama de amor viva. De hecho, muchos creyentes han tratado a Dios como se trata a un amigo y enfocaron la religión en clave de amistad.
De hecho, a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios e invitados a la relación amistosa.
De la amistad a la intimidad con Dios
Desde la antropología, la intimidad es la relación amorosa entre dos personas que experimentan mutuamente su amor. Viven la relación como amigos, esposos o enamorados, y siempre en profundidad. En esta relación, junto con el amor profundo de amistad, se da la donación radical, coherente y entusiasta. Así mismo, están presentes la confianza, el trato frecuente y la ayuda mutua en todos los aspectos.
Desde la fundamentación bíblica, la intimidad es la experiencia ordinaria del amor de Dios con una respuesta según el precepto bíblico de amar a Dios con todo el corazón.. El creyente encuentra en la mutua experiencia de amor, la gran motivación para vivir con Él una relación amistosa en la vida litúrgica, en las tareas cuotidianas o en la praxis de la religiosidad popular
Factores integrantes. La intimidad con Dios incluye varios factores, principalmente el amor profundo que configura la santidad de vida. De hecho, la intimidad con Dios es uno de los rasgos de los cristianos en gracia de Dios que practican la caridad y siguen a Jesús de manera coherente y radical. También son integrantes el trato íntimo, el celo por la gloria de Dios en el servicio a los hermanos; la comunicación cada vez más permanente y deseada. El enamorado de Dios anhela, como escribió Santa Teresa, “tratar de amistad estando a solas con Aquél que nos ama”
Jesús vivió el amor y la intimidad confianza con el Padre con la mayor intensidad: llama tiernamente a Dios «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo.»(Jn 17,25). Toda su actividad es una manifestación de la profunda unión que mantiene con Dios: Él está en el Padre y el Padre en Él (Jn 14,10 y 20). Por eso no duda en afirmar: «todo lo que tiene mi Padre es mío» (Jn 16,15); «a quien me sirve le honrará el Padre» (Jn 12,26); «no estoy solo: estamos yo y el Padre» (Jn 8,16-18); «Yo soy la vid y mi Padre el labrador» (Jn 15, 1); «al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre sólo el Hijo» (Mt 11,27); «quien me ve a mí está viendo al Padre: yo estoy con el Padre y el Padre conmigo» (Jn 14,8-10); «si alguno me ama cumplirá mis preceptos, mi Padre le amará. y (los dos) vendremos y viviremos con él» (Jn 14,23-24). Y es que pudo afirmar: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20-30).
Hasta la perfecta unión
De hecho, la intimidad con Dios ha sido el rasgo propio de los cristianos coherentes que han vivido con entusiasmo y radicalidad el amor de Dios. Es la motivación y meta que consiguen muchos seguidores de Cristo de manera fugaz; los santos de modo permanente, y algunos místicos con fenómenos extraordinarios. No es de extrañar que la intimidad con Dios tenga una importancia excepcional en la vida espiritual porque el cristiano en esta situación es un firme seguidor de Jesús, practica la caridad fraterna de manera radical, manifiesta celo por la gloria de Dios, se entrega sin reservas a la hora de servir a los hermanos y es coherente en el proceso de purificación. Veámoslo con más detalle.
La unión íntima con Dios, la meta suprema. ¿Es posible vivir esta unión teologal y experiencial con Dios como meta suprema y motivación más profunda? La respuesta es afirmativa porque, en definitiva, se trata del ideal de santidad o de perfección del cristiano, posible de realizar con la gracia y los medios que proporciona la espiritualidad cristiana. Así lo confirma la vida de tantos cristianos coherentes, canonizados o no, místicos o no, religiosos o laicos. En definitiva, en esta íntima unión con Dios consiste la santidad de vida cristiana.
Y como rasgo típico: el amor profundo
El fundamento radica en el mandato bíblico: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” .”y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Mc 12,28; Lc 10, 27). Precepto, que Cristo ratificó y enriqueció con la caridad y con nuevas manifestaciones. Y si acudimos a la historia, es consolador comprobar los innumerables cristianos que unificaron las dos dimensiones en el trato con Dios: el afecto-sentimiento con la coherencia, la emoción religiosa con las respuestas. Jesús, testigo y maestro, especialmente con el Padre nuestro, nos enseña cómo tratar a Dios y al prójimo con amor profundo.
Quien ama a Dios en profundidad le coloca en el centro de su vida como opción fundamental, tal y como indican las expresiones: “con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas...”. Esta opción se expresa fundamentalmente en las respuestas de radicalidad teniendo a Jesús como primer testigo y maestro.
Un resumen del trato perfecto: A-E-I-O-U: radicalidad en el amor.
El trato máximo que el cristiano puede dar a Dios arranca de la doctrina revolucionaria de Jesús sobre la caridad universal, amor sin límites y para todos. El mensaje de Jesús se puede expresar con las cinco vocales del trato perfecto: A-E-I-O-U, las iniciales del trato perfecto polarizado en el Amor, Experimentado, Íntimo, Oblativo, (y) Unitivo. Otras letras de un posible trato sería APICUP o el amor profundo, íntimo, confiado de unión permanente con Dios.
La consagración o entrega
Los santos, amigos íntimos de Dios, todos tienen el denominador común de una vida totalmente dedicada al Señor y al prójimo, bien como religiosos-as, sacerdotes o laicos. Todos ellos, desde su conversión, crecieron en sus relaciones con Dios según vocación, carisma y posibilidades. En definitiva, ellos
-imitaron más de cerca a Cristo, le siguieron fielmente y se transformaron en imagen de Cristo y signos de su Reino (LG 50 cf SC 111);
-amaron apasionadamente a Dios y trabajaron por su gloria;
-se entregaron al prójimo con la oración, el servicio, el testimonio y el apostolado según sus posibilidades;
-dieron testimonio de la fe en circunstancias ordinarias de la vida o quizás en extraordinarias como los mártires;
-fueron fieles a la Iglesia a la que amaron, sirvieron y obedecieron desde el estado laical, religioso o sacerdotal; resplandecieron con las virtudes heroicas de una vida fiel a Cristo en la Iglesia;
-evangelizaron con la Buena nueva del reino de Dios alimentada con la oración;
-practicaron las enseñanzas del Evangelio de manera extraordinaria como seguidores de Jesús, ilusionados, entusiastas y radicalizados en el amor;
-afrontaron y superaron las tentaciones y toda clase de dificultades con oración y penitencia. por sus faltas;
-vivieron la exhortación para una vida santa según la Palabra de Dios que ratificó el Vaticano II (Lev 19,2; Mt 4, 48; LG 39-42).
Confianza.
Confianza es la seguridad que tiene el que espera recibir ayuda de la persona que le ama y en la medida en que pueda. Junto a la predicación, Jesús vivió el amor y la confianza con la mayor intensidad. En su oración, ante todo, sorprende su ternura y confianza, pues llama tiernamente a Dios «abbá» (papá) Jesús sabe que lo que pide al Padre lo conseguirá: «Yo ya sabía que siempre me oyes, mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que crean que tú me enviaste» (Jn 11,42; cf. Mt 26,53). Los que se entregaron a Dios y experimentan su amor, confían plenamente en Él.
Del amor a la amistad
A Dios como a cualquier otro tú humano, habrá que aplicar los rasgos del amor en su dimensión psicológica: la unión del yo con el tú hasta la identificación con el deseo de que viva para siempre, sintiendo un gozo intenso con su presencia y trato, y dispuesto a defender como sea los intereses del tú amado, porque es la motivación definitiva para las decisiones. Cualquier sacrificio se justifica con tal de enriquecer al amado y de conseguir su posesión.
La amistad con Dios es posible ya que por una parte Dios ama a los hombres como Padre, y por otra, Jesús ratifica el “amarás a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas”. Existe el amor mutuo, pero, ¿podemos deducir amistad entre Dios y el hombre? El “sí” de la amistad del hombre con Dios radica en que la caridad es una «especial amistad del hombre con Dios» (S. Th. II-II, 23,1; cf. Jn 15,14-15).
Desde otras perspectivas, el Antiguo Testamento muestra a los amigos de Dios, pero en el Nuevo Testamento, Cristo experimentó la relación con Dios como amor filial y no de amigo. No obstante Él promete la amistad con Dios al afirmar: «si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). Con la fidelidad del cristiano, el trato afectuoso con Dios alcanza su grado más intenso en la amistad teologal con los elementos comunes de toda relación amistosa.
En cada religión la amistad con Dios adquiere su matiz propio. En el cristianismo es interpretada como una relación desinteresada de amor mutuo, fundamentada en la fe en Cristo y en su gracia que exige la experiencia del amor de Dios, un mínimo de madurez teologal, la comunicación intensa que surge de la oración, y las expresiones de confianza y de mutua donación.
¿Y qué se requiere para que exista la amistad con Dios? Además de la gracia santificante, una vivencia de amor percibido, gustado, experimentado. Es la relación sentida con una persona a quien por la fe contemplamos volcada hacia nosotros con gestos de benevolencia. Se requiere además la presencia de Dios sentida en lo hondo del alma como llama de amor viva. De hecho, muchos creyentes han tratado a Dios como se trata a un amigo y enfocaron la religión en clave de amistad.
De hecho, a lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana, múltiples son los testimonios de creyentes que vivieron la amistad con Dios. Ellos experimentaron el amor de Dios y le respondieron con sinceridad; no conocieron de manera abstracta los misterios de fe sino que fueron como sobrecogidos por el mismo Dios e invitados a la relación amistosa.
De la amistad a la intimidad con Dios
Desde la antropología, la intimidad es la relación amorosa entre dos personas que experimentan mutuamente su amor. Viven la relación como amigos, esposos o enamorados, y siempre en profundidad. En esta relación, junto con el amor profundo de amistad, se da la donación radical, coherente y entusiasta. Así mismo, están presentes la confianza, el trato frecuente y la ayuda mutua en todos los aspectos.
Desde la fundamentación bíblica, la intimidad es la experiencia ordinaria del amor de Dios con una respuesta según el precepto bíblico de amar a Dios con todo el corazón.. El creyente encuentra en la mutua experiencia de amor, la gran motivación para vivir con Él una relación amistosa en la vida litúrgica, en las tareas cuotidianas o en la praxis de la religiosidad popular
Factores integrantes. La intimidad con Dios incluye varios factores, principalmente el amor profundo que configura la santidad de vida. De hecho, la intimidad con Dios es uno de los rasgos de los cristianos en gracia de Dios que practican la caridad y siguen a Jesús de manera coherente y radical. También son integrantes el trato íntimo, el celo por la gloria de Dios en el servicio a los hermanos; la comunicación cada vez más permanente y deseada. El enamorado de Dios anhela, como escribió Santa Teresa, “tratar de amistad estando a solas con Aquél que nos ama”
Jesús vivió el amor y la intimidad confianza con el Padre con la mayor intensidad: llama tiernamente a Dios «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo.»(Jn 17,25). Toda su actividad es una manifestación de la profunda unión que mantiene con Dios: Él está en el Padre y el Padre en Él (Jn 14,10 y 20). Por eso no duda en afirmar: «todo lo que tiene mi Padre es mío» (Jn 16,15); «a quien me sirve le honrará el Padre» (Jn 12,26); «no estoy solo: estamos yo y el Padre» (Jn 8,16-18); «Yo soy la vid y mi Padre el labrador» (Jn 15, 1); «al Hijo lo conoce sólo el Padre y al Padre sólo el Hijo» (Mt 11,27); «quien me ve a mí está viendo al Padre: yo estoy con el Padre y el Padre conmigo» (Jn 14,8-10); «si alguno me ama cumplirá mis preceptos, mi Padre le amará. y (los dos) vendremos y viviremos con él» (Jn 14,23-24). Y es que pudo afirmar: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,20-30).
Hasta la perfecta unión
De hecho, la intimidad con Dios ha sido el rasgo propio de los cristianos coherentes que han vivido con entusiasmo y radicalidad el amor de Dios. Es la motivación y meta que consiguen muchos seguidores de Cristo de manera fugaz; los santos de modo permanente, y algunos místicos con fenómenos extraordinarios. No es de extrañar que la intimidad con Dios tenga una importancia excepcional en la vida espiritual porque el cristiano en esta situación es un firme seguidor de Jesús, practica la caridad fraterna de manera radical, manifiesta celo por la gloria de Dios, se entrega sin reservas a la hora de servir a los hermanos y es coherente en el proceso de purificación. Veámoslo con más detalle.
La unión íntima con Dios, la meta suprema. ¿Es posible vivir esta unión teologal y experiencial con Dios como meta suprema y motivación más profunda? La respuesta es afirmativa porque, en definitiva, se trata del ideal de santidad o de perfección del cristiano, posible de realizar con la gracia y los medios que proporciona la espiritualidad cristiana. Así lo confirma la vida de tantos cristianos coherentes, canonizados o no, místicos o no, religiosos o laicos. En definitiva, en esta íntima unión con Dios consiste la santidad de vida cristiana.
Y como rasgo típico: el amor profundo
El fundamento radica en el mandato bíblico: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” .”y con todas tus fuerzas” (Mt 22, 37; Mc 12,28; Lc 10, 27). Precepto, que Cristo ratificó y enriqueció con la caridad y con nuevas manifestaciones. Y si acudimos a la historia, es consolador comprobar los innumerables cristianos que unificaron las dos dimensiones en el trato con Dios: el afecto-sentimiento con la coherencia, la emoción religiosa con las respuestas. Jesús, testigo y maestro, especialmente con el Padre nuestro, nos enseña cómo tratar a Dios y al prójimo con amor profundo.
Quien ama a Dios en profundidad le coloca en el centro de su vida como opción fundamental, tal y como indican las expresiones: “con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas...”. Esta opción se expresa fundamentalmente en las respuestas de radicalidad teniendo a Jesús como primer testigo y maestro.
Un resumen del trato perfecto: A-E-I-O-U: radicalidad en el amor.
El trato máximo que el cristiano puede dar a Dios arranca de la doctrina revolucionaria de Jesús sobre la caridad universal, amor sin límites y para todos. El mensaje de Jesús se puede expresar con las cinco vocales del trato perfecto: A-E-I-O-U, las iniciales del trato perfecto polarizado en el Amor, Experimentado, Íntimo, Oblativo, (y) Unitivo. Otras letras de un posible trato sería APICUP o el amor profundo, íntimo, confiado de unión permanente con Dios.