¿También existen cristianos coherentes?
Desanima contemplar a una mayoría de los bautizados que se alejan de la Iglesia. Pero anima la experiencia con grupos y personas aisladas que merecen el calificativo de católicos coherentes. Ante el panorama un tanto desolador expuesto en el artículo anterior cabe preguntarse: ¿es que no existen católicos auténticos que sean practicantes y coherentes? Desde mi experiencia pastoral respondo afirmativamente En los años de ministerio sacerdotal, tanto en España como en América, he tenido oportunidad de tratar con personas a las que califico de católicos convencidos y que convencen. En unas personas, destacaban sus valores y virtudes humanas; en otras predominaba la fe de la religiosidad popular. Cristo y la radicalidad del Evangelio constituyen los rasgos predominantes del tercer grupo. Y por último, traté a muchos católicos comprometidos en la evangelización. En todos, de una manera o de otra, la comunión coherente y la práctica religiosa.
Los valientes me evangelizaron
Es un tópico, pero confieso que se ha realizado muchas veces en mi vida: he sido evangelizado y he recibido lecciones asombrosas de cristianismo con el testimonio de muchas personas. Ahora recuerdo a:
-las madres que con su coraje, amor, sacrificio y responsabilidad atendieron a su casa, al hijo drogadicto y al esposo enfermo sin dejar su trabajo profesional y la presencia en la Iglesia. ¡Tenían tiempo para todo y encontraban en Dios la fuerza para salir adelante y superar las dificultades! Así se explica la adoración por la madre en algunas culturas: el machista maltrata a la esposa pero “adora” a la madre;
-tantos esposos y padres que unieron a su profesión y apostolado las tareas del hogar. Velaron por la felicidad de su esposa a la que permitieron que trabajara en su profesión y actuara con libertad. Ellos hicieron de padres y madres de sus hijos.
-personas mayores de 60 años, con una fuerte espiritualidad y una caridad que no dudé de calificar como heroicas.
El camino de los sencillos para llegar a Dios.
En un segundo grupo tengo presente a personas de poca cultura y escasa formación religiosa pero con mucha fe que, desde la piedad popular, testimoniaron el amor profundo a Dios y la fidelidad a la Iglesia. Todavía me impresiona el recuerdo de
-algunos indígenas peruanos con su confianza en Dios, la devoción a los santos, el respeto al sacerdote y la práctica coherente de sus tradiciones religiosas;
-las plegarias y promesas de tantos mexicanos que se acercan al santuario de la Virgen de Guadalupe poniendo toda su confianza en Dios y en su madre. A ellos les exponían sus muchos problemas y de ellos esperaban la respuesta a su petición, respaldada con sacrificios heroicos;
-la devoción al Corazón de Jesús, en España, en personas de profunda religiosidad expresada en el servicio constante a su familia, con su rosario y misa cada día. Y con tiempo para visitar enfermos y ayudar en la parroquia;
-también en España, tengo presenta a muchas personas devotas que palpan la presencia de Dios; lo sienten como la gran compañía que les da fuerza en el sufrimiento. Hablan con Él, y al Amigo le cuentan todo como al ser más querido y más presente.”¿Qué sería de mi vida sin Dios?” “Si no fuera por la otra vida con Dios, ésta no merece la pena”. Son quienes entregan su vida a la educación de los hijos, al cuidado de los padres enfermos, a la recuperación del hijo drogadito o que acogen al cónyuge separado o cuida de los nietos ante las dificultades de sus padres;.
-de las personas, dentro y fuera de los conventos, sin saberlo, llegaron a la intimidad con Dios, a una profunda comunión interpersonal. Y reflejan la la unión que san Juan de la Cruz narra en La llama de amor viva y en el Cántico espiritual.
Los audaces según el Evangelio
Seguir a Jesús con radicalidad es la dimensión más difícil del católico que se conforma con la piedad y el apostolado olvidando la lucha contra el egoísmo y los pecados capitales. Pero no falta en mi experiencia pastoral la admiración por quienes me “avergonzaron” por:
-la vida de pobreza con o sin voto pero dispuestos a llevar a Cristo pobre a su vida y a compartir la suerte de los más desfavorecidos;
-la decisión de caminar por la ascética a la mística manifestada en la oración y en la caridad con los necesitados enfermos, ancianos y personas que viven solas;
-la generosidad como esposos a la hora de planificar el número de hijos (8,10 y hasta 12) en un mundo pragmático donde tres hijos son considerados como familia numerosa. Estos esposos son los que no se rinden ante el dinero ni se dejan llevan de la comodidad; son los que confían en Dios y en los valores de una familia numerosa;
-la enfermedad pacientemente aceptada por los familiares que cuidan y que ofrecen su cruz por la Iglesia y el mundo entero;
-los cónyuges que sufren la opresión de su pareja y la ingratitud de los hijos. Por fidelidad al sacramento no dan el paso al divorcio o a la separación;
-la entrega total al prójimo necesitado prueban con obras su amor a Dios: unos con el servicio a los más pobres, otros con el amor a los que actualmente les hacen sufrir; y otros aceptando con paz y gratitud la cruz que les identifica más con Cristo y con los dolientes de todo el mundo;
-la fe y esperanza del creyente que ante el anuncio del fallecimiento de un ser querido responden: “feliz mil veces él, ya no sufre, ahora está con el Señor”;
Los que reciben y dan para lograr una Iglesia creíble
Es el grupo con el que más contactos he tenido en diversos apostolados. Católicos coherentes, unos vinculados a sus parroquias, otros a determinados movimientos de espiritualidad y apostolado. Todos, colaborando en la Iglesia por la construcción del Reino de Dios que es de verdad, justicia, libertad, paz, vida, amor y gracia. Con mucha satisfacción tengo presente a tantos:
-padres y madres que hablan a sus hijos adultos de la fe y les motivan para que retornen a la Iglesia. Pero la mayoría de ellos sufren porque sus hijos se han alejado de la práctica religiosa o se han casado solamente por lo civil o están divorciados o no quieren bautizar a sus hijos. Estos abuelos son los apóstoles silenciosos del hogar;
-seglares entusiasmados y orgullosos por su condición de miembros “activos” de la Iglesia. Son los que emplean tiempo, oración y dinero para que otros puedan reencontrar la fe en sus vidas, el amor en sus familias y el compromiso cristiano en la sociedad;
-grupos de jóvenes que manifiestan su fe a otros jóvenes y que se sacrifican por estar junto al Papa en los encuentros especiales como sucedió en la JMJ del 2011;
-personas anónimas, las del pueblo, las que colaboran en silencio en las actividades de la parroquia o en una ONG, o simplemente por su cuenta pero siempre con la ilusión de dar a otros parte de lo que han recibido
¿Cuál es el perfil del católico coherente?
Los rasgos de la experiencia puedo representarlos mediante una circunferencia dividida en 4 partes a modo de grandes manifestaciones en el área de los valores humanos, de la religiosidad, del seguimiento y de la comunión eclesial.
Ante los hombres: práctica de los valores y de las virtudes humanas
Como adulto, el católico practica como fundamento de toda su vocación: -la verdad, la justicia, la libertad, el respeto, la responsabilidad, la ayuda al necesitado, el servicio, la generosidad. Y todo bajo el impulso del amor cristiano; -la paz y la felicidad en el ambiente donde se desenvuelve mediante el diálogo reconciliador, paciente y humilde; -la corresponsabilidad para humanizar al mundo según sus posibilidades en el área cultural, social y política.
Ante Dios: vivencia de la fe y de la religiosidad
Como todo creyente, el católico: -sitúa a Dios en el corazón de su existencia y le trata según el texto bíblico: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente....» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18). Y no se avergüenza de manifestar su fe y amor ante quien sea...porque le ama sobre todas las cosas; -por amor cumple los mandamientos resumidos en la entrega total a Dios, el respeto a su nombre y el culto mediante la santificación de las fiestas; -se relaciona con Dios en la oración como padre y amigo. Y en esta comunicación amistosa se da el diálogo íntimo y confiado de hijo con su Padre; -practica el culto comunitario o individualmente: adora, alaba, agradece, repara y ofrece su vida a Dios. Por el Dios verdadero renuncia a toda idolatría; -tiene presente a Dios no solamente en las necesidades sino en toda la vida: en sus relaciones, tareas y acontecimientos. Y con la oración se llena de la fortaleza divina para vivir y caminar hacia el encuentro con Dios en la vida eterna.
Ante Cristo: respuesta de seguimiento y de colaboración
El miembro de la Iglesia católica, como todo bautizado: -toma conciencia de ser “otro Cristo”, un hombre nuevo en su ser y en su vivir. Por lo tanto procura pensar, sentir y actuar como actuaría Jesús; -interioriza el ejemplo de Cristo, siempre sincero, justo, libre, pacífico, amante de la vida y entregado a Dios y al prójimo; -colabora en el Reino-Reinado de Dios según sus posibilidades mediante el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y así manifiesta su condición de hijo en el Hijo y de hermano de la familia de Dios; -acepta la conversión: el mensaje evangélico que pide morir al hombre viejo para configurarse de modo progresivo con el hombre nuevo en Cristo. Y, coherente, lucha contra las tentaciones, pide perdón y perdonas a quien le haya ofendido; -lee, escucha y ama la Palabra de Dios para acomodar el mensaje general a la situación particular de su vida. Y como requisito: el estudio frecuente de la Biblia.
Ante la Iglesia: comunión y coherencia
El cristiano como miembro corresponsable en el Pueblo de Dios: -es consciente de pertenecer a la comunidad eclesial con unos derechos y unos compromisos que son aceptados con actitud de comunión coherente; -admira a la Iglesia en todos sus miembros por lo que es, y la ama agradecido por los dones recibidos; -testimonia su comunión cuando acepta convencido su organización, obedece al magisterio, cumple los mandamientos eclesiales, recibe los sacramentos y da a su espiritualidad un enfoque comunitario. Y así manifiesta que es coherente y practicante; -participa en la Misa, corazón y cumbre de la vida de la Iglesia. Antes que una obligación o precepto, la asistencia a la Eucaristía dominical es un privilegio para poder santificar el nombre de Dios en el “día del Señor” y recordar la Resurrección de Cristo. También es una ocasión para adorar a Dios, reparar sus pecados, escuchar la Palabra, reafirmar la fe, ofrecer su vida, interiorizar el Misterio Pascual, orar por la Iglesia y el mundo, recibir la paz y el cuerpo de Cristo que le fortalece y vigoriza la esperanza; -ama a la Virgen María por su maternidad divina, la cooperación en la obra redentora, su constante intercesión ante Dios, y por el “SÍ” que dio en la Encarnación prolongado en su vida y culminado al pié de la cruz; -colabora de modo corresponsable en la evangelización y cultiva la propia formación para ser un adulto en la fe capacitado para difundir sus convicciones religiosas y poder manifestar a otros el sentido de por qué vivir, sufrir y morir.
Los valientes me evangelizaron
Es un tópico, pero confieso que se ha realizado muchas veces en mi vida: he sido evangelizado y he recibido lecciones asombrosas de cristianismo con el testimonio de muchas personas. Ahora recuerdo a:
-las madres que con su coraje, amor, sacrificio y responsabilidad atendieron a su casa, al hijo drogadicto y al esposo enfermo sin dejar su trabajo profesional y la presencia en la Iglesia. ¡Tenían tiempo para todo y encontraban en Dios la fuerza para salir adelante y superar las dificultades! Así se explica la adoración por la madre en algunas culturas: el machista maltrata a la esposa pero “adora” a la madre;
-tantos esposos y padres que unieron a su profesión y apostolado las tareas del hogar. Velaron por la felicidad de su esposa a la que permitieron que trabajara en su profesión y actuara con libertad. Ellos hicieron de padres y madres de sus hijos.
-personas mayores de 60 años, con una fuerte espiritualidad y una caridad que no dudé de calificar como heroicas.
El camino de los sencillos para llegar a Dios.
En un segundo grupo tengo presente a personas de poca cultura y escasa formación religiosa pero con mucha fe que, desde la piedad popular, testimoniaron el amor profundo a Dios y la fidelidad a la Iglesia. Todavía me impresiona el recuerdo de
-algunos indígenas peruanos con su confianza en Dios, la devoción a los santos, el respeto al sacerdote y la práctica coherente de sus tradiciones religiosas;
-las plegarias y promesas de tantos mexicanos que se acercan al santuario de la Virgen de Guadalupe poniendo toda su confianza en Dios y en su madre. A ellos les exponían sus muchos problemas y de ellos esperaban la respuesta a su petición, respaldada con sacrificios heroicos;
-la devoción al Corazón de Jesús, en España, en personas de profunda religiosidad expresada en el servicio constante a su familia, con su rosario y misa cada día. Y con tiempo para visitar enfermos y ayudar en la parroquia;
-también en España, tengo presenta a muchas personas devotas que palpan la presencia de Dios; lo sienten como la gran compañía que les da fuerza en el sufrimiento. Hablan con Él, y al Amigo le cuentan todo como al ser más querido y más presente.”¿Qué sería de mi vida sin Dios?” “Si no fuera por la otra vida con Dios, ésta no merece la pena”. Son quienes entregan su vida a la educación de los hijos, al cuidado de los padres enfermos, a la recuperación del hijo drogadito o que acogen al cónyuge separado o cuida de los nietos ante las dificultades de sus padres;.
-de las personas, dentro y fuera de los conventos, sin saberlo, llegaron a la intimidad con Dios, a una profunda comunión interpersonal. Y reflejan la la unión que san Juan de la Cruz narra en La llama de amor viva y en el Cántico espiritual.
Los audaces según el Evangelio
Seguir a Jesús con radicalidad es la dimensión más difícil del católico que se conforma con la piedad y el apostolado olvidando la lucha contra el egoísmo y los pecados capitales. Pero no falta en mi experiencia pastoral la admiración por quienes me “avergonzaron” por:
-la vida de pobreza con o sin voto pero dispuestos a llevar a Cristo pobre a su vida y a compartir la suerte de los más desfavorecidos;
-la decisión de caminar por la ascética a la mística manifestada en la oración y en la caridad con los necesitados enfermos, ancianos y personas que viven solas;
-la generosidad como esposos a la hora de planificar el número de hijos (8,10 y hasta 12) en un mundo pragmático donde tres hijos son considerados como familia numerosa. Estos esposos son los que no se rinden ante el dinero ni se dejan llevan de la comodidad; son los que confían en Dios y en los valores de una familia numerosa;
-la enfermedad pacientemente aceptada por los familiares que cuidan y que ofrecen su cruz por la Iglesia y el mundo entero;
-los cónyuges que sufren la opresión de su pareja y la ingratitud de los hijos. Por fidelidad al sacramento no dan el paso al divorcio o a la separación;
-la entrega total al prójimo necesitado prueban con obras su amor a Dios: unos con el servicio a los más pobres, otros con el amor a los que actualmente les hacen sufrir; y otros aceptando con paz y gratitud la cruz que les identifica más con Cristo y con los dolientes de todo el mundo;
-la fe y esperanza del creyente que ante el anuncio del fallecimiento de un ser querido responden: “feliz mil veces él, ya no sufre, ahora está con el Señor”;
Los que reciben y dan para lograr una Iglesia creíble
Es el grupo con el que más contactos he tenido en diversos apostolados. Católicos coherentes, unos vinculados a sus parroquias, otros a determinados movimientos de espiritualidad y apostolado. Todos, colaborando en la Iglesia por la construcción del Reino de Dios que es de verdad, justicia, libertad, paz, vida, amor y gracia. Con mucha satisfacción tengo presente a tantos:
-padres y madres que hablan a sus hijos adultos de la fe y les motivan para que retornen a la Iglesia. Pero la mayoría de ellos sufren porque sus hijos se han alejado de la práctica religiosa o se han casado solamente por lo civil o están divorciados o no quieren bautizar a sus hijos. Estos abuelos son los apóstoles silenciosos del hogar;
-seglares entusiasmados y orgullosos por su condición de miembros “activos” de la Iglesia. Son los que emplean tiempo, oración y dinero para que otros puedan reencontrar la fe en sus vidas, el amor en sus familias y el compromiso cristiano en la sociedad;
-grupos de jóvenes que manifiestan su fe a otros jóvenes y que se sacrifican por estar junto al Papa en los encuentros especiales como sucedió en la JMJ del 2011;
-personas anónimas, las del pueblo, las que colaboran en silencio en las actividades de la parroquia o en una ONG, o simplemente por su cuenta pero siempre con la ilusión de dar a otros parte de lo que han recibido
¿Cuál es el perfil del católico coherente?
Los rasgos de la experiencia puedo representarlos mediante una circunferencia dividida en 4 partes a modo de grandes manifestaciones en el área de los valores humanos, de la religiosidad, del seguimiento y de la comunión eclesial.
Ante los hombres: práctica de los valores y de las virtudes humanas
Como adulto, el católico practica como fundamento de toda su vocación: -la verdad, la justicia, la libertad, el respeto, la responsabilidad, la ayuda al necesitado, el servicio, la generosidad. Y todo bajo el impulso del amor cristiano; -la paz y la felicidad en el ambiente donde se desenvuelve mediante el diálogo reconciliador, paciente y humilde; -la corresponsabilidad para humanizar al mundo según sus posibilidades en el área cultural, social y política.
Ante Dios: vivencia de la fe y de la religiosidad
Como todo creyente, el católico: -sitúa a Dios en el corazón de su existencia y le trata según el texto bíblico: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente....» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18). Y no se avergüenza de manifestar su fe y amor ante quien sea...porque le ama sobre todas las cosas; -por amor cumple los mandamientos resumidos en la entrega total a Dios, el respeto a su nombre y el culto mediante la santificación de las fiestas; -se relaciona con Dios en la oración como padre y amigo. Y en esta comunicación amistosa se da el diálogo íntimo y confiado de hijo con su Padre; -practica el culto comunitario o individualmente: adora, alaba, agradece, repara y ofrece su vida a Dios. Por el Dios verdadero renuncia a toda idolatría; -tiene presente a Dios no solamente en las necesidades sino en toda la vida: en sus relaciones, tareas y acontecimientos. Y con la oración se llena de la fortaleza divina para vivir y caminar hacia el encuentro con Dios en la vida eterna.
Ante Cristo: respuesta de seguimiento y de colaboración
El miembro de la Iglesia católica, como todo bautizado: -toma conciencia de ser “otro Cristo”, un hombre nuevo en su ser y en su vivir. Por lo tanto procura pensar, sentir y actuar como actuaría Jesús; -interioriza el ejemplo de Cristo, siempre sincero, justo, libre, pacífico, amante de la vida y entregado a Dios y al prójimo; -colabora en el Reino-Reinado de Dios según sus posibilidades mediante el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y así manifiesta su condición de hijo en el Hijo y de hermano de la familia de Dios; -acepta la conversión: el mensaje evangélico que pide morir al hombre viejo para configurarse de modo progresivo con el hombre nuevo en Cristo. Y, coherente, lucha contra las tentaciones, pide perdón y perdonas a quien le haya ofendido; -lee, escucha y ama la Palabra de Dios para acomodar el mensaje general a la situación particular de su vida. Y como requisito: el estudio frecuente de la Biblia.
Ante la Iglesia: comunión y coherencia
El cristiano como miembro corresponsable en el Pueblo de Dios: -es consciente de pertenecer a la comunidad eclesial con unos derechos y unos compromisos que son aceptados con actitud de comunión coherente; -admira a la Iglesia en todos sus miembros por lo que es, y la ama agradecido por los dones recibidos; -testimonia su comunión cuando acepta convencido su organización, obedece al magisterio, cumple los mandamientos eclesiales, recibe los sacramentos y da a su espiritualidad un enfoque comunitario. Y así manifiesta que es coherente y practicante; -participa en la Misa, corazón y cumbre de la vida de la Iglesia. Antes que una obligación o precepto, la asistencia a la Eucaristía dominical es un privilegio para poder santificar el nombre de Dios en el “día del Señor” y recordar la Resurrección de Cristo. También es una ocasión para adorar a Dios, reparar sus pecados, escuchar la Palabra, reafirmar la fe, ofrecer su vida, interiorizar el Misterio Pascual, orar por la Iglesia y el mundo, recibir la paz y el cuerpo de Cristo que le fortalece y vigoriza la esperanza; -ama a la Virgen María por su maternidad divina, la cooperación en la obra redentora, su constante intercesión ante Dios, y por el “SÍ” que dio en la Encarnación prolongado en su vida y culminado al pié de la cruz; -colabora de modo corresponsable en la evangelización y cultiva la propia formación para ser un adulto en la fe capacitado para difundir sus convicciones religiosas y poder manifestar a otros el sentido de por qué vivir, sufrir y morir.