¿Cuándo son falsas las motivaciones religiosas?
Dios y la religión son las motivaciones más significativas para los creyentes pero no siempre son auténticas. El miedo, el interés y la manipulación corrompen las relaciones con Dios. Es el amor a Dios la fuente que garantiza la autenticidad del impulso religioso. Y es Cristo quien testimonia con su doctrina y su vida las dimensiones de la motivación religiosa auténtica.
Falsas motivaciones.
No es auténtico el influjo de Dios cuando el creyente:
-contempla a Dios como un poder que puede plegarse en beneficio propio mediante determinadas habilidades y mediaciones;
-mezcla algunos elementos de la devoción con prácticas supersticiosas, espiritistas, hechicerías, mal de ojo, o actitudes de resignación fatalista o prácticas religiosas del Oriente;
-reinterpreta la fe de modo sincretista, reduciendo la fe a un mero contrato con Dios;
-valora de manera exagerada el culto a los santos suplantando a Dios;
-se somete a la tradición que ejerce un papel casi tirano;
-espera todo de Dios sin colaborar con él según sus capacidades;
-convierte la piedad en simple emoción religiosa sin comunicación con Dios.
También conviene un discernimiento crítico sobre criterios acerca de Dios que en el pasado provocaban en el fiel un gran impacto como el de «protector contra los enemigos», el «seguro» contra las desgracias, el «papá» que todo concede a quienes se lo piden, el «juez» implacable que condena al infierno, etc.
Otro factor negativo: la religiosidad marcada por el miedo
Como muestra algunas frases:
-“el miedo es la causa de mi religiosidad protagonizada por Dios como juez que castiga en esta vida y condena después de la muerte”;
-“no peco para evitar el infierno o las penas del purgatorio”;
-“evito el mal para evitar el castigo”;
-“confieso que tengo más miedo a Dios que temor de no ofenderle”;
-“la salvación de mi alma me angustia porque la puerta es estrecha y pocos son los que se salvan”;
-“procuro cumplir los mandamientos pero me olvido del más importante: el del amor”;
-“en ocasiones padezco escrúpulos y obsesiones por causa del pecado...”
Motivaciones y inmorales Además de las manifestaciones enumeradas sobre el falso amor, se impone tener presente como la motivación más inmoral la manipulación religiosa. Me refiero a los fundamentalistas islámicos y a los terroristas “convencidos” de matar a inocentes por Dios esperando el cielo como premio. Quien sacraliza la violencia y el odio en nombre del orgullo personal o político, comete un pecado contra el Espíritu. Se cumple así lo que el Maestro dijera a los discípulos: “os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2)
El secularismo rechaza el infierno y el temor a condenarse. Otra motivación peligrosa es la del cristiano que rechaza como motivación el temor porque el infierno no existe. El secularista como el pelagiano centra sus motivaciones en sí mismo rechazando todo misterio escatológico como toda ayuda religiosa. Por supuesto que niega el infierno y la doctrina que la Iglesia enseña con toda claridad: que “morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección” (CEC 1033). Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno" (CEC 1033). Y en el mismo documento: “las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (CEC 1035).
El amor verdadero, motivación auténtica
Amar es la respuesta de la persona, presente en toda motivación porque el amor lo abarca todo: relaciones, tareas, instituciones, cosas y creación entera. Entre los valores, humanos o divinos, el amor ocupa el primer puesto. Pero hablamos del amor como apertura y sintonía de una persona hacia otra, del afecto que impulsa a buscar el bien y a desear su posesión. Más aún, del amor como donación desinteresada de una persona a otra persona,
El rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18). Por lo tanto para el cristiano el primer precepto y por lo tanto la primera motivación es el amor a Dios y al prójimo vivido con radicalidad..
Cristo modelo con su amor apasionado por Dios Padre
El testimonio de Jesús es el mejor recurso para saber cómo amar a Dios en la tierra y por lo tanto para saber cómo es la motivación religiosa más auténtica. Junto a la predicación del amor a Dios, Jesús vivió el amor y la confianza con la mayor intensidad. Ante todo sorprende su ternura y confianza pues llama tiernamente a Dios «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo...» (Jn 17,25). Pero su amor no queda en palabras. Toda su actividad es una manifestación del profundo amor que profesa al Padre: Jesús permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10); hace siempre lo que le agrada (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54); «yo te glorifiqué sobre la tierra, consumando la obra que Tú me has encomendado hacer» (Jn 17,4); «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo, para que conozca el mundo que amo al Padre, y como me lo mandó el Padre, así lo hago» (Jn 14,31). Y de hecho Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50). Jesús puede decir: he guardado los mandamientos de mi Padre (Jn 15,10). Él siente su misión así como el buen pastor cuida de sus ovejas: Jesús da la vida por ellas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21)
Con respuestas extraordinarias.
El amor motivó acciones extraordinarias como la expulsión de los vendedores de la casa de su Padre o el ataque contra los escribas y fariseos (Mt 15,3-6; 21,13; 23; Lc 19,45-47) o la aceptación del cáliz de la pasión renunciando a su propia voluntad (Mc 14,36; Mt 26,42). Y es el amor quien motiva toda su vida: su alimento consiste en cumplir el designio «del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Habla con confianza a su Padre en la cruz, aun en medio del máximo abandono, y le entrega confiadamente su último aliento (Mt 27,46-47; Lc 23,46). Toda la vida de Cristo es un relato de radicalidad vivida como respuesta de amor a la voluntad del Padre. Jesús hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54). Y de hecho Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50), entrega su vida por sus ovejas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21)
Falsas motivaciones.
No es auténtico el influjo de Dios cuando el creyente:
-contempla a Dios como un poder que puede plegarse en beneficio propio mediante determinadas habilidades y mediaciones;
-mezcla algunos elementos de la devoción con prácticas supersticiosas, espiritistas, hechicerías, mal de ojo, o actitudes de resignación fatalista o prácticas religiosas del Oriente;
-reinterpreta la fe de modo sincretista, reduciendo la fe a un mero contrato con Dios;
-valora de manera exagerada el culto a los santos suplantando a Dios;
-se somete a la tradición que ejerce un papel casi tirano;
-espera todo de Dios sin colaborar con él según sus capacidades;
-convierte la piedad en simple emoción religiosa sin comunicación con Dios.
También conviene un discernimiento crítico sobre criterios acerca de Dios que en el pasado provocaban en el fiel un gran impacto como el de «protector contra los enemigos», el «seguro» contra las desgracias, el «papá» que todo concede a quienes se lo piden, el «juez» implacable que condena al infierno, etc.
Otro factor negativo: la religiosidad marcada por el miedo
Como muestra algunas frases:
-“el miedo es la causa de mi religiosidad protagonizada por Dios como juez que castiga en esta vida y condena después de la muerte”;
-“no peco para evitar el infierno o las penas del purgatorio”;
-“evito el mal para evitar el castigo”;
-“confieso que tengo más miedo a Dios que temor de no ofenderle”;
-“la salvación de mi alma me angustia porque la puerta es estrecha y pocos son los que se salvan”;
-“procuro cumplir los mandamientos pero me olvido del más importante: el del amor”;
-“en ocasiones padezco escrúpulos y obsesiones por causa del pecado...”
Motivaciones y inmorales Además de las manifestaciones enumeradas sobre el falso amor, se impone tener presente como la motivación más inmoral la manipulación religiosa. Me refiero a los fundamentalistas islámicos y a los terroristas “convencidos” de matar a inocentes por Dios esperando el cielo como premio. Quien sacraliza la violencia y el odio en nombre del orgullo personal o político, comete un pecado contra el Espíritu. Se cumple así lo que el Maestro dijera a los discípulos: “os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios” (Jn 16,2)
El secularismo rechaza el infierno y el temor a condenarse. Otra motivación peligrosa es la del cristiano que rechaza como motivación el temor porque el infierno no existe. El secularista como el pelagiano centra sus motivaciones en sí mismo rechazando todo misterio escatológico como toda ayuda religiosa. Por supuesto que niega el infierno y la doctrina que la Iglesia enseña con toda claridad: que “morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección” (CEC 1033). Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno" (CEC 1033). Y en el mismo documento: “las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (CEC 1035).
El amor verdadero, motivación auténtica
Amar es la respuesta de la persona, presente en toda motivación porque el amor lo abarca todo: relaciones, tareas, instituciones, cosas y creación entera. Entre los valores, humanos o divinos, el amor ocupa el primer puesto. Pero hablamos del amor como apertura y sintonía de una persona hacia otra, del afecto que impulsa a buscar el bien y a desear su posesión. Más aún, del amor como donación desinteresada de una persona a otra persona,
El rasgo principal en las relaciones con Dios radica en el primer precepto del amor presente en el Antiguo testamento y ratificado por Cristo: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-40; cf. Dt 6,5; Lv 19,18). Por lo tanto para el cristiano el primer precepto y por lo tanto la primera motivación es el amor a Dios y al prójimo vivido con radicalidad..
Cristo modelo con su amor apasionado por Dios Padre
El testimonio de Jesús es el mejor recurso para saber cómo amar a Dios en la tierra y por lo tanto para saber cómo es la motivación religiosa más auténtica. Junto a la predicación del amor a Dios, Jesús vivió el amor y la confianza con la mayor intensidad. Ante todo sorprende su ternura y confianza pues llama tiernamente a Dios «Abbá» (papá) con diversas expresiones: «Padre mío...» (Mt 26,39); «Padre santo...» (Jn 17,11); «Padre justo...» (Jn 17,25). Pero su amor no queda en palabras. Toda su actividad es una manifestación del profundo amor que profesa al Padre: Jesús permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10); hace siempre lo que le agrada (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54); «yo te glorifiqué sobre la tierra, consumando la obra que Tú me has encomendado hacer» (Jn 17,4); «el mundo tiene que comprender que amo al Padre y que cumplo su encargo, para que conozca el mundo que amo al Padre, y como me lo mandó el Padre, así lo hago» (Jn 14,31). Y de hecho Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50). Jesús puede decir: he guardado los mandamientos de mi Padre (Jn 15,10). Él siente su misión así como el buen pastor cuida de sus ovejas: Jesús da la vida por ellas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21)
Con respuestas extraordinarias.
El amor motivó acciones extraordinarias como la expulsión de los vendedores de la casa de su Padre o el ataque contra los escribas y fariseos (Mt 15,3-6; 21,13; 23; Lc 19,45-47) o la aceptación del cáliz de la pasión renunciando a su propia voluntad (Mc 14,36; Mt 26,42). Y es el amor quien motiva toda su vida: su alimento consiste en cumplir el designio «del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Habla con confianza a su Padre en la cruz, aun en medio del máximo abandono, y le entrega confiadamente su último aliento (Mt 27,46-47; Lc 23,46). Toda la vida de Cristo es un relato de radicalidad vivida como respuesta de amor a la voluntad del Padre. Jesús hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); busca la honra de su Padre, no la suya (Jn 8,49-54). Y de hecho Jesús muere por el Padre (Mt 27,46-50), entrega su vida por sus ovejas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21)