¿Cómo llegar a la coherencia cristiana?

Las ciencias humanas ofrecen sus criterios fundamentales para ser coherentes, es decir, para que exista armonía entre el vivir y el ser, entre la praxis y la mística, y así llegar a la madurez de la persona. Desde otra perspectiva, las religiones estructuran la fe, el culto y la moral con criterios necesarios para alcanzar la coherencia y la madurez religiosa. En el cristianismo preguntamos: ¿cómo llegar a la coherencia cristiana? Una respuesta: mediante la interiorización del ser cristiano, la unión con Cristo, el proceso de cristificación, la disciplina y la renuncia en la praxis diaria.

La interiorización del “ser cristiano”
Para ser coherente es condición previa tomar conciencia de los valores, metas y caminos que integran la “mística” del seguidor de Cristo. Si falta la consciencia de lo que somos, difícilmente seremos coherentes con la vocación cristiana.
1º Valores básicos: Jesucristo camino, verdad y vida, prototipo de hombre que nos libera; y el bautismo como inserción en Cristo y en la Iglesia comunidad que nos hace cristianos.
2º Metas que motivan: el reino de Dios para un mundo más humano, la misión de la Iglesia para evangelizar y santificar. Y la meta última, Dios amado en el cielo.
3º Caminos que entusiasman: la fuerza del ideal cristiano, el seguir a Jesús, la comunión eclesial y el amor a Dios que puede transformarse en amistad profunda.
4º La práctica del “vivir” del cristiano. Quien no practica lo que interioriza, terminará interiorizando lo que vive. Luego la coherencia pide poner en práctica las exigencias de los valores aceptados. En concreto, el reino de Dios con sus perspectivas de verdad, justicia, vida, libertad, paz, amor y gracia; la voluntad de Dios Padre y la fidelidad al Espíritu; las relaciones con el prójimo de justicia y amor según Cristo y la responsabilidad ante los compromisos ante el ambiente cultural, los conflictos, las deficiencias del “hombre viejo” y los pecados personales a combatir con firmeza

La unión y fuerza de Cristo,
Entre las manifestaciones de las interiorización del ser cristiano destaca la íntima comunión con Cristo, vid que limpia para dar fruto (Jn 15,1-5), del que nada nos separe (Rom 8,35-39). Esta unión pide comunión con los sentimientos del Cristo que nos plenifica (Flp 2,5-7; 1,20-21).

Cristo, fuerza y ánimo en las dificultades.
Arriesgada es la senda que lleva a la coherencia, pero el cristiano cuenta con la fuerza que recibe. Efectivamente, el seguidor de Cristo puede comer la carne y beber la sangre de Cristo (Jn 6,51-53); escuchar la voz de Jesús que le anima como a Pablo (Hch 18,9-10; 23,11); y la seguridad de que con su gracia puede afrontar las dificultades. (2Cor 12,7-9).

El proceso de cristificación Tanto los valores como las exigencias y los medios para ser coherentes con la vocación cristiana están contenidos en todo el Nuevo Testamento, en la vida y doctrina de Jesús y los Apóstoles. El marco referencial es el reino de Dios en el que colaboran los seguidores de Jesús, Camino del hombre hacia el Padre y el medio más seguro para la salvación y santificación. Como centro y clave del Nuevo Testamento, está el mismo Salvador que vive su misión redentora y al que imitamos con la oración, pobreza, fidelidad a la voluntad de Dios y servicio constante a los hombres. Con plena autoridad, el Maestro pide al discípulo su esfuerzo para llegar a ser un “hombre nuevo”.

Camino hacia el hombre nuevo
El proceso de cristificación tiene al hombre viejo como punto de partida y a Cristo, hombre nuevo, como la meta a conseguir. He aquí los pasos y condiciones siguiendo a San Pablo:
1º es imprescindible mortificar los miembros terrenos, despojarse del hombre viejo (Col 3,5.9-13);
2ª el amor y la Palabra de Cristo están presentes en este proceso de purificación (Col 3,14.16);
3º la norma consiste en obrar según el Espíritu crucificando la carne con sus pasiones y apetencias (Gal 5,24-25);
4º una meta difícil consiste en gloriarse en la cruz de Cristo y en estar crucificado para el mundo (Gal 6,14-17).

La disciplina propia del discípulo Todo el proceso cristiano se complementa con la disciplina de quien soporta las fatigas como un buen soldado de Cristo Jesús (2Tim 2,3-6); del atleta que se priva de todo con tal de conseguir el premio (1Cor 9,24-26); del que lleva la “armadura espiritual” con la verdad, justicia, celo y fe.. (Ef 6,14-17); de la persona capacitada con “las armas de Dios” necesarias para resistir al Diablo (Ef 6,11-13); del discípulo de Jesús, paciente en el sufrimiento y proto para cumplir la voluntad de Dios (Heb 10,36) porque goza por Cristo en el sufrir: (1Pe 4,13) y porque no se olvida de sus pecados (1Jn 1,9-10).

Saber morir para vivir El proceso de cristificación pide sacrificarse y morir al hombre viejo para que viva Cristo en el hombre nuevo actualizando el mensaje: «convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado » (Mt 4,17). Y con esta motivación se sacrifica como el grano de trigo (Jn 12,24-25); muere con Cristo para vivir con él (Rom 6,6-8); pero un morir según el Espíritu a las obras del cuerpo (Rom 8,13-15). Y así el cristiano se reviste del Redentor despojándose de las obras de la carne (Rom 13,12-13-14). Como ejemplo tiene a Cristo crucificado (1 Cor 2,1-2).
¿Qué respuestas completan el proceso de cristificación? Para caminar hacia la meta del cristiano coherente se requiere:
fortaleza para acelerar el proceso de una conversión sin límites;
la ilusión para encontrar la voluntad del Señor en el cambio que debemos dar a la vida;
la creatividad para buscar nuevos horizontes para el SI a Dios;
el discernimiento sincero para saber en concreto qué cambiar, que quitar y poner en nuestra vida;
la amplitud de miras para integrar la conversión en el “todo” de la santidad o fidelidad al plan de Dios.

Fases del proceso El dinamismo del proceso de cristificación que llevará a la meta de la coherencia cristiana admite cuatro fases:
1ª de la grave incoherencia a una vida ordinaria coherente;
2ª de una conducta mediocre al empeño de una respuesta consecuente;
3ª de un vivir ordinario al entusiasmo en las respuestas;
4ª y del entusiasmo a la entrega total a Dios (amistad, intimidad), y de servicio a los hermanos (caridad pastoral).
En el cambio entran la virtud de la penitencia y la opción penitencial sacramental con sus cinco pasos: examen, dolor, manifestación, propósito y reparación.
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