¿Por qué la oración no es infalible?
No falta creyentes que me aseguraron: “Dios me concede cuanto le pido”. Pero también es cierto que son más los que me preguntan extrañados: “¿por qué no he conseguido lo que pedí al Señor en mi oración?” En muchas ocasiones,un servidor se ha preguntado por las motivaciones de los creyentes en sus relaciones con Dios: ¿cuándo son falsas y cuándo son auténticas? También he tenido oportunidad de explicar las condiciones para que la oración sea auténtica y dejemos a un lado el falso concepto de la“infalibilidad”, el ver a Dios como respuesta a todo, la convicción supersticiosa en tales o cuales oraciones a los santos, la religión como un contrato con Dios, la valoración exagerada del culto a los santos con detrimento del conocimiento de Jesucristo, la idea deformada de Dios, el criterio utilitario de ciertas formas de piedad, el culto a la Virgen o a los santos en grado tal que sustituyen prácticamente al Cristo mediador y al mismo Dios como Tú último y absoluto
Múltiples son las razones o motivaciones para comunicarse con Dios: unas son auténticas y eficaces pero otras son falsas, pura palabrería y proyección de los defectos de la persona. Se impone clarificar las exigencias de la oración que, en definitiva, siguen la normativa de toda comunicación: respeto, fe, humildad, confianza, coherencia....y amor.
Las motivaciones para orar
Si hiciéramos una encuesta sobre lo que impulsa a rezar a los creyentes, es posible que el primer puesto fuera para la necesidad, seguido de la obligación, la costumbre, el miedo…y por último, las de mayor importancia: el amor y la amistad.
La necesidad
Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la necesidad personal y la confianza de ser escuchados por Dios. La oración aparece como el mejor medio para solucionar sus preocupaciones y necesidades en el orden material o espiritual.
La obligación y las costumbres
Pero junto a la necesidad,suelen darse también,-y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social. Rezan lo mandado o lo que le enseñaron pero no interiorizan las palabras y sentimientos que pronuncian.
El miedo y algo de amor
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el temor y también por el amor a Dios. Unos oran porque saben que Dios lo merece como Padre providente. Para otros, es el miedo o temor quien les mueve a orar. Tienen miedo a Dios a quien ofendieron con sus pecados y la oración es el medio para reconciliarse con Dios, evitar el castigo y ponerse en el camino de la salvación.
Amistad y compromiso
El último lugar de las motivaciones, -por el porcentaje, pero primero en importancia-, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere. La oración es vista en el contexto de una opción fundamental por Dios, en el compromiso radical de colaborar en el reino de Dios.
Actitudes y exigencias
El que ora se comunica con Dios y guarda, de manera consciente o no, las normas de la comunicación entre las personas que se quieren. Hasta diez actitudes o condiciones se pueden presentar para que sea auténtica la comunicación amistosa con Dios.
1ª Conciencia de la condición humana.
El hombre palpa su indigencia y confía en la misericordia del Dios Padre. Ante la pobreza humana, aparece Dios como el protector. Estamos en la puerta para la entrega y el amor afectuoso hacia Dios Padre al sentirnos aceptados, comprendidos, valorados y amados.
2ª Querer orar.
No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario desear la comunicación con Dios, tener sed o necesidad de hablar y escuchar al Señor y Creador.
3ª Tener fe en la oración.
La comunicación con Dios es un misterioso diálogo entre el yo humano y el tú divino. Ante el misterio se impone la actitud de fe para descubrir la Palabra de Dios que deseamos escuchar y guardar.
4ª Confianza en la eficacia de la oración.
“Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones" (CEC 2741 y cf. 2734 al 2740). A mayor confianza, menor será el bloqueo y mayor la comunicación de criterios y sentimientos.
5ª Constancia en la comunicación.
Urge seguir el consejo paulino de "orar constantemente" (1 Ts 5,17), "dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,20).
6ª Humildad.
El mismo Jesús describe a dos personajes en oración en la parábola del fariseo y del publicano, al soberbio y al humilde (cf Lc 18, 9-14). El fariseo es prototipo de la comunicación orgullosa, de cómo no debe hacerse la oración. El publicano es el prototipo de una oración humilde.
7ª Libertad y amor.
Dios, que nos ha hecho libres, desea que nos comuniquemos con libertad como expresión de nuestro amor filial y de nuestra confianza. El problema del orante no radica en la libertad sino en acudir a orar por y con amor.
8ª Obediencia filial.
El que ora está dispuesto a obedecer a Dios Padre y a pedir lo que conviene según su voluntad. Pero Jesús anima a pedir la misma cosa con insistencia y humildad;
9ª Objetividad en la oración.
Es frecuente el caso de quien en la oración refleja sus deseos, aspiraciones, prejuicios y frustraciones como voluntad de Dios. La oración para tales creyentes no es un diálogo con Dios sino un monólogo consigo mismo. Muchos, cuando no obtienen lo que piden quedan tremendamente frustrados, y hasta con resentimiento contra Dios.
10ª Coherencia.
Jesús maestro enseña que la oración de fe no consiste solamente en decir 'Señor, Señor', sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7,21).
Y como praxis, no como exigencia, la comunicación continua con Dios. Los creyentes que profundizaron en la oración -escuchar y hablar con Dios- se propusieron que toda la vida fuera una oración, que en su trato con Dios se diera una cc-cD, es decir: una continua, comunicación con Dios. Con esta praxis es muy difícil que “fallen” (que no sean “infalibles”) nuestras peticiones. Por lo menos, así sucedió en la vida de los santos.
Múltiples son las razones o motivaciones para comunicarse con Dios: unas son auténticas y eficaces pero otras son falsas, pura palabrería y proyección de los defectos de la persona. Se impone clarificar las exigencias de la oración que, en definitiva, siguen la normativa de toda comunicación: respeto, fe, humildad, confianza, coherencia....y amor.
Las motivaciones para orar
Si hiciéramos una encuesta sobre lo que impulsa a rezar a los creyentes, es posible que el primer puesto fuera para la necesidad, seguido de la obligación, la costumbre, el miedo…y por último, las de mayor importancia: el amor y la amistad.
La necesidad
Para la mayoría de los que rezan, la motivación prioritaria suele ser la necesidad personal y la confianza de ser escuchados por Dios. La oración aparece como el mejor medio para solucionar sus preocupaciones y necesidades en el orden material o espiritual.
La obligación y las costumbres
Pero junto a la necesidad,suelen darse también,-y quizás con mayor porcentaje-, otras motivaciones como la obligatoriedad y la costumbre social. Rezan lo mandado o lo que le enseñaron pero no interiorizan las palabras y sentimientos que pronuncian.
El miedo y algo de amor
En un tercer lugar, las motivaciones para orar estarían ocupadas por el temor y también por el amor a Dios. Unos oran porque saben que Dios lo merece como Padre providente. Para otros, es el miedo o temor quien les mueve a orar. Tienen miedo a Dios a quien ofendieron con sus pecados y la oración es el medio para reconciliarse con Dios, evitar el castigo y ponerse en el camino de la salvación.
Amistad y compromiso
El último lugar de las motivaciones, -por el porcentaje, pero primero en importancia-, estaría ocupado por los creyentes cualificados que contemplan la oración como el diálogo para comunicarse con la persona más querida y que más le quiere. La oración es vista en el contexto de una opción fundamental por Dios, en el compromiso radical de colaborar en el reino de Dios.
Actitudes y exigencias
El que ora se comunica con Dios y guarda, de manera consciente o no, las normas de la comunicación entre las personas que se quieren. Hasta diez actitudes o condiciones se pueden presentar para que sea auténtica la comunicación amistosa con Dios.
1ª Conciencia de la condición humana.
El hombre palpa su indigencia y confía en la misericordia del Dios Padre. Ante la pobreza humana, aparece Dios como el protector. Estamos en la puerta para la entrega y el amor afectuoso hacia Dios Padre al sentirnos aceptados, comprendidos, valorados y amados.
2ª Querer orar.
No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la oración: es necesario desear la comunicación con Dios, tener sed o necesidad de hablar y escuchar al Señor y Creador.
3ª Tener fe en la oración.
La comunicación con Dios es un misterioso diálogo entre el yo humano y el tú divino. Ante el misterio se impone la actitud de fe para descubrir la Palabra de Dios que deseamos escuchar y guardar.
4ª Confianza en la eficacia de la oración.
“Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones" (CEC 2741 y cf. 2734 al 2740). A mayor confianza, menor será el bloqueo y mayor la comunicación de criterios y sentimientos.
5ª Constancia en la comunicación.
Urge seguir el consejo paulino de "orar constantemente" (1 Ts 5,17), "dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,20).
6ª Humildad.
El mismo Jesús describe a dos personajes en oración en la parábola del fariseo y del publicano, al soberbio y al humilde (cf Lc 18, 9-14). El fariseo es prototipo de la comunicación orgullosa, de cómo no debe hacerse la oración. El publicano es el prototipo de una oración humilde.
7ª Libertad y amor.
Dios, que nos ha hecho libres, desea que nos comuniquemos con libertad como expresión de nuestro amor filial y de nuestra confianza. El problema del orante no radica en la libertad sino en acudir a orar por y con amor.
8ª Obediencia filial.
El que ora está dispuesto a obedecer a Dios Padre y a pedir lo que conviene según su voluntad. Pero Jesús anima a pedir la misma cosa con insistencia y humildad;
9ª Objetividad en la oración.
Es frecuente el caso de quien en la oración refleja sus deseos, aspiraciones, prejuicios y frustraciones como voluntad de Dios. La oración para tales creyentes no es un diálogo con Dios sino un monólogo consigo mismo. Muchos, cuando no obtienen lo que piden quedan tremendamente frustrados, y hasta con resentimiento contra Dios.
10ª Coherencia.
Jesús maestro enseña que la oración de fe no consiste solamente en decir 'Señor, Señor', sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7,21).
Y como praxis, no como exigencia, la comunicación continua con Dios. Los creyentes que profundizaron en la oración -escuchar y hablar con Dios- se propusieron que toda la vida fuera una oración, que en su trato con Dios se diera una cc-cD, es decir: una continua, comunicación con Dios. Con esta praxis es muy difícil que “fallen” (que no sean “infalibles”) nuestras peticiones. Por lo menos, así sucedió en la vida de los santos.